Scott Hahn
es el
autor de un libro titulado: “La cena del Cordero”.
Hahn es un protestante norteamericano
converso al catolicismo,
hombre culto quien pasó muchos años de su vida
estudiando con paciencia y profundidad
las Sagradas Escrituras;
en definitiva, un hombre amante de la verdad.
En su libro relata lo siguiente:
Allí estaba yo, de incógnito:
un ministro protestante de paisano,
deslizándome al fondo de un templo católico
para presenciar mi primera Misa.
Quería entender a los primeros cristianos
pero no tenía ninguna experiencia de la liturgia.
Me prometí que no me arrodillaría
ni tomaría parte en ninguna idolatría.
Me senté en la penumbra.
Delante de mí había un buen número de fieles.
Me impresionaron sus genuflexiones
y su aparente concentración en la oración.
Entonces sonó una campana
y todos se pusieron de pié.
Inseguro de mi mismo, me quedé sentado.
Como evangélico calvinista,
se me había preparado durante años
para creer que la Misa
era el mayor sacrilegio que un hombre podía
cometer.
La Misa, me habían enseñado, era un ritual
que pretendía volver a sacrificar a Jesucristo.
Así que permanecí como mero observador.
Sin embargo,
a medida que la Misa avanzaba,
algo me
golpeaba.
La Biblia
estaba delante de mí:
¡en las
palabras de la Misa!
La
experiencia fue sobrecogedora.
Permanecía
sin embargo al margen
hasta que oí
al sacerdote
pronunciar
las palabras de la consagración:
Esto es mi Cuerpo... éste es el cáliz de mi Sangre.
Sentí
entonces que toda mi duda se esfumaba.
Mientras
veía al sacerdote alzar la blanca hostia,
sentí que
surgía de mi corazón
una plegaria
como un susurro:
¡Señor mío y
Dios mío. Realmente eres tú!
No podía
imaginar mayor emoción
que la que
habían obrado en mí esas palabras.
La
experiencia se intensificó un momento después,
cuando oí a
la comunidad recitar:
Cordero de Dios...
Cordero de Dios... Cordero de Dios
y al
sacerdote responder:
Éste es el Cordero de Dios...
mientras
levantaba la hostia.
En menos de
un minuto,
la frase
Cordero de Dios había sonado cuatro veces.
Con muchos
años de estudio de la Biblia,
yo sabía
inmediatamente donde me encontraba.
Estaba en el
libro del Apocalipsis,
donde a
Jesús se le llama Cordero
no menos de
28 veces en 22 capítulos.
Estaba en la
fiesta de bodas que describe San Juan
al final del
último libro de la Biblia.
Estaba ante
el trono celestial,
donde Jesús
es aclamado eternamente como Cordero.
No estaba
preparado para esto, sin embargo...
¡yo
estaba en
Misa!
Regresaría a
Misa al día siguiente,
y al
siguiente, y al siguiente...
Cada vez que
volvía, descubría
que se
cumplían ante mis ojos más Escrituras.
El
Apocalipsis se me hacía visible,
donde
describe el culto
de los
ángeles y los santos en el cielo.
En la
iglesia oía a la comunidad que cantaba:
Santo, Santo, Santo...
Seguía
sentándome en el último banco.
Con renovado
vigor me sumí
en el
estudio de la primitiva cristiandad
y encontré
que los primeros obispos,
habían hecho
el mismo descubrimiento
que yo
estaba haciendo cada mañana.
Consideraban
el Apocalipsis como clave de la liturgia,
y la
liturgia, la clave del Apocalipsis.
Cinco años después, el mismo autor
-ya convertido al catolicismo- comenta:
Ir Misa es
ir al cielo,
donde Dios
mismo enjugará toda lágrima
(Apoc
21, 3-4).
Ir
a Misa es renovar nuestra Alianza con Dios,
como en un
banquete de bodas...
porque la
Misa es la cena nupcial del Cordero.
Ir a Misa es
recibir la plenitud de la gracia,
la vida
misma de la Trinidad.
Ningún poder
de la tierra puede darnos más
de lo que
recibimos en Misa.
Tenemos que
ir a Misa con mente y corazón abiertos
a la verdad
que se nos presenta.
En cada
Misa,
Dios renueva
su Alianza con cada uno de nosotros.