Un Chavez legal... y convenido

"No podemos aguantar a Hugo Chávez, de acuerdo. Pero el 11 de abril, ¿no representaba Chávez la legalidad democrática?... En los dos últimos siglos la democracia moderna ha logrado algún respeto porque es lo contrario del dogma: es una convención, un acuerdo entre los gobernados". Darío Valcárcel es el comentarista de política internacional más conocido de España. Fundador de Política Exterior es hoy columnista del diario ABC (al que corresponden las anteriores líneas, publicadas en la edición del jueves 18).

Es curioso que Valcárcel lance una loa a Hugo Chávez y condene el golpe de Estado del pasado 11 de abril. Supongo que esa postura le obligará a defender la represión que prepara el tiranuelo venezolano.

Es dudoso que la democracia sea una convención, y no un dogma. Sobre todo porque estamos jugando con las palabras: democracia no es ni el gobierno de la mayoría ni el respeto hacia las minorías: es todo eso pero, sobre todo, es el respeto a la persona, a sus derechos y libertades fundamentales. Es decir, la democracia sí es un dogma en cuanto constituye una serie de principios, independientemente de los sentimientos de la mayoría, que son tan volubles como las elecciones.

Desde la Revolución francesa hasta aquí, la modernidad no ha hecho otra cosa que negar cualquier tipo de principio (religioso, moral o social) para conformarse con la convención: con el acuerdo social. Pero en cuanto la democracia está en peligro, cuando el respeto a la persona se ve mermado (incluso mermado por la propia mayoría) la modernidad corre a refugiarse en esos principios que antes despreció. Si el 99% de los españoles decidieran que Darío Valcárcel debe ser fusilado por vestir corbatas chillonas, don Darío haría bien en defenderse, si es necesario con la fuerza.  

Si se cree en unos principios (a los que Valcárcel llama dogma) no se puede creer en cualquier cosa. O prima la justicia o prima la legalidad.

Sí: Chávez representaba legalidad democrática, como la ha representado todo tirano que haya alcanzado el poder (y muchos de ellos accedieron al mismo tras unas elecciones libres). Hitler representó la legalidad de la Alemania nazi, los fundamentalistas argelinos ganaron unas elecciones democráticas, pero es dudoso que alguien condene su alejamiento del poder, a la vista de sus intenciones. En Turquía gobernaron los fundamentalistas, hasta que, en nombre de unos principios, los de la República de Kemal Ataturk, los militares les echaron del poder y dieron paso a los partidos (aproximadamente democráticos).

Y la democracia, finalmente, no ha logrado respeto alguno por tratarse de una convención social, sino por posibilitar un sistema donde los derechos de la persona están mejor defendidos que en el resto de los sistemas probados. La convención no puede ser la esencia de la democracia, porque los cubanos han convenido en que Fidel Castro debe ser su líder hasta que se muera... y los chinos, los iraníes, los saudíes y siga usted contando. Todos esos regímenes ganarían cualquier consulta popular sobre su permanencia en el poder.

Y es que las convenciones son variables: los que no son variables son los principios. O sea, los dogmas, utilizando el lenguaje de este gran observador de la política internacional (que lo es).

                                                                     Eulogio López