Las edades de la Palabra y las edades del hombre

 

Jorge Juan Fernández Sangrador
Instituto Superior de Estudios Teológicos
Oviedo

 

            Nada más llegar a Oviedo, procedente de la Sierra de Madrid, en donde ha tenido lugar el encuentro organizado por La Casa de la Biblia para tratar el tema "La Biblia y los jóvenes" (4, 5 y 6 de diciembre de 1998), me dispongo a ordenar mis ideas. Y, tras reflexionar sobre lo expuesto en las distintas intervenciones, en las que, como denominador común, se ha insistido en que hay que aplicar una metodología adecuada a la edad del destinatario de la Biblia, creo que conviene, igualmente, que el acompañante de ese lector joven sea consciente o se revise a sí mismo de en qué momento se encuentra él personalmente en cuanto a su relación con el texto bíblico, a tenor de cuatro etapas, que pueden ser tipificadas de la siguiente manera:


1) La infancia o la fuerza de la imagen

             Es nuestro primer acercamiento a la Biblia. Se caracteriza por la viveza de imágenes plásticas o narrativas: grandes personajes, imágenes grandiosas, relatos con una gran fuerza expresiva. Constituyen lo que las enciclopedias antiguas llamaban la historia sagrada.

            Este primer encuentro con la Biblia se puede prolongar a lo largo de toda la vida. Se comienza con las primeras imágenes de los libros de escuela, de las imágenes televisivas o cinematográficas, con los retablos o las vidrieras de las iglesias, con la audición de oratorios musicales e incluso con los viajes a Tierra Santa. Sorprenderse con los pequeños detalles plasmados en los cuadros de artistas famosos alojados en prestigiosos museos pertenece a este nivel básico y necesario. En Oriente, los iconos ejercen esta misma función, acercando al pueblo fiel a las realidades invisibles y sobrenaturales.


2) La adolescencia o la lectura científica de la Biblia

             Se despierta en este momento como una necesidad de estudiar, de conocer, de saber más. Es el gran hallazgo de la arqueología, de la lingüística, de la historia de las religiones, del método exegético. ¿Cuántos Isaías hay? ¿Cuántos niveles redaccionales en el Evangelio de San Juan? ¿Escribió San Pablo la carta a los Efesios? ¿Significan lo mismo dabar, logos y rhema? Uno cae en la cuenta de que puede leer el texto bíblico haciendo preguntas inteligentes y se sorprende, por la aplicación de rigurosas técnicas de análisis aprendidas en las clases de exégesis, con elementales pero sabrosísimos hallazgos.

             En esta fase, comienza el aficionado a hacer sus primeros pinitos como profesor o catequista. Puede incluso que se tenga ya por exegeta o teólogo. Se mide con los maestros y se considera, si no más, al menos igual a ellos.

 
3) La madurez y la Palabra de vida

             No se entiende, en esta fase, que la Biblia esté desconectada de la vida. "La Biblia no es para entender la Biblia, sino para entender la vida", dice Carlos Mesters. La Biblia es "lámpara para mis pasos". En este momento, uno se atiene a pasajes fundamentales: el samaritano bueno o la resurrección del hijo de la viuda de Naim. En la Biblia, a partir de la Biblia, desde la Biblia, junto con la Biblia, ... hay un encuentro de experiencias, una fusión de horizontes, el mío y el del actor o autor bíblicos. ¡Cuánta vida en sus páginas! ¿Es posible que pueda resbalar la mirada de un lector normal sobre el texto bíblico sin captar un destello de luz? Si no lo hace es porque seguramente se trata de un lector que "tiene ojos y no ve". Se hace uno, entonces, misionero de la Palabra. Merece la pena enseñar a otros a gustar de las delicias de esa miel. ¿Cómo? Enseñándoles el arte de la lectio divina, de la lectio scholastica, del ars contemplandi. Esta fase viene a coincidir con el inicio de la madurez biológica, en la que hacen su aparición las primeras nieves de la vida. Uno se hace nostálgico y cae en la cuenta de lo hermosa que era la primera fase de la existencia. Vuelve de muchas maneras a lo que fue ese momento de su vida. Ahora ya no se la ve como infancia, sino que se emplea un eufemismo: es fons et origo. Se vuelve al pueblo de origen, se sacan del baúl los antiguos juguetes y la comida sabe bien cuando sabe a madre.

 En la Biblia se encuentra ahora la inspiración, la fuerza para obrar, el motivo para esperar, la razón para amar.

 
4) La plenitud o la Palabra sin libro

             Es el final. Basta sólo con la Palabra interiorizada. Se vive, sin más, sin texto, sin biblioteca, sin ideología. La lectura se ha concentrado en una sola palabra (abba) o en una sola frase ("Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"). La palabra y la luz están dentro: "Aquel día, los sordos oirán las palabras del libro; los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad" (Isaías 29,18). Ya no hace falta salir de la ciudad a buscar el agua. Se vive de la Palabra. Se vive para ella. Se vive en ella. En un solo punto está toda ella. No hay hallazgo, no hay descubrimientos, tan sólo hay fuego. El corazón arde. Y cada vez más. Dios habla sin mediaciones, como a Moisés, cara a cara ("Con muchas inteligencias de la Santísima Trinidad, ilustrándose el entendimiento con ellas tanto que parecía que con buen estudiar no supiera tanto", dice San Ignacio de Loyola). El libro, la explicación, la lectio se acaban. Ahora, ya estorban ("No quieras enviarme de hoy más mensajero que no saben decirme lo que quiero", dice San Juan de la Cruz). Uno no pretende ya encontrar la Palabra escondida en el libro: la Palabra misma lo ha encontrado a él. Ya sólo "me queda la palabra" (Blas de Otero).

            En las lindes de la provincia de Segovia, en el Evangelio del 2º domingo de Adviento, los dos Juanes, el Bautista y el de la Cruz, nos enseñan a preparar, en el desierto, el camino por el que ha de venir el Señor; un camino trazado sobre la arena que arrastra el viento o que borra la ola atrevida, para que cada uno encuentre o haga el suyo, que es en definitiva, ninguno: "para venir a lo que no sabes has de ir por donde no sabes; para venir a lo que no gustas has de ir por donde no gustas; para venir a lo que no posees has de ir por donde no posees; para venir a lo que no eres has de ir por donde no eres". "Ya por aquí no hay camino, porque para el justo no hay ley (cf. 1 Tim 1,9); él para sí es ley (cf. Rom 2,14)".

 Todas estas fases son necesarias "con necesidad de medio". Lo mismo que no podemos unirnos con Dios sin la humanidad de Cristo tampoco podemos conocer su Palabra sin la mediación del texto bíblico; pero es importante no regresar de la fase tres a la uno, identificándolas incluso inconscientemente, o excluir la dos. Se ha de avanzar, de progresar, de apuntar hacia la cuatro, a la que se asciende por esta escala o itinerario de fe.

           Cada vez estimo más la critica textus porque muestra que la Palabra es más que el texto, pues si es verdad que hay que acceder a ella a través de éste, también es verdad que no se halla claramente consignada en ninguno de ellos, transmitidos entre múltiples variantes: ni en la Biblia Hebraica Stuttgartensia, ni en el Novum Testamentum Graece, ni en Septuaginta, ni en la Vulgata, ni en la Nova Vulgata. Perdidos los textos originales, la Palabra está ahora en el corazón del hombre y de la Iglesia.