Catequesis sobre la Eucaristía
Autor: Arquidiócesis de Guadalajara
Fuente: Catholic.net

 

TEMA 9

La Eucaristía, banquete de la comunión
en el cuerpo y sangre del Señor




OBJETIVO


Tomar conciencia de la importancia que tiene la comunión eucarística en la vida del cristiano, preparándonos adecuadamente a recibirla y conociendo los frutos que produce en el creyente y en toda la Iglesia.

NOTAS PEDAGOGICAS

Por la extensión del tema, recomendamos estudiarlo en dos sesiones.

Para el estudio de este tema y para su presentación, sugerimos tener en una pequeña mesa, debidamente adornada, un pan grande, un vaso de vino de uva, unas cuantas espigas de trigo y un racimo de uvas. Estos son los signos de la Eucaristía y ayudará mucho tenerlos a la vista; no sólo el pan y el vino, sino también los frutos de donde proceden.

Otro elemento importante que ha de estar presente es una imagen de Cristo crucificado, para recordar que el sacrificio de la Misa es la actualización del Sacrificio de Cristo en la Cruz.

VEAMOS

La primera sesión puede incluir la primera parte: “prepararnos para la comunión”, y se puede iniciar recordando algunas actitudes incorrectas frente a la comunión, que se dan frecuentemente, como las de:

· Quien no se acerca a comulgar porque piensa que debía haberse confesado inmediatamente antes (confesión = boleto para comulgar).

· Los que comulgan por compromiso en las celebraciones eucarísticas, sin estar en estado de gracia.

· Los que llegan a Misa, casi únicamente a la comunión (“¡en cuanto alcancé a comulgar!”).

· Los que comulgan diario y casi nunca van a confesarse.

· Los que van a Misa frecuentemente, pero casi nunca comulgan.

Se puede invitar a los participantes a dialogar sobre estas y otras situaciones parecidas presentando cada uno su punto de vista.

La segunda sesión puede incluir la parte llamada “Los frutos de la comunión”, y puede iniciarse con un diálogo sobre los efectos que pueden tener el comer algunos alimentos, por ejemplo: ¿qué pasa si comemos pura “comida chatarra” como papitas, refrescos, etc.?, ¿qué pasa si nos alimentamos con una dieta balanceada que incluya frutas, verduras, carne, leche, huevos...?

El animador puede agregar otras preguntas que provoquen el diálogo en este sentido: todo lo que comemos produce en nosotros efectos positivos o negativos, de acuerdo a la calidad de alimentos y de acuerdo a nuestra disposición para ellos.

De esta experiencia pasaremos a comprender los efectos que producen en nosotros y para la Iglesia la comunión eucarística, dependiendo de nuestra disposición para recibirla, es decir, si nos encontramos o no en estado de gracia.

Es importante subrayar los dos aspectos: los efectos que produce y la disposición de la persona. Así conectamos las dos sesiones y le damos unidad a este tema.

PENSEMOS

Prepararnos para la Comunión

La Misa es, al mismo tiempo y de modo inseparable, el memorial del sacrificio de la cruz y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

La celebración de este sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.

La comunión eucarística no es una acción íntimista o sentimental. Comulgar con el Señor muerto y resucitado significa donarse con El al Padre y a nuestros hermanos. Decimos en la plegaría eucarística III dirigiéndonos al Padre: “Dirige la mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tú amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”.

El Señor Jesucristo viene a vivir con nosotros y nos hace vivir en El: “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que es vida, me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí” (Jn 6, 55-57). La vida que él comunica es su amor al Padre y a todos los hombres.

Uniéndonos a él, Jesucristo nos une también entre nosotros: lo expresa muy bien el signo del pan y del vino, compartidos en un banquete fraterno. Una multitud se transforma en un solo cuerpo en virtud del único pan: “¡Misterio de amor! ¡Símbolo de unidad! ¡Vínculo de caridad!”. Como los granos de trigo se funden en un sólo pan y muchas uvas en un poco de vino, así nosotros formamos en Cristo “un solo cuerpo y un solo espíritu”.

La Eucaristía presupone, refuerza y manifiesta la unidad de la Iglesia. Exige la unidad de fe y compromete a superar las divisiones contrarias a la caridad.

En sintonía con el amor universal de Cristo, la Plegaria Eucarística es una interseción por el mundo y por la Iglesia universal y particular, por los presentes y ausentes, por los vivos y por los difuntos: “Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu servidor, el Papa, a nuestro Obispo, al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti. Atiende los deseos y suplicas de esta familia que has congregado en tu presencia. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo. A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos en plenitud eterna de tu gloria”. Hacerse uno con Cristo significa abrir el corazón a la humanidad entera en todas sus dimensiones.

Las actitudes expresadas por la Plegaria Eucarística animan también los siguientes ritos de comunión: la oración del Padrenuestro, el signo de la paz, la fracción del pan, la comunión sacramental. Toda la celebración tiende hacia esta última. Por eso la Iglesia recomienda vivamente recibir la comunión eucarística cada vez que se participa en la santa Misa, aún bajo las dos especies, cuando lo prevé el rito.

El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: “En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes” (Jn 6, 53).

Por otra parte, se entiende que sin las debidas disposiciones para la comunión sacramental, ésta no sería autentica. Ya san Pablo exhortaba a los cristianos de esta manera: “El que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el Cuerpo y la Sangre del Señor. Cada uno, pues, examine su conciencia y luego podrá comer el pan y beber de la copa. El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el Cuerpo” (ICo 11, 27-29). Quien tiene conciencia de haber cometido pecado mortal, antes de acercarse a la comunión eucarística, debe arrepentirse y regresar en gracia de Dios. Mas precisamente, debe acercarse al sacerdote y recibir la absolución; no puede limitarse a hacer el propósito de confesarse lo más pronto posible, a menos que, en una particular situación, existan motivos graves.

Preocupa la desenvoltura con la cual van a comulgar algunas personas que no se confiesan desde hace mucho tiempo, sobre todo con ocasión de fiestas solemnes, de matrimonios y funerales.

Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (ver Mt 8, 8).

Deben observarse también algunos signos exteriores de respeto: observar la ley del ayuno eucarístico, que obliga a no tomar alimentos ni bebidas, excepto agua, durante una hora antes de la comunión; responder “Amén” a las palabras del ministro; hacer un signo de adoración a Jesucristo presente en la Eucaristía, antes de recibirla, etc.

Por la actitud corporal (gestos, vestido digno) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.

Los frutos de la Comunión
El hecho de participar en la comunión eucarística acrecienta nuestra unión con Cristo; nos separa del pecado; crea y fortalece la unidad de la Iglesia; y nos hace reconocer a Cristo en los más pobres y comprometernos con ellos (ver CIC 1391-1397).

La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús, que dice: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56).

Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. Nuestro crecimiento en la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dado como viático.

La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es “entregado por nosotros”, y la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los pecados”. Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados.

De la misma manera que el alimento corporal sirve para reparar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse. Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos a El. Cuando más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en la amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado.

La Eucaristía vivifica la caridad en la vida cotidiana; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales. Pero no esta orientada al perdón de los pecados graves y mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación.

La comunión fortalece la unidad de la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por esta comunión Cristo nos une a todos en un solo cuerpo: la Iglesia.

En el bautismo fuimos llamados a formar todos un solo cuerpo (ver ICo 12, 13). La Eucaristía hace realidad esta llamada: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Así, siendo muchos formamos un solo cuerpo, porque el pan es uno y todos participamos del mismo pan” (ICo 10, 16-17).

La comunión nos hace reconocer a Cristo en los más pobres y comprometernos con ellos. Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (ver Mt 25, 40), y hacernos solidarios con ellos.

ACTUEMOS


Después de haber reflexionado juntos en este tema, podemos hacer un compromiso en la línea de prepararnos adecuadamente para recibir la sagrada Comunión, así como fomentar en nosotros la comunión frecuente, de ser posible cada vez que participemos en la Misa.

También puede insistirse en los signos y actitudes de respeto a Jesús, Pan de vida que recibimos en la comunión.

De la misma manera se puede subrayar la necesidad de comprometernos solidariamente con los demás, en particular con los más pobres, como fruto de la comunión eucarística.

CELEBREMOS

La celebración más adecuada a este tema es precisamente la Misa. Se podría proponer participar juntos en una celebración eucarística después de la reunión, donde sea posible, y con una preparación adecuada para ello, de acuerdo a lo que hemos estudiado.

Si no es posible ir juntos a Misa, se puede hacer una oración espontánea de agradecimiento a Jesús que nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre, que concluya con el siguiente canto: (Se pueden escoger sólo algunas estrofas y, si no se conoce la melodía, se puede hacer una lectura en forma litánica, repitiendo juntos el estribillo después de cada estrofa).

Para transformarnos en el Cuerpo de Cristo.
Vino transformado en la Sangre del Señor.

EUCARISTIA, MILAGRO DE AMOR
EUCARISTIA, PRESENCIA DEL SEÑOR (2)

Cristo nos dice tomen y coman
Este es mi Cuerpo que ha sido entregado.

Cristo en persona nos viene a liberar
De nuestro egoísmo y la división fatal.

¡Oh, mi gran invento de Cristo sabio y bueno
para alimentarnos con su Sangre y con su Cuerpo!

Con este Pan tenemos vida eterna
Cristo nos invita a la gran resurrección.

Este alimento renueva nuestras fuerzas
Para caminar a la gran liberación.

Cuando comulgamos nos unimos al Señor
Formamos todos juntos la familia del amor.

En la familia de todos los cristianos
Cristo quiere unirnos en la paz y en el amor.

Palabra hecha Pan que nutres la confianza
En la promesa de que Tú estas con nosotros.

Pan que nos da entusiasmo y valentía
Para predicar tu Evangelio a todo el mundo.