Autor: José Antonio Benito
El Cristo de cada generación
¿Cómo se adecua la figura de Jesús a las necesidades de cada tiempo? ¿Qué aspectos de su carisma se han destacado en cada momento? Jesús, en cada generación...
Quien fuese Premio Nobel de la Paz, Albert
Schweitzer en Historia de los estudios sobre la vida de Jesús escribe: "Todas
las épocas sucesivas de la teología han ido encontrando en Jesús sus propias
ideas y sólo de esa manera conseguían darle vida. Y no eran sólo las épocas
las que aparecían reflejadas en él: también cada persona lo creaba a imagen de
su propia personalidad. No hay, en realidad, una empresa más personal que
escribir una vida de Jesús". Y lo es, sobre todo si pensamos la riqueza de la
personalidad de Cristo gigantesco mosaico) y la pequeñez de nuestra
experiencia (lente de microscopio).
Los primeros cristianos veían en Cristo Alguien a quien habían visto y no
terminaban de entender. Lo miraban desde el asombro de su resurrección y
vivían en el gozo y la nostalgia de haberle perdido; Cristo era una dramática
esperanza, debía volver, sobre todo ahora que después de muerto empezaban a
entender lo que apenas habían vislumbrado a su lado.
El Cristo de los mártires es el de la sangre derramada. Morir era su gozo; san
Ignacio gritará "quiero ser cuanto antes trigo molido por los dientes de los
leones para ser pan de Cristo".
El Cristo de los santos padres, de las grandes disputas teológicas de los
primeros siglos es el Cristo en cuyo misterio se trata de penetrar con la
inteligencia humana, iluminada por las desviaciones heréticas. Nestorio
contempla tanto la humanidad que olvida su divinidad; el monofisismo reacciona
con un Cristo "vestido" de hombre; Arrio quiere unir los polos pero
yuxtaponiéndolos y dejando en sombra la divinidad.
El Cristo bizantino es el Pantocrator, juez terrible del último día; es el Rey
vencedor mayestático y que vislumbraba las ruinas del imperio de
Constantinopla.
El Cristo medieval es el "caballero ideal", el Gran Rey. Recordemos a
Francisco de Asís y su voz en Spoleto: "Quién es más el siervo o el Señor".
Junto a él aparece el Cristo pobre y pequeño de los belenes de Navidad.
Para la pseudorreforma protestante Cristo será el Salvador. Lutero le ve más
muerto que resucitado. Calvino se fija sobre todo en el tinte judicial y
exigente; todos le verán como asidero para salvarse del naufragio del pecado.
En la reforma católica, los santos llegan a Cristo por la contemplación y el
amor. Juan de la Cruz va por su nada hacia el Todo, Teresa por la humanidad de
Jesús, Ignacio de Loyola por los senderos de la obediencia en el "dulce
Cristo" en la Tierra, el Papa.
Los siglos XVIII y XIX nos dan la versión de la "razón crítica" que llega en
Volney o Bauer a considerarlo como un mito inexistente, tanto que el
racionalista Bultman se vio obligado a contestar: La duda sobre la existencia
de Cristo es algo tan sin fundamento cinetífico, que no merece una sola
palabra de refutación.
Vienen después las teorías de Cristo con rebajas: Renan nos traza un retrato
idílico del "hombre perfecto, dulce idealista, revolucionario pacífico". De
ahí surgen las dos grandes corrientes del siglo XIX, la de quienes se fijan en
su interior y lo ven como encarnación del sentimiento religioso o como Harnack
"el hombre que lo único que hizo fue devolver al mundo la revelación del
sentimiento filial hacia Dios Padre; la segunda corriente sólo se fija en el
Cristo de los humildes y ofendidos, como precursor de una especie de
"socialismo evangélico".
En los comienzos del siglo XX se acentúan de nuevo los aspectos humanos de
Cristo. Camus no cree en la resurrección pero no oculta la emoción ante su
enseñanza. Gide se fija en él como profeta de la alegría pagana. Malegue
dedica su vida a descender al abismo de la Santa Humanidad de nuestro Dios:
Hoy lo difícil no es aceptar que Cristo sea Dios, lo difícil sería aceptar a
Dios si no fuera Cristo.
Bultman es el representante de los científicos estudiosos de la Sagrada
Escritura. Dirá que no le interesa el Cristo de la historia sino el Cristo de
la fe; más importante que conocer su vida es creer en el mensaje. Tal
interpretación quitaba importancia a la historicidad de los hechos con lo que
casi se negaba la historicidad del propio Cristo.
Robinson: la búsqueda del Jesús histórico es necesaria porque la predicación
de la fe quiere conducir al fiel a un encuentro existencial con una persona
histórica: Jesús de Nazareth.
¿Cuál es nuestro Cristo? En 1970 "Jesus revolution": Dios te ama, sonríe.
Jesús te ama. Otra versión: Superestar, Goosdpell, el Cristo hippy, moda fugaz
pero que recordó el rostro alegre de Cristo. Llega también el Cristo
guerrillero, especialmente en América Latina, un Che Guevara.
Teilhard de Chardin "Cristo cada vez mayor". Su imagen es como un gran mosaico
en el que cada generación logra apenas descubrir un detalle. Quizá la suma de
los afanes de todos los hombres de la historia, termine por parecerse un poco
a su rostro verdadero el de la Santa Humanidad de nue stro Dios.
Lo que los ateos comunistas reprochamos a los cristianos escribió Machovec "no
es el ser seguidores de Cristo, sino precisamente el no serlo". Ojalá
pudiésemos gritar con san Agustín: "Tarde te conocí ¡oh Cristo¡ Nos hiciste,
Señor, para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta descansar en Ti."
Cristo 2000, el del Jubileo Bimilenario, el Verbo de Dios Eterno, el que se
encarnó en el seno de Santa María, el que tembló de frío en Belén, el que huyó
como emigrante fugitivo a Egipto, el que aprendió a obedecer en amor, trabajo
y paz en Nazaret, el hijo del carpintero, el obrero, el que predicó la Buena
Nueva, viviéndola antes, el que se humilló y se arrodilló ante el hombre para
servirle y, muerto en cruz, le subió a la luz de la resurrección. El que se
quedó sin irse, en la Iglesia, en la Eucaristía, para que hiciésemos memorial
de su Pasión y Resurrección, en el amor sin fronteras, del mundo en familia.
Cristo 2003, el de este momento, el q ue quiere con su Vicario en la Tierra,
Juan Pablo II, "destruyendo en sí mismo la enemistad, muro de separación entre
los hombres, reconcilió a todos por medio de la Cruz (Cfr. Ef 2, 14-16), y
ahora nos compromete a nosotros, sus discípulos, a eliminar cualquier causa de
odio y venganza".