Autor: Álvaro Correa
El arte de corregir
Si verdaderamente poseéis autoridad, no tendréis apenas necesidad de castigar
El
arte de educar comporta el arte difícil de corregir. Este comentario será una
aproximación valorada al caso en el que un niño falta a su deber y levanta la
mirada hacia sus padres. ¿Cómo corregir? ¿Qué decirle? Las circunstancias son
irrepetibles como las personas, pero semejantes. Sin agotar el tema, se
expondrán los principios generales que respeten el libre y fructífero
ejercicio de la autoridad moral de todo padre.
I. EL NIÑO HA FALTADO. Análisis de su actitud
El niño-adolescente, en su evolución y enfrentamiento con las situaciones de
la vida, tarde o temprano experimenta el dulce vértigo de las faltas: riñas,
mentiras, pérdidas de tiempo, etc. En este primer estudio situémonos en el
interior de un niño, culpable de infringir una falta cualquiera. Supongamos el
caso de que ha mentido diciendo que "no encontraba sus tenis" para librarse la
clase de educación física:
Caben tres posturas posibles en el niño:
1ª El n iño es verdaderamente honesto. Dará marcha atrás y expondrá
espontáneamente y arrepentido la verdad. Es probable.
2ª El niño posee un mínimo de honestidad, su conciencia le echa en cara la
falta, pero no se siente seguro para declarar su falta. Muy probable.
3ª El niño carece de ese mínimo natural de honestidad. Nada probable.
De cualquier manera, le es difícil dar el primer paso hacia el reconocimiento
de la verdad y de su falta. En este proceso el papel de los padres es
esencial. Sin pretensiones filosóficas, el niño intuye que "toda causa produce
un efecto". En su lenguaje son los binomios: "falta-castigo", "buena acción-
premio". Sin conocer la reparación merecida, tiene por cierta la necesidad de
ésta, aunque no la acepte porque es nota común el miedo al castigo que influye
en su ánimo más fuertemente que en el adulto(Cfr. MARCOZZI Vittorio,
Psicología antropológica, II Parte IV, Roma PUG, 1974, p. 59).
Tras la falta esperará entonces o sufrir res ignadamente cuanto pueda venir, o
atenuarla lo más posible justificándose, o buscar la manera de sepultar todo
rastro de culpabilidad. Queda siempre en pie actitud ejemplar de esos niños
sinceros que "dan el primer paso" y buscan reparar sus faltas, sin embargo
aquí analizamos los casos conflictivos.
II. EL MOMENTO DE LA CORRECCIÓN.
Inevitablemente "nada hay oculto que no llegue a saberse" (Lc 17, 37). El niño
enfrentado a sus hechos puede aún negarlos: "Los tenis estaban en la mochila
pero no los vi". Es el padre quien ahora puede guiar hacia la opción por el
bien.
Toda la psicología del niño apunta inconscientemente en este encuentro
padre-hijo al análisis minucioso de las palabras que escuche y de la actitud
que observe hacia él. Si el chico se da cuenta de que su padre es inexperto
podría pasarse de la raya en los primeros contactos y armar un pequeño
alboroto a cambio de informarse hasta dónde llega su energía y mal humor (Cfr.
ANTO ÑANA Héctor, Entre chicos por primera vez, "La esfinge", Ed. Mensajero
del Corazón de Jesús, Bilbao 1961, p. 18). La gran pedagogía del padre fracasa
o triunfa en estos momentos de cruce forzoso. El padre que sin más le riñe o
se enfada, empaña la justicia de sus palabras por muy rectas que se supongan y
abre distancias innecesarias con perjuicio de la confianza mutua (Ibid. p.
48). Si la actitud del niño logra romper la serenidad del padre, éste se
dejará guiar más por su actitud airada que por la reflexión sobre los hechos (Cfr.
CANALS JUAN, San Juan Bosco -Obras fundamentales-, II,6, Madrid BAC 1978, p.
599). Pero si en su corazón arde el anhelo de cumplir con su misión sublime de
padre, tenderá a superar la circunstancia e indagar la razón que movió al niño
para obrar así y llegar incluso a mentir. En la poca sumisión del niño sus
padres lamentablemente llevan buena parte de culpa. ¿Ese niño ha mentido
porque está enfermo y no se le ha atendido? ¿porque no sabe jugar y nadie se h
a preocupado de enseñarle? ¿porque algún compañero habitualmente le gasta
bromas pesadas en y nadie lo remedia? ¿porque guarda una secreta preocupación
familiar y no ha encontrado la confianza necesaria para comunicarla? ¿o
simplemente por desprecio a la autoridad que se ha hecho temer a base de
amenazas y que no ha logrado ningún aprecio de su parte? Absurdo sería pensar
que la razón es el deseo de ser castigado. No faltan padres que
desgraciadamente así lo creen: "Tú los has querido..." y aplican la sanción.
III. PASOS PRUDENTES EN LA CORRECCION
Convendrá ahora perfilar las pautas más prudentes del comportamiento del padre
coherente con su misión. Al hecho real del niño respetuoso, sincero, sumiso en
la corrección, precede el llamado "sistema preventivo" expuesto por el maestro
de los educadores, san Juan Bosco. Aquí analizamos al niño difícil que
tropieza con mayor o menor deliberación.
Este niño culpable debería sentirse envuelto por la mir ada del formador y
sentir antes en su interior, por el lenguaje sugestivo de las impresiones, que
en sus oídos, el reproche de su falta de honradez. Si ve que su falta no
altera la ecuanimidad, ponderación y actitud razonable de su padre, aceptará
con mayor agrado la llamada de atención valorando que no nace de una pasión
herida o de un mero formulismo. Muy lejos quedaría la condescendencia ingenua
del padre con la falta del niño. Si ésta existe, corresponderá, según su
gravedad, una reparación. El arte es presentarla como medicina saludable, más
aún, el hacerla desear y suscitarla automáticamente.
Los padres apelará a la nobleza del niño en quien confía, pero de la que se
recogen frutos indeseados. Esta reflexión golpea interiormente al niño y hasta
lo desconcierta. Considérese que "para los niños es castigo lo que se hace
pasar por tal y se ha observado que una mirada no cariñosa en algunos produce
más efecto que un bofetón" (Ibid. p. 566).
Con certeza absolut a, el niño distingue entre el padre genuino, volcado
cordialmente sobre cada alumno, y el "asalariado", vigía frío de una
disciplina que nunca consigue. Hacia éstos, los niños experimentan una repulsa
interior en ocasiones cruel. Quien desea ser un buen padre da por tanto el
primer paso de hacer sentir, sin asomo de pasión, el rechazo absoluto de la
falta y la confianza en que el trasgresor tendrá la capacidad de corregirse.
Esta actitud coloca al padre en el camino adecuado para dictar la sentencia
justa. Para ello, buscará el momento más oportuno. Los frutos son escasos
cuando el castigo cae como un rayo en el mismo instante de haber cometido la
falta. Se corre el riesgo de que el niño se cierre herméticamente no estando
dispuesto a confesar su culpa ni a sofocar la pasión. Conviene darle tiempo
para reflexionar (Ibid. p. 601).
Si no ha existido la sanción irrevocable que "frustra el deseo de reparación"
(Cfr. COURTOIS Gaston, El secreto del mando, IV, Ed. Atenas, Madrid 1959, p.
101) y el niño abriga "esperanza de perdón" (Cfr. CANALS JUAN, San Juan Bosco
-Obras fundamentales-, II,6, Madrid BAC 1978, p. 604), al padre bastará
conducir la reflexión del niño sobre sus hechos. El niño mismo, ayudado,
encontrará la respuesta y se sentirá impulsado a reparar. La gratitud hacia el
padre brota natural y con ella la veneración por la autoridad, que ya no se
teme, ni se prueba, sino se ama.
CONCLUSIÓN
En resumen, cito textualmente un pensamiento del P. Courtois. Condensa con
transparencia el ideal expuesto en el arte difícil de corregir:
"Si verdaderamente poseéis autoridad, no tendréis apenas necesidad de
castigar: un simple fruncido de cejas o una mirada un poco severa será
suficiente para llamar la atención al orden, y si el niño os tiene cariño, el
sentimiento de haberos dado pesar o de haberos descontentado le hará
comprender que ha faltado a su deber y ése será el más eficaz de los castigos"
(Cfr. COURTOIS Gasto n, El secreto del mando, IV, Ed. Atenas, Madrid 1959, p.
101)