DIOS SE RETRASA, PERO LLEGA

            Santa Mónica es un gran ejemplo de perseverancia en la oración. Su joven hijo Agustín se extravió cediendo al vicio y cayendo en la herejía. Tras mucho orar y mucho llorar, Mónica logró al fin su conversión. Ya San Ambrosio, su director espiritual, había tratado de consolarla muchas veces diciéndole: “No es posible que perezca un hijo de tantas oraciones y lágrimas”.

            La perseverancia es una de las condiciones de la oración. Los santos son claros cuando hablan de la necesidad de la perseverancia. “Vete al Señor mismo, al mismo con quien la familia descansa, y llama con tu oración a su puerta, y pide, y vuelve a pedir. No será él como el amigo de la parábola: se levantará y te socorrerá; no por aburrido de ti; está deseando dar; si ya llamaste a su puerta y no recibiste nada, sigue llamando que está deseando dar. Difiere darte lo que quiere darte para que más apetezcas lo diferido; que suele no apreciarse lo aprisa concedido”(San Agustín).

            La oración exige perseverancia. No es una meta, es una camino diario que se anda tras el rastro y rostro de Dios. Y la perseverancia necesita del esfuerzo de una determinada determinación, ya que “Dios es amigo de ánimas animosas”, dice santa Teresa. Orar en los momentos de dulzura, de sentir a Dios cercano, de trato fácil, no tiene tanto valor. Perseverar en momentos de sequedad, de desierto, de ausencia de Dios, exige muchas fe y valor. Y para eso no es necesario muchas palabras bonitas, que nos salgan en discurso maravilloso, que tengamos unos pensamientos excelentes. No. Nos basta el estar ahí, junto al Maestro, el Amado, que sabemos que nos ama, a pesar de que no sintamos ese amor; que somos conscientes de que su delicia es estar con nosotros, a pesar de que nosotros queramos huir y escapar.

            Perseverar es esperar a que Dios obre, abandonarse a un Dios como se abandona un niño en brazos de su madre, es no mirar el reloj y dar el tiempo por perdido, aunque será bien ganado. Quien persevera llegará al puerto de la salvación. Así lo dice santa Teresa: “Si persevera en la oración, por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras… en fin, tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación” (V 8, 4). La oración exige entrega y perseverancia. Solo pueden perseverar los que se determinan a ser amigos de Dios. En todas nuestras relaciones amorosas, como dijo Somerset -Ward: “La perseverancia es el signo más seguro del amor”.

       Dios se retrasa en contestar y en conceder lo que se pide. Por eso necesitamos echar mano de la paciencia y perseverancia. “Vemos muchas veces que el Señor no nos concede enseguida lo que pedimos; esto lo hace para que lo deseemos con más ardor, o para que apreciemos mejor lo que vale. Tal retraso no es una negativa, sino una prueba que nos dispone a recibir más abundantemente lo que pedimos” ( Santo Cura de Ars).

            “Dios quiere ser rogado, quiere ser coaccionado, quiere ser vencido por una cierta importunidad… (San Gregorio Magno). Dios no falla y llega a tiempo. Así lo confirma san Juan de la Cruz cuando dice: “Comprendan todas las almas que, si Dios no les cumple enseguida lo que le piden y necesitan, no fallará a su debido tiempo si ellas son constantes y no desmayan y se desalienta”. Dios no falla si se es constante, si se persevera hasta el final.

            La perseverancia lleva consigo el pedir una y mil veces. Cuando falla la oración es porque no estamos preparados para pedir y recibir.   “Cuando digo a alguno: Ruega a Dios, pídele, suplícale, me responde: ya pedí una vez, dos, tres, diez, veinte veces, y nada he recibido. No ceses, hermano, hasta que hayas recibido; la petición termina cuando se recibe lo pedido. Cesa cuando hayas alcanzado; mejor aún, tampoco entonces ceses. Persevera todavía. Mientras no recibas pide para conseguir, y cuando hayas conseguido da gracias (San Juan Crisóstomo).

            E igual que tenemos que ser perseverantes en nuestra oración, tenemos que ser constantes cuando pedimos por los otros. La necesidad nos obliga a rogar por nosotros mismos, y la caridad fraterna a pedir por los demás. Es más aceptable a Dios la oración recomendada por la caridad que la que es impulsada por la necesidad (San Juan Crisóstomo).

             Nunca se consigue nada en la oración sin la perseverancia. Sólo la perseverancia nos ayudará a progresar en el camino oracional y a mantenernos firmes. Quizá para perseverar hay que pedir al Señor la gracia de mantenerse en la petición “Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida”.

            La perseverancia tiene que ir acompañada de la paciencia. Quien es paciente, persiste en el camino, persevera hasta el final. Estamos acostumbrados a la rapidez y eficacia y la oración, exige tiempo y no siempre va acompañada de buenos resultados palpables. La paciencia nos lleva a saber esperar a Dios que tarda, que es desconcertante, que nunca responde como lo esperamos. La paciencia nos empuja a aceptar lo que humanamente es inaceptable, lo que no tiene explicación.

            ¡Amigo, acompáñame!, ¡sostenme! Muchas veces no tendré sino a ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más cabal y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo (Gabriela Mistral).

Fr. Eusebio Gómez Navarro, OCD