Autor: Germán Sánchez
Griese
El Dinamismo Interno del Carisma.
Traer a nuestra mente el pasado del Congreso Internacional de la vida consagrada , no como una re-evocación, sino como un material que debe ser reflexionado, rumiado, asimilado.
Resonancia.
El piano ha dejado de sonar, pero los acordes
permanecen aún en nuestros oídos. Es la resonancia de las notas que vuelve una
y otra vez en nuestra mente, aún ya pasados los momentos emotivos de la
ejecución. Y no es un recuerdo pasado, sino una evocación presente la que
constantemente nos hace traer a la memoria los acordes musicales para hacerlos
nuestros.
Resonancia. Ecos y reflexiones de lo ya escuchado, no
para recordarlo, sino para hacerlo nuevo y ponerlo en práctica, todos los
días. Para hacer de lo novedoso lo perenne y del pasado el futuro. Tal es el
objetivo que procuraré alcanzar, si puedo, en este artículo. Traer a nuestra
mente el pasado del Congreso Internacional de la vida consagrada , no como una
re-evocación, sino como un material que debe ser reflexionado, rumiado,
asimilado.
Han sido días en los que se ha hablado y reflexionado
mucho sobre la vida consagrada. Sobre su futuro, sobre sus retos y sus
esperanzas. Se han dado pistas para poder solucionar graves problemas, para
tener una mayor incidencia en el mundo actual, para llevar adelante el
interminable y apasionante programa de la renovación, iniciado ya hace
cuarenta años con el Concilio Vaticano II. Pero no basta sólo con saber que
existió el Congreso, ni haber rezado por el buen éxito de éste. No basta
tampoco con haber leído las actas del Congreso, publicadas en forma expedita
por una casa editorial italiana. No. Es necesario que cada consagrado se fije
la tarea de reflexionar sobre lo que se dijo en el Congreso. Las personas
consagradas, como hijos también de este mundo y de esta cultura, corremos el
riesgo de no asimilar nada. Hoy más que nunca podemos decir que vivimos en un
mundo informado, pero no en un mundo formado. No es lo mismo saber mucho, que
reflexionar mucho. Somos bombardeados de noticias, de encuentros formativos,
de congresos y simposiums. Pero, ¿cuánto de este material pasa por la criba de
nuestra inteligencia? Poco, muy poco. Nos contentamos con estar informados,
pero no en ser formados. Y somos nosotros, como adultos consagrados,
los que nos debemos interesar en primera persona por nuestra formación. No
aceptar todo indiscriminadamente. Razonarlo. Dios nos ha dado un cerebro
precisamente para formarnos un juicio propio, en base a una conciencia bien
formada, regida por unos principios que provienen de la ley natural y de la
verdad revelada.
Por ello, mi propósito no es otro que el evocar
algunas memorias del Congreso Internacional de la vida consagrada con el fin
de que los consagrados hagan sus juicios y saquen sus conclusiones, uniendo mi
esfuerzo al esfuerzo del Congreso de “contar a muchos lo que pocos han vivido”
. Las riquezas de las ponencias son una mina que debe ser explotada. No se
obtiene un diamante con sólo excavar en la mina. Es necesario trabajar el
carbón, purificarlo, pulirlo, hasta sacar el brillo, los quilates y l as
dimensiones y formas propias de la piedra preciosa. El material con el que
contamos es, repito, una mina. Pero depende de cada persona consagrada el
saberlo trabajar. Hacer un trabajo de reflexión y análisis para hacer juicios,
sacar conclusiones, poner en práctica. Es una labor, repito, personal e
insustituible.
Hablar del Congreso en general es no llegar a nada en
particular. Por ello seguiré una ruta para no perdernos. Analizaré los retos
que el Congreso ha propuesto a la vida consagrada y propondré para el estudio
personal el carisma como instrumento para llevar a cumplimiento estas metas.
Les deseo por tanto buen estudio y buena
resonancia.
Abiertos al futuro
A partir del Vaticano II la Iglesia ha lanzado la vida
consagrada a la aventura de la renovación. Aventura que de alguna u otra forma
ha sido tomada por el Congreso como título: “Pasión por Cristo, pasión por la
humanidad.” Una renovación que ha traído tantos cam bios, gracias a Dios la
mayoría de ellos positivos. Sin embargo, con el correr de estos cuarenta años
podemos haber olvidado el sentido y la finalidad del Concilio. Nos encontramos
ya embarcados en el período de la renovación y como llevados por las olas de
un maremoto, podemos dejarnos arrastrar por ellas, sin saber de dónde vienen y
hacia dónde nos llevan. Por ello conviene recordar con Fabio Ciardi que “la
renovación propuesta del Concilio Vaticano II es la respuesta a la exigencia
de adaptación a las situaciones cambiantes de la Iglesia y de la sociedad.”
Una adaptación que exigía llevar a cabo algunas reformas y cambios que fueron
propuestas, primero en los capítulo V y VI de la Constitución Dogmática
Lumen Gentium y posteriormente con mayor especificidad en los Decretos
Perfectae caritatis y Ecclesiam suma (II parte).
El Congreso viene a inserirse en este tiempo de
renovación y ha querido ser un nuevo esfuerzo para ayudar a las personas
consagradas a se guir en esta empresa. Una empresa que sobretodo llevaba a
estar abierta al futuro, a los retos que significaban adaptarse a la sociedad
cambiante para seguir siendo luz y guía de esa sociedad.
Estos retos y cambios de la sociedad se han sucedido a
lo largo de todos los tiempos. No podemos decir que la época de la
post-modernidad sea diversa a otros tiempos, simple y sencillamente porque
ahora se dan cambios y antes no se daban. No sería ni justo ni científico tal
juicio. En todos los tiempos se han dado cambios de todo tipo que han influido
en gran manera a la sociedad. Bástenos pensar en lo que pudo significar de
revolucionario el redescubrimiento de las fuentes clásicas griegas y latinas
en la Edad Media. O el saber de la existencia de una nueva tierra, hasta antes
desconocida, como era la América en tiempos de Colón. Los avances sociales que
supuso la Revolución Francesa. O el impacto de la Revolución Industrial sobre
el mundo agrícola y su respectiva contraparte en la creación de un mundo
urbano y una clase social, la burguesía. Por lo tanto, siempre han existido
cambios que han influido grandemente en la sociedad. Y de alguna manera la
Iglesia ha estado presente en esos cambios para dejar la impronta del mensaje
evangélico y así ser fermento en la masa. Fermento que de alguna manera
transformó la sociedad.
No son por tanto los cambios patrimonio exclusivo de
nuestro tiempo. Lo que sí es característico de nuestro tiempo es la velocidad
con la que se dan los cambios. Pensemos que hasta el siglo XIX, han dicho los
sociólogos, un cambio que influía en la sociedad se llevaba a cabo cada 25
años aproximadamente. Ahora, en los albores del tercer milenio esos cambios
pueden verificarse cada 25... segundos. Pensemos en el mundo de la técnica y
su gran influencia en la sociedad. Internet, teléfonos celulares, sólo por
mencionar algunos ejemplos, han transformado y siguen transformando las
costumbres y el modo de vida de la sociedad, haci endo una nueva cultura. Tan
sólo mientras leemos estos renglones se están dando ya cambios tecnológicos no
sólo en el Internet o en los teléfonos celulares, sino en otros muchos ámbitos
que seguramente influirán decisivamente en la cultura actual.
El problema para la Iglesia se presenta en su
adaptación a estos cambios. Antes, por el ritmo de los tiempos, la Iglesia se
adaptaba a esos cambios y podía ofrecer su punto de vista, que más que punto
de vista, son los valores evangélicos perennes. Tenía tiempo para adaptarlos a
la situación de cambio y así se insertaba en el mundo, siendo testigo de
Cristo y ofreciendo rutas de aplicación para los principios evangélicos
acordes con el cambio. Lo vemos por ejemplo en el descubrimiento de América,
como supo estar siempre a la vanguardia de los acontecimientos y dirigió, no
sin algunos tropiezos, la gran empresa de la evangelización de un continente.
O como, en la Revolución Industrial, adelantándose al marxismo, establecía las
ayu das necesarias a los obreros en las recientes concentraciones urbanas.
Pero ahora los cambios se suceden en forma tan rápida
que ni la misma sociedad tiene tiempo para reponerse de un cambio, cuando ya
le viene otro encima. Es el efecto avalancha en el que no se busca tanto
adelantarse al impacto, sino poder sobrevivir. Por ello, la Iglesia pide la
renovación en forma constante a las Congregaciones religiosas, para que estén
en posibilidad de dar una respuesta a las situaciones cambiantes de la
sociedad.
Los esfuerzos se han hecho y se siguen haciendo,
aunque, lo sabemos bien, no han sido del todo correctos, como ha dicho en el
Congreso Mons. Franc Rodé: “A veces se ha confundido la renovación con
la adaptación a la mentalidad y a la cultura dominante, con el riesgo de
olvidar los valores auténticamente evangélicos. Es innegable que <> (1Jn. 2,
16), que son las car acterísticas del mundo y de su cultura, han ejercitado su
influencia desorientadora, generando graves conflictos al interno de las
comunidades y de las elecciones apostólicas que no siempre son fieles al
espíritu y a las inspiraciones originarias de los Institutos. Como siempre se
ha dado en el curso de la historia, la Iglesia se coloca entre el soplo del
Espíritu, que abre nuevos caminos, y las seducciones del mundo, que hacen
incierto el camino y pueden inducir al error”.
Y esta quiero que sea una primera idea para guardar en
nuestra mente, como resonancia que después deberá ser rumiada, a través de los
ecos y reflexiones de nuestro razonamiento. Por un lado se ha dado la
exigencia de la renovación, pero por otro, como cualquier realidad humana y
espiritual, se dan las asechanzas del maligno para no llevarla a cabo en forma
adecuada. Bástenos recordar aquí la genialidad de Paulo VI cuando describió la
forma terrible en que el maligno parecía que tomaba las rienda s de la
renovación, al decir que los humos del infierno se habían infiltrado en la
Iglesia.
Estar abiertos al futuro, dialogar con el mundo,
adaptarse a él, no significa dejar de ser lo que se es. Lo que se es, la
identidad consagrada no cambia. Cambian o debían cambiar tan sólo las formas
externas para expresar mejor al mundo la identidad. Y así lo expresó el
Decreto Ecclesiam suam, cuando definió lo que era obsoleto y tenía que
cambiar: “Para procurar el bien mismo de la Iglesia, los Institutos religiosos
perseveren en el esfuerzo de conocer exactamente el propio espíritu de origen,
con el fin de que, manteniéndolo fielmente en las adaptaciones que deberán
hacer, la misma vida religiosa sea purificada de los elementos externos y de
aquellos caídos en desuso. Es necesario considerar caídos en desuso los
elementos que no constituyen la naturaleza y los fines del Instituto y que,
habiendo perdido su sentido y su fuerza, no ayudan realmente a la vida
religiosa.”
Es muy fácil quedar desilusionados al no ver los
resultados de la renovación. Se puede caer en la desesperanza cuando a la
espalda sólo vemos monasterios vacíos, envejecimiento paulatino –o no tanto-
de Congregaciones e Institutos que en otros tiempos eran florecientes, cierre
de obras, redimensionamiento de las provincias... Todo ello no apunta más que
al fallo de no haber podido entablar en forma eficaz y prontamente, un diálogo
con la sociedad. Puede que se crea que se ha hecho la renovación, pero los
resultados desmienten las creencias. Gerald A. Arbuckle, sm, en su libro
Out of Chaos hace una revaloración de la renovación al decir que no son
las Constituciones, las circulares o los Capítulos generales los que llevan a
cabo la renovación. Son las personas mismas quienes deben renovarse primero,
para conjuntamente renovar la Congregación. Y esto también lo señalaba Paulo
VI cuando decía que “es necesaria la colaboración de todos, Superiores y
miembros, para renovar la vida religiosa en ellos mismos, para preparar el
espíritu del Capítulo, para llevar a cumplimiento la propia tarea, y para que
las leyes y las normas promulgadas de los capítulos sean fielmente
observadas.”
Por lo tantos, lejos de caer en un caos, debemos
re-pensar si hemos llevado a cabo la renovación con el espíritu que el
Concilio Vaticano II había invocado, especialmente si uno de los fines era el
de renovarse para poder entablar un diálogo con el mundo. Tal parece que el
efecto haya sido el contrario. Lejos de acercarse al mundo, las personas
consagradas se han alejado de él. Antes del Concilio parecería que los
religiosos y las religiosas estaban más cercanos al mundo. Ahora parece como
si se viviera en esferas diferentes. Quizás nos hemos olvidado de aquello que
decía Unamuno: “Los religiosos no deben vender pan, sino ser levadura”.
Para no perdernos en el caos, debemos conocer cuáles
son los retos que el mundo pide ahora a la vida consagrada, de form a que no
nos perdamos en la nada, sino que apuntemos nuestras miras en aquella
dirección. Tres son, según Mons. Rodé las situaciones que interpelan a la vida
consagrada: afirmar el primado de la santidad, reforzar el sentido eclesial y
testimoniar la fuerza de la caridad de Cristo. Y uno es el medio, propuesto
por él, para continuar en el camino de la renovación, o quizás, para hacer
efectiva la renovación: la re-apropiación del carisma.
Los retos de hoy
Una de las claves para distinguir a un consagrado
renovado es su sentido de esperanza. Me ha sucedido que durante el trabajo de
investigación que sobre la vida religiosa femenina en Italia vengo realizando
desde hace cinco años, el encontrarme con innumerables congregaciones que han
cerrado o están por cerrar algunos colegios. Y entre todas esas congregaciones
sólo se ha dado el caso de una que en el curso 2004 – 2005 ha abierto una
escuela elemental y media. Sociológicamente no es posible sacar con clusiones,
se adelantarán a decirme los más escépticos. Quizás es verdad. Pero también
sociológicamente hablando, la situación por la que atraviesan las
Congregaciones en Italia es la misma para todas. Si una Congregación ha tomado
el riesgo de afrontar las dificultades que comporta la apertura de una
escuela, significa que la Congregación ve al futuro con esperanza. Las
dificultades se convierten en ese momento en retos, porque en el futuro se
tiene una meta, un ideal que llevar a cabo.
Las tres metas que Mons. Rodé refirió en el Congreso,
servirán de guía, de norte, de punto de llegada en la medida en que las
personas consagradas tengan esperanza. Si la primer reacción que se tiene al
leer estas tres metas es la desilusión, la imposibilidad, el darse por
vencida, el saber que ya otras veces se ha intentado, entonces la revisión
debe hacerse sobre la propia vida, sobre el proceso de renovación interno y
personal en el que se ha embarcado. Quizás la barca ya no camina más porque le
falta el viento del futuro, el viento de la esperanza...
Los retos de hoy para la vida consagrada que menciona
Mons. Rodé engloban la totalidad de la misma. En el proceso de renovación se
corre el peligro de renovar por una parte los aspectos internos y por otro,
los aspectos externos. La profesora Elena Marchitielli fa, ha dicho que la
renovación no es una cuestión de acortar la falda de los hábitos. Y es cierto.
No se trata de hacer una renovación sólo de los elementos externos. Es
necesario renovar la globalidad de la vida consagrada.
Analizaremos con detenimiento cada uno de estos retos.
- Afirmar el primado de la santidad.
¿Qué tiene que ver la santidad con los retos del
mundo? Mientras la civilización occidental se debate cada día más en un
discurso laicista en donde lo sacro tiende a desaparecer, en donde la materia
se convierte en el dios cotidiano, alcanzar la santidad podría parecer una
estupidez o un paso hacia atrás e n el periodo de la renovación. Si la Iglesia
ha pedido a las personas consagradas su participación en el mundo, sería
lógico pensar que las personas consagradas buscaran formas más adecuadas y
válidas para hablar con el mundo y transmitir de esta manera los valores
evangélicos.
Esta aproximación hacia nuestro mundo, tomada por sí
misma, sin tomar en cuenta el contexto espiritual en el que se mueve la vida
religiosa, es buena en sí misma, pero carece de realismo antropológico. Puede
ser una de las tentaciones mencionadas renglones más arriba, por Mons. Rodé.
Me refiero a la soberbia de la vida. El fin es bueno: llevar el mensaje
evangélico a todos los hombres. El medio, puede estar viciado de soberbia al
pensar que con sólo mejorar los canales de la comunicación, puede lograrse el
fin deseado.
Podemos pensar que el fallo hasta este momento se debe
a la falta adecuada de la transmisión del mensaje y nos olvidamos de la
centralidad del mensaje. Nos quedamos en los elementos periféricos del mensaje
por olvidarnos de la centralidad del mensaje. La centralidad del mensaje nos
viene tanto del hombre moderno como de la esencia de la consagración
religiosa. Dos elementos que se unen en uno sólo: la santidad.
El hombre contemporáneo, y especialmente el hombre que
vive en Europa, es un hombre que vive sin esperanza . Pone su esperanza en las
cosas materiales, puesto que no puede vivir sin esperanza. Sin embargo,
llamado a vivir el Trascendente, el hombre se da cuenta que esas cosas en las
que ha puesto su esperanza, no le satisfacen, no le pueden dar la felicidad
completa. Y está condenado a vivir los días de su existencia, poniendo su
esperanza en las cosas. Pasando de una desilusión a otra. Podemos
hablar quizás de la adicción a la desesperanza. Por ello, cuando se da cuenta
que hay personas que viven felices permanentemente, sin eximir las
dificultades que el vivir significa, es para él un testimonio que llama su
atención.< br />
Y es una lógica que proviene de la psicología. Una
persona enferma busca una persona sana para superar su enfermedad. Si el
enfermo de desesperanza ve una persona sana en la esperanza, se sentirá
atraída por ella. Nunca puede ser tan fuerte la desesperanza que no perciba la
luz que irradia de una persona que vive en la esperanza. O mejor. Es tan
fuerte la luz de la esperanza que irradia la persona que la vive, que puede
servir de faro para su vida.
Estas personas que pueden llamar su atención son
aquellas que han puesto su esperanza en aquello que no desilusiona, en aquello
que no pasa, en lo que es permanente. En una palabra, ponen su esperanza en
Dios. Y las personas por excelencia que han puesto, o deberían poner su
esperanza en Dios, son las personas consagradas, de acuerdo a lo que la
Vita consecrata define por consagración: “(la consagración es) Un
testimonio ante todo de la afirmación de la primacía de Dios y de los
bienes futuros, como se d esprende del seguimiento y de la imitación de
Cristo casto, pobre y obediente, totalmente entregado a la gloria del Padre y
al amor de los hermanos y hermanas” . Al poner su esperanza sólo en Dios, las
personas consagradas apuestan toda su existencia en Dios, sin permitirse nada
que pueda llamar su atención fuera de Dios. Este vivir sólo para Dios
está destinado a ser una fuerte llamada de atención para las personas que
viven sin esperanza. Casi en forma instintiva, tienden a ver en las personas
consagradas algo especial, algo que las hace diferentes.
Pero esta diferencia sólo será real y sólo será
efectiva, es decir, será un reclamo para el cambio, en la medida en que la
persona consagrada viva con radicalidad su consagración. Y vivir con
radicalidad la propia consagración no es otra cosa que la santidad.
Juan Pablo II en la carta apostólica Novo millennio
ineunte recuerda a todos los fieles que uno de los frutos del Jubileo ha
sido el de s antidad, aspirar a la santidad. Conviene por tanto recordar con
claridad que el concepto de santidad no está reservado a unos pocos, sino que
es patrimonio que todos los bautizados están llamados a alcanzar. El concepto
de santidad que hacía ver a las personas santas como personas ya fuera de
este mundo, como personas inaccesibles que desde esta vida habitaban en
otra esfera, persona que despreciaban las realidades de esta vida, debe dar
paso al verdadero concepto de santidad que no es otro que la vivencia radical
de la vida cristiana. Ya decía Santa Teresa de Jesús que santo es aquel que
hace las cosas ordinarias en forma extraordinaria por amor de Dios.
Y esta es la santidad que las personas consagradas
están llamadas a vivir. No se les pide cosas raras, ni que huyan del mundo,
sino que vivan con radicalidad su consagración. Viviendo con radicalidad su
consagración, serán personas santas que podrán llamar la atención de otras
personas, especialmente las que viven si esperanza. Con una lectura atenta a
las Constituciones, nos damos cuenta que la mayoría de ellas invitan a sus
miembros a seguir un programa personal de santidad, apoyándose y aprovechando
los medios que el Instituto o la Congregación ponen a su disposición. Además
Juan Pablo II en Vita consecrata resume la vida consagrada como un
programa de vida que debe tender siempre a la santidad: “(poner cita VC, 93)”
Aquí es en donde se da la unión entre santidad y
diálogo con el mundo. No basta lanzarse a dialogar con el mundo. No basta tan
sólo buscar las mejores técnicas de comunicación, conocer el mundo en el que
vivimos. Junto con esas técnicas y esos conocimientos que no deben ser
despreciados, debemos tomar conciencia que viviendo la santidad, atraeremos
las personas a nosotros. La santidad, por otra parte, no nos permite ser
personas estáticas. La santidad, entre otras cosas, busca llevar a Dios al
mayor número de almas posibles. La santidad no se contenta con ir sola al
cielo. Quiere compartir esta felicidad. Por ello, una persona santa,
verdaderamente santa es la que no se cansa en ensayar fórmulas nuevas para
llevar más personas a Cristo, porque ha puesto en Cristo su ilusión y su
esperanza. Afirmar el primado de la santidad no es más que decir que la vida
se aprovecha como una gran oportunidad, hecha de pequeñas y diarias
oportunidades, para acercar más almas hacia Cristo. Es uno de los principios
básicos de la vida espiritual, pues nadie puede transmitir lo que no tiene.
La santidad será otro elemento que nos servirá a
nuestra posterior reflexión. Bástenos por el momento recordar que en la figura
del Fundador/a la persona consagrada tiene un modelo accesible de santidad que
puede y debe imitar.
- Reforzar el sentido eclesial.
Podemos afirmar que dentro de los aspectos que han
sufrido una mayor transformación en el periodo de la renovación ha sido el de
la vida fraterna en comunidad. El desarrollo s ocial del último siglo ha
dejado como herencia la centralidad del hombre como parte de un todo. No puede
y no debe concebirse al hombre como centro del Universo, sino que se le debe
referir siempre a un algo que los englobe. “La identidad de los miembros de la
Iglesia ya no se define a partir de ellos mismos, sino a través de las
relaciones eclesiales y de los modos específicos de participar en la única
misión de Cristo y de la Iglesia.”
Mucho se ha escrito sobre la forma en que las personas
consagradas deben establecer estas relaciones eclesiales y los modos
específicos de participar en la misión de la Iglesia. Uno de los documentos
más extensos y mejor logrados lo es sin duda el de “Vida fraterna en
comunidad”, de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica que en 1990 propuso las directrices para
enfrentar la problemática y las nuevas situaciones que se daban en la vida
comunitaria, a partir de los cambios originados por e l Concilio Vaticano II .
Vino después el documento Mutuae relaciones en donde se daban pistas
seguras para una cooperación segura y fructífera entre el obispos y los
religiosos establecidos en una diócesis. Le siguió la exhortación apostólica
postsinodal Vita consecrata que de alguna manera recoge e incluye
muchos de los pasajes anotados por Congregavit nos (“Vida fraterna en
comunidad”). Últimamente se ha dado un mayor impulso a la vida fraterna en
comunidad en la carta apostólica Novo millennio ineunte en donde el
Papa hace un trazado de lo que deberá ser la espiritualidad de comunión. Y por
último el documento Ripartire da Cristo, también de la Congregación para los
Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, afirma
categóricamente la importancia de la vida fraterna en comunidad, a partir del
testimonio que se debe dar del Amor.
Y sin embargo fueron muchos los que durante el
Congreso apuntaron cierta desilusión sobre los resul tados de la vida fraterna
en comunidad, proponiendo modelos alternativos a los que hasta ahora se habían
ensayado . De hecho el mismo Mons. Rodé no duda en dar algunas pistas de
solución para estas desilusiones: “El camino recorrido en estos últimos años
en el estudio de la identidad de la vida consagrada es seguramente notable;
sin embargo los temas contenidos en los documentos del Magisterio, en
particular en la Exhortación apostólica Vita consecrata y en las dos
Instrucciones de nuestro Dicasterio, Vida fraterna en comunidad y Ripartire
da Cristo, no parecen haber penetrado en la conciencia de las personas
consagradas ni en la de las comunidades cristianas.”
En mi camino de investigador de la vida consagrada no
dudo en afirmar la triste de situación que constato en muchas comunidades
religiosas: la escasa atención que se pone a los documentos emanados por la
Sede apostólica, bien sea por el propio romano Pontífice, o a través de los
diversos dicasterios q ue ayudan al Papa en la Curia romana. En muchas
ocasiones se lee más a autores de moda con una teología dudosa, que los
escritos del Papa.
Si a este hecho, ya de por sí lamentable, unimos la
escasa capacidad que se da de asimilar lo que se lee, podemos explicarnos el
desencanto que nota el Prefecto de la Congregación para los Institutos de vida
consagrada y las Sociedades de vida apostólica. Es fácil entonces explicar el
porqué del desencanto en tantas personas consagradas al observar en sus
comunidades una vida fraterna de muy poca o baja calidad y una inserción poco
fructuosa en la realidad diocesana. Además de que no se han leído, o no se han
leído bien los documentos del Magisterio de la Iglesia en lo que se refiere a
la vida fraterna en comunidad, esta lectura no ha calado en la conciencia de
los individuos, es decir, no se ha hecho una operación de razonamiento, como
había señalado al inicio de este artículo. No se ha utilizado la capacidad
crítica para saber analiza r, sacar conclusiones y aplicaciones prácticas de
un escrito. Bien sabemos que los documentos de la Iglesia, por su riqueza
teológica, son profundos y requieren un estudio serio y adecuado. Y después
del estudio, es necesario hacerlos propios. No basta saber, sino hay que
convencerse de las propuestas que en ellos se hace. A veces preferimos
guiarnos por comentarios dudosos de esos documentos, que recurrir a las
fuentes mismas, es decir a los mismos documentos. Podemos hablar entonces de
una pereza mental en la vida religiosa que no permite elaborar un juicio
crítico frente a lo que se lee.
Junto con esta lectura reflexiva, atenta y crítica
debe tenerse en cuenta la visión de fe en la espiritualidad de comunión:
“Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón
sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz
ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro
lado. Espiritualidad de la comunió n significa, además, capacidad de sentir al
hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como <>,
para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y
atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.”
Sin esta visión de fe, los esfuerzos por lograr la espiritualidad de la
comunión pueden quedar en un mero esfuerzo humano, social o psicológico, sin
alzarse al plano espiritual que es el nivel en donde se realiza la verdadera
comunión, para, a partir de ahí, bajar a detalles prácticos y ayudarse, ahora
sí, de los aportes que puedan darnos las ciencias humanas, sociales o
psicológicas.
No hay que olvidar que esta visión de fe puede
sustentarse muy bien a través de la eucaristía, ya que es a partir de ahí de
donde parte el misterio de la comunión. Si se cree verdaderamente en la
presencia real de Cristo en la eucaristía, se sabrá que todas las personas que
partici pan de ella, viven unidas por el mismo Cuerpo y la misma Sangre. Nadie
que <> puede ser indiferente ante otro hermano/a que come de la misma Carne y
bebe de la misma Sangre. No son ya los lazos de la carne los que nos
unen, sino los lazos del Espíritu, que nos hace ver en el hermano/a a otro
Cristo: “Si la Eucaristía es el surtidor de la unidad eclesial, ella es
también su máxima manifestación. La Eucaristía es epifanía de comunión.”
Este aspecto de la comunión eclesial será el segundo
elemento de estudio en nuestro artículo.
- Testimoniar la fuerza y la caridad de Cristo.
“... pasión por la humanidad” es la segunda parte del
lema del Congreso Internacional de la vida consagrada. Y no podía ser otro, ya
que la vida consagrada nace del seguimiento de Cristo para seguir sus huellas:
consagrados para la misión.
El Congreso ha tenido la genialidad de poner el dedo
en la llaga al hacer un elenco pormenorizado de la situación por la que pasa
el mundo, un mundo, no debemos jamás olvidar, que debe ser transformado por la
levadura de los valores evangélicos. “Nos encontramos en un cambio de época,,
marcado por: grandes progresos de la ciencia y de la tecnología, pero
incapaces de resolver los grandes problemas de la humanidad; potentes medios
de comunicación que colonizan nuestro espíritu; mundialización y globalización
que nos hacen interdependientes, pero al mismo tiempo dañan las identidades
particulares; aconteceres que nos sorprenden y nos confunden y que sin embargo
expresan a Dios como el Señor de la historia; la sed y la crisis de “sentido”,
por las que se ofrecen miles propuestas y promesas.” También fueron señaladas
la falta de un lugar dónde habitar, la falta de una historia propia y la
cultura dominante, contraria al evangelio .
Los consagrados nos hemos vuelto expertos en el
análisis de la situación. A cuantos congresos y pláticas habremo s de asistir
o hemos asistimos, sabemos que invariablemente se hará un análisis de la
situación. Tal parece que nuestros programas pastorales han naufragado en
el análisis de la situación, porque no hemos pasado a la práctica, al punto
concreto. Seamos sinceros con nosotros mismos y reflexionemos el tiempo que
hemos dedicado a poner en obra los propósitos de nuestros programas
pastorales. Sin duda alguna nos ha faltado una verdadera Pasión por la
humanidad que se traduce en una fantasía de la caridad que nos
permita no sólo ver los nuevos rostros de la pobreza (¿cuántas veces hemos
oído esta frase?), sino poner la solución. Podemos correr el riesgo de caer en
un “horizontalismo” que aleja en lugar de acercar las personas a Cristo. La
verdadera Pasión por la humanidad debe lanzarnos a hacer a Cristo
visible en el mundo. No debemos replegarnos en nosotros mismos, en nuestra
debilidad o falta de imaginación. La esperanza, que tanta falta hace a la vida
consag rada, es la única virtud capaz de hacer mover nuestra voluntad . Si con
la esperanza somos capaces de soñar un futuro para la humanidad, una humanidad
re-cristianizada, ganada para Cristo y los valores del evangelio, entonces es
posible que la pongamos en práctica. Y para soñar una vida de ese
cariz, necesitamos ir a la Eucaristía. “La vida consagrada encuentra la fuerza
(en la Eucaristía) para salir de los bloqueos, para superar las barreras, para
vencer los ensimismamientos, para iluminar las lecturas unilaterales de la
realidad.”
Si nos somos capaces de cambiar después de leer esto,
quiere decir que no hemos frecuentado la Eucaristía y no hemos sido capaces de
soñar con Cristo una vida diferente a la que vivimos hoy. Quien frecuenta a
Cristo en la Eucaristía, quien de verdad se da cuenta que se encuentra delante
del Señor de la vida y de la historia, no puede menos que ver en un
futuro una vida más cristiforme. Y amando esta vida cristiforme, podrá mover
su voluntad, de forma que haga presente la fuerza y la caridad de Cristo en
nuestro mundo. Quien teme, quien se repliega en los sofismas de la edad, la
cultura, la dificultad, está diciendo que no conoce a Cristo, que no lo ha
frecuentado, tal y como ha invitado Mons. Corti en los últimos Ejercicios
espirituales predicados al Papa y a la Curia romana. Se debe frecuentar para
amar. Se debe frecuentar al Amado para sacar de ahí las fuerzas necesarias.
Este será el tercer elemento de estudio.
El dinamismo del carisma.
Los retos que nos ha propuesto el Congreso
Internacional de la vida consagrada son ingentes: afirmar el primado de la
santidad, reforzar el sentido eclesial de la vida consagrada y testimoniar la
fuerza y la caridad de Cristo.
Podemos quedarnos con un estudio intelectual y
quedarnos simple y sencillamente en un conocimiento teórico de lo que ha
ocurrido. Nos sucede como quien estudia geografía y se apasiona por los n
ombres de los ríos, los mares y las montañas, pero no sale de la estrechez de
su banco de estudio para explorar lo estudiado en un libro o en un aula de
clases. No se trata por tanto de saber lo que se dijo en el Congreso,
sino de ponerlo en práctica. El Papa, el prefecto de la Congregación para los
Institutos de Vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, junto con
otros oradores, han dado las pautas de acción, pautas que vienen a confirmar
lo dicho por el Magisterio en el periodo de la renovación de la vida
consagrada.
Aquí se pone en juego la capacidad crítica de las
personas consagradas. Después de la información viene la formación. Es
necesario hacer una labor de reflexión y análisis, de resonancia, para
entender y poner en práctica las directrices de este Congreso. Propondré a
continuación, siempre sujeta a discusión y análisis –que de eso de trata-, una
herramienta que pueda ayudarnos a tener una capacidad crítica frente al
Congreso Internacional de la vida consagrada.
El Congreso, por boca de Mons. Rodé, nos ha lanzado
los tres retos ya mencionados. Creo que un primer paso es buscar la aplicación
de estos tres retos en mi mundo particular: en mi persona, en mi comunidad
religiosa donde habito y en la realidad eclesial en donde desarrollo mi
apostolado. Sin esta reflexión y aplicación personal, todo lo que se diga o se
haga será infructuoso para la puesta en práctica del Congreso. Las preguntas
¿cómo puedo reforzar la santidad, personal, comunitaria y eclesial? ¿De qué
manera puedo vivir la espiritualidad de comunión? y ¿Cómo puedo testimoniar la
fuerza y la caridad de Cristo? deben estar en la base de la reflexión personal
y comunitaria.
Pero aquí corremos el riesgo de caer en una
inflación documentaria. Si al programa personal, comunitario y eclesial
(parroquial o de la diócesis) debo añadir el programa que emanará de esta
reflexión, podemos perdernos entre tantos programas. Los planes tenderán a a
hogarnos, sin lograr que aterricen y se lleven a la práctica. Debemos por
tanto buscar un medio, una forma que nos permita aplicar los retos que el
Congreso nos propone a lo que ya estamos viviendo.
Pienso que un medio podría ser la revisión de nuestros
programas a la luz de los retos del Congreso. Sin embargo, puede ser que
caigamos en el problema de la duplicidad. Al revisar los programas podemos
comenzar a hacer añadidos para poner en obra las indicaciones del Congreso. Y
quizás podamos llegar a anular los programas anteriores porque no se adecuan
ya a lo dicho en el Congreso.
Sin embargo, prosiguiendo en el análisis que siempre
debemos hacer como personas críticas, nos damos cuenta que los tres retos del
Congreso –santidad, espiritualidad de la comunión y testimoniar la fuerza y la
caridad de Cristo- no se sobrepone a nuestros programas, antes bien, refuerzan
los programas. No se trata por tanto ni de una revisión de los programas a la
luz de estos tres reto s, ni de crear programas especiales para ponerlos en
práctica, sino de vivir los tres retos en el marco de lo que ya estamos
viviendo. Vivir de forma tal que podamos responder a los tres retos lanzados
por el Congreso. De esta forma no deberemos añadir nada a nuestros programas
ni crear un programa especial. Debemos tan sólo vivir nuestra esencia de
consagrados en clave de santidad, espiritualidad de comunión y testigos de
Cristo. No es por tanto ya la dispersión de las fuerzas, sino el vivir nuestra
identidad de consagrados buscando cumplir estos tres retos.
Por otra parte, los elementos que involucran los retos
lanzados en el Congreso los podemos catalagar en retos a nivel humano, retos a
nivel cristiano y retos a nivel de consagración. Son retos a nivel humano, ya
que para alcanzar la santidad, lograr el espíritu de comunión y testimoniar a
Cristo en nuestro mundo es necesaria una base humana fuerte, madura y sólida.
Siguiendo al Aquinate, “la gracia supone la naturalez a, no la suprime”,
podemos establecer que quien quiera aspirar a la santidad deberá tener primero
la suficiente madurez humana para saber ser fiel a esta decisión. No basta
sólo el querer ser santo, es necesario poner los medios para ponerlo por obra.
Y poner los medios implica una gran madurez humanal madurez, que definida por
el Concilio como “la capacidad para tomar prudentes decisiones” , nos lleva a
saber elegir no sólo el ideal, sino también los medios para llevarlo a cabo.
Madurez humana no sólo para afirmar el primado de la
santidad en nuestra vida, sino también para vivir el espíritu de comunión al
saber renunciar muchas veces al propio juicio para hacer espacio al hermano.
Saber salir de nosotros mismos en un éxodo constante para lograr vaciarnos de
nuestras viejas creencias y revestirnos del hombre nuevo, abierto siempre al
otro, porque sabemos ver en el otro, el rostro de Cristo.
Y madurez humana requerida para no desfallecer en la
búsqueda de los medios más eficaces, más idóneos para testimoniar a Cristo en
un mundo que muchas veces está alejado de los valores del evangelio y a veces
repele cualquier invitación a seguirlo. Madurez humana para no tirar la
toalla (gettare la spugna) ante los fracasos, que serán muchos y muy
variados. Madurez humana para buscar alternativas, siempre con la ilusión de
la meta: testimoniar la fuerza y la caridad de Cristo, no replegándonos en
nuestro mundo.
Pero los retos implican también tener o adquirir un
nivel cristiano fuerte. Y por nivel cristiano me refiero a la vivencia del
seguimiento de Cristo. La santidad, el espíritu de comunión y testimoniar a
Cristo, no se pueden entender y vivir si no se ha hecho de Cristo el centro de
la vida. “Es el Espíritu quien nos hace reconocer en Jesús de Nazaret al Señor
(cf. 1Co 12, 3), el que hace oír la llamada a su seguimiento y nos identifica
con él: «el que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo» (Rm 8, 9).
(...)Es nece sario, por tanto, adherirse cada vez más a Cristo, centro de la
vida consagrada, y retomar un camino de conversión y de renovación que, como
en la experiencia primera de los apóstoles, antes y después de su
resurrección, sea un caminar desde Cristo.”
Y por último, para vivir estos tres retos es necesario
también un gran nivel de vida consagrada, es decir, el seguimiento especial de
Cristo con una forma muy bien definida, con una forma podríamos llamar
carismática.
La esencia de nuestra consagración, “especial
seguimiento de Cristo” lo encontramos sin duda alguna en el carisma: “el
carisma lo abraza todo: en el estilo de vida y en la personalidad; en la
totalidad y originalidad de sus actitudes y comportamientos; en su oración; en
su modo de acercarse a los otros; en el empeño y en la seriedad con las que
interpreta el trabajo; en la libertad de tomar la vida con humorismo; en el
saber convivir.” El carisma por tanto es la fuerza aglutinante de la persona
consagrada. Se es persona consagrada porque se ha decidido seguir
especialmente a Cristo, pero con una forma, con un estilo particular. Se es
persona consagrada porque se quiere llevar adelante un proyecto de vida de
acuerdo a una identidad muy bien definida, identidad que viene siempre a
través del carisma.
El carisma no es sólo un accidente espiritual en el
seguimiento de Cristo. Por el carisma la persona aprende a ser adulto, a ser
cristiano y a ser consagrado. El carisma por tanto engloba, como hemos ya
dicho, a toda la persona. Y esto es así porque el carisma representa una
fisonomía y unas funciones específicas propias .
Me parece que hemos encontrado por tanto en el carisma
el factor aglutinant para vivir los retos que se nos han propuesto en
el Congreso Internacional de la vida consagrada. Sin embargo debemos probar
nuestra hipótesis, para no correr el riesgo de imponer sin un justo y adecuado
razonamiento. Queremos proponer a la mente, de forma que la razón presente a
la voluntad una idea y sea la voluntad quien guíe a la persona para ejecutar
lo que la razón ha visto como un ideal.
¿Por qué el carisma es factor aglutinante de la
persona consagrada?
Comencemos nuestro discurso tratando de definir
términos. Debemos dejar muy en claro que entendemos como carisma, para después
justificar el porqué el carisma es factor aglutinante de la persona
consagrada.
La palabra carisma tiene diversas acepciones. La
expresión paulina se refiere siempre a un don, “un don particular de la gracia
divina operado en el creyente por medio del Espíritu Santo para la utilidad
común de la Iglesia.” Pero a nosotros no nos interesa cualquier carisma, sino
el carisma de una congregación religiosa. Aunque aquí también se dan diversos
significados, especialmente por las divisiones que se hace de la palabra
carisma, entendida como carisma del fundador, carisma congregacional o
carisma de fundador, bástenos para nuestro estudio tomar en consideración
aquella definición que nos ayude a entrever las peculiaridades que una
determinada familia religiosa tiene para seguir de manera especial a Cristo, a
través de los consejos evangélicos. Buscamos por tanto, lo más peculiar,
lo que distingue a una Congregación de otra, si bien todas participan del
seguimiento de Cristo a través de los consejos evangélicos. Este aspecto
peculiar lo podemos encontrar en las obras apostólicas, en la regla de vida,
en las Constituciones, pero éstas no son sino las expresiones externas de una
realidad más profunda, que es el carisma. Podemos tomar las siguientes
definiciones de Giuseppe Bucellato, apenas antes citado: “El carisma del
fundador es el don personal y no transmisible que un hombre o una mujer
reciben del Espíritu y que lo/la pone al origen de una familia religiosa (...)
es aquel don personal que, estando al origen de la experiencia de la
fundación, traza los lineamientos espirituales esenciales que caracterizan la
identidad propia del Instituto, su misión en la Iglesia y su peculiar
espiritualidad.”
Es por tanto el carisma quien define la identidad no
sólo del Instituto religioso, sino de cada uno de los miembros. La experiencia
del fundador se transmite de generación en generación a todos los miembros
como una forma de especial seguimiento de Cristo, bajo la experiencia
particular del Fundador. Experiencia que se materializa en todos los aspectos
de la persona. Se es miembro de una congregación porque se participa del
carisma, carisma que engloba, como hemos dicho a repetidas veces, a toda la
persona.
Esta idea de que el carisma engloba o aglutina
a toda la persona, no es meramente una expresión infundada. El carisma, al ser
un modo peculiar del seguimiento de Cristo, forma una impronta en toda la
persona. Su forma de ser, de pensar, de actuar y hasta sus mismos
sentimientos, vienen formados por el carisma. No se trata de una expropiación
de la persona. La persona consagrada seguirá poseyendo su carácter y
personalidad propias, pero al dejarse modelar por el carisma, adquirirá
características peculiares muy específicas que se irán infiltrando en su ser,
hasta revestirla de este peculiar estilo de vida, llegando a afirmar con San
Pablo <>.
Y este englobar o aglutinar a toda la persona, se hace
en forma natural. La identidad de la persona consagrada no es otro que seguir
en forma especial a Cristo. El carisma le dará las formas peculiares de este
seguimiento. Si una característica del especial seguimiento de Cristo en la
consagración son los consejos evangélicos, el carisma le señalará cómo vivir
esos consejos evangélicos. Y a su vez, la vivencia de los consejos evangélicos
requiere y forman en el hombre una peculiar madurez humana. Vivir la
obediencia, la pobreza o la castidad al estilo que el Fundador ha vivido,
implica una act itud muy especial frente a las criaturas, ya sean éstas los
bienes materiales, el dinero, las personas del propio sexo o del sexo
contrario, el propio juicio y la voluntad. La forma en que la persona
consagrada se relaciona con estas realidades le viene dado por las
Constituciones, la regla de vida, es decir, por el carisma. Así, cada vez que
la persona libremente vive el carisma en la vivencia de los consejos
evangélicos, la persona forma en sí mismo un peculiar estilo de vida, estilo
de vida que formará su identidad de persona consagrada .
Pero esta formación engloba a toda la persona. No es
nada más la parte espiritual la que queda comprometida en la vivencia de los
consejos evangélicos. Actúa el hombre en su totalidad. Por ejemplo, al
depender del superior para un permiso, está actuando no únicamente la parte
espiritual para ver la voluntad de Dios en la persona ante la que se debe
depender, se está actuando también la voluntad humana para elegir ir al
superior y no a ctuar por cuenta propia. Se refuerza también la madurez humana
al hacer una decisión ponderada y no actuar por sentimiento o por impulsos. En
fin, es toda la persona la que se involucra al vivir el carisma.
¿Por qué el carisma hace vivir los retos del
Congreso?
El carisma posee un dinamismo interno que permite a la
persona consagrada vivir su consagración y progresar en todos los aspectos que
conforman su vida, como brevemente lo hemos explicado en el inciso anterior.
No podemos decir, por tanto, que quien viva fielmente el carisma, se quede
anclado y no avance en una plena realización humana, cristiana y consagrada.
Por tanto, los tres retos pueden ser afrontados, sin
necesidad de la multiplicidad de programas, en la medida en que la persona
viva el carisma de la consagración. Procedamos al análisis de esta
aseveración.
El primer reto es el afirmar el primado de la
santidad. “Todos vosotros, consagrados y consagradas, estáis llamados a se
guir más de cerca de Cristo, a tener en el corazón sus mismos sentimientos
(Fil., 2, 5), a aprender de Él, manso y humilde de corazón (Mt. 11, 29), a
cumplir junto con Él la voluntad del Padre (Jn. 6, 28), a seguirlo en el
camino de la cruz.” Esta santidad no es algo intangible, no es algo teórico,
es algo que se debe programar . Es algo por tanto, al alcance de la mano. Algo
que se alcanza con el fatigar de todos los días, si se saben descubrir en
todos los días las oportunidades para alcanzar la santidad. Más que la
exención de pruebas, dificultades o tentaciones, la santidad consiste en
aprovechar todas las circunstancias cotidianas para transformarlas en gracia,
en material adecuado para acercarse a Cristo y acercar las almas a Cristo.
Y las personas consagradas tienen la inmensa facilidad
de acceder a la santidad a través del carisma, especialmente en dos
vertientes, que lleva al mismo fin: a través de la imitación del Fundador/a y
a través de la vivencia del mismo ca risma. Quien vive el carisma en forma
radical, esto es, en sus más mínimas consecuencias y libremente elige llevar a
cabo todo aquello que el carisma le indica, no está haciendo otra cosa que
santificarse e imitar a su Fundador/a. La figura del Fundador/a no deberá ser
alguien lejano, pretérito, inaccesible. Debe ser alguien a quien se pueda
conocer, amar y seguir, como una persona que ha precedido a la persona
consagrada en el camino de la santidad. De esta forma sus ejemplos, sus
luchas, sus fracasos, sus triunfos serán nuestros en la medida que nos
decidamos a imitarlos en las situaciones actuales. No es ni más ni menos que
la fidelidad creativa a la que llama constantemente el Papa, desde la
exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata: “Se invita pues a
los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad
de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que
surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo un a llamada a
perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y
espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la
competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la
propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas
situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración
divina y al discernimiento eclesial. Debe permanecer viva, pues, la convicción
de que la garantía de toda renovación que pretenda ser fiel a la inspiración
originaria está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena con el
Señor.”
Quien vive radicalmente el carisma, está llamada a la
santidad. No tiene otra escapatoria. Viviendo su vida con fidelidad creativa
al carisma del Fundador/a, tiene la garantía de que está afirmando el
primado de la santidad. No deberá multiplicar los programas, las acciones,
deberá tan sólo centrarse en aquello que el Fundador le ha mandado. Des de
laudes hasta vespro tiene la vida guiada por un ejemplo del Fundador.
El segundo reto es el de vivir la espiritualidad de la
comunión para reforzar el sentido eclesial.Todas las personas
consagradas participan de unos ideales comunes que vienen recogidos en el
carisma. La actividad apostólica, las relaciones con las personas laicas, con
las demás personas de Iglesia, la vida fraterna en comunidad debería ser la
expresión del amor a Cristo, expresado y querido por cada Congregación a
través de formas específicas, dictadas por el carisma. En la base de todos los
vínculos que se establecen, humanos y espirituales, está Cristo como el
centro. Cristo como modelo a seguir para quienes lo han elegido como Esposo a
través de unos vínculos específicos y una forma de vida muy peculiar y
radical, a la manera de los apóstoles . Pero el Cristo no en una forma etérea
o abstracta. El Cristo real de la Eucaristía, como dice el Papa, “Si la
Eucaristía es fuente de la unidad ecles ial, ella es también su máxima
manifestación.” Un Cristo por tanto que sea no sólo el centro de la comunidad,
sino la fuerza que aglutine a todos los miembros de la comunidad. Todas las
personas consagradas participan cada día del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Esta participación es real y las hace cada día más semejantes a Cristo. Cada
persona consagrada se convierte por tanto en más Cristo y en más hermano/a
de la comunidad, por su participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. De
aquí deberían brotar dos consecuencias para la vida fraterna en comunidad. La
primera es la toma de conciencia que el hermano/a que tengo a mi lado es ahora
más Cristo. Si bien es cierto que aún tiene sus miserias por la participación
en la naturaleza humana, todos en la comunidad deberían tratarlo/a de una
manera en que se pudiera en evidencia esta participación divina. Es por ello
que el hermano/a se convierte en más hermano/a, pues deja de ser ella
misma y se convierte en más Cristo, po r su participación en el sacramento de
la Eucaristía.
La segunda consideración brota del hecho mismo de la
Eucaristía. No cabe duda que ver a la hermano más hermano/a requiere un
acto de fe. No es fácil ver a Cristo en aquella persona que tiene tantas
debilidades y que precisamente se convierte en un obstáculo para la vida
fraterna en comunidad. Se requieren grandes dosis de fe. Dosis que sin duda
alguna no se adquieren por una gracia infusa, sino que provienen de la gracia
santificante que nos da la Eucaristía. Ver en la persona consagrada a otro
Cristo no debería ser sólo una bella imagen para alegrar los ratos de
recreación en la comunidad. Debería ser todo un programa de trabajo para
mejorar la calidad de la vida fraterna en la comunidad. Y sólo se puede tener
acceso a esta visión de fe, cuando el alma se alimenta de la Eucaristía, pues
ella permite ver en la otra hermana a un alma que participa del mismo Cuerpo
Sangre de Cristo, convirtiéndose así en otro Cr isto.
Podría argumentarse que esta visión carece de realismo
al ser demasiada idealista, pues no toma en cuenta los defectos de las
personas consagradas. Nunca hemos negado los defectos de las personas
consagradas. El participar de la Eucaristía no quita los defectos ni a la
persona que comulga el Cuerpo de Cristo ni al religioso/a que ve al hermano/a
comulgar. Comunidad de santos y pecadores permaneceremos mientras Dios permita
pasar nuestros días en esta tierra. Pero esta visión de fe, si en verdad es
real y si en verdad quiere ser agente transformador de la vida fraterna en
comunidad, deberá de llevar a la persona consagrada a conceptualizar a su
hermano/a en religión (y por extensión, a todas las hermano/as de su
comunidad) como una santo/a, a pesar de esos defectos y deficiencias. Visión
audaz pero realista de la naturaleza humana, caída en el pecado, pero redimida
por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
El último reto es el de testimoniar la fuerza y la
caridad de Cristo: “De frente a una sociedad en que el amor a menudo no
encuentra espacio para expresarse con gratuidad, los consagrados y las
consagradas están llamados a testimoniar la lógica del don desinteresado: su
elección se traduce en <>.” El carisma se expresa genialmente en las obras
apostólicas. Las hay de la más diversa índole. Parecería que la imaginación de
los Fundadores/as no tuviera frontera. El Espíritu ha soplado verdaderamente
sobre de ellos y así, puede decirse que han cubierto todas las miserias
humanas: físicas, psíquicas, espirituales, sociales. Ningún hombre, ninguna
mujer han quedado al margen de algún carisma que el Espíritu ha suscitado a la
Iglesia, a través de los Fundadores/as.
La persona consagrada que quiera testimoniar la
fuerza y la caridad de Cristo en nuestr o tiempo no tiene más que realizar
un solo trabajo: aplicarse en la vivencia del carisma. Cada carisma comporta
obras específicas, delineadas por el Fundador/a y aprobadas por la Iglesia. No
debe pasarse la vida sopesando su oportunidad, pues tal duda puede venir del
maligno. Si cuentan con la bendición de la Iglesia, si el Fundador/a las ha
querido, no queda más que vivirlas y ponerlas en práctica, con la fidelidad
creativa que implica el don personal, la imaginación de la caridad y la
adecuada aplicación a las circunstancias actuales. El carisma es como una
avalancha, que una vez vivido, arrasa con todo. Las almas generosas que se
deciden a vivirlo en radicalidad, encontrarán fuentes inagotables de
inspiración para hacer presente a Cristo en nuestro mundo. Quien vive el
carisma es portador de esperanza. El carisma es la respuesta de Dios a las
necesidades del hombre del siglo XXI. Si el carisma es una realidad viva y
dinámica , toca a cada persona actualizar la vivacidad y l a dinamicidad
del carisma en cada situación en la que la obediencia le ha destinado.
¿Cómo puedo vivir el carisma?
Si no damos pistas para poner en práctica lo que hasta
el momento hemos sugerido, la vivencia radical del carisma, podemos caer en el
error de inflacionar los escritos sobre la vida consagrada. Nuestro objetivo
era el de ayudar a crear una resonancia en las personas consagradas
para reflexionar críticamente sobre el Congreso Internacional de la vida
consagrada. Hemos recogido y reflexionado sobre los retos del Congreso y hemos
propuesto a consideración el carisma como factor para vivir los retos del
Congreso. La pregunta permanece, ¿cómo puedo vivir el carisma?
Para vivir hay que frecuentar y para frecuentar hay
que conocer. Conocer el carisma de la congregación debe ser la primera tarea.
Esta es una invitación lanzada por el Concilio Vaticano II hace ya casi medio
siglo. Han sido grandes los esfuerzos que muchas congregaciones ha n hecho por
delimitar lo que es el carisma de la Congregación. No se trata de hacer un
esfuerzo para tratar de averiguar lo que es el carisma. Se debe hacer
un verdadero trabajo científico, como algunas congregaciones han hecho.
Sacrificando personal, tiempo y porqué no decirlo, recursos económicos, han
logrado, después de 10, 15 o 20 años, descubrir el carisma de la congregación.
Se dice fácil, pero requiere mucho sacrificio el llevar esta empresa adelante.
Sólo mediante el estudio asiduo, sistemático y científico se llega a
circunscribir el carisma a una realidad común, palpable, cierta. Es así como
se descubre lo que es esencial de lo que es accesorio, lo que es perenne de lo
que es pasajero, lo que es verdaderamente espiritual de lo meramente cultural,
lo que es real de lo que es meramente ficticio y había caído en desuso.
Sólo de esta manera se puede ir a los orígenes, como tantas veces han
insistido los Sumos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, al igual qu e los
documentos de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica. De lo contrario se puede caer en una renovación
de fachada, puramente externa, porque o se ha tocado con la mano el verdadero
espíritu del Fundador/a, su carisma, su patrimonio espiritual.
Una vez que se conoce el carisma es necesario
discernir para conocer su adaptación a nuestros tiempos. Aquí cabe muy bien la
invitación de Vita consecrata de copiar las mismas disposiciones que
tuvo el Fundador/a, disposiciones de lucha, de iniciativa y de audacia. No se
trata de recibir un carisma para que muera en nuestras manos. Se trata de
tomar un carisma para discernir su aplicación en nuestros días, pero con las
mismas características con las que lo vivió el Fundador. Este es una
adaptación que se debe hacer, como señalaba Paulo VI, a lo largo de su
exhortación apostólica Evangelica testificatio con un adecuado
discernimiento. Tal parecería, siguiendo a Arb uckle, sm , que después del
Fundador/a no hubiera pasado nada. Es necesario que todos los miembros de la
Congregación se den a la tarea de copiar en sí mismos las cualidades más
específicas que impulsaron a sus Fundadores/as a lanzarse en un proyecto de
grande envergadura, como fue la fundación del Instituto. No se pide a los
miembros que tengan el carisma del Fundador y se lancen a fundar un nuevo
Instituto. Se pide que tengan las virtudes del Fundador/a para llevar adelante
con nuevas y renovadas fuerzas, la obra que él inició.
Y después de haber discernido las adecuadas
adaptaciones del carisma, se deberá custodiarlo y desarrollarlo. Como realidad
viva y espiritual el carisma se desarrolla. Es una criatura en constante
evolución. El Espíritu garantiza su vitalidad y su aplicación en la medida en
que las personas consagradas sean fieles a él.
Por último, el mismo Mons. Franz Rodé, que nos ha
servido de guía conductor para conocer los retos que ha lanzado el Co ngreso,
nos da las pautas para hacer del carisma la clave para responder a dichos
retos. “El camino de la renovación no será jamás un retorno puro y simple a
los orígenes, sino una recuperación del fervor originario, del gozo del inicio
de la experiencia por re-apropiarse en forma inventiva del carisma.”
Comprender y llevar a cabo el don del carisma es la
tarea que las personas consagradas deben llevar a cabo si quieren cumplir los
retos propuestos para el Tercer milenio. Pero esta comprensión no se hace con
el intelecto, sino con la voluntad, es decir, con el corazón. Se debe en
primer lugar conocer con exactitud el carisma, para después pasar a hacerlo
propio con la voluntad. No a tenerlo como un libro, unas Constituciones o unas
circulares capitulares, sino a tenerlo como parte de la propia vida. Eso el
“re-apropiarse” del carisma, hacerlo propio con una actitud de gozo, el mismo
gozo que experimentó el fundador y los primeros miembros cuando iniciaron la
obra querida p or Dios. Si las personas consagradas no viven en clave de “los
primeros días”, a la manera del Fundador, cuando todo era confiar en la
Providencia, buscando sólo la gloria de Dios, de nada servirán los esfuerzos
de la renovación.
Re-apropiarse del carisma es ponerse en primera
persona a la tarea de hacer que el carisma siga avanzando con el mismo
espíritu con el que lo vivió el Fundador/a, sabiendo que si yo no lo hago, el
espíritu puede morir y así a obra de Dios, puede abortar.
Una última palabra...
Si bien la tarea es ardua y difícil, Mons. Rodé al
final da una palabra de esperanza para poder llevar a cabo esta renovación. Se
trata de la formación. Mediante una formación continua podremos llevar a cabo
este proceso continuo de re-apropiación del carisma. “Es necesario volver a
cuestionarse la formación de las personas consagradas, que no podrá ya más
limitarse a una sola época de la vida. Será indispensable, en una realidad que
cambia con un ritmo desenfrenado, desarrollar la disponibilidad a aprender
durante toda la existencia, en cada edad, en cada contexto humano, de cada
persona y de cada cultura, para poderse instruir a partir de cada fragmento de
verdad y de belleza con el que nos encontramos a nuestro alrededor. Pero
debemos aprender a dejarnos transformar de la realidad cotidiana, de la
comunidad, de los hermanos y las hermanas, de las cosas de todos los días,
ordinarias y extraordinarias, de la oración y del trabajo apostólico, en el
gozo y en el sufrimiento, hasta el momento de la muerte.”
Bibliografía
El Congreso Internacional de la Vida Consagrada se
llevó a cabo en la ciudad de Roma del 23 al 27 de noviembre de 2004 y fue
organizado conjuntamente por la Unión de Superiores Generales (USG) y la Unión
Internacional de Superioras Generales (UISG).
El Congreso Internacional de la Vida Consagrada se
llevó a cabo en la ciudad de Roma del 23 al 27 de noviembre de 2004 y fue
organi zado conjuntamente por la Unión de Superiores Generales (USG) y la
Unión Internacional de Superioras Generales (UISG).
José María Arnáiz, sm, Presentación, en Pasión por
Cristo, pasión por la humanidad, Paoline Editoriale, Milano, 2005, p.18
El secretario general del Congreso, P. José María
Arnaiz, sm, explica que este título fue producto de un estudio sistemático que
pretendía sintetizar el relanzamiento de la vida consagrada en sus dimensiones
de espiritualidad, comunión, gozo, esperanza por la misión y así percibir la
novedad del inicio del nuevo milenio.
Fabio Ciardi, omi, en Rifondazione, en Supplemento al
Dizionario Teologico della Vita Consacrata, Ancora Editrice, Milano, 2003, p.
311.
Mons. Franz Rodé, en La vita consacrata alla scuola
dell’eucaristia, en Pasión por Cristo, pasión por la humanidad, Paoline
Editoriale, Milano, 2005, p. 233
Paulo VI, Decreto Ecclesiam suam (II), n. 16 y 17.
Gerald A. Arbuckle, sm, Out of Chaos, Refounding
religiou s congregations, Paulist Press, New Jersey, 1988.
Paulo VI, Decreto Ecclesiam suam (II), n. 2.
Elena Marchitielli es profesora de Teología de la vida
consagrada en la Universidad Antoniana y durante muchos años fue presidente
del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de dicha Universidad. Es
conocida también por la labor histórica que ha realizado para su Congregación
al definir el carisma de las franciscanas alcantarinas.
Recomiendo ampliamente la lectura de la Exhortación
apostólica postsinodal Ecclesia in Europa de Juan Pablo II. En ella el Papa
hace una atinada reflexión sobre la situación de desesperanza por la que
atraviesa el hombre contemporáneo. Analizando las causas, podremos observar la
sed infinita que tiene el hombre se trascender y cómo la vida religiosa puede
llenar abundantemente este sentido de pérdida de ilusión por la vida.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita
consecrata, 25.3.1996, n. 85
Juan Pablo II, Exhortaci ón apostólica postsinodal
Vita consecrata, 25.3.1996, n. 93
Mons. Franz Rodé, en La vita consacrata alla scuola
dell’eucaristia, en Pasión por Cristo, pasión por la humanidad, Paoline
Editoriale, Milano, 2005, p. 238.
Las peculariedades del documento consisten en una
aplicación práctica a la vida cotidiana, una teología esencial de carácter
salvífico y decisivamente neumatológica, un modelo fraterno de la autoridad,
una especial importancia a la vida fraterna como signo de la humanidad nueva
inaugurada en Cristo y hecha posible gracias al Espíritu Santo, un esfuerzo
por lanzar nuevamente la vida de las comunidades religiosas, evidenciando el
primado de la caridad, antes que cualquier otro vínculo o observancia:
Los números 43 y 45 de dicha carta apostólica son todo
un programa para vivir la espiritualidad de la comunión. Quien en verdad
quiera dedicarse a un estudio serio del tema, con el fin de sacar conclusiones
prácticas, no deberá olvidar la lectura de esto s números. Las comunidades
religiosas podrían sacar provecho para la elaboración de sus programas de vida
comunitarios, tomando como base de estudio, reflexión y análisis estos dos
números.
No hay que olvidar que el hilo conductor del Congreso
ha sido el de “discernir para refundar”. Sobre la palabra refundar sugiero una
lectura amplia y profunda de los escritos de Fabio Ciardi quien sabe dar una
visión clara, completa y desapasionada de este término que puede causar
algunas perplejidades si no es tomado con la debida cautela. En especial puede
consultarse: Fabio Ciardi, In ascolto dello spirito, Ed. Città Nuova, Roma,
1996. En especial de la página 29 a la página 35.
Mons. Franz Rodé, en La vita consacrata alla scuola
dell’eucaristia, en Pasión por Cristo, pasión por la humanidad, Paoline
Editoriale, Milano, 2005, p. 237
Juan Pablo II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte,
6.1.2001, n. 48
Juan Pablo II, Carta apostólica Mane nobiscum Domine,
7.10.2004, n.21.< br />Documento final en Pasión por Cristo, pasión por la
humanidad, Paoline Editoriale, Milano, 2005, p.250.
Estas reflexiones fueron hechas por Timothy Radcliffe,
op en su ponencia La vida religiosa después del 11 de septiembre. ¿Cuáles son
los signos que ofrecemos? durante el Congreso Internacional de la vida
consagrada.
El término fantasía de la caridad o imaginación de la
caridad ha sido utilizado por Juan Pablo II en la carta apostólica Novo
millennio ineunte. En ella, el Sumo Pontífice nos invita a ser creativos en la
forma que se debe ayudar a los hombres de nuestro tiempo. Tal parece que los
cristianos, y los consagrados, del siglo XXI se enfrentan a los enemigos de la
humanidad con alfileres, mientras que los enemigos combaten con tanques. No se
trata de abandonar los principios evangélicos y lanzarse a una lucha meramente
por liberar al hombre desde un punto de vista social o político. El plan de
salvación es integral y se debe buscar el desarrollo integral de la persona.
Pero los medios deben ser adaptados a las situaciones cambiantes de nuestro
tiempo. Son los medios los que deben ser puestos al servicio de la caridad. Es
tanto, o debe ser tanto el amor por la humanidad (Pasión por la humanidad) que
haga a los consagrados desvivirse por buscar los medios más eficaces para
acercar más almas a Cristo. A veces se ven consagrados aferrados a medios
anacrónicos y obsoletos. Quizás fueron buenos en un tiempo pasado y puedan
seguir siendo buenos en su esencia. Se trata tan sólo de adaptarlos a las
situaciones cambiantes de la sociedad. LA esencia, deberá ser la misma: llevar
el mayor número de almas posible a Cristo, ayudarlos a transformar sus vidas
de acuerdo a los criterios evangélicos. Los medios deberán cambiar. Si nadie
entre los 16 y 35 años se acerca a la parroquia o al convento, entonces es la
caridad que debe ponerse a imaginar, a soñar nuevos métodos, nuevas formas,
hasta lograr el cometido. La esperanza le hará luchar hasta ver consegu ido su
objetivo. Parece que los consagrados hemos olvidado que el lenguaje del amor
no es la resignación, sino la lucha hasta morir por ver que Cristo y su
evangelio vuelva a vivir en la sociedad.
“La voluntad es el apetito racional que tiende a
conseguir aquello que el intelecto percibe como un bien; es el poder ejecutivo
de nuestra personalidad, gracias a la cual podemos prefigurar determinados
objetivos y determinados medios para alcanzarlos.” Esta definición la
encontramos en Narciso Irala, Il controllo del cervello, Edizioni San Paolo,
Milano, 1987, p. 61. Para que nuestra voluntad pueda moverse, pueda pasar a la
ejecución, debe reforzar los motivos por los que debe actuar, además de que
tiene que estar segura de que lo podrá lograr. Mientras mayor es la certeza de
lograr lo que ve con la mente y mientras más placer le produzca la acción que
debe desempeñar, más fácilmente podrá pasar de la decisión a la ejecución. Lo
que es una realidad desde el punto de vista antropológic o y psicológico, es
la base para llevar a cabo los programas de pastoral para hacer presente a
Cristo en nuestro mundo. Mientras más claramente concibamos la realidad a la
que queremos llegar y mientras más estemos convencidos de que con esa realidad
Cristo y el evangelio se harán presente en nuestra sociedad laicizada,
portando la verdadera felicidad a los hombres, con mayor fuerza nos
aventuraremos a poner en práctica lo que hemos visto con la mente. Es
necesario enamorarse y estar dispuesto a dar la vida por nuestros planes, para
que éstos en verdad cobren vida. De lo contrario no haremos más que in de
desilusión en desilusión, vendiendo nuestra esperanza al último arribista.
Mons. Franz Rodé, en La vita consacrata alla scuola
dell’eucaristia, en Pasión por Cristo, pasión por la humanidad, Paoline
Editoriale, Milano, 2005, p.244
Concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius,
28.10.1965, n. 13: “Obsérvense exactamente las normas de la educación
cristiana, y complétense con venientemente con los últimos hallazgos de la
sana psicología y de la pedagogía. por medio de una educación sabiamente
ordenada hay que cultivar también en los alumnos la necesaria madurez humana,
la cual se comprueba, sobre todo, en cierta estabilidad de ánimo, en la
facultad de tomar decisiones ponderadas y en el recto modo de juzgar sobre los
acontecimientos y los hombres.”
Congregación para los institutos de vida consagra y
las sociedades de vida apostólica., Caminar desde Cristo, 19.5.2002, n.20 y 21
Ibidem. n. 22.
Amedeo Cencini, Com’è bello stare insieme, Edizioni
Paoline, Milano, p. 63
No podemos detenernos en este estudio en las
definiciones de carisma. Bástenos mencionar que por carisma seguimos la línea
paulina de un don dado a una persona para ventaja de toda la Iglesia. Son
varios los estudios a los que nos remitimos en este tema: Giancarlo Rocca, Il
carisma del fondatore, Áncora editrice, Milano, 1998. Giuseppe Bucellato,
Carisma e rinnovamento, Edi zioni Dehoniane Bologna, 2002. Fabio Ciardi, In
ascolto dello spirito, Ed. Città Nuova, Roma, 1996. Y también el Supplemento
al Dizionario Teologico della vita consacrata, Ancora Editrice, Milano, 2003.
Conviene también referirse a la utilización que del término hacen los más
recientes documentos del Magisterio de la Iglesia como son Evangelica
testificatio, Redemptionis donum, y en especial Vita consecrata.
Giuseppe Bucellato, Carisma e rinnovamento, Edizioni
Dehoniane Bologna, 2002, p. 15.
Ibidem. pp. 23 – 37.
Es éste el principio de la formación permanente
sugerido y promovido por la Iglesia, que de alguna manera hace ver a la
persona consagrada que ella misma se está formando en la manera en que
participa del carisma de la Congregación La formación permanente no se puede
reducir a una formación profesional que se recibe a través de cursos,
ejercicios espirituales, charlas y conferencias. La verdadera formación
permanente es cuando la persona se construye día a día con la vivencia fiel y
delicada de todos los aspectos que comportan su propio carisma congregacional.
Juan Pablo II, Mensaje a los participantes al Congreso
Internacional de la vida consagrada, 26.11.2004, n.5.
Conviene aquí traer a colación toda la tercera parte
de la carta apostólica de Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, que marca
toda una programación de la santidad, haciendo ver la materialidad, la
cercanía y la plasticidad con la que se puede alcanzar la santidad.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita
consecrata, 25.3.1996, n. 37
Ibidem. n.72, 93
Juan Pablo II, Carta apostólica Mane nobiscum domine,
7.10.2004. n. 21.
Juan Pablo II, Mensaje a los participantes al Congreso
Internacional de la vida consagrada, 26.11.2004, n. 3.
Fabio Ciardi, omi, en Rifondazione, en Supplemento al
Dizionario Teologico della Vita Consacrata, Ancora Editrice, Milano, 2003, p.
324.
Gerald A. Arbuckle, sm, Out of chaos, Paulist Press, N
ew Jersey, 1988.
Mons. Franz Rodé, en La vita consacrata alla scuola
dell’eucaristia, en Pasión por Cristo, pasión por la humanidad, Paoline
Editoriale, Milano, 2005, p. 246.