Autor: Monseñor José
Ignacio Munilla Aguirre
Fuente:
www.enticonfio.org
El Dios que se revela
El rechazo racionalista hacia la Revelación, es la resistencia del hombre al amor de Dios.
En la segunda mitad del
siglo XX, fueron muchos los analistas que vieron en la ideología marxista el
mayor enemigo del cristianismo. Y esto, tanto por las persecuciones que los
regímenes comunistas dirigían -siguen haciéndolo todavía en algunos lugares-
hacia los creyentes de las diversas religiones, como por la explícita
profesión de ateísmo de la que siempre hicieron gala. Sin embargo, la historia
se ha encargado de demostrarnos que la ideología más persistente y perjudicial
era otra: el racionalismo ilustrado.
Si lo característico del marxismo fue la negación de
Dios, lo propio de la mentalidad racionalista ha sido, y es, la negación de la
Revelación. Es decir, descartan por absurda la posibilidad de que Dios llegue
a mantener una relación personal con nosotros. A la mentalidad racionalista le
repugna que los misterios trascendentes sean presentados con la cercanía y la
concreción propias de algo que está a nuestro alcance. L a pretendida
Revelación sería el recurso de los ignorantes, que necesitan ver y palpar,
porque son incapaces de pensar y abstraer. (¡Cuántas similitudes con el pasaje
bíblico del Libro de los Reyes (2 R 5, 1-15), en el que Naamán el Sirio, se
resistía a aceptar que con sólo obedecer al profeta Eliseo, bañándose siete
veces en el Jordán, podría quedar limpio de su lepra!)
Sin embargo, esta mentalidad racionalista, que alardea
de tener un concepto más puro y desarrollado de la divinidad, comete un
tremendo error, al impedirle a Dios ser Dios. ¿Es que le vamos a decir
nosotros a Dios lo que puede y lo que no puede hacer? ¿Y si Dios quisiese
dirigirse al hombre como a su interlocutor, qué principio filosófico ilustrado
se lo iba a impedir? Es curioso que quienes acusan a la religión de constreñir
la divinidad en un “mensaje revelado”, caigan en la burda contradicción de
supeditar la libertad de Dios a sus presupuestos ideológicos. Dicho en
términos reivindicativos: ¡Dios tiene derecho a revelarse!
Pero el hecho de la Revelación no es sólo una potestad
divina, sino que además es perfectamente coherente con la imagen de Dios que
la propia Revelación nos ha dado a conocer: ¿Cómo pedirle al Padre que
renuncie a hablar con quienes ha adoptado como hijos?, ¿Cómo expresar una
plena amistad con los hombres, si no es descubriéndoles todos y cada uno de
sus más íntimos secretos?, ¿Cómo puede resignarse Dios a la perdición eterna
de aquellos a quienes ama, renunciando a la posibilidad de corregirles,
mientras esto sea posible?
Si bien es cierto que la Revelación debe ser entendida
siempre como un acto libre de Dios, al que no estaba obligado bajo ningún
concepto, tenemos que añadir que se trata de una decisión en plena consonancia
con lo más íntimo de su ser, que no es otra cosa que el Amor. ¿Hay algo más
comunicativo que el amor?
El rechazo racionalista hacia la Revelación, es la
resistencia del hombre al amor de Dios. Es la desconf ianza hacia lo que Dios
quiera decirnos, o hacia lo que sus caminos puedan depararnos. El rechazo de
la Revelación esconde la sospecha de que Dios viene a robar la autonomía del
hombre y a impedir su felicidad.
Frente a esto, la libre decisión de Dios de revelarse,
es consecuencia de su amor apasionado, que le lleva a implicarse en nuestra
propia historia. La Revelación no es otra cosa que Dios mismo saliendo a la
búsqueda del hombre. Y como en toda relación interpersonal, siempre es
necesario que alguien tome la iniciativa: «No sois vosotros quienes me habéis
elegido a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15, 16). ¡He aquí el
misterio de la Navidad para el que nos estamos preparando!