DIOS CONSUMADOR O ESCATOLOGIA

 

1.       Introducción

                      En el tratado dogmático de Dios consumador, llamado también Escatología o Novísimos, se expone la doctrina católica sobre los acontecimientos últimos, tanto del hombre singular como del universo entero. Se trata de verdades reveladas por Dios, de promesas que efectivamente se cumplen, de hechos históricos: el hombre y el mundo creados por Dios deben volver a Dios.

Escatología es una palabra que significa últimos; y novísimos es una palabra latina que también significa últimos.

Los acontecimientos que suceden desde la muerte de cada hombre singular hasta el Inicio Final constituyen la escatología intermedia.

La escatología final son los acontecimientos que pasan desde el momento del Inicio Final o Universal.

La doctrina católica es muy clara respecto a los hechos que al hombre, una vez muerto, le sucede en la escatología intermedia.

Toda la vida del hombre se orienta hacia la vida eterna; por eso es tan conveniente, como dice la Sagrada Escritura, la consideración de las verdades últimas: «En todas tus obras acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás» (Eccle 7, 40).

Es patente que la visión del «más allá» reviste una gran importancia.  Las respuestas a preguntas tan capitales acerca del futuro del hombre y de la humanidad, como por ejemplo: ¿Existe un más allá? ¿Cómo será? ¿Nuestra vida termina aquí sobre la tierra o continúa, en cierto modo, y cómo, en otro mundo?, son de gran importancia para todo hombre.

La Revelación habla de estos acontecimientos. El Nuevo Testamento recoge del Judaísmo el mensaje de la esperanza en una plenitud salvadera al fin de los tiempos.  Pero la diferencia más profunda con el Judaísmo radica en que éste pone su esperanza escatológica en un futuro que no ha llegado todavía, mientras que, para el cristianismo, con Jesús ha llegado ya el tiempo del cumplimiento y el fin de los días ha comenzado ya. Ha comenzado, pero no ha terminado.

Para el Nuevo Testamento, el hoy es anuncio y adelanto del mañana; el futuro será la manifestación y la plena realización de la realidad actual. Los acontecimientos futuros son manifestación de la acción de Dios, que ya han sido empezados por la obra realizada por Cristo.

La enseñanza clara del Nuevo Testamento es la perfecta integración entre el presente histórico y el futuro de la esperanza escatológico. Esta unidad es importante, porque sólo así se evita el peligro de considerar los acontecimientos finales al margen de la actual vida.

Para San Pablo, los Novísimos no sólo constituyen el remate de la existencia humana, sino, más aún, toda la vida cristiana, también la presente, se ha de considerar bajo la luz escatológica; es la tensión entre la Redención realizada y la Salvación no consumada.

Diversas teorías protestantes y ortodoxas no están en todo de acuerdo con la doctrina católica acerca de la escatología intermedia.

II.        Escatología intermedia o los acontecimientos últimos de cada persona singular

II.        1. La muerte del hombre

A.        Origen y hecho de la muerte

1º         La muerte del hombre es consecuencia del pecado original (de fe)

La muerte del hombre entró en el mundo por el pecado de Adán.

El Concilio de Trento definió que; «Si alguno no confiesa que el primer hombre Adán, al transgredir el mandamiento de Dios en el paraíso, perdió inmediatamente la santidad y Justicia en que había sido constituido, e incurrió por la ofensa de esta prevariación en la ira y la indignación de Dios y, por tanto, en la muerte con que Dios antes le había amenazado... sea anatema» (DS 151 l).

El hombre es mortal por naturaleza pues está compuesto de cuerpo y alma.  La muerte consiste en la separación del alma y del cuerpo. La muerte es algo propio de la naturaleza humana; cuando el alma se separa del cuerpo se produce la muerte.  Esta separación sobreviene cuando el cuerpo está totalmente indispuesto para contener el alma como su forma sustancial y, entonces, el cuerpo pasa a ser un cadáver.

Sabemos que Dios dio al hombre en el Paraíso el don preternatural de la inmortalidad que, como se ha explicado, consistía en que Adán podía no morir y no en que no podía morir, que es bien diferente.  Pero Dios les quitó este don a Adán y a Eva por haber desobedecido al mandato que les dio y ya les había advertido que si no obedecían morirían.  El Génesis lo narra así: «Diole también este precepto diciendo: Puedes comer del fruto de todos los árboles del Paraíso; mas el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas; porque

3º  EI alma separada de su propio cuerpo, subsiste con su propia individualidad (de fe).

La muerte en el hombre no lleva consigo la muerte de su alma y esto es lo específico de la muerte humana, que la distingue de los otros seres vivientes.  El alma humana, debido a su total inmaterialidad, no se agota en su función de informar al cuerpo y, por tanto, al separarse de él no deja de existir, sino que persevera en la vida espiritual que les es propia.

Algunos niegan la existencia individual del alma separada, hablando de una supervivencia de orden cósmico o de una supervivencia colectiva; pero estas afirmaciones carecen de sentido, porque no existe esta materia cósmica ni tampoco se trataría de una inmortalidad personal porque desaparecería el sujeto que muere.

La separación del cuerpo no es obstáculo para la subsistencia individual del alma, porque aunque el alma está individuada en función de su relación al cuerpo no es éste por sí mismo el que produce esa individuación.  El cuerpo es sólo la causa material de la individuación, pero es Dios la causa eficiente que crea a cada alma humana con su personalidad propia.

Las almas separadas de los fallecidos siguen teniendo una relación real a sus respectivos cuerpos, y será precisamente esa tendencia a informar su propio cuerpo lo que posibilitará la resurrección de la carne en los últimos tiempos.

4º.          El alma separada continua ejerciendo sus operaciones espirituales (de fe)

Aunque el alma, al separarse del cuerpo, no tiene la naturaleza perfecta propia de la especie humana -cuerpo y alma-, como posee su propio acto de existir puede continuar realizando sus operaciones espirituales. No cae el alma, como algunos ortodoxos afirman, en una especie de inconsciencia o letargo. El alma, separada del cuerpo, continúa conociendo, amando, sintiendo afectos, etc.

C.      Significación de la muerte

1º.          Con la muerte acaba para el hombre el tiempo de mérito (próxima a la fe)

Es de fe que después de la muerte no hay nuevas conversiones; comienza inmediatamente el tiempo de retribución: el premio o castigo eterno o la pena temporal del purgatorio.

El Señor ha expresado esta verdad en el Evangelio de muy diversos modos: «venida ya la noche, ya nadie puede trabajar» (Jn 9, 4).

El Magisterio de la Iglesia lo ha afirmado en repetidas ocasiones al enseñar que después de la muerte no es posible cambio alguno.

El II Concilio de Constantinopla, 553, condenó el error de Orígenes (1) que afirmaba que el suplicio de los demonios y los condenados era temporal y ha definido la eternidad del premio para los bienaventurados: «Si alguno dice o siente que el castigo de los demonios o de los hombres impíos es temporal y que en algún momento tendrá fin, o que se dará la reintegración de los demonios o de los hombres impíos, sea anatema» (DS, 41 l).

La posibilidad de merecer termina porque el hombre ha dejado de ser viador -ya no vive en la historia- y la voluntad queda fijada irrevocablemente en la última decisión que tomó en esta vida, tanto si murió en gracia de Dios como careciendo de ella.

2º.     La gracia de la perseverancia final-morir amando a Dios requiere una ayuda divina que nadie puede obtener por sus propios medios (de fe)

El Concilio de Trento definió que «si alguno dijere que el justificado puede perseverar sin especial auxilio de Dios en la Justicia recibida... sea anatema» (DS 1572).

La razón de ello se encuentra en que la libertad del hombre, aun informado por la gracia de Dios, no está durante esta vida inmutablemente fija en el bien, pues siempre existe la posibilidad de ofender a Dios.

II.      2. El Inicio Particular

La Iglesia Católica enseña la realidad de la escatología intermedia como estado de retribución plena de las almas inmediatamente después de la muerte.

Frente a las doctrinas protestantes que niegan la existencia del Inicio Particular, del Purgatorio y del premio o castigo para los Justos o impíos después de la muerte, la Iglesia, al afirmar que las almas subsisten con su existencia individual, enseña que los dos estados definitivos de salvación y condenación se darán «terminado el último curso de nuestra vida terrestre» y antes del «fin del mundo» en el que sucederá la resurrección final (Conc.  Vaticano II, Lumen Gentium, 48).

1º.             Inmediatamente después de la muerte, el alma comparece delante de Dios para ser Juzgada (próxima a la fe)

En la Sagrada Escritura se nos revela que el rico Epulón muere y es conducido al infierno y Lázaro, por el contrario, es llevado por los ángeles al cielo y esto sucede inmediatamente después de la muerte, porque aún viven los hermanos del rico Epulón y, por tanto, ha habido antes -al morir ambos- un Inicio y se ha dictado sentencia (2). Lo mismo puede deducirse de las palabras del Señor al buen ladrón «hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43) (3).  San Pablo enseña que «está decretado a los hombres morir una sola vez, y después el Inicio» (Hebr 9, 27).

El Juez es Jesucristo, no sólo en cuanto Dios, sino en cuanto hombre.  La Sagrada Escritura dice «que ha sido entregado al Hijo todo el poder de Juzgar» (Jn 5, 22) y que Jesucristo «ha sido constituido Juez de vivos y muertos» (Hech 10, 42).

El Juicio Particular es un verdadero heterojuicio y no simplemente un autojuicio. El alma, con la luz recibida de Dios, verá instantánea y perfectamente y sin posibilidad de error la bondad y malicia de todos los pensamientos, afectos, palabras y obras y también las omisiones de su vida terrena y el Señor, ante ésta visión, le dará lo merecido por sus obras.

2º.        Cristo dictará la sentencia, que será aplicada inmediatamente (de fe)

En la Revelación esta verdad está explícitamente ensenada: «hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43) y San Pablo dice «deseo morir para estar con Cristo» (Fil 1, 23).

El único obstáculo para recibir el premio -la visión beatífica- es la necesidad de purificar el alma del reato o resto de pena temporal merecido por sus pecados; por eso, estas almas tienen que pasar antes por el Purgatorio. Antes de la muerte de Cristo, las almas de los Justos eran retenidas en el seno de Abraham.

II.        3. El Cielo

1º. Las almas en las que no queda nada por expiar pasan a gozar de la bienaventuranza eterna (de fe)

En la Sagrada Escritura Jesús promete el Cielo a los Justos: «Venid, benditos de mi Padre; tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25, 34).

2º.            La felicidad eterna consiste en la posesión de todo bien y en la exclusión de todo mal (de fe).

El sufrimiento, en todas sus manifestaciones, no tiene cabida en el Cielo, donde Dios «enjugará todas las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni llanto, ni gritos de fatiga, ni habrá más dolor, porque las cosas de antes son pasadas» (Apoc 21, 4).

La bienaventuranza del cielo es esencial y accidental, esto quiere decir lo que explicamos enseguida.

3 La bienaventuranza esencial consiste en la visión beatífica, es decir, en ver a Dios y amarle (de fe)

La revelación enseña que los santos en el Cielo «verán a Dios» (Mt 5, 8) y que «ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero» (Jn 17, 3); y que, a diferencia de ahora, que «vemos por un espejo y obscuramente, entonces veremos cara a cara» (1 Cor 13, 12).

La razón, por sus solas fuerzas, no puede demostrar la existencia de la visión beatifica, porque es un don sobrenatural gratuito, que depende de la libre voluntad de Dios.  Pero la razón puede dar argumentos de conveniencia de la visión de Dios, que se fundamentan en que la naturaleza intelectual humana no sólo es capaz de ser elevada a la visión de Dios, sino que nuestro deseo de ir al cielo -deseo que procede de la gracia y de la fe- no puede quedar ineficaz.

4 º.                Los justos gozarán de una bienaventuranza accidental-procedente del conocimiento y amor a los legítimos  bienes creados a los que el hombre aspira (sentencia común)

La vida eterna, además de la visión de Dios, será deleitable en grado sumo porque cada uno amará al otro como a sí mismo y, por consiguiente, se alegrará del bien del otro como del suyo propio.

También, conocerán y amarán todas las realidades buenas del Universo. Las malas, las rechazarán.

II.  4. El Infierno

1º  Las almas de los que mueren en pecado mortal descienden inmediatamente al Infierno (de fe)

Es dogma de fe definido que «las almas de aquellos que mueren en pecado mortal, o con sólo el original, descienden inmediatamente al infierno, para ser castigados, con penas desiguales» (DS 854). (4)

El Señor enseña la existencia del infierno y de que hay personas que se hacen culpables de los tormentos que allí se padecen «y el que le dijere loco a su hermano será reo de la gehenna del fuego» (Mt 5, 22) (5); «los hijos del reino serán arrojados en las tinieblas exteriores donde habrá llanto y crujir de dientes» (Mt 8, 12); «mejor te será entrar manco en la vida que con ambas manos ir a la gehenna, con fuego inextinguible» (Mc 9, 43).

Por otra parte, la razón, iluminada por la fe, comprende la necesidad de la existencia del Infierno, ya que el pecador, que muere en estado de aversión a Dios y conversión a las criaturas, que eso es el pecado mortal, como ya se ha explicado; y como, además, eso es lo que quiere el pecador, esa es su voluntad, y no ha querido cambiar o arrepentirse en el momento de su muerte y, por tanto, quiere ser así para siempre, Dios no fuerza su libertad ni aún en ese momento y como el pecador continúa rechazando a Dios, se va al Infierno, lugar donde se cumple su voluntad, lo que el ha decidido libremente: no ver y amar a Dios.

El Infierno es un misterio de la Justicia divina.  Jesucristo, como los Nueces de la tierra, constata que el hombre ha cometido delitos, pecados y más aún que no quiere arrepentirse.  Le declara culpable y dicta la sentencia que el mismo pecador ha elegido: la anexión a Dios.

El Infierno es un misterio del Amor divino.  Dios en vez de aniquilar al pecador le conserva la existencia.  Es algo parecido a lo que sucede en la Justicia de los hombres: en la tierra, consideramos, y lo es, un gran avance, la abolición de la pena de muerte.

Realmente el pecado es un ministerio de iniquidad.

   Aunque no consta la condenación de determinadas almas, no puede decirse -como algunos afirman- que el infierno es una mera posibilidad que, de hecho, no será realidad para nadie.

2º.  En el castigo del infierno se distingue una doble pena: la pena de daño y la pena de

sentido (próxima a la fe)

La pena de daño consiste en la privación de la visión beatífica y de los dones que se derivan de ella.  Esa privación es el alejamiento total de Dios que corresponde a la aversión a Dios -aversio a Deo- que lleva consigo todo pecado mortal.

La pena de sentido consiste en el tormento causado en el alma -y después de la resurrección también en el cuerpo- por elementos sensibles; por ejemplo, un cierto fuego del que habla la revelación, diferente al fuego de la tierra.

3'.  Las penas del Inflemo son eternas (de fe)

El IV Concilio de Letrán, 1215, defmi6 que: «aquellos (los reprobos) recibirán con el diablo suplicio eterno» (DS 801).

También la Revelación es muy explícita. En el Antiguo Testamento se pone de relieve la eterna duración de las penas del Infierno en muchas oraciones.  Por ejemplo, nos habla de «eterna vergüenza y confusión» (Dan 12,2); de «fuego eterno» (Judit 16,21).  En el Nuevo Testamento esta verdad revelada está reafirmada en múltiples ocasiones.  Jesucristo enseña la eternidad de las penas del Infierno cuando habla del «fuego inextinguible» (Mt 3,12) o de la «gehenna, donde el gusano no muere ni el fuego se extingue» (Mc 9,46).

La razón nos dice que como la voluntad del pecador sigue obstinada en rechazar a Dios no hay término para su aversión que quiere libremente.

El hombre, por el pecado mortal -apartamiento de Dios y conversión a las criaturas-, pone su último fin en las criaturas en vez de Dios. Y, al morir en este estado, la voluntad separada del Creador ya no puede cambiar su querer y por tanto merece ser castigada.

Algunos dicen que aceptar la existencia de la condenación supondría negar la redención realizada por Cristo de todo el género humano. Pero eso no es cierto, porque Dios quiere que el hombre se salve libremente, y si el hombre elige libremente apartarse de Dios y mantiene esa elección hasta la muerte, Dios respeta esa libertad.

4º.     Las penas del Infierno para cada uno de los condenados son diferentes según hayan sido sus culpas (sentencia cierta)

Los Concilios unionistas de Lyón y Florencia (6) declararon que «las almas... de aquellos que mueren en pecado mortal... descienden inmediatamente al Infierno, para ser castigados, aunque con penas desiguales» (DS 854).

En el Nuevo Testamento, Jesucristo dice a los habitantes de Corazaín y Betsaida que por su falta de correspondencia a su predicación o Evangelio serán castigados mas severamente que los habitantes de Tiro y Sidón (7).

San Agustín enseña que «la desdicha será más soportable a unos condenados que a otros» (Enchitidión III).

La razón nos dice que es justo que suceda así: por justicia el castigo ha de ser proporcionado a la falta, delito o pecado.

II.  5. El Limbo de los niños

1º         EI Limbo es un estado de retribución definitiva (sentencia cierta)

El Concilio de Lyón declaró que «las almas... en aquellos que mueren en pecado mortal o con sólo el original descienden inmediatamente al Infierno, para ser castigadas, aunque con penas desiguales» (DS 854).

El Magisterio de la Iglesia deduce la existencia de un estado y lugar para los niños no bautizados de las palabras del Señor: «Quien no naciere del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de los cielos» (Jn 3, 5); y como los niños no bautizados, que no han alcanzado aún el uso de razón no pueden tener el deseo de bautismo ni, por tanto, recibir sus frutos, deberán de alguna manera ser privados de la visión de Dios.

Vamos a explicar lo que verdaderamente enseña la Iglesia. En primer lugar, es evidente que en el caso de los niños muertos sin bautizar la expresión Infierno no es el lugar y estado de condenación de los adultos que han muerto siendo pecadores.  La Iglesia lo entiende en un sentido amplio, como lugares inferiores, de inferus en latín, lugar de los muertos como ya antes se ha explicado. A ese lugar y estado intermedio, el Cielo y el Infierno, la Iglesia le llama Limbo.

En segundo lugar, ya lo habíamos explicado antes, un adulto se salva sin recibir el Bautismo si hace el bien y evita el mal, es decir, si vive la ley natural haciendo bien las cosas y, además, cree en Dios remunerador. En este caso, podemos decir que hay en ellos un deseo implícito, escondido, no consciente, de recibir el Bautismo, si lo conocieran y recibieran el don de la fe.

En tercer lugar, como los niños aun no han alcanzado el uso de la razón y no pueden, por tanto, ni obrar bien o mal, ni manifestar que creen en Dios, se deduce que tampoco pueden tener, ni aún inconscientemente, deseo del Bautismo.

Por tanto, aunque no sean capaces de obrar bien o mal personalmente y por tanto no pueden tener pecados mortales, personales y no hay en ellos conscientemente aversión a Dios y conversión a las criaturas, no pueden condenarse al Infierno.

Ahora bien, aún careciendo de pecados actuales personales, todos los hombres nacen con el pecado original, heredado por generación de Adán y Eva, como ya se ha explicado, por ello, los niños antes del uso de razón están en estado de aversión a Dios, no por su culpa directa sino por culpa del pecado original y, por tanto, deberán de alguna manera, ser privados de la visión de Dios Trino: no pueden conocer la intimidad de Dios, que es conocer al Padre y al hijo y al Espíritu Santo.

Por todo ello, la Iglesia enseña que existe el Limbo, que no es el Cielo ni el Infierno.  No es el Cielo porque las almas de los niños sin bautizar del Limbo no gozan de la visión beatífica. Ahora bien, también la diferencia del Limbo con el Infierno es esencial. El Infierno es un estado de absoluta miseria y odio a Dios y en el limbo se dará la felicidad natural con conocimiento y amor de Dios creador.  Allí conocerán a Dios Uno, como creador.  Además, las almas de los que están en el Limbo no conocen que han sido privadas de la visión beatifica o de Dios Trino.  Tampoco existe en el Limbo la pena de sentido, porque no hubo conversión a las criaturas, pues los niños no pudieron cometer pecados actuales mortales y por tanto no existe este tormento de los elementos sensibles.

De lo indicado se deduce la obligación grave de los padres cristianos de bautizar enseguida que puedan a sus hijos, pues si les sobreviene la muerte sin haber recibido el Bautismo, quedarán sin ver ni gozar a Dios por toda la eternidad.

De las hipótesis que hablan de que los niños sin bautizar se salvan por la fe de sus padres, por la fe de la Iglesia, porque Dios les da la posibilidad de conocerle y tomar una decisión, etc., el Magisterio nada dice.

II. 6. El Purgatorio

1º.        Existe un lugar de purificación en la otra vida (de fe)

El Concilio de Trento ordenó a los obispos que «la sana doctrina sobre el purgatorio... sea creída, mantenida, ensenada y predicada en todas partes por los fieles de Cristo» (DS 1820).  Ya en el Antiguo Testamento se enseña que «es santo y saludable el pensamiento de rezar por los difuntos para que sean librados de sus pecados» (2 Mc 7, 9-14).  Y Jesucristo explicaba a sus discípulos que hay pecados que no pueden ser perdonados ni en este mundo ni en el futuro, con lo que da a entender que hay algunos pecados -los que llamamos veniales- que pueden ser redimidos después de la muerte.

Con el nombre de Purgatorio se entiende aquel lugar y estado donde se purgan los pecados veniales y se satisface la pena temporal, justamente merecida por todos los pecados cometidos después del bautismo o, para los que no son cristianos y se salvan, por todos los pecados cometidos a lo largo de su vida y que no han pedido perdón a Dios, quizá llevados por la ignorancia, como antes se ha explicado.

III.  Escatología general

III. 1. La segunda venida de Jesucristo o Parusía

Al fin del mundo, Cristo, rodeado de majestad, vendrá de nuevo para juzgar a los hombres (de fe)

La Iglesia ha definido que Jesucristo «ha de venir, al fin del mundo, a juzgar a los vivos y a los muertos, y a dar a cada uno según sus obras, tanto a los réprobos como a los elegidos» (DS 801).

Jesucristo anunció que vendría nuevamente revestido de gloria y majestad: «El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y dará a cada uno según sus obras» (Mt 16, 27).

2º.  No conocemos el tiempo de esta venida (sentencia cierta)

Jesucristo no ha querido revelarnos cuándo será su segunda venida.  A los Apóstoles, que se lo preguntaban, les respondió: «No os corresponde a vosotros saber los tiempos y momentos que tiene el Padre reservados a su poder soberano» (Hech 1, 7); y muchas veces, al tratar de este tema, añadía: «Por lo que toca al día y a la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, sino sólo mi Padre» (Mt 24, 36). Recomendaba, en cambio, la vigilancia, porque «a la hora que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12, 40).

3º  Signos que precederán a la Parusía

Jesús ha querido señalamos algunos signos precursores de su segunda venida y así habló de graves perturbaciones en el mundo material, de guerras y de otras calamidades naturales. Otros signos, que serán preludio del advenimiento de Cristo, son la predicación del Evangelio por todo el mundo, la apostasía y el Anticristo.  Hay que ser prudentes al valorar estas y otras señales que se contienen en la Sagrada Escritura.

III. 2. La Resurrección de la carne.

Todos los hombres, tanto justos como pecadores, resucitarán en el último día con su cuerpo (de fe)

La Iglesia confiesa en el Símbolo Apostólico: «Creo... en la resurrección de la carne» (DS 10) que, cuando Cristo volverá gloriosamente a la tierra, «todos los hombres resucitarán con sus cuerpos y darán cuenta de sus propias acciones» (DS 76).

El dogma de la resurrección universal está explícitamente revelado en la Sagrada Escritura.  En el Antiguo Testamento se había profetizado: «revivirán tus muertos, resucitarán sus cadáveres» (Is 26, 19), y «las muchedumbres de los que duermen en el fondo de la tierra se despertarán: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión» (Dan 12, 2).  Job se consuela en medio de sus desgracias con esta esperanza : «Sé que mi Redentor vive, y que en el último día resucitaré del polvo, después que mi piel se desprenda de mi carne, en mi propia carne contemplaré a Dios» (Job 25, 19, 26).  También, la madre de los Macabeos confortaba a sus hijos en el momento del martirio, recordándoles que «El Creador del universo, autor del nacimiento de hombre y hacedor de todas las cosas, misericordiosamente os devolverá la vida si ahora la despreciáis por amor a sus santas leyes» (2 Mc 7, 23).

Jesucristo reafirmó la resurrección futura de todos los hombres contra los saduceos que la negaban: «¿No habéis oído las palabras que Dios os tiene dichas: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Ahora bien, Dios no es Dios de muertos, sino de vivos» (Mt 22, 31-22). «Vendrá un tiempo -explicaba a los Judíos- en que todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios; y saldrán los que hicieron buenas obras a resucitar para la vida eterna; pero los que las hicieron malas, resucitarán para ser condenados» (Jn 5, 28, 29).

La fe de la Iglesia es concretamente: Que el cuerpo o carne volverá a la vida para no morir.  No se trata de una resurrección global de todo el hombre, como algunos piensan erróneamente pues las almas son inmortales y subsisten individualmente después de haberse separado del cuerpo.  Por eso, sólo el cuerpo puede resucitar.

La Iglesia cree en la resurrección física y no en una renovación espiritual, sea por la que las almas se levantan del pecado sea por que toman un cuerpo espiritual.

No tiene sentido, por tanto, hablar de que el alma al morir el hombre se hace pancósmica y tampoco cabe hablar de que el alma tomará un cuerpo aéreo o celeste: no se trata de una resurrección espiritual.  Este error fue combatido por San Pablo: «extrañándose de la verdad, dicen que la resurrección se ha realizado ya, pervirtiendo por eso la fe de algunos»(2 Tim. 2, 18).  La fe de la Iglesia es clara respecto a este tema: «No creemos, como algunos deliran, que hemos de resucitar en carne aérea o en otra cualquiera, sino en esta en que vivimos, subsistimos y nos movemos» (DS 540).

También los judíos creen en la resurrección de la carne, verdad revelada ya en el Antiguo Testamento.

2º         Los muertos resucitarán con el mismo -numéricamente- cuerpo que tuvieron en la tierra(de fe)

La Iglesia enseña que los hombres «resucitarán con sus propios cuerpos que ahora llevan» (DS 801).  Así lo ha revelado Dios mismo al poner en boca de Job las siguientes

palabras: «En mi carne veré a Dios, yo le veré, le verán mis ojos, no otros» (Job 19, 27).

Es lo más conforme a la razón: si no fuese el mismo cuerpo, no se trataría de la resurrección del cuerpo, sino de la asunción de otro cuerpo por parte del alma.  El hombre al resucitar sería otra persona distinta a la que fue en vida.

III.             3. El Inicio Final o Universal

1º Todos seremos juzgados por Dios al fin del mundo (de fe)

El Magisterio de la Iglesia enseña que al fin del mundo Jesucristo «ha de venir a Juzgar a los vivos y a los muertos» (DS 30).

La Sagrada Escritura pone de manifiesto esta verdad en muchos pasajes: «Va a Juzgar Dios por el fuego y por la espada a toda carne» (Is 66, 16); «Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor en el día del Inicio» (Mt 1 1, 22).  El Señor narra con muchos detalles cómo se realizará este Inicio y afirma que hemos de estar preparados porque no sabemos cuándo vendrá el Hijo del hombre (8).

La razón nos indica como muy conveniente este Inicio Universal de todos los hombres al fin de los tiempos.

- Conviene que el hombre sea juzgado también como miembro de la sociedad y que esta Justicia se ejercite de un modo público y universal porque la vida de cada hombre tiene una trascendencia pública e influye -aun después de muerto- a través de sus discípulos, doctrinas, escritos, etc.

- Además, a veces, los justos son deshonrados en esta vida y los pecadores gozan de buena reputación y conviene que la justicia divina repare públicamente ese desorden.

- También conviene que, como el bien y el mal lo obró el hombre en cuerpo y alma, sea también premiado o castigado en el cuerpo además de en el alma, y esto sólo puede suceder si existe un Juicio Final después de la resurrección de la carne.

Hemos de entender que Dios no sancionará lo mismo dos veces, ni impondrá dos castigos por el mismo pecado, sino que simplemente completará en el Inicio Final el premio o castigo que hasta entonces había recibido el alma sola en el Inicio particular, ampliándolo también al cuerpo.

III.  4. La renovación del mundo

1º  La creación entera será perfectamente renovada en Cristo (de fe)

El Concilio Vaticano II enseña que «la creación entera, que está íntimamente unida con el hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovada en Cristo» (Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium 48).

La Revelación manifiesta plenamente que «voy a crear cielos nuevos y una tierra nueva, y ya no se recordará lo pasado, ya no habrá de ello memoria» (Is 65,17).  En el Nuevo Testamento se dice: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya... Y dijo el que estaba sentado en el trono: he aquí que renuevo todas las cosas» (Apoc 21, 1-5).  También San Pedro se refiere a esta doctrina cuando escribe que «el día del Señor vendrá como ladrón, y entonces los cielos pasarán con espantoso estruendo, los elementos se disolverán con el ardor del fuego, y la tierra y las obras que hay en ella serán abrasadas... pero esperamos, conforme a su promesa, nuevos cielos y nueva tierra, donde habitará eternamente la Justicia» (2 Ped 3, 10-13).

Es conveniente que la creación entera, que salió buena de las manos de Dios, sea renovada y purificada del pecado en que la sumergieron los hombres.  La creación quedará entonces perfectamente sujeta a Cristo y los nuevos cielos y la nueva tierra manifestarán la bondad, sabiduría y omnipotencia divinas.

La consideración de los novísimos debe impulsar a los hombres a trabajar.  El trabajo en la tierra adquiere un nuevo significado: toda obra humana bien hecha, renovada, la volveremos a encontrar en el fin de los tiempos.

2º.  El mundo como  se realizará esta renovación

El Concilio Vaticano II enseña que «ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y la humanidad.  Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo» (Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, 39).

El mundo material no será aniquilado, sino purificado y hecho partícipe de la renovación gloriosa de Cristo.  Ahora bien, los cielos nuevos y la tierra nueva no son el término de un proceso evolutivo, no son el último grado del progreso histórico del universo, sino que serán el efecto de una especial transformación hecha por Dios: «La nueva Jerusalén, la que desciende del cielo de mi Dios» (Apoc 3, 12).

No consiste tampoco en una reconciliación universal, puesto que no todos serán recibidos en el Reino de Dios: «He aquí que hago nuevas todas las cosas, los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicarios, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte» (Apoc 21, 5-8).


 

Notas bibliográficas

(1) Orígenes

Hijo de San Leónidas, mártir.  Nació en Alejandría y a los 18 años, era el director de la celebérrima Escuela de Alejandría.  Ordenado sacerdote en Atenas, fundó la Escuela de Jerusalén.  Escribió unos 6.000 libros.  Entre ellos las Exaplas, versión crítica de la Sagrada Escritura en seis idiomas.  También, el De Oratione, espléndido libro sobre como hacer meditación.  En la persecución de Decio, 203, le arrancaron los homóplatos y murió como consecuencia de tan terribles heridas.

(2)        El rico Epulón y el pobre Lázaro

«Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino y celebraba cada día espléndidos banquetes.  Un pobre, de nombre Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de úlceras, y deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico; hasta los perros venían a lamerle las úlceras.  Sucedió, pues, que murió el pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.  En el infierno, en medio de los tormentos, levantó sus ojos y vio a Abraham desde lejos y a Lázaro en su seno.  Y, gritando, dijo: Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que, con la punta del dedo mojada en agua, refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas.  Dijo Abraham: Hijo, acuérdate de que recibiste ya tus bienes en vida y Lázaro recibió males, y ahora él es aquí consolado y tú eres atormentado.  Además, entre nosotros y vosotros hay un gran abismo, de manera que los que quieran atravesar de aquí a vosotros no pueden, ni tampoco pasar de ahí a nosotros.

Y dijo: Te ruego, padre, que siquiera le envíes a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les advierta, a fin de que no vengan también ellos a este lugar de tormento.  Y dijo Abraham: Tienes a Moisés y a los Profetas; que los escuchen.  El dijo: no, padre Abraham; pero sí alguno de los muertos fuese a ellos, harían penitencia.  Y le dijo: Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se dejarán persuadir si un muerto resucita» (Lc 16, 19-31).

(3)        Buen ladrón

«Uno de los malhechores crucificados le insultaba, diciendo: ¿No eres tú el Mesías?  Sálvate, pues, a ti mismo y a nosotros.  Pero el otro, tomando la palabra, le reprendía, diciendo: ¿Ni tú, que estás sufriendo el mismo suplicio, temes a Dios?  En nosotros se cumple la Justicia, pues recibimos el digno castigo de nuestras obras; pero éste nada malo ha hecho.  Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.  El le dijo: En verdad te digo, hoy serás conmigo en el paraíso.  Era ya como la hora de sexta, y las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora de nona, oscurecióse el sol y el velo del templo se rasgó por medio.  Jesús dando una gran voz, dijo: Padre, en tus manos entrego mi espíritu; y diciendo esto, expiró» (Le 23, 39-46).

(4)        Benedictus Deus, de Benedicto XII

Benedicto XII (1342-1352) mandó publicar la Constitución, Benedictus Deus el día 29 de enero de 1336, que trata de toda la escatología, tanto la intermedia como la final.

«Definimos además que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que salen del mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al infierno donde son atormentados con penas infernales, y que no obstante en el día del Inicio todos los hombres comparecerán con sus cuerpos ante el tribunal de Cristo, para dar cuenta de sus propios actos, a fin de que cada uno reciba lo propio de su cuerpo, tal como se portó, bien o mal» (2 Cor 5, 10).

(5) Gehenna

Es el valle que está al Sur de Jerusalén.  Era el vertedero o basurero de la ciudad.  Y como todo lugar donde hay grandes cantidades de desechos en fermentación, arde constantemente.  En la Gehena solían, también arrojar los cadáveres insepultos de los ajusticiados, para que el fuego los consumiera.  Por extensión, Gehena significa infierno: lugar de los muertos y condenados al fuego inextinguible.

(6)        Unionistas

Juan VIII Paleológo, emperador de Bizancio, ante el peligro turco, se unió en el Concilio de Florencia a la Iglesia de Roma y, a través, de ella, al Sacro Imperio gennánico, cuyo emperador era Maximiliano de Austria, abuelo de Carlos V, el último emperador de Europa coronado por un Papa.  Al volver a Bizancio no se atrevió a anunciar la unión con Roma.  Lo hizo su sucesor Constantino XVIII, el Macedónico, a pesar de la oposición del clero ortodoxo.  Pero era demasiado tarde.  Medio año después, Mohamed II tomó Bizancio por un portillo de un jardín que un esclavo del barrio de los Balcanes no cerró aquella noche.  Una cosa pequeña, muy pequeña, descuidada por un sólo hombre, perdió a Bizancio que llevaba XXXII siglos inconquistada.  La última Santa Misa celebrada en la Basílica de Santa Sofía fue la de las 10.30 de la mañana.  A las 11.15 llegó Mohamed II. Se bajó de su caballo blanco, se agachó y cogió un puñado de polvo, se levantó y lo tiró al aire: con este gesto ritual Santa Sofía se convirtió en Mezquita, hasta hoy.  Dentro niños, mujeres y sacerdotes, rezaban a la Santa Sofía, a la sabiduría divina, que los librara del terror otomano.  Fuera, los hombres aún combatían casa por casa.  Bizancio hoy día es Istambul.

Algunos de aquellos griegos ortodoxos que aceptaron la unión con Roma perseveran aún hoy día.  Otros, los más, se han ido uniendo a Roma a lo largo de siglos; por ejemplo, los «unitas» heranianos.

(7)

Corazaín, Betsaida, Tiro y Sidón, son ciudades de Palestina y Líbano.

«Comenzó entonces a increpar a las ciudades en que había hecho muchos milagros, porque no habían hecho penitencia: ¡Ay de ti, Corazaín; ay de tí, Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados en ti, mucho ha que en saco y ceniza hubieran hecho penitencia.  Así, pues, os digo que Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras en el día del Inicio. Y tú, Cafarnaun, ¿te levantarás hasta el cielo?  Hasta el infierno serás precipitada.  Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros obrados en ti, hasta hoy subsistiría.  Así, pues, os digo que el país de Sodoma será tratado con menos rigor que tú el día del Juicio» (Mt 11, 20-24).

(8)        Juicio Universal

«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todo los ángeles con El, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes, y separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda.  Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.  Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme.  Y le responderán los Justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuánto te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?  Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis.

»Y dirá a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparados para el diablo y para sus ángeles.  Porque tuve hambre, y no me disteis de comer, tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino y no me alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.  Entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿cuánto te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos?  El les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno, y los Justos a la vida eterna» (Mt 25, 31-46).