Cuarta parte: el misterio del perdón
1. Por qué perdonar
Por qué perdonar. La pregunta tiene su lógica: si es tan
difícil perdonar, al menos ciertas ofensas, ¿qué necesidad
tenemos de hacerlo?; ¿vale la pena?, ¿qué beneficios trae
consigo el perdón?; en definitiva, ¿por qué habremos de
perdonar?
El primer motivo que probablemente vendrá a la mente es que,
cuando perdonamos, nos liberamos de la esclavitud producida
por el odio y el resentimiento, para recobrar la felicidad
que había quedado bloqueada por esos sentimientos. Algo que
ayudaría muchísimo es darme cuenta que sentir el
resentimiento hacia otra persona, he depositado mi felicidad
en las manos de esa persona. Le he conferido un poder muy
real hacia mí. Volveré a ser libre cuando tome en mis manos
la responsabilidad de mi propia felicidad.
Esto normalmente quiere decir que debo perdonar a la persona
que resiento. Debo liberar a esa persona de la deuda real o
imaginaria que me debe y debo liberarme a mí mismo del
elevado precio del constante resentimiento.
También tiene mucho sentido perdonar en función de nuestras
relaciones con los demás. Las diferencias con las personas
que tratamos y queremos forman parte ordinaria de esas
relaciones. Algunas veces, tales diferencias pueden
convertirse en agravios, que duelen más cuando provienen de
quienes más queremos: los padres, los hijos, el propio
conyugue, los amigos o las amigas. Si existe la capacidad y
disposición de perdonar, estas situaciones dolorosas se
superan y se recobra el amor a la amistad. En cambio, sino
se perdonan, el amor se enfría o, incluso, puede quedar
convertido, en odio; y la amistad, con todo el valor que
encierra, puede perderse para siempre.
Además de estos motivos humanos para perdonar, existen
rezones que podríamos llamar sobrenaturales, porque derivan
de nuestra relación con Dios. De ninguna manera se
contraponen a las anteriores, sino que las refuerzan y
complementan. Hay algunas situaciones extremas en las que
los argumentos humanos resultan insuficientes para perdonar,
y entonces, se hace necesario recurrir a este otro nivel
trascendente para encontrar el apoyo que falta. ¿Cuáles son
estas razones?
Dios nos ha hecho libres y, por tanto, capaces de amarle o
de ofenderle mediante el pecado. Si optamos por ofenderle,
Él nos puede perdonar si nos arrepentimos, pero para ella ha
establecido una condición: que antes perdonemos nosotros al
prójimo que nos haya agraviado. Así lo repetimos en la
oración del padre nuestro:”Perdona nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Podríamos preguntarnos porque Dios condiciona su perdón a
que nosotros perdonemos y, aún más, nos exige que perdonemos
a nuestros enemigos incondicionalmente, es decir, aunque
éstos no quieran rectificar. Lógicamente Dios no pretende
dificultarnos el camino y siempre quiere lo mejor para
nosotros. Él desea profundamente perdonarnos, pero su perdón
no puede penetrar en nosotros sino modificamos nuestras
disposiciones. Al negarnos a perdonar a nuestros hermanos y
hermanas, el corazón se cierra, se endurece y se lo hace
impenetrable al amor misericordioso del padre. Dios respeta
nuestra libertad. Condiciona su intervención a nuestra libre
apertura para recibir su ayuda. Y la llave que abre el
corazón para que el perdón divino pueda entrar es el acto de
perdonar libremente a quien nos ha ofendido, no sólo alguna
vez, aisladamente, sino incluso de manera reiterativa.
Porque tal vez no es tan difícil perdonar sólo una gran
ofensa. ¿Pero cómo olvidar las provocaciones incesantes de
la vida cotidiana?, ¿cómo perdonar de manera permanente a
una suegra dominante, a un marido fastidioso, a una esposa
regañona, a una hija egoísta o a un hijo mentiroso? A mi
modo de ver, sólo es posible conseguirlo recordando nuestra
situación, comprendiendo el sentido el sentido de estas
palabras en nuestras oraciones de cada noche: “perdona
nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos
ofenden”. Sólo en estas condiciones podemos ser perdonados.
Además Jesús insistió muchas otras veces en la necesidad del
perdón. Cuando Pedro le pregunta si hay que perdonar hasta
siete veces, le contesta que hasta setenta veces siete,
indicando con la respuesta que el perdón no tiene límites;
pidió perdonar a todos, incluso a los enemigos, y a los que
devuelven mal por bien. Para el cristiano, estas enseñanzas
constituyen una razón poderosa a favor del perdón, pues
están dictadas por el maestro.
Pero Jesús que es el modelo a seguir para quien tiene fe en
él, no sólo predicó el perdón sino que lo practicó
innumerables veces. En su vida encontramos abundantes hechos
en los que se pone de manifiesto su facilidad para perdonar,
lo cual es probablemente la nota mejor que expresa el amor
que hay en su corazón: Por ejemplo mientras los escribas y
fariseos acusan a una mujer sorprendida en adulterio, Jesús
la perdona y le aconseja que no peque más; cuando le llevan
a un paralítico en una camilla para que lo cure, antes le
perdona sus pecados; cuando Pedro lo niega por tres veces, a
pesar de las advertencias, Jesús lo mira, lo hace reaccionar
y no solamente le perdona, sino que le devuelve toda
confianza, dejándole al frente de la Iglesia. Y el momento
culminante del perdón de Jesús tiene lugar en la cruz,
cuando eleva su oración por aquellos que le están
martirizando: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen”.
La consideración de que el pecado es una ofensa a Dios, que
la ofensa adquiere dimensiones infinitas por ser Dios el
ofendido, y a pesar de ello Dios perdona nuestros pecados,
cuando ponemos lo que está de nuestra parte, nos permite ver
la desproporción tan grande que existe entre ese perdón
divino y el perdón humano. Por eso resulta muy lógico el
siguiente consejo: “Esfuérzate, si es preciso, en
perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer
instante, ya que, por grande que sea el perjuicio o la
ofensa que te hagan, más te perdona Dios a ti”. Y este
“más” incluye el aspecto cuantitativo, es decir las
innumerables veces que hemos ofendido a Dios y Él ha estado
dispuesto a perdonarnos. Por eso, este argumento tiene valor
perenne, cualquiera que sea la magnitud de la ofensa que
hayamos recibido, y el número de veces que hemos sido
agraviados.
Hasta donde perdonar
Hay ofensas que parecerían imperdonables por su magnitud,
por recaer en personas inocentes o por las consecuencias que
de ellas se derivan. Humanamente hablando no encontraríamos
justificación suficiente para perdonarlas, y es que el
perdón no se puede entender, en toda su dimensión y en todos
los casos, con esquemas sólo humanos. Sólo desde la
perspectiva de Dios podemos comprender que incluso lo que
parece imperdonable puede ser perdonado, porque “no hay
límite ni medida en el perdón, especialmente en el divino”.
El hombre si realmente desea perdonar, debe vincularse a
Dios. Sólo así se explica, por ejemplo, el testimonio de
Juan Pablo II que sacudió a la humanidad cuando, a los pocos
días del atentado del 13 de mayo de 1981, en cuanto salió
del hospital, visitó personalmente a su agresor, Ali Agca,
lo abrazó, y posteriormente comentó: “Le he hablado como se
le habla a un hermano que goza de mi confianza, y al que he
perdonado”.
Esta universalidad del perdón incluye también aquellas
ofensas que más nos cuestan perdonar: las que padecen las
personas que más amamos. Emocionalmente experimentamos en
estos casos que, si perdonamos a quienes han cometido el
abuso, estamos traicionando el afecto que sentimos hacia la
persona ofendido. Pero una vez más será preciso no dejarse
llevar por el sentimiento y tratar de distinguir el afecto
que sentimos hacia ese ser querido, y la acción de perdonar.
Y en la medida de nuestras posibilidades procuraremos
concretar el amor buscando el bien de ambas partes: de quien
ha recibido la ofensa y amamos naturalmente, mediante la
ayuda y el afecto que le convenga, de quien ha cometido la
ofensa, a través del correctivo que le facilite rectificar
su conducta.
La ausencia de límites y medida en el perdón incluye también
volver a perdonar cada vez que la ofensa se repita. La frese
de Jesús, “hasta setenta veces siete”, tiene este
sentido. Perdonar siempre significa que cada vez que se
repite el perdón es como si fuera la primera vez. Porque lo
pasado ya no existe. Porque todas las ofensas anteriores
fueron anuladas y todas han sido borradas del corazón.
No Confundir el Perdón con la Codependencia
Es cierto que debemos perdonar "hasta 70 veces siete", es
una realidad que debemos perdonar todas las veces que somos
ofendidos. Sin embargo, también debemos ser cautelosos y
conscientes de la dignidad de nuestra persona, de la
protección y la salvaguarda de nuestra integridad, así como
de la protección y salvaguarda de la integridad de personas
que están a nuestro cuidado. Es importante cancelar una
deuda moral, pero esto no significa que debamos exponernos a
un peligro constante y latente.
Cuando una persona agrede repetidamente de una manera
violenta y física a nosotros o a personas que estén a
nuestro cuidado, tal vez como efecto de alguna adicción
padecida por el agresor, es importante cancelar la deuda
moral para estar en paz con aquella persona y con Dios, así
como con nosotros mismos, pero es preciso tomar las
precauciones y medidas que sean necesarias para nuestra
protección. Incluso si es necesario, apartándonos del
agresor y hasta rompiendo la relación con esta persona que
puede resultar peligrosa.
No debemos confundir el "perdonar 70 veces siete" con una
actitud de codependencia, en la que dependemos para vivir
como una adicción, de una persona que nos agrede y nos pone
en riesgo. Debemos recordar que Dios quiere que perdonemos
en primer lugar por nuestro propio bien, para que no
carguemos con ese peso del resentimiento que nubla nuestra
paz interior y nuestra relación con otros y con Dios mismo.
Al mismo tiempo, Dios quiere que se respete nuestra
integridad.
Reflexión final:
Si perdonas en nombre de Cristo, debes hacerlo como Él. ¡Qué
difícil! Pero hay que intentarlo porque Cristo quiere
perdonar, y el hombre necesita ser perdonado, y tú puedes
dar ese perdón.
No te canses de perdonar como Cristo, aunque falte mucho
para igualar al modelo; no te canses y si además lo tratas
de hacer como Él lo haría, ¡mil veces!
Necesitan tus hermanos sentir la mano de Cristo en el
hombro, el beso de Dios en la frente; la mano que enjuga las
lágrimas. Tú eres esa mano y ese beso de Dios; intenta
hacerlo como Dios. Si perdonas como Él, te perdonarán; si
enjugas lágrimas con idéntica ternura, ellos te amarán; si
les besas en la herida purulenta, sanarán.
¡Qué difícil! Pero tienes que intentarlo, aunque al
principio no te salga igual; intenta hasta que seas de
verdad ese Cristo en la tierra, ese Cristo que los hombres
odian, y que, sin embargo, necesitan más que el pan y el
vino. Te necesitan, no te escondas de ellos, aunque sólo en
el cielo te lo agradezcan.
Tu corazón debe acostumbrarse a amar y hacerlo con gusto y
con amor; tu corazón debe aprender a perdonar, a perdonar
mucho, a perdonar con amor. Si perdonas en nombre de Cristo,
debes hacerlo como Él.
Te dejo el testimonio de Cardenal Francisco Xavier Nuguyen
Van Thuan .
En 1975, François Xavier Nguyên Van Thuân fue nombrado por
Pablo VI arzobispo de Ho Chi Minh (la antigua Saigón), pero
el gobierno comunista definió su nombramiento como un
complot y tres meses después le encarceló.
Durante trece años estuvo encerrado en las cárceles
vietnamitas. Nueve de ellos, los pasó régimen de
aislamiento.
Una vez liberado, fue obligado a abandonar Vietnam a donde
no ha podido regresar, ni siquiera para ver a su anciana
madre. Fue presidente del Consejo Pontificio para la
Justicia y la Paz de la Santa Sede.
MISERICORDIA
Los "defectos" de Jesús
En la prisión, mis compañeros, que nos son católicos,
quieren comprender "las razones de mi esperanza". Me
preguntan amistosamente y con buena intención: "¿Por qué lo
ha abandonado usted todo: familia, poder, riquezas, para
seguir a Jesús? ¡Debe de haber un motivo muy especial". Por
su parte, mis carceleros me preguntan: "¿Existe Dios
verdaderamente? ¿Jesús? ¿Es una superstición? ¿Es una
invención de la clase opresora?"
Así pues, hay que dar explicaciones de manera comprensible,
no con la terminología escolástica, sino con las palabras
sencillas del Evangelio.Los defectos de Jesús
Un día encontré un modo especial de explicarme. Pido vuestra
comprensión e indulgencia si repito aquí delante de la
Curia, una confesión que puede sonar a herejía:"Lo he
abandonado todo para seguir a Jesús porque amo los defectos
de Jesús".
Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria. En la
cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su
derecha: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino"
(Lc 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: "No
te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al
menos con 20 años de purgatorio". Sin embargo Jesús le
responde: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso"
(Lc 23, 43). El olvida todos los pecados de aquel hombre.
Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en
sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado
escandaloso, sino que dice simplemente: "Quedan perdonados
sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor" (Lc 7,
47).La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de
vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá:
"Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser
llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros" (Lc
15, 18-19). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya
lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le
deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los
siervos, que están desconcertados: "Traed el mejor vestido y
vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en
los pies. Traed el novillo cebado, matadlo y comamos y
celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y
ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado" (Lc
15, 22-24).
Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona y
perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.
Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas. Si Jesús
hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran
suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un
pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él,
inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y
nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre
criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 4-7).Para Jesús, uno
equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién
aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de
generación en generación...Cuando se trata de salvar una
oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún
riesgo, por ningún esfuerzo.
¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se
sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana o
bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué
sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!
Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica. Una mujer
que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la
lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus
vecinas y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la
dracma que había perdido". (cf. Lc 15, 8-9)¡Es realmente
ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego
hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al
invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez
dracmas serían suficientes para cubrir los gastos...Aquí
podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que "el
corazón tiene sus razones, que la razón no conoce".Jesús,
como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña
lógica de su corazón: "Os digo que, del mismo modo, hay
alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se
convierta" (Lc 15, 10).
Cuarto defecto: Jesús es un aventurero. El
responsable de publicidad de una compañía o el que se
presenta como candidato a las elecciones prepara un programa
detallado, con muchas promesas. Nada semejante en Jesús. Su
propaganda, si se juzga con ojos humanaos, está destinada al
fracaso. Él promete a quien lo sigue procesos y
persecuciones. A sus discípulos, que lo han dejado todo por
él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino sólo
compartir su mismo modo de vida. A un escriba deseoso de
unirse a los suyos, le responde: "Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del
hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Mt 8, 20).El
pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero
"autorretrato" de Jesús aventurero del amor del Padre y de
los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque
estemos acostumbrados a escucharlo:"Bienaventurados los
pobres de espíritu...,bienaventurados los que
lloran...,bienaventurados los perseguidos por la
justicia...,bienaventurados seréis cuando os injurien y os
persigan y digan y digan con mentira toda clase de mal
contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque
vuestra recompensa será grande en los cielos" (Mt 5,
3-12).Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero.
Desde hace dos mil años y hasta el fin del mundo no se agota
el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los
santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de
aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección,
sin teléfono, sin fax...!
Quinto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de
economía. Recordemos la parábola de los obreros de la
viña: "El Reino de los Cielos es semejante a un propietario
que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros
para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y
hacia las tres y hacia las cinco... y los envió a sus
viñas". Al atardecer, empezando por los últimos y acabando
por los primeros, pagó un denario a cada uno. (cf. Mt 20,
1-16).Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad
o director de empresa, estas instituciones quebrarían e
irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien
empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual
al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste,
o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito,
porque –explica-: "¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que
quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?"Y
nosotros hemos creído en el amor. Pero preguntémonos: ¿por
qué Jesús tiene estos defectos? Porque es Amor (cf. 1 Jn 4,
16). El amor auténtico no razona, no mide, no levanta
barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone
condiciones. Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la
Trinidad él nos ha traído un amor grande, infinito, divino,
un amor que llega –como dicen los Padres- a la locura y pone
en crisis nuestras medidas humanas. Cuando medito sobre este
amor mi corazón se llena de felicidad y de paz. Espero que
al final de mi vida el Señor me reciba como al más pequeño
de los trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia
por toda la eternidad, perennemente admirado de las
maravillas que él reserva a sus elegidos. Me alegraré de ver
a Jesús con sus "defectos", que son, gracias a Dios,
incorregibles. Los santos son expertos en este amor sin
límites. A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina
Kowalska que me haga comprender la misericordia de Dios. Y
cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras
que Jesús dijo a santa Margarita María Alacoque: "Si crees,
verás el poder de mi corazón”. Contemplemos juntos el
misterio de este amor misericordioso.
¿Agradezco a Dios el perdón de mis pecados?
¿Siento la alegría de haber encontrado el perdón de Dios o
me olvido rápidamente de esta gracia?
¿Pido perdón por los que no lo piden?
¿Deseo con todo mi corazón perdonar todas las veces que sea
necesario?
Preguntas que pueden servirte para estructurar tus
conclusiones
¿Qué me ha parecido el tema?
¿Qué aplicaciones prácticas encuentro para mi vida?
Algún comentario particular…