Educación sexual, ¿Cómo se logra la naturalidad?
Autor: Alfonso Aguiló
Fuente: www.interrogantes.net
A los padres corresponde abordar estos temas y dar una respuesta oportuna y clara a las cuestiones que el chico plantee
La educación sexual es
algo que debe darse fundamentalmente en casa, que compete en primer lugar a
los padres. Una tarea de la que no debes desentenderte. No digas que es cosa
de ella; ni tú, que de él.
—Pero yo no sé explicarme bien. Es un tema muy delicado y será mejor dejarlo
en manos de alguien experto...
No importa que no seas un gran orador ni un gran experto. Eres su padre, o
su madre, y eso es lo importante, porque a los padres corresponde abordar
estos temas y dar una respuesta oportuna y clara a las cuestiones que el
chico plantee.
Además, no es tan difícil. En este libro aprenderás un poco, pero hay muchas
más formas de aprender. Te saldrá mejor de lo que imaginas. Será fácil si
has sabido ganarte la amistad de tu hijo.
—Es que, mira, precisamente ése es uno de los problemas...
Pues ésta es una forma de empezar a resolverlo, porque hablándole de cosas
serias, que le inter esan, aumentará tu confianza con él. Puede ser un paso
importante en ese afianzamiento de vuestra amistad.
—Pues yo creo que cuando hable con mi hijo de estas cosas le va dar bastante
apuro expresarse con naturalidad...
A lo mejor tienes tú más apuro que él, y quizá seas tú quien se encuentre un
poco incómodo si no tienes costumbre de hablar de estos temas con
naturalidad. Los niños muestran curiosidad desde pequeños por las cosas
relacionadas con el origen de la vida, y hacen preguntas en ese sentido. Son
los mayores quienes proyectan lo turbio de su propia sexualidad en la
pregunta del niño, en la que normalmente no hay sino curiosidad sencilla,
pasmo, sorpresa o, como mucho, una ligera picardía.
Si los mayores no obran con naturalidad, el chico caza al vuelo que en su
pregunta hay algo raro, que no se le contesta de la misma manera que otras
veces, e incluso a veces no se le contesta. Entonces la curiosidad aumenta,
y como sabe que en sus padres no va a encontrar respuesta adecuada, pregunta
por otro sitio. Y le llega el descubrimiento a través de otras personas que,
casi siempre, lo hacen de forma maliciosa, o ruda, causándole una impresión
que será difícil borrar y que, en muchos casos, puede influir negativamente
en su vida afectiva y moral.
Hay que saber ponerse a su nivel, contestar a todas sus preguntas, y
facilitarle que hable con confianza. A esta edad está muy receptivo ante
estas cosas, y muy interesado. No rehuirá –al contrario– una conversación
orientadora al respecto.
La táctica del silencio en estos temas es siempre deplorable.
Te recomiendo también que, como es algo tan vinculado al mundo afectivo de
cada persona, lo trates de modo individual. Y cuando hay que entrar en más
detalle, nadie mejor que papá para explicar todo al chico, con palabras que
entienda, y mamá a la chica. De modo personal, a la edad adecuada y con
naturalidad.
—¿Y cuándo?
Ap rovecha las ocasiones más favorables.
Y las ocasiones más favorables de ordinario se presentan cuando el niño hace
preguntas sobre estos temas.
A lo largo de este capítulo irán saliendo ejemplos. Si tienes dudas, trata
el tema con el preceptor o tutor del chico, o con otra persona sensata y de
buen criterio que le conozca. Si esa persona tiene ascendiente sobre él, te
podrá ayudar a completar esa conversación...; pero sólo completar, no
quieras desentenderte de esa responsabilidad como padre o como madre.
No seas ingenuo: es mayor de lo que parece
Es curioso observar con qué facilidad algunos padres olvidan los problemas
sexuales de su propia infancia y ven a sus hijos como almas cándidas e
inocentes, libres de todo peligro o tropiezo. Son quizá poco conscientes del
desarrollo sexual de sus hijos y de cómo han cambiado las cosas en las
últimas décadas.
Se ha pasado en poco tiempo de una época en la que se daba poca o nin guna
información sexual, al extremo contrario, en el que es raro encontrar un
chico de diez o doce años que no haya contemplado numerosas escenas eróticas
fuertes que sin duda le habrán impresionado y abierto muchos interrogantes.
Por eso es importante llegar a tiempo y adelantarse a las explicaciones poco
recomendables que pueda recabar por otros sitios. Ya hemos dicho que si el
chico no obtiene de forma natural, en casa y por boca de sus padres, lo que
su curiosidad infantil le plantea, pronto lo comentará con algún compañero
algo enteradillo, o acudirá a fuentes de aún mayor riesgo.
—El problema es que a mí no me pregunta. Alguna vez preguntó a su madre,
pero no ha vuelto a sacar el tema... Debe ser muy tímido.
No estés tan seguro. Adelántate.
—¿Cómo?
Busca la ocasión oportuna. Siempre hace preguntas que pueden dar lugar a
entrar en materia, salvo que le retraigas de hacerlas por culpa de la
parquedad de tus respuestas o por el aire de misterio que pones.
—¿Y si no encuentro ninguna oportunidad...?
Entonces se puede crear la oportunidad. Ojo, no vaya a resultar que el
tímido seas tú. Sal con él a la calle, invítale a tomar un helado, y dile
que como ya es mayor vais a hablar de cosas serias. Y le explicas todo bien,
y le haces preguntar. Si le ves un poco retraído, pregúntale si le da
vergüenza hablar de eso; seguro que te dice que no, y se lanzará. Es
importante que pregunte, porque te puedes pasar una hora soltando un
discurso y el chico no enterarse de nada.
—Tampoco soy tan inútil...
No me refiero a eso. El problema es que puedes emplear palabras que el chico
no entienda. Empieza por traducirle el argot a términos más correctos, y
todo irá mejor. Háblale con precisión, sin evadirte y sin faltar a la
verdad.
—Bueno, a lo mejor las preguntas me resultan un poco comprometidas..., y no
sé bien cómo explicarme. No tengo mucha práctica.
S i te atrancas, puedes emplazarle para una conversación posterior, que
luego no debe diferirse.
—¿Y si pregunta algo que corresponde a una edad mayor?
No sucede. El niño a cada edad siente curiosidad y se plantea preguntas
precisamente sobre los temas que es necesario aclararle, no más.
El hecho de que se plantee una cuestión es señal de que está ya en edad de
contestarle.
Y eso aunque quizá en algún caso no sea necesario excesivo rigor o
profundidad en la explicación. Si son pequeños, no hace falta explicarlo
todo, pero sí importa ajustarse siempre a la verdad. Y desde luego, en
ningún caso se debe mentir.
—¿Y hasta qué detalle hay que descender?
Háblale con adecuación a su edad, a su capacidad de asimilación y al
ambiente en que vive. Debemos orientar su curiosidad y enseñarle a
relacionar los hechos y a sacar consecuencias para su comportamiento.
Es cuestión de graduar la profundización en las explicaciones, que aunque
deben ser prudentes,
han de dejarle satisfecho.
—¿Y con qué palabras? Se me hace un poco violento...
Precisamente ese amor a la verdad del que hablábamos lleva a muchos a
procurar emplear desde el principio con él las palabras que se emplean en
anatomía y fisiología para determinar los miembros y actos relacionados con
el sexo. Al ser la información progresiva, puede ser positivo que se dé
cuenta que desde el principio ha sabido bien las cosas. Cuando lea u oiga
hablar de estas cuestiones, le alegrará comprobar que no le han ocultado
nada y que ya lo sabía todo, incluso con las mismas palabras. Esto
contribuye a evitar curiosidades tontas y a resolver sus dudas en casa.
El síndrome del manual de instrucciones
Hablábamos de informarle con verdad, a fondo, incluso con los términos más
exactos que sea posible. Pero no es cuestión sólo de explicarle todo de modo
aséptico, como si fuera una informaci ón técnica, haciendo las veces de una
enciclopedia.
Tan grave es el angelismo de las explicaciones irreales e ingenuas, como el
error opuesto, que se limita a un biologismo puramente técnico, como quien
hablara de la síntesis de la glucosa en el hígado o de la circulación de la
sangre. Es evidente que son temas que requieren un tratamiento distinto.
No podemos reducir la formación afectiva y sexual del chico a una
instrucción sobre el comportamiento fisiológico de los órganos sexuales,
como si se tratara de una simple información biológica sobre el aparato
sexual masculino y femenino y de su funcionamiento, y de cómo se origina el
ser humano, o cómo nace.
Para eso hace falta poco ingenio. Hay que hacerlo, desde luego, pero
quedarse en eso sería olvidarse de la trascendencia de su maduración
afectiva, por la que llegará a ser dueño de sí y aprenderá a comportarse
correctamente en sus relaciones con los demás. Lo que requiere arte y tiempo
es formar correctamente, no simplemente informar.
—Pero será bueno que reciba una información científica, neutra...
Depende que cómo se le dé. Para empezar, no está claro que exista un enfoque
"neutral". Luego, cabría considerar si esa supuesta neutralidad es positiva,
porque sería como reducir la educación a leerle un manual de instrucciones.
Vender a la juventud la idea de la sexualidad desligada de la educación en
el amor, es un engaño.
—De acuerdo, pero también es que antes había mucho tabú...
Es verdad, pero sería una pena pasar del error del tabú de la época
victoriana al extremo opuesto, porque es difícil saber qué saldría peor. No
hay que olvidar que precisamente en los ambientes de mayor desinhibición
sexual es donde aparecen más trastornos o desequilibrios psíquicos y
afectivos.
A esos desequilibrios contribuyen algunos textos escolares o libros
divulgativos de información sexual que, al presentar cruda y tor cidamente
la realidad, producen en el chico fuertes impresiones y curiosidades, para
las que no está preparado y que fácilmente le conducen a costumbres
negativas para su educación sexual. Por ejemplo, uno de los textos escolares
más difundidos a estas edades, facilita a los jóvenes lectores todo género
de detalles y recomendaciones sobre las prácticas sodomíticas, defendiendo
que "no son de ordinario permanentes ni dañinas". Y los chicos se ven
obligados a estudiar y memorizar estos textos, y son evaluadas sus
respuestas en los exámenes.
—Bueno, pero en el colegio al que va mi hijo no existen esos textos. Yo no
tengo esa preocupación.
Sí, pero eso no quita que debas preocuparte de su educación sexual, porque
probablemente reciba muchas otras influencias. Pueden llegarle a través de
la televisión, de las revistas que tienes en casa o que le enseñan sus
amigos, o de muchos otros sitios.
Son imágenes y fantasías sexuales que le llegan con frecuencia y que acaban
por hacer sentir su peso. A partir de ellas, el chico elabora su patrón de
comportamiento sexual, tomando como modelo esas imágenes que ha visto en las
películas o cintas de vídeo, en internet, en una revista pornográfica, o a
través de lo que recuerda de los personajes de un libro o cómic que ha
leído.
Hay que proteger un poco al chico del asedio de la pornografía, porque, como
veremos, tiene una relación bastante directa con el comportamiento sexual.
Qué debía haberte preguntado ya. Un breve repaso
Repasemos rápidamente las preguntas sobre el sexo y el origen de la vida que
suele hacer un niño desde sus primeros años hasta la edad que estamos
tratando. Empezamos por el principio por si acaso has cometido el error de
apenas hablar de estas cosas con él.
A los tres o cuatro años el niño ya ha comenzado a reparar en la diferencia
de sexo y ha nacido ya en él el sentido del pudor. Se le debe responder
sobre estos temas con naturalidad, como al resto de las cien preguntas que
puede hacer en un día. Deben ser respuestas que no infundan recelo ni
especial misterio sobre el sexo, aunque sí ese cierto pudor natural que
deben adquirir.
Quizá entonces preguntó ya por qué engordaba tanto mamá, o esa vecina, o
aquella amiga de la familia. Y al tiempo, pidió explicaciones sobre cómo
nacía el hermanito, o su primito, o él mismo. Sería un error empezar a
hablar de cigüeñas, de que vienen de París o de simplezas por el estilo, que
son cobardes estrategias para escapar de las dificultades que lleva consigo
la educación sexual. La naturaleza humana aspira a la verdad y el niño, por
pequeño que sea, tiene derecho a ella.
—Hasta que un día pregunta que por donde sale el hermanito...
Puede hacer esa pregunta en el momento más insospechado. Quizá a los cinco o
seis años, o antes. Se le puede decir que nace por el mismo sitio por el que
el padre sembró su semilla, el semen, para que naciera el hermanito. No
suele llamarle excesivamente la atención. De hecho, muchas veces lo olvida y
vuelve a preguntarlo al cabo de un tiempo.
Los más despiertos o preguntones empiezan a plantearse cómo se engendra
materialmente el hijo, incluso a los seis o siete años. Es más normal que
sea hacia los ocho o nueve. ¿De dónde saca papá esa famosa semilla? ¿Cuántas
hacen falta para tener un hijo..., o basta con una para toda la vida...?
Quizá piensan –por las películas– que es algo que tiene que ver con los
besuqueos.
—¿Y si, a pesar de todo, no preguntara nada?
Entonces tendrás que comenzar tú, porque, aunque no pregunte, sigue siendo
necesario llegar a tiempo. Márcate una fecha tope. Como muy tarde, antes de
los diez años.
Preguntas propias de la edad. ¿No será ya tarde?
Un día puede llegar diciendo: "Oye, papá, ¿qué es un homosexual?". Y otro
día, quizá a raíz de una noticia de la televisión, la pregunta puede ser:
“Mamá, ¿qué es una violación?”, o “¿qué es un maníaco sexual?”, o “¿qué es
la prostitución?”.
No conviene eludir esas preguntas, ni dar respuestas evasivas, ni demasiado
simples. Son ocasiones excelentes para iniciar una conversación
clarificadora, que puede continuarse más adelante, si el momento en que lo
plantea no permite entrar en más profundidades.
—Y sobre eso que salía antes de los maníacos, ¿crees que conviene alertar al
chico, o es mejor no meterle miedo?
Depende de cómo sea su carácter y de los posibles riesgos que haya. Habrá
que buscar un equilibrio. Puedes decirle que hay hombres pervertidos o
enfermos que a veces intentan seducir a los niños, y que es algo
antinatural, y que está castigado por las leyes civiles. No está de más
prevenirle –de modo realista más que dramático– del peligro de que un
desconocido intente encariñarse con él a base de promesas o regalos, o le
invite al cine o a cualquier otra cosa. Debe estar advertido de que e s
mejor no escucharle y alejarse rápidamente.
Otro día puede venir diciendo, por ejemplo, que por qué no pueden casarse
dos hombres, o dos mujeres.
—Sí que lo ha preguntado, pero hace ya tiempo.
Es una pregunta que parece ingenua, pero que puede hacer porque, aunque ya
se le haya explicado de dónde vienen los hijos, quizá no lo entendió bien, o
lo ha olvidado.
Habrá que recordarle cómo la mujer guarda en su vientre durante nueve meses
al futuro hijo, en una bolsa llamada matriz, y que va creciendo hasta nacer.
Si no hay madre, no puede haber hijos. Y sin el semen del padre, tampoco.
Tiene que haber un hombre y una mujer. Con una aclaración sencilla se
desvanecerán sus dudas, pues suele tener en su cabeza una imagen muy natural
de la familia.
—Una vez, con diez años, después de una película en la que una chica soltera
estaba embarazada, no lo entendía bien y me preguntó qué era eso de una
madre soltera. "¿Cómo va a tener un hi jo sin tener padre?", decía.
Sí. Hay un momento en que hace el descubrimiento que se puede tener un hijo
fuera del matrimonio. Puede que hasta entonces no se lo hubiera planteado o
–sin saber por qué– no le pareciera posible.
Es una buena ocasión para aclararle bien todo, y quizá para hablarle de lo
que debe ser una familia, del sentido de la fidelidad entre los esposos, del
derecho de los hijos a nacer en una familia normal y unida, etc.
También cabe darle, además, una explicación más profunda y explicarle cómo
lo natural –querido por Dios y válido para todos los seres humanos– es que
los hijos nazcan siempre dentro del matrimonio y que éste sea monógamo, y
cómo el sexo es algo noble y bueno cuyo uso debe reservarse para traer hijos
al mundo dentro de una familia legítimamente constituida.
—Otra vez me preguntó qué diferencia había entre un padre verdadero y un
padre adoptivo. Eso también es difícil de explicar sin entrar en materia.
Es que hay que entrar en materia. No quedará satisfecho si no le explicas en
qué consiste realmente la diferencia entre un padre y otro, y que el padre
verdadero es el que aporta el semen para el nacimiento del hijo. Puedes,
según las circunstancias, explicarlo más o menos a fondo, hablándole de cómo
se realiza la unión entre óvulo y espermatozoide. Hazlo con tus palabras,
aunque te parezca que no sabes explicarte. Te saldrá bien.
—Sí, pero en esta explicación, tarde o temprano surge la pregunta de: "Oye,
papá, no entiendo eso del semen. ¿De dónde se saca?" Como ves, son preguntas
que no se pueden eludir fácilmente.
Es que no hay que eludirlas. Es más, una pregunta de ese estilo muestra que
las cosas marchan bien. Si no existiera confianza, al chico le daría apuro
preguntarlo y se enteraría por otros medios, siempre peores. Explícaselo de
la forma más correcta posible. Te repito que te saldrá bien.
Y como la explicación debe ser cierta y re alista, no dejes de hacer alusión
a la intervención de Dios en el origen de esa nueva vida.
—Oye, pero yo quisiera dar a mis hijos una explicación más neutra, ya te he
dicho, sin tanto nombrar a Dios, que creo que no hace falta. ¿No es ponerse
un poco pesado?
Es que hablar de Dios en el origen de una nueva vida no es algo secundario.
No se trata de aprovechar la ocasión para colocarle un pequeño sermón. Se
trata de no cercenar la verdad. Si crees en Dios, sería poco coherente no
aludir a su intervención: sería tan poco razonable como decirle que los
niños vienen de París. No quieras educar de modo tan aséptico, que es peor.
—Bueno, bueno. De todas formas yo me adelanté, como tú dices, y hemos
hablado algunas veces de estos temas, pero hace ya dos años que le digo a mi
chico que me pregunte todo lo que quiera sobre esto... pero ya no pregunta
nada.
No es extraño que no pregunte. Ya dijimos que debías haber tú hablado
espontáneamente de e sos temas hasta que el chico se sintiera con suficiente
confianza y pudierais hablarlo con fluidez. Ten cuidado, porque se te puede
hacer tarde.
—Eso es lo que me preocupa. Le he oído cosas que no me gustan nada, y veo
cómo se sonríe maliciosamente al contarlas. Ha cambiado los chistes marrones
por los verdes. Lo sé, porque he escuchado por casualidad algunas
conversaciones con sus amigos. Cuenta esos chistes con grandilocuencia y
entre grandes risas, aunque estoy seguro de que casi ni los entiende. Una
vez estuve a punto de interrumpirles y echarles un broncazo allí mismo, pero
me contuve.
Creo que hiciste bien en contenerte. No resolverás este problema a base de
broncas.
—Algunos amigos me dicen que todo eso es normal en los hijos a esta edad, y
que no me preocupe. Otros, me dicen que espabile y que, si no, luego no me
queje. Un compañero del trabajo me contaba hace poco que ha puesto llave al
armario de la televisión después de descubrir que su h ijo, de la misma edad
que el mío, se levantaba de madrugada a ver películas porno; ahora su mujer
es quien administra la televisión, y dice que aprovechan mejor el tiempo y
los chicos están menos perezosos.
No me parece mala idea, puesto que buena parte del éxito en educar está en
protegerle de algunas influencias perjudiciales. Si no, sería como afanarse
en curar una gripe a base de medicación pero siguiendo habitualmente
expuesto al frío.
Te recomiendo que no dejes pasar el asunto. Aunque fuera ya algo tarde, si
lo retrasas, cada vez lo será más. El éxito ya no es tan fácil como cuando
se plantea bien, con más antelación, pero debes buscar la ocasión adecuada
para hablar a fondo con él.
Los chicos saben razonar cuando se les dan razones.
A lo mejor lo retrasas porque no sabes bien cómo empezar la conversación, o
como llevarla, y vas dando largas al asunto. Tú, que a lo mejor has solido
mantenerte tan digno y distante, quizá ahor a te humilla tener que
carraspear e intentar captar la atención del insolente infante de doce años
para iniciar una conversación delicada que, en esta situación, puede incluso
rehuir. Pero ya verás como, una vez comenzada, todo es más fácil de lo que
parece.
Atención a la prepubertad. ¿Le afecta o no le afecta?
Explícale ya lo que es la pubertad. Adviértele de los próximos cambios que
se obrarán en él, para que luego no se extrañe. Háblale de cómo aparecerán
transformaciones en su cuerpo: el estirón del crecimiento, la aparición de
vello, el cambio de voz, el desarrollo y primera actividad de los órganos
genitales.
Puedes hablarle de su primer derrame, que se producirá de forma natural un
día, probablemente durante el sueño.
Debe ya ir comprendiendo que seguirá creciendo y se convertirá en un hombre,
con todas sus consecuencias. En su organismo se desarrollará la capacidad
para procrear, es decir, para traer al mundo nuevos seres humanos.
La grandeza de esa realidad le llama poderosamente la atención y es
probable
que escuche muy atento.
Háblale de cómo los chicos y las chicas, sobre todo a partir de cierta edad
(se puede decir que en las chicas es un poco antes, a lo mejor a los once o
doce años, y en ellos hacia los trece o catorce), experimentan impulsos y
deseos hasta entonces desconocidos para ellos.
Ellas se sienten atraídas por los chicos y éstos se sienten turbados delante
de ellas. Se trata de algo natural, puesto por Dios en nuestro interior para
formar una familia y perpetuar la especie, y es algo muy bueno siempre que
no se pervierta. Poco a poco irá creciendo en ellos el deseo de buscar
pareja, de fundar una nueva familia, de tener hijos.
Es una ocasión para referirse de nuevo a la explicación del sentido del
matrimonio y la procreación, como antes apuntábamos. La educación de la
afectividad cobra aquí una especial importancia. Se le de be explicar con
profundidad la naturaleza del amor, tan importante para afrontar con éxito
la etapa adolescente.
Cuando llega la temida pubertad, muchos padres que antes apenas habían
hablado con sus hijos, posiblemente entonces no consiguen franquear la
barrera de su intimidad. Porque entre los sentimientos nuevos que
experimentan los adolescentes está el de no querer dejar entrar a nadie
fácilmente en ella.
Sólo hablarán de sus cosas –y aún con dificultad– si sus padres supieron
ganarse antes su confianza, si supieron mostrarse en toda ocasión
comprensivos y abiertos al diálogo.
Saca experiencia y actúa, ahora que estás a tiempo, que luego de poco vale
lamentarse.
No se puede irrumpir en su intimidad: hay que ganarse la entrada.
Puedes explicarle con un poco de profundidad en qué consiste la
transformación sexual. Por ejemplo, que las glándulas que cumplen la función
sexual en el varón son los testículos, y que si, p or accidente, un niño
perdiera esas glándulas, al hacerse mayor no tendría voz varonil, ni le
crecería la barba, ni podría tener hijos.
Cuéntale cómo dentro de poco sus glándulas sexuales se desarrollarán y
producirán un líquido que se llama semen, que es la semilla de la que
brotará algún día una nueva vida.
Al explicarle el acto conyugal, puedes hablarle también de cómo Dios ha
querido otorgar un placer (puede que él aún no sepa que existe, ni de qué
naturaleza es), que va unido a ese acto, como si fuera una pequeña
compensación al sacrificio y la entrega que exige educar y criar los hijos.
Sé positivo en la explicación, pero adviértele de que sería antinatural
buscar ese placer egoístamente, aislado de la función generadora humana.
Puedes decirle que esos actos –como la masturbación, por ejemplo–, son
antinaturales y suponen un daño a uno mismo, además de una ofensa a Dios.
Debes explicárselo bien, para que no vaya a pensar que todo lo relacionado
con el sexo es pecado. Pero sí debe comprender que ese mandato de Dios es
importante para la felicidad humana.
Debe entender que el desorden en lo relativo al sexo supone un deterioro
para la persona, que conlleva un importante daño a uno mismo.
—Pero si mi hijo tiene una cara angelical...; no creo que pase por su cabeza
nada parecido.
No olvides que a los doce años, la mayoría de los chicos de esta generación
saben sobre el sexo diez veces más que los de la anterior a la misma edad.
Recuerdo habérselo oído explicar con mucha gracia a una madre en una reunión
de matrimonios: aseguraba que su hijo de once años sabía ya sobre estos
temas más que ella misma cuando se casó.
Si en estos años no has estado atento y el chico no ha recibido una buena
orientación, a estas alturas es fácil que tenga, por ejemplo, un vicio
arraigado de masturbación.
—Imposible, mi hijo no.
Eso es lo que piensan casi todos l os padres. A esta edad, si no tienen una
formación sexual adecuada, no será infrecuente que los chicos practiquen la
masturbación a solas, o a veces en grupos. En colegios de bajo ambiente
moral, es noticia a la orden del día, incluso en presencia de compañeras.
Y no son casos aislados. Hace poco me hablaba horrorizado un profesor de un
colegio público de cómo había visto a niños y niñas de ocho años jugar al
acto conyugal.
Es algo que ya pasaba hace años, pero que ahora pasa más. El chico sufre un
acoso mucho mayor que antes. Le entra por los ojos. Aparte de lo ya
mencionado de la televisión y el cine, piensa, por ejemplo, en los
frecuentes espectáculos de impudor de muchas playas...
—Pero es algo a lo que los chicos ya están acostumbrados. Después de
contemplar tanto nudismo, apenas les debe afectar.
Eso creo que es también un poco ingenuo por tu parte. Claro que les afecta,
como sucede a todo aquel que tenga aún un poco de sensibilid ad. Por eso
conviene pensar en el tono moral de los lugares a donde vamos.
Si alguien, con la mano en el corazón, asegurara que ya está acostumbrado a
esas cosas y que no afectan a su modo de pensar o de vivir, es probable que
se haya sumergido en una peligrosa espiral de permisividad. Muy parecida a
la de aquél que piensa que no le afectan tres o cuatro copas, porque para él
son lo normal, las que toma cada día; y no se da cuenta de que está cerca de
alcoholizarse, de ser un enfermo crónico.
El mundo interior. Algunos peligros
La imaginación del niño tiene una prodigiosa capacidad de entrada en su
voluntad, pues su inhibición es restringida.
Toda idea que pasa por su cabeza tiende a traducirse en acto.
La excitación desordenada de las pasiones, sin control de la razón,
contribuirán a hacer realidad aquel viejo adagio castellano de que "quien
las imagina las hace".
El corazón sigue fácilmente a la mira da. Existen, por tanto, poderosas
razones que llevan a comprender la necesidad de guardar una cierta
disciplina mental. Como ha señalado Antonio Orozco, la mirada puede
despertar elevados sentimientos y encender pasiones magníficas; pero también
puede embrutecer el alma y disparar las pasiones de un modo sórdido. De ahí
la importancia ética de seleccionar en lo posible los objetos del mirar.
En algún momento apropiado, se puede hablar al chico de los peligros de una
posible falta de autocontrol sobre lo que se mira y se piensa. Y hacerle ver
que hay imágenes y recuerdos que pueden llegar a tomar gran protagonismo en
su memoria y obsesionarle. Si se lo sabes explicar bien (por ejemplo, con
ocasión de dejar de ver una película que resulta ser inmoral, o al evitar un
lugar poco recomendable), el chico entenderá lo sensato que es no
entretenerse mirando determinadas cosas.
Si ha aprendido a esforzarse por hacer lo que entiende que debe hacer, y no
tiene el me apete ce como norma de vida, comprenderá la necesidad de luchar
contra la tentación y de acostumbrarse a decir que no a lo que no le
conviene. Así se curtirá y vencerá los impulsos desordenados de la pasión.
Si no aprendiera a controlarlos, se desequilibraría su vida afectiva y eso
le llevaría también a ser menos libre.
No se trata de hablarles obsesivamente de los peligros de mujeres malas, ni
de plantearlo como prohibiciones negativas.
Se trata de hacerles vislumbrar la relación entre el sexoy el amor a la
mujer que será madre de sus hijos.
Si no domina sus pensamientos, es muy probable que acabe claudicando, porque
es evidente que quien se entretiene con pensamientos o deseos inmorales
acaba cayendo en actos y episodios inmorales, tarde o temprano.
Otra cuestión sobre la que quizá no pregunte, pero que puede ser interesante
tratar, son las erecciones espontáneas. A esta edad se producen con
facilidad, muchas veces por causas extrasexu ales desconcertantes para él:
quizás al trepar por una cuerda o practicar un deporte que le supone un
esfuerzo físico importante; otras, sin aparente motivo externo; y algunas
veces responderán directamente a una excitación sexual provocada por una
conversación, pensamientos o miradas que desencadenan un efecto inmediato:
debe entonces comprender la conveniencia –ya lo hemos dicho– de mantener la
imaginación bajo su propio dominio y no dejarse arrastrar a su merced.
—Otra cosa. ¿Es verdad que esta edad es propicia para desviaciones de algún
tipo?
Es una cuestión extensamente estudiada por psicólogos y psiquiatras. No es
incorriente que un chico de esta edad experimente una confusa atracción por
ambos sexos. No suele tener importancia. Puede ser incluso una simple
curiosidad mal contenida. El peligro está en que esas leves tendencias
infantiles cristalicen en algo serio por culpa de su falta de capacidad de
corregirlas, cosa que puede suceder si no tiene cierto dominio sobre su
propio impulso sexual. “Una prueba más –en palabras del doctor
Vallejo-Nájera– de lo sanísimo de la educación de la castidad y de lo que
ayuda a superar los problemas de la edad. En cambio, la pretendida libertad
sexual, ésa sí que llena de pacientes la consulta del psiquiatra."
No sólo sabias recomendaciones. ¿Censura?
Casi todos los padres piensan que dan buen ejemplo a sus hijos en esta
materia, pero cabría analizar varios detalles en los que puede haber
discrepancias entre lo que intentan inculcar al chico y lo que luego él ve.
Por ejemplo, ¿qué niño no protesta si se le impide ver una película no
tolerada mientras sus padres siguen ante el televisor? Es fácil que el chico
se enfade, quiera verla terminar, y se organice una pequeña trifulca
doméstica.
Algunas de esas películas serán tan inconvenientes para el niño como para
los padres; otras, no. Pero, desde luego, si el padre o la madre apagan la
televisión o cambian de canal, es seguro que el chico no rechistará y
asumirá un criterio moral claro al respecto.
También interesa preguntarse por las revistas y publicaciones que entran en
la casa. Hay bastantes de ellas que dedican muchas páginas a reportajes nada
recomendables para los chicos, por la inmoralidad, el sensacionalismo y, a
veces, la pornografía. Y se compran, y están por la casa, y se leen.
¿Qué pensará el niño, con su agudo y penetrante sentido crítico, sobre
nuestras sabias recomendaciones sobre el sexo...? "Que son sermones de papá
o de mamá, pero que, bueno, no será para tanto; que parece que lo malo es
sólo malo para los niños; otra manía más, igual que la de que no les grite y
luego ellos me gritan, o de que pida las cosas por favor y luego ellos
tampoco lo hacen..., o sea, que ni caso".
Para que haya coherencia en la educación, los padres deben cuidarse de
filtrar todo lo que entra en la casa y queda al alcance del chico:
periódicos, r evistas, televisión, vídeo, libros, etc. Y, por supuesto, las
películas cuando va al cine.
—Oye, que eso es censura.
Sí. ¿Y qué tiene de terrible preservar a la familia de lo que puede hacerle
mal? Igual que no dejas las tijeras al alcance del pequeño, o que escondes
las medicinas para que no se las tome todas y se intoxique, de modo
semejante debes cuidar de que no intoxique su cabeza y su corazón con
inmoralidades.
—¿Y qué dices sobre el pudor?
En la educación sexual, el pudor es también más importante de lo que parece.
Aunque efectivamente a esta edad el instinto sexual no sea aún muy intenso,
unas costumbres inadecuadas en este aspecto pueden ser un fuerte lastre para
el futuro.
El pudor es un instinto natural, presente de modo universal a lo largo de
los siglos, que protege espontáneamente la propia intimidad. Los hijos lo
aprenden en el hogar casi sin que los padres se lo propongan. Es cuestión de
dar ejemplo, y aprende rán a ser sensibles, a respetar como deben al otro
sexo, a ir correctamente vestidos por la casa, a vivir el pudor cuando se
bañan o al cambiarse de ropa, etc.
Ese natural recato, protección de la propia intimidad, es importante porque
su descuido provoca el estímulo extemporáneo de la pasión genital. El
vestido no es una simple exigencia climatológica, sino que es necesario para
que las relaciones hombre-mujer sean propiamente humanas y personales. De lo
contrario, normalmente despertarían pasiones inoportunas o inadecuadas.
Ya lo sabe todo. ¿Es suficiente?
Es ésta una pregunta que el lector quizá se haga al ir avanzando en este
capítulo. No quisiera dejar la idea de que con explicar al niño todo lo
relativo al sexo queda el problema resuelto. No es así de simple. La
formación sexual es una parte de la educación integral de la persona, y está
unida a todos los demás aspectos. Como cuando se sacan cerezas de un cesto,
que nunca suele salir u na sola.
Llenar su corazón de afectos adecuados y fortalecer su voluntad, son dos
aspectos decisivos para una correcta educación de la sexualidad.
Hay una estrecha relación entre una acertada educación sexual y el avance en
las virtudes, y más concretamente con las virtudes de la fortaleza y la
templanza.
Ya hemos dicho que informar correctamente no es difícil. Lo difícil e
importante es crear en los hijos hábitos que les fortalezcan personalmente
para actuar de modo correcto.
Ten en cuenta que no basta con la información solamente, aun suponiendo
que se haya dado muy bien.
Hay multitud de chicos que lo sabían todo muy bien a través de sus padres
desde temprana edad pero, después,
- por haber descuidado la educación de sus sentimientos;
- por no haber fortalecido su voluntad;
- por no haber desarrollado en ellos las virtudes necesarias;
- por no haberse acostumbrado a luchar;
adquirieron hábitos viciosos y sus vidas fueron un desastre.
A un chico que ha logrado un buen nivel de autodominio, que ha consolidado
las virtudes de la fortaleza y la templanza, no le costará mucho comprender
que es él quien debe tomar las riendas de su impulso sexual, y no al revés.
Y no sentirá envidia de quienes están dominados por el sexo y se consideran
por eso más hombres. Percibirá enseguida que es todo lo contrario, que la
falta de dominio sobre ellos mismos es la que hace que esas personas
realicen, como consecuencia de su débil voluntad, actos sexuales como puede
hacerlo cualquier insensato o cualquier animal. Sólo las personas de mayor
calidad humana, de mayor fortaleza, de mayor autodominio, es decir, los
hombres y mujeres fuertes, llevan de verdad las riendas de su vida, en este
aspecto como en otros.
Se trata de dar una visión positiva, de fortalecer el espíritu, de dar un
alto concepto de la dignidad humana y de la realidad sexual.