EL CUERPO EN LA VIDA ETERNA - MATERIA Y RESURRECCIÓN

P. Manuel Carreira SJ

 

Cristo "reformará el cuerpo de nuestra bajeza, configurándolo según el Cuerpo de su gloria, por la fuerza que tiene de someter a sí todas las cosas". (Fil 3, 21.)

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Cristo, según nuestra fe, goza de un nuevo modo de existir como resucitado. Un modo de existir que nos espera a todos los hombres al fin de los tiempos, pero que solamente Cristo y María sabemos poseen antes de esa Parusía transformadora. Un modo de existir que pone a la misma materia del cuerpo humano en una situación a-espacial propia del espíritu "no limitado por espacio y tiempo" (Cat. de la Iglesia Católica no.645) en "otra vida más allá de tiempo y espacio" (Id. no.646).

 

La resurrección de Cristo no es parte de una simbología piadosa, ni una expresión mítica de una "vivencia" de la comunidad cristiana primitiva, sino un hecho histórico, comprobado por testigos que vieron, oyeron y tocaron vivo al que habían visto y tocado muerto tres días antes, y que rubricaron la certeza y sinceridad de su testimonio con el martirio. Si ver el cadáver de alguien es prueba de que ha muerto, el verle vivo después del sepulcro es igualmente prueba de resurrección, aunque ni en un caso ni en otro haya testigos del momento mismo de la muerte o de la vuelta a la vida. Negar este paralelismo obvio con juegos lingüísticos de un hecho "meta-histórico" es olvidarse de la racionalidad más elemental.

 

Solamente en los relatos evangélicos se nos permite vislumbrar un poco cómo un cuerpo -una estructura orgánica, material- existe "a modo de espíritu". Para profundizar en el significado de la Resurrección -de Cristo, de María, de la humanidad al fin de los tiempos- pueden ser útiles algunos conceptos de las ciencias biológicas y físicas de fines del siglo XX. Nuestra Fe no depende de puntos de vista científicos, sean los modos de pensar de hace veinte siglos o las hipótesis más recientes de la Mecánica Cuántica. Pero si la Teología es el esfuerzo de comprender la Revelación , y la verdad no es compatible con contradicción alguna, todo lo que es verdad en nuestro estudio de la naturaleza puede ser digno de conocerse en cuanto trata de algo tan íntimamente nuestro como la estructura orgánica que cada uno llama "mi cuerpo".

 

CONCEPTOS BÁSICOS: MATERIA Y ESPÍRITU

 

La Física es la ciencia que explícitamente trata de describir y comprender a la materia. Como ciencia experimental, no conoce a su objeto sino por su actividad, comprobable en sencillas observaciones y en experimentos que dan lugar a algún tipo de medida. Por eso toda definición aceptable en la Física tiene que ser "operativa": deben indicarse procesos de observación de actividad por los cuales se identifica aquello que se desea definir. No hay una intuición de esencias que permita definir en abstracto parámetros o componentes del mundo material.

 

El estudio de la materia comienza clasificando la inmensa variedad de actividades observables, desde el comportamiento de partículas elementales hasta la evolución del Universo en su totalidad. Puede resultar sorprendente que toda actividad descrita por la ciencia actual termina atribuyéndose a alguna de cuatro interacciones o fuerzas (aunque siempre permanece la posibilidad de descubrir algún nuevo proceso que exija aceptar una quinta fuerza). Las que hoy se conocen son:

 

•  Gravitatoria : siempre atractiva, de alcance ilimitado y de aplicación a todo lo que es materia. Hoy se expresa en términos de la Relatividad General , que la atribuye a la curvatura del espacio-tiempo debida a la presencia de masa, un efecto que no puede evitarse y contra el cual no hay barreras ni aislantes. Es, por muchos órdenes de magnitud, la más débil de todas las fuerzas, pero es la que domina en escalas cósmicas.

•  Electromagnética : atractiva o repulsiva, de alcance ilimitado, pero sólo afecta a partículas con una propiedad especial, distinta de la masa: la "carga eléctrica" que se da en dos variedades. Cargas idénticas se repelen, cargas de signo opuesto se atraen. Su intensidad (por ejemplo, entre dos electrones) es unos 100 trillones de trillones de veces superior a su atracción gravitatoria. Es responsable de la dureza, rigidez y aparente impenetrabilidad de objetos comunes, y también de la química aun biológica.

•  Nuclear fuerte : atractiva, entre partículas nucleares, tengan o no carga eléctrica, pero de alcance mínimo, de forma que sólo actúa dentro del núcleo atómico o en choques entre partículas. Es 137 veces más intensa que la fuerza electromagnética.

•  Nuclear débil : Sólo actúa dentro de cada partícula, transformándola. Se asocia con la emisión o absorción de un neutrino. Probablemente responsable de la destrucción final de estrellas de gran masa (Supernovas tipo II).

 

Todas estas actividades ocurren dentro de un marco espacio-temporal, en conjuntos de partículas en todos los niveles o en el vacío físico, que se distingue de la nada filosófica por tener propiedades medibles de tipo electromagnético y geométrico, y que se considera existe en un constante estado de actividad por la que su energía sintetiza pares de partículas y antipartículas que vuelven a pura energía casi inmediatamente. Esto afecta en un modo detectable a los niveles de energía del átomo de hidrógeno.

 

El espacio físico se ve distorsionado por la presencia de masa (explicación relativista de la gravedad) y todo fenómeno físico, por el cual puede medirse el paso del tiempo, se ve también retardado en un campo gravitatorio. Esto se expresa frecuentemente en forma popular diciendo que en esas circunstancias el tiempo fluye más despacio. Tales efectos espacio-temporales indican que espacio y tiempo no son realidades absolutas independientes de la materia ni desde el punto de vista filosófico ni científico, por lo cual el origen del Universo debe afirmarse como un comienzo total sin espacio previo ni un "antes".

Lo que percibimos como partículas , con su connotación imaginativa de pequeñas unidades sólidas, impenetrables, localizadas claramente en un lugar, no corresponde finalmente a nuestra experiencia vulgar expresada en tales palabras. Si bien en muchos experimentos parece confirmarse nuestra intuición por el comportamiento observable, en otros es indudable que las partículas no están localizadas con precisión ni tienen solidez ni individualidad propia. Se comportan como "ondas", pero no de un sustrato vibrante conocido, sino de un tipo realmente misterioso pero con consecuencias físicas repetibles e irreconciliables con el concepto de algo sólido y equivalente a una diminuta bola de billar. La dualidad partícula-onda no tiene representación adecuada en nuestra experiencia ni en nuestro vocabulario, pero sus consecuencias son claras y bien comprobadas:

 

•  Una partícula pasando por una rendija muy fina se ve afectada por la existencia de otras rendijas vecinas. De alguna manera, se comporta como si pasase por varias a un tiempo, aunque disten entre sí mucho más que el supuesto "tamaño" de la partícula (base de la utilización del microscopio electrónico, difracción e interferencia de electrones, ambos fenómenos propios solamente de ondas).

•  Una partícula encerrada en un "pozo de potencial" (campo de fuerzas) del cual no puede salir por no tener energía suficiente, aparece espontáneamente –con una probabilidad calculable- en otro lugar fuera de ese pozo, sin gasto de energía y sin haber cruzado el espacio intermedio ("efecto túnel", de utilización constante en circuitos electrónicos de la tecnología actual ).

•  Interacciones entre partículas del mismo tipo exigen renunciar a la identificación individual de cada una, si los cálculos han de ser consistentes con resultados experimentales. Parecen no tener identidad propia.

•  No hay límite a la compresibilidad de la materia. Cadáveres de estrellas abundan en el cosmos con densidades superiores a los mil millones de toneladas por centímetro cúbico.

•  En "agujeros negros" cualquier cantidad de masa puede desaparecer (se comportan como un pozo sin fondo) siendo inaccesibles a una observación experimental, "fuera del espacio y tiempo" que podemos comprobar".

•  Todas las partículas son transformables en pura energía, y viceversa. Incluso de la energía de un choque se sintetizan toda clase de partículas y antipartículas. Esto ocurre constantemente cuando un protón cósmico choca con un núcleo en la alta atmósfera, causando un chaparrón de miles de partículas, muchas de ellas más pesadas que el protón, que cubren más de un kilómetro cuadrado al llegar a neustros detectores. Es el mismo proceso ya mencionado que ocurre en el vacío físico.

 

Tal vez pueda sugerirse una estructura íntima de la materia en que perturbaciones localizadas en un espacio restringido -de lo que llamamos "vacío físico"- serían las partículas, mientras perturbaciones más difusas aparecerían como "ondas" o "campos de fuerza". El choque de distorsiones más localizadas (como "remolinos" en un lago) podrían dar lugar a ondas más difusas, a otros remolinos o a ambas cosas, y lo inverso podría también ocurrir. Los esfuerzos más recientes de la teoría de "supercuerdas" intentan reducir los componentes últimos de la materia a unidades unidimensionales que vibran en un espacio de 10 dimensiones, dando lugar a todas las partículas observadas y a una fuerza única que solamente aparecería como tal a energías mucho más elevadas que las que pueden obtenerse en nuestros laboratorios. No hay todavía comprobación alguna de estas ideas.

 

Si esto da la impresión de ser tan abstracto que deja de tener relación con la "materia" de nuestra vida diaria, recordemos que aun el mero dato de la estructura atómica y molecular, de cuya objetividad no puede dudarse, nos obliga a admitir -contra el testimonio de los sentidos- que nuestro propio cuerpo es un enjambre de partículas en movimiento, estructuradas por fuerzas de atracción y repulsión, con vacíos entre ellas que son comparables en escala con los que hay entre planetas. Y todas estas partículas son transformables en energía. Pero, con las palabras atribuidas a Richard Feynman, "no hay nadie en el mundo que entienda la Mecánica Cuántica ", aunque no dudamos de que describe correctamente el comportamiento de esas entidades infinitesimales.

 

No puede definirse a la materia por ninguna de las propiedades "obvias" a la experiencia sensorial, ni aun a aquella que se apoya en instrumentos como el microscopio óptico. Tenemos que acudir a la definición operativa más básica: Materia es todo y sólo aquello que puede tener alguna interacción o actividad al menos por una de las cuatro fuerzas antes descritas . Así se incluyen en la definición partículas, energía, vacío físico, espacio y tiempo: toda la realidad observable directa o indirectamente en algún experimento (posible al menos en principio). La ciencia física trata tan sólo de tales interacciones.

 

Toda esta realidad aparece en un estado de altísima densidad y temperatura en un único comienzo - el "Big Bang" o Gran Explosión de la Cosmología científica- no en un espacio vacío, pues no hay espacio previo, ni con una connotación de tiempo anterior, pues no hay "antes". Cualquier supuesta etapa anterior de contracción o de otras características es pura especulación indemostrable por medida experimental alguna.

 

Lo que posiblemente exista sin estar naturalmente ligado a un entorno espacio-temporal, y como consecuencia sin ser afectado por las cuatro interacciones físicas, no será materia . La palabra "espíritu" tiene como significado más elemental la connotación de "no-materia", y su primera aplicación filosófico-teológica es designar a la Causa de que exista la materia, al Creador, eterno sin tiempo e inmenso sin espacio. Como caracteres positivos, el espíritu creador debe tener la omnisciencia que le permite conocer todas las posibilidades de ajuste de los parámetros de la realidad que crea, la libertad de elegirlos según un plan determinado libremente, la potencia infinita de dar el paso total de nada a algo. Es, por tanto, un Espíritu cuya Inteligencia y Voluntad libre exigen su entidad personal que se manifiesta en el nivel de Vida consciente.

 

En el orden creado, es lógico aceptar como posibilidad teórica que el Creador espiritual pueda dar el ser a entidades espirituales finitas, también dotadas de vida consciente y libre, no sujetas a leyes ni restricciones espacio-temporales. Teológicamente es éste el significado de la existencia de ángeles. Más sorprendente, en principio, sería sugerir que sea posible la existencia de un ser totalmente distinto del espíritu, sujeto a existencia en continuo cambio (temporal y espacial), incapaz de conocimiento abstracto y de voluntad libre: la materia . Y es finalmente un misterio la posibilidad de un ser compuesto en que se aúna íntimamente lo material y lo espiritual, una persona consciente, inteligente y libre, pero circunscrita a un marco físico en que su actividad depende de las fuerzas de la materia y se realiza normalmente en el entorno de espacio y tiempo. Tal es la descripción del Hombre , un "microcosmos" en que se encuentran todos los niveles de existencia creada, y que, en el caso de Cristo en la Encarnación , llega a incluir la Personalidad divina.

 

Si el Hombre es "imagen y semejanza" de Dios como nos dice el Génesis, lo es por su inteligencia y su voluntad libre, no por ningún atributo físico de su forma corporal. Tiene que ser por su entidad espiritual, pues Dios es espíritu. Pero es también parte del mundo material, polvo de estrellas, de esta Tierra que es materia prima para la vida vegetal y animal, la culminación del desarrollo evolutivo de formas vivientes a través de eones, clasificado como un primate y con material genético idéntico al de otros primates actuales en un 98%. En este entronque evolutivo se hace necesario profundizar para contestar a la pregunta de qué es el ser humano en su totalidad , ahora y en el futuro de la vida eterna.

 

CONCEPTO DE HOMBRE: ANTROPOLOGÍA ESENCIAL

 

La esencia de las cosas se manifiesta por su actividad, y este es el significado del concepto filosófico de "naturaleza": la esencia considerada como principio de actividad propia de cada ser. En el ser humano hay dos niveles claramente distintos de actividad en un único sujeto, un YO que se conoce a sí mismo como raíz de atribución última de procesos orgánicos y psicológicos.

 

Todo lo que tenemos en común con los demás vivientes del reino animal puede explicarse como efecto de una herencia de programación genética, ya sea en funciones fisiológicas inconscientes (debemos estudiar anatomía para saber qué órganos tenemos y qué operaciones realizan), ya en comportamientos instintivos, conscientes o no. En cuanto el resultado de este nivel de actuar es finalmente una secreción química o una actividad física , su razón suficiente puede encontrarse en las actividades de la materia por su interacción electromagnética. Ni la gravedad ni las fuerzas nucleares tienen un papel directo en las funciones orgánicas. Y no es necesario acudir a un principio activo de orden no material, pues son las leyes de la materia y sus propiedades las que deben dar razón de un resultado también únicamente material.

 

En cambio, al hablar de la inteligencia en sentido estricto, capacidad de pensamiento abstracto y de consciencia (no un modo de proceder, sino de conocer ) el resultado de nuestra actividad no es ya de orden físico. El pensamiento no tiene parámetros medibles por ningún instrumento: ni masa, ni dimensiones, ni carga eléctrica, ni actividad sobre la materia externa a nosotros. No cumple la definición de materia aceptada por las ciencias físicas; no es intercambiable con ninguna forma de energía o de partículas . De ahí que sea totalmente ilógico buscar en las fuerzas de la materia una razón suficiente de su existencia, ni de su contenido de información o de su validez lógica o de su verdad o belleza: la actividad de la materia solamente produce efectos materiales. Sería equivalente a someter a análisis en el laboratorio el libro del Quijote para determinar su valor literario, o intentar dar una ecuación para probar la calidad artística de un cuadro o el juicio ético de un comportamiento.

 

De un modo semejante, la actividad volitiva libre se da en un nivel en que las leyes de la materia no proporcionan una explicación completa, aun para actos que se realizan con las fuerzas de la materia de nuestro cuerpo. Puedo describir en detalle cómo doblo mi brazo, con la conversión de reservas de energía química en energía mecánica, pero todo ese proceso no me dice por qué el brazo se dobla cuando yo quiero . La realidad social del Hombre como sujeto de derechos y deberes, desde lazos de familia al plano internacional, y nuestra relación con Dios, exigen admitir lo que la consciencia nos da como evidente: que somos libres y responsables de nuestras acciones y, como tales, sujetos de derechos y deberes. Aun quienes hacen profesión de negar la libertad humana (al menos como afirmación en Psicología) exigen responsabilidad de sus actos a otros seres humanos, y sin esta base sería imposible una sociedad superior a la mera actuación de conjunto de un rebaño de animales.

 

Nada hay en la descripción física de la materia que pueda considerarse como razón suficiente de consciencia o libertad; quienes quieren reducir a la persona humana a un juego de fuerzas físico-químicas tienen que especificar cómo han de brotar de alguna de las fuerzas de la materia esos procederes que tales fuerzas de ningún modo implican. Por eso resulta mero juego de palabras hablar de un "emergentismo" que, sin base alguna concreta, afirma que todo lo que es propio de nuestra actividad intelectual y volitiva libre se debe exclusivamente a una estructuración suficientemente compleja de neuronas en el cerebro, resultado de una evolución puramente orgánica, para constituir un "super-ordenador" con billones de neuronas. Tal reduccionismo materialista lleva a la negación en el Hombre de una realidad espiritual creada por Dios, y también a la afirmación de una muerte total que destruye al ser humano sin posibilidad de existencia cuando se deshace el organismo material. Todo lo cual es teológicamente inaceptable, y filosóficamente gratuito por más que se presente como de nivel estrictamente científico, a pesar de fundarse en una concepción de la materia que no corresponde a lo que aceptan las ciencias experimentales

 

Ejemplos de una supuesta explicación meramente física de un contenido significativo, sea en la pantalla de un televisor o en las funciones de una computadora, muestran lo contrario de lo que se pretende. Las fuerzas electromagnéticas que dirigen la formación de la imagen en la televisión necesitan ser controladas por un agente inteligente en la emisora: no protestamos a la compañía suministradora de energía eléctrica por un programa aburrido o falso. Ni podemos culpar a las corrientes en los transistores de un ordenador de que hayamos escrito una poesía sin valor literario suficiente. Ni en un caso ni en el otro son las fuerzas electromagnéticas las que dan significado a los símbolos de imágenes o palabras, como no es la tinta ni la celulosa de un papel escrito lo que constituye una gran novela. Como dijo Einstein (cuando le preguntaron si algún día podría la Física explicarlo todo): "No tendría sentido. Una gráfica de presión atmosférica, cuando toca una orquesta, no es equivalente a una sonata de Beethoven".

 

Por la lógica más estricta, impuesta por la definición de materia y el principio básico de razón suficiente , nos vemos obligados a aceptar en el Hombre una realidad no-material, espiritual, un alma que -a imagen de Dios- es capaz de conocer y amar aun lo invisible en una búsqueda constante de Verdad, Belleza y Bien. El alma forma con el cuerpo material un único sujeto, consciente y libre en el nivel de actividad específicamente humana. No es el Hombre un espíritu angélico aprisionado en la materia y destinado a liberarse de ella, ni tampoco un animal mejor programado genéticamente. La materia del cerebro no es consciente de sí misma , ni sabemos qué ocurre en el ojo cuando leemos una poesía o gozamos de la belleza de una flor: somos conscientes del objeto externo, pero no de los procesos fisiológicos.

 

Dos elementos constitutivos forman un todo, el Hombre, con influjos mutuos innegables y profundos, de tal modo que el espíritu existe "a modo de materia", circunscrito a un espacio y tiempo y dependiendo, aun para su actividad no-material más sublime, del funcionamiento correcto del cuerpo y de pasos sucesivos de aprendizaje o raciocinio. Y las funciones más obviamente materiales, como la digestión, la circulación de la sangre, el sudor, se ven claramente afectadas por ideas, preocupaciones, gozos, de orden puramente intelectual. No es posible a largo plazo tener una salud perfecta independientemente de problemas psicológicos.

 

PROBLEMAS FILOSÓFICOS Y TEOLÓGICOS

 

La filosofía Aristotélica, utilizada siglos más tarde por Sto. Tomás de Aquino y sus seguidores en la Escolástica , concebía la naturaleza íntima de la materia en general, y especialmente de entidades biológicas, como fundada en dos elementos básicos, uno de naturaleza puramente pasiva y otro como principio de actividad: materia y forma. Ambas palabras tienen aquí un significado técnico, diverso del que les damos en el lenguaje ordinario y que tiene muy poca probabilidad de ser aceptable en el ámbito científico. Porque todavía se usan al hablar de la especial dualidad que se encuentra en el Hombre, será útil explicar en cierto detalle lo que implica, recordando siempre que esta teoría no tiene valor dogmático como tal.

 

En la teoría hilemórfica el elemento pasivo ( hyle ) se denomina "materia prima" y se considera un mismo elemento básico de todo ser material, ya que es pura potencialidad, sin propiedad alguna concreta, sólo posibilidad de ser un objeto real por su unión a la forma ( morfé ) y por tanto es incapaz de existir por sí misma o de actuar en modo alguno. No tiene correspondencia en ningún elemento, partícula o energía, de la Física actual, y parece más una construcción lógica que una parte del mundo físico, aunque sus defensores quieren presentarla como parte real de la naturaleza.

 

La "forma sustancial" no es una disposición de planos o volúmenes (forma accidental), sino un elemento activo que tampoco puede existir por sí mismo, sino que necesariamente debe unirse a la materia prima, dando lugar así a un ente real (materia segunda) con propiedades que determinan la actividad característica de cada elemento químico. Un "cambio sustancial" en el modo antiguo de entender la química –como la reacción de hidrógeno y oxígeno para producir agua- se explicaba en términos de la destrucción de las "formas" de esos dos elementos y la adquisición de la "forma" de agua. Sorprendentemente, la nueva forma –pura actividad- debía extraerse de las potencialidades de la materia prima, definida como pura pasividad. Es la materia segunda la que la ciencia estudia y clasifica por sus propiedades a niveles diversos.

 

Seres vivos también se concebían como compuestos de materia y una "forma" viviente adecuada a cada uno, que debe cambiar la naturaleza de los alimentos sin vida para hacerles parte del viviente. En su versión original, la teoría afirmaba que solamente una forma puede estar unida a la materia prima, en un momento dado, modificándola para constituir una entidad real. Un punto de vista imposible de reconciliar con el hecho bien conocido de que cada átomo en nuestro cuerpo sigue teniendo exactamente las mismas propiedades (incluso de radioactividad) que tenía antes de ser asimilado. Todavía menos plausible es que desaparezcan todas las formas vivientes de células en un cultivo de laboratorio cuando luego un tejido epidérmico se aplica a un paciente y viene a ser parte de ese ser viviente real.

 

En el Hombre se adapta la teoría hilemórfica para explicar la unión del cuerpo (materia) y el alma (espíritu), expresando su mutua relación con la frase "el espíritu informa al cuerpo", para constituir la realidad humana total. En este caso todavía hay dos niveles de actividad, como queda dicho, y ambos tipos pueden encontrarse fuera del Hombre dando lugar, independientemente, a vida animal (con los mismos procesos biológicos) o a la vida puramente espiritual de los ángeles y de Dios mismo. No puede decirse que estos dos tipos de entidad, materia y espíritu, no pueden existir el uno sin el otro, y así resulta razonable pensar que, después de la muerte, el alma humana puede todavía vivir como espíritu aun sin el cuerpo. Tal manera de hablar está de acuerdo con la enseñanza teológica de veinte siglos de Cristianismo, afirmando que los que mueren en unión con Dios gozan de vida eterna en el cielo antes del día final de la Resurrección , mientras el cuerpo se corrompe en la tumba. Desde la promesa de Cristo crucificado al ladrón arrepentido, "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43) hasta los documentos más recientes del Catecismo de la Iglesia Católica (nos. 997,1005, 1022, 1023) la idea de una verdadera vida del alma después de la muerte es una enseñanza dogmática que se presenta explícitamente cuando se canoniza a un nuevo santo.

 

Aun así, es verdad que el alma sola no es una persona humana completa, aunque sea la fuente de las actividades más nobles que nos constituyen en un nivel superior al de los demás animales, y que son la razón de que se nos denomine Personas. Por eso se han propuesto interpretaciones de la muerte que intentan evitar la aparente contradicción de afirmar que se da un sujeto personal que puede dividirse y existir sólo en parte. Las soluciones sugeridas o bien afirman la aniquilación total de la persona al morir, seguida de una nueva creación en el último día, o adelantan la resurrección personal al momento de la muerte, pero con un cuerpo no material. Ambas alternativas son incompatibles con la lógica filosófica y con la teología dogmática. Veamos brevemente por qué.

 

Una muerte del alma, en el sentido estricto de esa palabra, es filosóficamente inaceptable. Un espíritu no tiene metabolismo ni envejecimiento ni desgaste que pueda llevar a la muerte. Una nueva creación –de la nada- produciría otro ser humano sin relación con el que ha muerto, sin que la existencia del anterior diese una razón lógica de responsabilidad para premio o castigo del nuevamente creado. Y la solemne proclamación de un santo, cuya protección e intercesión se busca en nuestras plegarias, sería totalmente sin contenido. Desde las cartas de San Pablo hasta el presente, la Iglesia habría enseñado un error acerca de uno de los puntos más importantes de nuestra esperanza. La asistencia del Espíritu Santo, prometida por Cristo a su Iglesia, se quedaría en palabras vacías.

 

Una resurrección personal con un cuerpo "no-material" es una contradicción verbal, como un círculo cuadrado. Un cuerpo no puede ser sino una estructura material y es la materia del planeta Tierra la que constituyó el cuerpo de Cristo cuando "el Verbo se hizo carne" en la Encarnación y esta realidad corporal se exige para la totalidad humana. Si se niega que Cristo resucitado tiene un cuerpo real, la Resurrección se convierte en un juego equívoco de palabras, contradiciendo las ideas de los Apóstoles como judíos y el contenido de los Evangelios que muestran a Cristo insistiendo en su realidad humana (no un fantasma) hasta el punto de exigir que le toquen y de comer con ellos varias veces (véase la NOTA no.1 al final de este ensayo, donde se explica cómo este punto de vista es también incompatible con la realidad de la Eucaristía ).

 

El dogma de la Asunción , que es únicamente la proclamación de que María con su total realidad humana –cuerpo y alma- goza ya anticipadamente de la gloria, sin esperar al fin de los tiempos en sentido alguno, es también incompatible con la afirmación de que en la vida eterna el cuerpo no existe. Es del cuerpo de María de donde Dios tomó carne humana, y esa es la razón del privilegio que implica la glorificación de su cuerpo cuando su alma entró en la gloria propia de la "Madre del Rey" eterno. Referencias al final de este ensayo pueden servir para un análisis detallado -de autores y puntos de vista- que aquí resultaría imposible hacer.

IDENTIDAD PERSONAL – "MI CUERPO"

 

La profesión de fe cristiana incluye la afirmación de identidad personal ahora y en la resurrección, en que el alma se reúne con su cuerpo (Catecismo no. 997), y esta verdad no tiene sentido sino en la antropología -cristiana y lógica- de la realidad material que llamamos "mi cuerpo". Pero necesitamos profundizar en el significado de esta expresión común, a la luz de los datos de la fisiología y de las ciencias físicas, utilizando y ampliando las ideas expuestas previamente. De no hacerlo así, es fácil caer en aparentes contradicciones, al menos en el caso de la resurrección común al fin de los tiempos, cuando personas muertas en diversos momentos de su desarrollo orgánico y con variedad de taras físicas -aun antes de la situación de enfermedad mortal- deben recuperar su mismo cuerpo , aunque libre ya de todas esas limitaciones.

 

La resurrección de Cristo, con su secuela de la tumba vacía, no presenta un problema de identidad numérica (no solamente específica): Él quiso que los discípulos tocasen y viesen sus heridas como prueba clara de que era su mismo cuerpo el que ahora veían vivo, un cuerpo que -a pesar de las torturas de la Pasión- se encontraba en su plenitud humana. En la Asunción de María (aunque hubiese muerto) tampoco parece que haya destrucción corporal previa a su resurrección, de modo que su identidad no se cuestiona, pero puede suponerse un cierto deterioro con la edad, problema al cual debemos también dirigirnos.

 

El ser humano, en un desarrollo ininterrumpido, crece desde la única célula del óvulo fecundado hasta una estructura complejísima de unos 100 billones de células en el cuerpo adulto. A lo largo de todo este proceso se mantiene la identidad personal, compatible también con el constante intercambio de moléculas y átomos dentro de cada célula, y la renovación de tejidos celulares (con la posible excepción de las neuronas). Esto nos obliga, cuando queremos definir lo que es "mi cuerpo", a pensar en términos distintos de la mera colección de unidades elementales, células, moléculas, átomos. No puede exigirse ni un número ni una individualidad de elementos concretos para constituir ese todo que es, con el alma, mi YO personal, en constante cambio, pero permaneciendo el mismo Hombre a través de una vida en que todos sus componentes se renuevan muchas veces.

 

La medicina moderna pone esto más de relieve cuando utiliza células, por ejemplo de la piel, para cultivarlas en un laboratorio y luego trasplantar el tejido así obtenido para cubrir una quemadura. Cada una de esas células tiene vida propia, y como animales independientes proliferan en el cultivo, pero vuelven a ser parte del paciente al realizarse el injerto. Lo mismo puede decirse en el caso de transfusiones de sangre o médula y de trasplantes de órganos, bien de un donante vivo o de un cadáver reciente. No cambia la personalidad del que recibe tal órgano, como tampoco deja de ser su cuerpo el del paciente que recibe una prótesis metálica en una cadera, o incluso un corazón artificial. Todo lo cual nos indica que no podemos fijarnos en la materialidad de cada componente para hacer depender de él la identidad corpórea.

 

"Mi cuerpo" puede definirse solamente en términos de su unión íntima con el espíritu que le da ser sujeto personal, y que en desarrollo conjunto vive a través de los órganos materiales por la adquisición de datos a través de los sentidos, las reacciones de todo tipo al entorno, la comunicación cognoscitivo-volitiva con otros individuos, la expresión de sus vivencias más íntimas . Cuerpo y alma están sintonizados de una manera profunda y misteriosa, que no depende de un átomo o una molécula concreta, y es esta "sintonía" la que hace que tal conjunto material –aun cambiante- sea siempre "mi cuerpo" (Véase la NOTA no. 2 ). Todo lo cual se refuerza desde el punto de vista de la ciencia física más moderna, en que se afirma que las partículas subatómicas de cada tipo son indistinguibles, sean éstas protones, neutrones o electrones. Y es aún más plausible si se admite la idea de tales partículas como perturbaciones localizadas del substrato llamado "vacío físico", reducto final de la realidad material más básica.

De esta manera deja de ser un problema filosófico o teológico el que cada uno de nosotros resucite con su mismo cuerpo, pero sin que tenga los mismos átomos, uno a uno, de ningún momento determinado de nuestra vida, ni tampoco del momento de la muerte. Ni el niño que muere al nacer será siempre un adulto malogrado ni el anciano decrépito tendrá eternamente el cuerpo gastado y deformado de sus últimos años. No sabemos expresar el canon de perfección humana compatible con la increíble variedad de miles de millones de personas distintas, pero también en esos cuerpos se verificará el dicho escriturístico de que cada estrella se distingue de otra, siendo todas hermosas y brillantes.

 

LA VIDA TRAS LA RESURRECCIÓN

 

Solamente en la descripción de cómo Cristo resucitado se manifiesta a sus apóstoles y discípulos podemos encontrar una base muy limitada para conocer de qué modo existe el ser humano después de esa transformación. No se trata de un mero revivir para añadir algunos años a la existencia terrena, como en el caso de Lázaro o el hijo de la viuda de Naín, sino de un nuevo modo de relacionarse el espíritu con la materia del cuerpo, y de todo el ser humano con el mundo físico de nuestra experiencia.

 

Los apóstoles se autodefinían como "testigos de la resurrección", que vieron y tocaron al Señor y comieron con Él después de haberle visto muerto y sepultado (Lc 24, 30, 39-40, 41-43; Jn 20,20 y 27; 21, 9, 13-15). Contra todos sus prejuicios, se ven forzados a admitir que es verdad que el mismo Jesús ahora vive, aunque de un modo nuevo. No saben claramente interpretar sus experiencias, que constantemente causan su asombro, pero no pueden dudar jamás de lo que vieron y tocaron, y por esa convicción dan su vida y sobre ella fundan la Iglesia contra todos los poderes del mundo.

 

Con el punto de vista casi groseramente corporal que se manifiesta en la Biblia a cada paso al hablar del Hombre (evidente también en las reacciones de los Apóstoles) no tiene sentido una "resurrección" que no les abrume con la convicción de que el Cristo viviente es aquel que vieron muerto en la cruz, con sus mismas heridas como señales inequívocas de identidad. La misma palabra "resucitó" se convertiría en un equívoco absurdo si no hubiese un cuerpo palpable como tal ( volver a vivir no tiene sentido sino para lo que estaba muerto) Tal absurdo se vuelve una contradicción evidente si, previamente, se dice que el ser humano es solamente materia y que en la resurrección no hay materia.

 

Pero Jesús actúa con una total independencia de restricciones físicas. Se hace presente en un recinto cerrado, y deja de estar presente también sin traslación visible y sin que deba traspasar barreras. Es visible o no a voluntad, y cuando no lo es no puede asignársele una localización. Puede ser tocado; habla y escucha, se mueve y come, con sus gestos propios, reconocidos por sus discípulos. Por tener estas operaciones, demuestra ser materia, cuerpo hecho de carne y huesos, "no como un fantasma" (Lc 23, 39). Pero su cuerpo no requiere comida ni está limitado al marco espacio-temporal de la existencia terrena. Es un cuerpo "espiritual", que existe a modo de espíritu , siendo capaz todavía de las actividades propias de la materia.

 

Quienes ven una contradicción entre el concepto de materia y este proceder descrito en los Evangelios están, consciente o inconscientemente, utilizando una idea vulgar de lo que es materia en términos de la experiencia sensorial macroscópica. Ya quedan explicadas las situaciones múltiples en que el modo de hablar de la ciencia moderna, sobre todo de la Mecánica Cuántica , exige admitir que todos estos fenómenos -de movimiento discontinuo, compenetración, multilocación, a-espacialidad-, no son imposibles a la materia, aunque solamente sean observables en el laboratorio en el caso de partículas elementales. Pero lo que ocurre a una partícula puede ocurrir a un conjunto de muchas, al menos por el poder de Dios. No se trata de discutir limitaciones tecnológicas, sino de la posibilidad o imposibilidad absoluta y esencial. Y a ese nivel no hay absurdo en decir que el cuerpo resucitado puede ser verdadero cuerpo material ( no tiene sentido otra clase de "cuerpo" real ), pues permanece siempre su capacidad de actuar como la materia lo hace normalmente.

 

LA PERSONA HUMANA EN LA ETERNIDAD

 

Si hemos dicho que en nuestra vida terrena el espíritu existe " a modo de materia ", con las restricciones de espacio-tiempo y la dependencia de procesos corporales, podemos ahora decir que el cuerpo resucitado existe " a modo de espíritu ", totalmente flexible a la voluntad de ese espíritu que es, de por sí, independiente de espacio y tiempo. Por eso no necesita un lugar donde estar: el cielo no tiene coordenadas dentro del universo de las galaxias, ni tampoco es correcto suponer otra "dimensión" física en que localizarlo, pues Dios no existe en dimensión alguna material, ni tampoco los ángeles, y los resucitados serán "como los ángeles de Dios" (Mt 22,30).

 

No puede haber desgaste ni envejecimiento en una eternidad que no tiene duración, sino que es un no-tiempo incomprensible, como también es algo que nos supera el pensar en Dios como pura actividad sin sucesión ni cambio. Todo lo cual merece verdaderamente ser descrito como "nuevo Cielo y nueva Tierra", no necesariamente por ser creadas nuevas estrellas y planetas, sino por el nuevo modo de existir que se refleja en esas palabras.

 

Es verdad que la predicción de la Cosmología científica, de un Universo destinado al cese de toda producción de energía estelar, para terminar en un estado de vacío, oscuridad y frío, nos hace sentir una especie de desaliento y añoranza por tanta belleza finalmente destruida. No es posible a la ciencia decir otra cosa por la aplicación de leyes físicas al proceder normal de la materia. Cómo tiene Dios previsto el "recapitular todas las cosas en Cristo" (Col 1, 12-20) no es posible a la ciencia decirlo, ni tienen tampoco la filosofía o la teología datos suficientes para contestar, y sería "teología ficción" el intentarlo.

 

Si la actividad puramente material no tiene importancia a los ojos de Dios, ni hay razones de preferir materia ardiente a materia fría, también es verdad que Dios se hizo Hombre en este planeta con sus condiciones especiales para sostener la vida. Y Cristo, que apreció la belleza de las flores y la frescura de un vaso de agua, puede hacer que todo cuanto hay de bueno en la creación permanezca de alguna manera también en la vida eterna. No son las leyes físicas algo que coarta la libre omnipotencia de quien quiso enaltecer a la materia llevándola al trono de la Trinidad , donde la humanidad de Cristo es adorada por los ángeles. Así la materia se "salva de la futilidad", como dice San Pablo, pues es la evolución del Universo el modo maravilloso de cumplir el plan de Dios de someter todo lo creado al poder de Cristo.

 

ESPERANDO LA RESURRECCIÓN

 

Como última pregunta acerca de la resurrección y la entrada del cuerpo en la vida eterna, es posible tratar brevemente el problema antropológico de la existencia del alma después de la muerte y antes de la parusía. Creo, por las razones ya explicadas al hablar del hilemorfismo, que no hay una inconsistencia lógica en admitir la posibilidad de que el alma exista y actúe como espíritu sin unión con la materia, a pesar de estar esencialmente destinada a esa unión. El modo de hablar de la Iglesia a lo largo de los siglos, y la canonización de los santos, solamente implican que el alma goza ya de la visión de Dios en el cielo, aun sin el cuerpo. No es preciso más para dar contenido a nuestra fe en el premio de los justos, aun antes de la resurrección al fin de los tiempos, con el paso previo de un juicio particular en el momento de la muerte.

 

La discusión de ese "estado intermedio" se ve necesariamente complicada por la idea de tiempo, que entra en todos nuestros raciocinios, pero que no puede aplicarse a Dios ni tampoco -unívocamente- a la existencia de una realidad espiritual, aun creada y finita. En la ciencia de hoy se llega a postular un tiempo discontinuo, con mínimos -tiempos de Planck- que implican que entre tiempo y tiempo , "no hay tiempo", aunque la misma formulación parece contradictoria. Si se admite una realidad física de orden accidental, que solamente sitúa a la materia en el tiempo (como otro parámetro físico la situaría en un espacio igualmente discontinuo), llegaríamos a la conclusión lógica de que el tiempo no es aplicable sino a la materia , y ese parece ser el sentido de las frases ya citadas del Catecismo de la Iglesia Católica con respecto aun al cuerpo resucitado.

 

La Teología nos dice que para Dios todo existe en un "ahora" sin sucesión ni intervalos de espera, aunque para nosotros tales tiempos son tan obviamente reales como los que transcurren entre el nacer y el morir de cada uno. Extendiendo este raciocinio a la persona que muere, deberíamos decir que para nosotros hay un intervalo de espera entre esa muerte y la resurrección futura. Pero para Dios, no hay espera. Y si el alma existe fuera del tiempo, tampoco hay espera para ella : podría decirse, en consecuencia, que el alma nunca existe separada del cuerpo desde el punto de vista de un espíritu , pero sí desde el nuestro.

 

Si esto parece una evasión lingüística, siento que no puedo explicarlo mejor, pero no quiere ser un juego de palabras, sino aplicar a un espíritu humano el modo teológico de hablar de la presencia atemporal de Dios en nuestra historia y en la eternidad, que no es un tiempo largo, sino un no-tiempo de inmutabilidad permanente.

 

No hay en nuestra ciencia y filosofía, donde abunda lo difícil de comprender, nada más difícil -aun de enunciar- que el problema de la naturaleza del tiempo. Es en esa a-temporalidad divina donde una y otra vez nos encontramos con el misterio más profundo, ya sea que miremos al pasado de un comienzo del Universo –sin un "antes"- al futuro de su evolución física, al conocimiento eterno de nuestra actividad libre, o a la esperanza de una existencia tras la Parusía que ya no puede medirse por intervalo alguno. Si hemos de "ser como Él" (1 Jn 3, 2) cuando le veamos como Él es, parece lógico que nuestra existencia a partir de ese momento sea también una eternidad atemporal

 

INFINITUD DE SABIDURÍA, PODER Y AMOR

 

Si no podemos entender la materia de nuestra experiencia terrena, ni nuestra propia naturaleza con su misteriosa unión de materia y espíritu, sería ciertamente atrevido el exigir que entendamos a Dios y sus planes de providencia omnipotente. Más bien debemos suponer que cuando un Amor infinito tiene a su disposición infinita Sabiduría e infinito Poder, todos nuestros esfuerzos filosóficos y todas nuestras imaginaciones serán insuficientes.

 

Tenemos los datos de la Fe acerca de la Resurrección , real e histórica, de Cristo: nuestra fe depende de este dogma, sin el cual, en palabras de San Pablo, mereceríamos el ridículo de ser considerados "los seres humanos más miserables". Cristo y María existen ya ahora, sin restricciones espacio-temporales, con verdaderos cuerpos humanos. Cristo resucitado podía hacerse visible y tangible a voluntad. No afirmamos que ocurra lo mismo en experiencias místicas, aun aquellas que la Iglesia considera ser de origen sobrenatural.

 

La misma transformación que experimentó el cuerpo de Cristo y que ya ocurrió también al de María, se promete a sus miembros que mueren en su gracia. La Cabeza del "Cuerpo Místico" ha entrado en su reino, y la participación en su gloria es el estado final que esperamos alcanzar por su generosidad infinita. Parece que una verdadera existencia humana debe mantener la posibilidad de interacción de espíritu y materia que experimentamos en nuestras emociones, pero no es algo que puede afirmarse con seguridad cuando tratamos de un modo de vida tan fuera de nuestra experiencia e imaginación. Tal vez deba bastarnos, compartiendo el asombro humilde de San Pablo, decir como él que " ni ojo vio, ni oído oyó ni cabe en entendimiento humano lo que Dios tiene reservado para los que le aman " (1 Co 2, 9).


 

P. Manuel Carreira SJ


 

NOTA no. 1

 

En la Teología Católica , refrendada por la tradición de siglos y las definiciones conciliares, se habla del cumplimiento de la promesa de Cristo (c. 6 de San Juan) de darnos a comer su Cuerpo y a beber su Sangre. En la última Cena, ante sus Apóstoles, el Señor tomó en sus manos un trozo de pan y anunció: "Esto es mi Cuerpo , que se entrega por vosotros". Luego, con el vino en el cáliz: "Esta es mi Sangre , que va a ser derramada". Estas frases no pueden tener otro sentido que la afirmación de identidad entre lo que sigue teniendo aspecto y sabor de pan y el Cuerpo de Cristo, el que está a la mesa y es visto y tocado por los Apóstoles ( no hay otro ). Y la Sangre que va a ser derramada , tiene que ser –necesariamente- la que en aquel momento corre por sus venas: no hay otra. Así lo ha entendido y proclamado la Iglesia sin vacilaciones a lo largo de veinte siglos.

 

Cuando en la celebración eucarística el sacerdote –como impersonación de Cristo- repite esas palabras, los fieles adoramos lo que sigue pareciendo pan y vino, sabiendo que ante nosotros se actualiza la misma acción de la última Cena . Es el mismo Cuerpo de Cristo que veían los Apóstoles y que recibieron en forma oculta, como lo recibimos nosotros. Es la misma Sangre que iba a ser derramada y que ellos bebieron. Decir que después de la Resurrección Cristo no tiene verdadero Cuerpo material como lo era el de la última Cena, es vaciar de sentido toda la vida sacramental de la Iglesia , centrada en la Eucaristía donde anunciamos la Muerte y Resurrección del Señor.

 

NOTA no. 2

 

En la Eucaristía nada observable ocurre como resultado de las palabras de la consagración. Tal vez sea posible hablar de un cambio de relación entre el alma de Cristo y la materia del pan y vino de modo que se da el mismo estado de íntima sintonía que hace que un conjunto de partículas –aun cambiante- sea "mi cuerpo". Tal relación constitutiva de la entidad humana se obtendría con respecto a todos los elementos eucarísticos consagrados en todo el mundo, gracias al infinito poder que Cristo tiene para someter todo a su dominio .

 

No se trata de un símbolo ni de un nuevo significado ("trans-significación" en vez de trans-substanciación) sino de una unión real de espíritu y materia de la misma naturaleza que la que convierte en "mi cuerpo" lo que se añade a mi realidad material con el alimento o el desarrollo orgánico.

 

La presencia simultánea de Cristo en multitud de lugares no es un problema según las ideas de la Mecánica Cuántica , y lo mismo puede decirse de la presencia total de su Cuerpo y Sangre en cada parte mínima de las especies sacramentales.

 

 

 

Bibliografía

 

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APÉNDICE: LA SÁBANA DE TURÍN

 

Además de los relatos evangélicos hay varias reliquias tradicionalmente relacionadas con la Pasión , y una -especialmente misteriosa- que es probablemente el lienzo que envolvió el cuerpo de Cristo en la tumba hasta el momento de la resurrección. Esta es la Sábana de Turín, el objeto arqueológico más intensamente estudiado de toda la antigüedad.

 

En ese lienzo hay las manchas de sangre que se esperarían como resultado de una flagelación romana y de una crucifixión, además de las heridas punzantes –no previstas normalmente- de un capacete de espinas sobre la cabeza y una herida en el costado de un golpe de lanza después de la muerte. Por esas y otras consideraciones anatómicas propias de la medicina forense, puede decirse que la única razón explicativa de tales manchas es que la tela se usó para envolver el cadáver de una persona que sufrió todos los tormentos que los Evangelios mencionan en la Pasión de Cristo, y no puede sugerirse lógicamente ningún otro personaje concreto.

 

Que el lienzo se haya guardado con veneración durante siglos cuando conocemos la obsesión judía de evitar la impureza legal debida aun al simple contacto con una tumba, lleva a pensar que algo muy extraordinario ocurrió que obligó a considerar la Sábana no como la mortaja de un difunto, sino como la reliquia preciosa de un Maestro viviente. Los detalles de cómo Pedro y Juan vieron los lienzos en la mañana de Pascua indican también que algo muy extraño les llevó a creer que la tumba vacía no era el resultado de un robo absurdo (¿por quién?) sino más bien de la desaparición misteriosa de su querido Señor.

 

Aun así, lo que vemos en la Sábana de Turín, aceptándola como la mortaja de Cristo, solamente nos muestra un cadáver. Pero hay algo inusitado en esta reliquia: la imagen a tamaño natural, de frente y dorsal, de un cuerpo humano entero. No vemos tan sólo manchas de sangre, sino su anatomía total, especialmente en fotografías de alto contraste con los tonos invertidos como cuando se trabaja con un negativo fotográfico.

 

Esta imagen es inexplicable, y nadie ha conseguido duplicarla aun con la tecnología más moderna. Encontramos simultáneamente detalle sorprendente y una relación entre intensidad y la distancia plausible del lienzo al cuerpo que permite una reconstrucción tridimensional imposible de conseguir con técnica alguna fotográfica o pictórica. Hipótesis basadas en la difusión de gases del cadáver al lienzo no pueden explicar el detalle, y un contacto exacto no es compatible con la tridimensionalidad ni con la ausencia de distorsiones anatómicas previsibles. Una radiación (postulada sin razón lógica de su presencia o características) debería emitirse isotrópicamente o en haces colimados, pero se explicaría así o la tridimensionalidad o el detalle, no ambas cosas por un único proceso.

 

Los Drs. Fanti y Whanger han sugerido una "descarga de corona" (de electricidad estática), que no implica verdadera radiación salvando diversas distancias del cuerpo a la tela, sino un casi contacto que permite afectar al lino. No se presenta una razón convincente de que haya los voltajes muy elevados requeridos para tal descarga, ni de que ésta ocurra solamente en trayectorias verticales (no hay imagen lateral). El Dr. Jackson, todavía usando la palabra "radiación", sugiere luz ultravioleta de una longitud de onda que es especialmente absorbida por el aire, permitiendo su disminución de intensidad con la distancia. Y en lugar de colimar sus rayos (¿cómo?) propone que –en el momento de la resurrección- el cuerpo se volvió "mecánicamente transparente" de modo que el lienzo cayó a través del cadáver y fue afectado por la luz UV a diversos niveles por contacto sucesivo o su equivalente. No se da una razón de que tal emisión de UV ocurra, pero si se diese, afectaría al lino como hoy se ve.

 

El Dr. Rogers, mediante pruebas químicas, determinó que el color que forma la imagen (un color pajizo muy débil) se encuentra solamente en una capa muy fina que cubre las fibrillas más externas de cada hilo de lino. El color puede disolverse con diimida y deja celulosa totalmente blanca. Un color semejante y con esa misma solubilidad se obtiene en reacciones de Maillard, cuando polisacáridos se ven afectados por reactivos con el grupo amínico, algo que se espera se encuentre en gases emitidos por un cadáver aun antes de verdadera corrupción. Él admitió que por sí solo este proceso no explica el detalle que observamos.

 

Sin intentar resolver un debate de química o física para determinar el mérito relativo de cada propuesta, parece que un paso previo muy positivo sería el buscar una razón de que algún tipo de energía estuviese asociado con la resurrección y el cómo de su posible contribución a producir la imagen. Lo único que puede sugerirse es el cambio de existir en el entorno físico de espacio y tiempo a la nueva existencia sin esos parámetros. Si las propiedades de localización y temporalidad son reales, deben implicar algo de orden físico en el objeto que se ve afectado por ese entorno espacio-temporal. Es así previsible que cesando el modo original de existir, hablando coloquialmente, el cuerpo "suelte" aquello que le anclaba dentro del universo normal. Sería un tipo de energía –aún desconocida- que, como cualquier otra, podría afectar su entorno en una forma probablemente mínima.

 

Tal energía sería semejante en sus efectos superficiales a una descarga de corona (sin requerir altos voltajes) que actuaría por contacto sucesivo, como sería de esperar –siguiendo al Dr. Jackson- si el cuerpo deja de estar en el espacio y no presenta resistencia al peso de su envoltura de tela. Como ningún proceso físico es instantáneo, el lienzo cae una pequeña distancia mientras la energía existe y se desvanece, y su presencia con diversa intensidad facilitaría las reacciones químicas que producen el color superficial, sin afectar a la celulosa de los hilos. Tal efecto podría darse también en otros objetos muy próximos al cuerpo.

 

No es preciso postular una preparación especial del lienzo para explicar la imagen, aunque –siguiendo al Dr. Rogers- sería más bien el apresto del lino que la celulosa lo que entraría en las reacciones de Maillard. Y cualquier conjunto de manchas, sea cual sea su origen, puede fotografiarse y producir una imagen de tonos invertidos en un material sensible a la luz (placa fotográfica). Imágenes propiamente fotográficas se producen cuando un sistema óptico proyecta la luz emitida o reflejada por un objeto externo que tiene grados diversos de reflectividad, y eso puede ser una pintura, un dibujo o simplemente un conjunto de diversos objetos.

 

Estamos muy lejos todavía de una explicación satisfactoria y total de la imagen de Turín, impresionantemente hermosa con sus cualidades de majestad, dolor y paz, plasmadas en el rostro torturado, con más viveza y profundidad expresiva que en obra alguna de arte. Es muy dudoso que una imagen semejante –con todas sus características- se produzca nunca en un laboratorio. Tal vez sea el único efecto visible del hecho extraordinario que transformó un cadáver humano en un cuerpo vivo que ya nunca estará sujeto a la muerte.