Autor: P. Carlos M. Buela,
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Dar gracias
Meditación. Afirmar la bondad de la existencia
Sermón pronunciado por el p. Carlos M. Buela
Decíamos que «por ser la Misa representación viva del sacrificio de la cruz,
tiene los mismos fines y produce los mismos efectos. El primer fin es el
latreútico o de adoración o de alabanza a Dios... », pero, además, son fines
de la cruz y por tanto de la Misa, el segundo que es el fin eucarístico o de
acción de gracias, y el tercero que es el fin propiciatorio o de pedir perdón,
que según Trento se desdobla en dos ya que incluye el fin impetratorio o de
pedir por nuestras necesidades, que algunos consideran el cuarto fin.
Providencialmente hoy, que celebramos esta Misa de acción de gracias a Dios
todopoderoso, por todos los bienes recibidos de Él, como la creación, la
existencia, la vida, el alma espiritual, el ser hijos de Dios, el poder vivir
en libertad, la salud, la alegría, el sentido de la vida y del amor, el
trabajo, la familia, la solidaridad, la comunión con los hermanos, los dones
partic ulares, etc., tenemos que hablar del segundo fin que Cristo tuvo en la
cruz y perpetúa en la Misa: el fin eucarístico o de acción de gracias.
Los hombres y mujeres necesitan dar gracias a Dios
La realidad primera de la historia del hombre es el don –presente, regalo,
obsequio...– gratuito de Dios, sobreabundante y sin derogación. La acción de
gracias es la respuesta a los dones de Dios. Es conciencia de los dones de
Dios. Cuando un hombre no agradece los dones de Dios es porque, para ese
hombre, los dones no son buenos. La acción de gracias es entusiasmo del alma
maravillada por esta generosidad, es reconocimiento gozoso ante la grandeza
divina. Es una reacción religiosa fundamental de la creatura que descubre, en
una trepidación de gozo y de veneración, algo de Dios, de su grandeza y de su
gloria, de su poder y de su sabiduría, de su hermosura y de su alegría. Es
decir, publica la grandiosidad de las obras de Dios. Alabar a Dios es publicar
sus grandez as; darle gracias es proclamar las maravillas que realiza y dar
testimonio de las mismas.
Jesús nos dio ejemplo
Por ser Jesucristo la revelación y el don de la gracia perfecta, su persona es
la revelación de la perfecta acción de gracias dadas al Padre en el Espíritu
Santo. Toda su vida fue una perfecta acción de gracias al Padre y sólo Él es
nuestra acción de gracias, como sólo Él es nuestra alabanza. Él es el que
primero da gracias al Padre y por Él, con Él y en Él, nosotros.
Jesús nos dio ejemplo de oración de acción de gracias: «Los evangelistas han
conservado las dos oraciones más explícitas de Cristo durante su ministerio.
Cada una de ellas comienza precisamente con la acción de gracias. En la
primera, Jesús confiesa al Padre, le da gracias y lo bendice porque ha
escondido los misterios del Reino a los que se creen doctos y los ha revelado
a los “pequeños” (los pobres de las Bienaventuranzas). Su conmovedor ¡Sí,
Padre! expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, que
fue un eco del Fiat de su Madre en el momento de su concepción y que preludia
lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta
adhesión amorosa de su corazón de hombre al misterio de la voluntad del Padre
(Ef 1,9).
La segunda oración nos la transmite san Juan, antes de la resurrección de
Lázaro. La acción de gracias precede al acontecimiento: Padre, yo te doy
gracias por haberme escuchado, lo que implica que el Padre escucha siempre su
súplica; y Jesús añade a continuación: Yo sabía bien que tú siempre me
escuchas, lo que implica que Jesús, por su parte, pide de una manera
constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la oración de Jesús nos
revela cómo pedir: antes de que lo pedido sea otorgado, Jesús se adhiere a
Aquél que da y que se da en sus dones. El Dador es más precioso que el don
otorgado, es el “tesoro”, y en Él está el corazón de su Hijo; el don se otorga
como “por añadidura”».
Por eso la oración de acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia:
«La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la
Eucaristía, manifiesta y se convierte cada vez más en lo que ella es. En
efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de
la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La
acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza.
Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad
pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de san Pablo
comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor
Jesús siempre está presente en ella. En todo dad gracias, pues esto es lo que
Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros (1 Tes 5,18). Sed perseverantes en
la oración, velando en ella con acción de gracias (Col 4,2)».
Más de 60 veces se utiliza en el Nuevo Testamento una palabra casi desconocida
en el Antiguo, en griego eucharisteo, eucharistia, lo que manifiesta la
originalidad y la importancia de la acción de gracias cristiana, respuesta a
la gracias (charis) dada por el Padre en Jesucristo.
La acción de gracias por excelencia.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: La Eucaristía, sacramento de nuestra
salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de
alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el sacrificio
eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través
de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el
sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de
bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad.
La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición
por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus
beneficios, por todo lo que ha rea lizado mediante la creación, la redención y
la santificación. “Eucaristía” significa, ante todo, acción de gracias.
La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la
Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio
de alabanza sólo es posible a través de Cristo: El une los fieles a su
persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de
alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en
él».
La liturgia de la Misa nos dice de muchas maneras que es un sacrificio no sólo
latreútico o de adoración y alabanza, sino, también, un sacrificio eucarístico
o de acción de gracias. Todos los prefacios son acción de gracias (la cual se
expresa sobre todo allí, en el prefacio) en la que el sacerdote, en nombre de
todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la
obra de la salvación o por alguno de sus aspectos particulares, según las
variantes del dí a, fiesta o tiempo. Por ejemplo, los prefacios nos dicen:
«Demos gracias al Señor, nuestro Dios», respondiendo el pueblo: «Es justo y
necesario», y continúa el sacerdote: «En verdad es justo y necesario, es
nuestro deber y salvación darte gracias, Padre santo, siempre y en todo
lugar... En verdad es justo darte gracias, y deber nuestro glorificarte... Te
damos gracias...», (y expresiones semejantes); en el momento más importante,
tanto el la consagración del pan como en el de la consagración del vino se
dice: «...dando gracias...», o «...dándote gracias...», o «...te dió
gracias...»; en la oración memorial: «...te damos gracias...», «...en esta
acción de gracias...».
Así como es de ley natural que el hombre ofrezca sacrificios a Dios y lo
adore, es de ley natural que al ofrecer el sacrificio le de gracias por los
beneficios recibidos.
Y así instituyó la Misa Jesucristo
En los cuatro relatos de institución de la Eucaristía, aparece nuestro Se ñor
dando gracias. Lo cual nos indica que, según la mente y el corazón del Señor,
la oblación del sacrificio eucarístico va estrechamente unida a la acción de
gracias «hasta el punto de ser ella la mismísima excelentísima expresión del
agradecimiento que debemos expresar a Dios por los beneficios recibidos».
Por eso decía San Juan Crisóstomo: «Estos tremendos misterios, tan saludables
que se celebran en cada una de las reuniones cristianas son llamados
Eucaristía, porque son recordación de muchos beneficios, y nos hacen capaces
sobre todo para dar gracias por ellos».
Es esencial al culto de Dios darle gracias por los beneficios recibidos. El
don de valor infinito que se ofrece en la Misa, Jesucristo mismo, y el acto de
amor infinito con que se ofrece, y nosotros con Cristo, unidos a Él en
caridad, son la mejor acción de gracias.
Como enseña un autor: «En el sacrificio del altar, Jesucristo está animado de
los mismos sentimientos de agradecimiento q ue lo abrazaron durante la pasión,
en la santa Cena y sobre el Calvario. El don que Él presenta a su Padre por
todos los beneficios dados al género humano es, como sobre la cruz, su Cuerpo
nobilísimo y su Sangre preciosísima. La Santa Misa es, entonces, un sacrificio
de acción de gracias excelente e infinitamente agradable a Dios, en
compensación por todos los beneficios divinos de los cuales el cielo y la
tierra están repletos. El mismo Jesucristo ofrece el sacrificio eucarístico
para agradecer de nuevo por nosotros y suplir las imperfecciones de nuestro
reconocimiento.
Mas nosotros lo ofrecemos también con Él y con el mismo objetivo: porque su
sacrificio es el nuestro propio. Para Él nosotros hemos venido a ser ricos por
rendir a Dios un don de una grandeza sin límites, en retorno de todos los
bienes pasados y de dones excelentes que nos vienen de su gran liberalidad. Si
nosotros mismos no podemos agradecerle de modo conveniente ni el menor
beneficio, el santo sacrifici o de la Misa, nos permite, él mismo, pagar todas
nuestras deudas por muy grandes que ellas pudieran ser».
Queridos hermanos y hermanas:
Lo peor que nos podría pasar en estos tiempos de dificultades y penurias, es
olvidarnos de agradecer a Dios, por tantos bienes que nos da, aún en medio de
las dificultades, y aún las mismas dificultades.
Cuando dejamos de ver los bienes que recibimos, a raudales, todos los días,
perdemos la alegría de vivir, el sentido de nuestro paso por esta tierra, la
grandeza del fin último al que estamos llamados y caemos inexorablemente en
distintas formas de tristeza y depresión, nos volvemos desconformes con todo,
la vida cuenta poco, y hasta nos molesta la luz del sol.
Rendir culto a Dios, ofrecerle el sacrificio de adoración y de acción de
gracias, es decir que uno reconoce que Él es bueno, que son buenas todas sus
creaturas, que es bueno que uno viva y que la vida es buena, es afirmar la
bondad de la existenc ia: y esa es la raíz profunda de la fiesta. Hoy día se
busca todo lo contrario y, por tanto, los hombres y los pueblos se van
olvidando de hacer verdadera fiesta.