Domingo, día del Señor
y día de la familia
Fuente:
Autor: P. Fernando Pascual
Parece mentira, pero a pesar de tanto “tiempo libre” no tenemos casi tiempo para
nada. Aumentan las necesidades, los planes, los compromisos, y cuando queremos
tener un rato para el descanso en familia, resulta que no nos queda tiempo...
Debemos sentarnos, de vez en cuando, para reflexionar sobre lo que sea realmente
importante en nuestras vidas. Entonces descubriremos, entre otras cosas, que
resulta urgente rescatar el sentido del domingo, de un día dedicado a los demás,
a nosotros mismos, a Dios.
Pensemos en lo que es ahora el domingo para muchos. Después de seis días de
trabajo, con el agotamiento del tráfico, de las prisas, de los roces con los
compañeros y compañeras de la oficina o de la fábrica, el domingo querríamos
estar todo el tiempo entre las sábanas, o tumbados en el sofá, o pasear
tranquilos por la calle. Pero ni siquiera podemos hacer esto. Unos tienen que
hacer deporte, casi obsesionados por la “condición física”. Otros salen de la
ciudad, y a veces pasan varias horas en la carretera, aprisionados entre
millares de coches que avanzan a paso de tortuga. Otros se quedan en casa, y
descubren que tienen que arreglar mil pequeños asuntos que terminan por dejarles
más cansados y más tensos. Otros, y es una enfermedad que está creciendo poco a
poco, se dedican a juegos electrónicos que absorben toda la atención y que no
dejan espacio para pensar en cosas mucho más importantes. Otros, en fin, hacen
el domingo el trabajo que no pudieron hacer durante la semana: no saben lo que
es tomarse un poco de tiempo para descansar...
Sin embargo, casi todos hemos deseado llegar al domingo. Casi todos... porque
siempre hay quien es más feliz en el trabajo que en el hogar, pero si esto
ocurre es porque algo no funciona del todo bien en la vida familiar... ¿Por qué
nos alegra pensar en el domingo? Porque lo vemos como nuestro día “libre”, el
día en el que nos gustaría hacer eso que más llevamos en el corazón, eso que nos
descansa, que nos llena. El domingo, en cierto sentido, revela aspectos muy
profundos de nuestra personalidad, cosas buenas y cosas malas, amores y
tensiones, gozos y penas profundas. Es un día especial, es nuestro día... No
podemos venderlo a las prisas, a la propaganda, al consumismo. No podemos hacer
del domingo un día perdido.
Hemos de encontrar tiempo para que el domingo sea, realmente, un día de
plenitud, de amor, de familia, de solidaridad. Para lograr que sea así, no
estaría mal quitar todo aquello que hemos escogido para ese día y que sólo nos
ha dejado más vacíos y más angustiados. Es mejor un domingo con tiempo para la
reflexión y para el descanso que un domingo lleno con cientos de compromisos que
nos absorben completamente y nos apartan de lo importante...
El domingo debe ser, de modo especial, un momento para la familia. Conocemos o
hemos tenido la suerte de vivir en familias que pasan casi todo el domingo
unidos y en paz, con un proyecto común. Juntos se va a misa, se prepara la
comida, se juega un rato o se va de paseo. Juntos se ve la televisión o se hacen
los deberes para la escuela. Juntos se distribuyen las tareas (siempre hay mil
cosas que arreglar) y la limpieza de la ropa, de la cocina, de las esquinas
llenas de polvo o de arañas... Juntos se va al club, o al cine. Son familias que
pueden hacerlo todo juntos porque, de verdad, se quieren a fondo, y saben unos
ceder un poco para la felicidad de otros. Y eso es muy fácil si el amor es lo
más importante de la casa.
Por último, o mejor, en primer lugar, el domingo es el día del Señor. Una verdad
profunda acompaña la vida de todo creyente: venimos de Dios, vamos a Dios. El
domingo agradece el don de la existencia, el amor de un Dios que nos creó y que
nos permite disfrutar del sol, de la luna, del viento, de las enchiladas y de la
sonrisa de los niños. El domingo nos hace pensar en el “mañana” que brillará
después de nuestra muerte, y nos recuerda que mediante una cruz el cielo está
abierto. El domingo nos susurra, sin gritos, pero con constancia, que Dios nos
ama, que somos sus hijos, que es un Padre que nos espera con cariño.
Todo esto se vive de modo especial en la Misa. Pero no sólo en ella. El clima
familiar del domingo debería suscitar en todos como una nostalgia de Dios, desde
que nos vamos levantando (sin las prisas de siempre pero con gusto y con
entusiasmo por el día libre) hasta que llegamos a la noche y miramos el futuro
que nos espera. Un futuro que puede ser gris o de colores, pero en el que
siempre podremos descubrir una mano providente que nos guía hacia la Patria del
cielo.
El domingo es un día muy especial. Nos lo recordó el Papa Juan Pablo II en su
carta sobre el “Día del Señor”, escrita el año 1998. Nos decía en esa carta:
“Por medio del descanso dominical, las preocupaciones y las tareas diarias
pueden encontrar su justa dimensión: las cosas materiales por las cuales nos
inquietamos dejan paso a los valores del espíritu; las personas con las que
convivimos recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno, su verdadero
rostro”.
Nos urge, por lo tanto, revivir a fondo el domingo, hacer de cada domingo, de
verdad, el día del Señor y nuestro día favorito. El día más deseado, el día
vivido con más alegría, el día que nos prepara para un cielo que será, nos lo
enseña la Iglesia, un domingo