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ORACIÓN

La plegaria es la primera y la última lección para aprender el noble y bravío arte de sacrificar el ser en los variados senderos de la vida. Mahatma Gandhi

La plegaria no es un entretenimiento ocioso para alguna anciana. Entendida y aplicada adecuadamente, es el instrumento más potente para la acción. Mahatma Gandhi

La oración debería ser la llave del día y el cerrojo de la noche. Thomas Fuller

La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. San Agustín

 

Una de las preguntas que nuestros contemporáneos hacen hoy a nuestra Iglesia es la de que en su práctica pastoral separe la salud de sus otras actividades y aún de su reflexión teológica. Sería muy enriquecedor para nosotros anudar de nuevo el lazo que vincula la salud a la Palabra. Cojos, paralíticos, sordos, mudos, ciegos, toda clase de lisiados y de enfermos se acercaban a tocar la sombra, la orla del manto, a buscar el roce de la mano de Jesús a fin de ser curados. Ninguno de estos gestos aparece separado de su Palabra. (Cf. Mc 1,23-32).

Un nuevo aliento del Espíritu se cuela por entre los renglones de la Escritura: Ella guarda, "palabras que curan" (1). ¿Cómo encontrar esas palabras? ¿Cómo entrar en contacto con ellas? ¿Cómo utilizarlas? ¿Cómo puede la palabra del Señor curar nuestra profundidad? (2) Para el que trata de comprender el lazo que amarra la enfermedad a los estados del alma resulta menos difícil comprender el por qué, las palabras del Señor y sus gestos son dadores y restauradores de la vida. El camino ordinario de esos procesos no es el del milagro, aunque milagros pueden ocurrir todos los días, con la fuerza del amor y de la fe. Pero estamos de acuerdo con la naturaleza del "viviente que habla", el que la palabra, la suya, al hacerse verdadera restaure los estragos que ocasiona en el cuerpo el sufrimiento, cualquier sufrimiento: un accidente, una enfermedad, una pérdida significativa. La Palabra de Dios se convierte, desde la fe, en el soporte de ese proceso. Se trata de la fuerza salvadora de un Dios comprometido con la felicidad del hombre, un Dios que hace que un signo contundente de la presencia del Reino sea la salud de los seres humanos. En este artículo quiero explorar el camino bíblico de algunas curaciones desde el lazo que establece nuestra psicología profunda con la fe:

1. La oración bíblica es un camino de curación.

2. La Palabra de Dios cura.

3. La experiencia de la fraternidad y del diálogo son instrumentos de sanación.

4. Los actos de la fe.

5. Una confianza "como un grano de mostaza".



1. La oración bíblica es un camino de curación.
Muchas plegarias sálmicas están impregnadas de las súplicas de los enfermos y el deseo de la salud: (Sal 6; 32; 38; 39; 41; 42; 88; 93,11s; 102; 107,17).

Muchos relatos del primer testamento nos cuentan curaciones precedidas de súplicas ardientes; así fueron el caso de Ezequías (2 Re 20,1ss) y las poderosas embajadas de Naam para obtener de Eliseo la curación de su lepra (2 Re 5).

Muchos orantes de la Biblia experimentaron la curación durante la plegaria. En el nuevo testamento la curación no parte solamente de la fe del orante; a veces es un regalo directo del Señor. Brota de su presencia, de su expreso querer. Está ligada a su Palabra, que habiendo estado "en el principio" (Jn 1, 1) es restauradora de la vida que se enferma (Lc l3,10s).


2. La Palabra de Dios cura
Para la medicina la enfermedad tiene su propia lógica. A veces, las más, tiene su comienzo en los pensamientos y en las emociones provocados por el miedo, la angustia, el desamor, los conflictos; tarde o temprano estos empiezan a resonar en el soma. La persona somatiza emociones negativas que se convierten en autorrechazo, enfermedad, muerte. Sólo una mirada materialista del ser humano concibe la enfermedad como desvinculada de lo psíquico. El 95% de las enfermedades humanas son de origen psíquico. Los hombres de la Biblia llegaron a confundir estas situaciones con el pecado. El pecado mismo fue ocasión de enfermedad y lo es todavía. En todo caso, el desorden interior, las pulsiones y los sentimientos no integrados en la vida consciente se convierten en "demonios" que llevan al individuo a la sordera, a la mudez, a la parálisis, cuando no a las convulsiones y a la misma muerte.

La proximidad amorosa de Jesús a todos estos hombres y mujeres afligidos por su propia desintegración interior, producía por sí misma reordenación de todo el ser a su centro, a su fuente viva, a Dios mismo. "Entonces experimentaban que el Reino de Dios había llegado para ellos" (Cf. Mt 12,28).

Los discípulos recibieron de Jesús un poder curativo sobre la desintegración de la vida. Recibieron la capacidad para escuchar y amar a los enfermos. Lo que se va clarificando a medida que nos acercamos a la Palabra de vida es que "La Palabra nos revela las grandes leyes fundadoras de la vida. Conociendo y comprendiendo el sentido profundo de estas leyes cada uno aclara la manera como ha escogido caminos equivocados. A la escucha de esta Palabra, la mirada, el entendimiento van a cambiar. (...) La Palabra es una llamada, una invitación vigorosa a ponernos de pie, a dejar nuestros encerramientos para emprender el camino de vida. "levántate, toma tu camilla y camina" (Jn 5,8.). En fin, la Palabra de Dios reestructura el tejido psíquico que ha sido dañado. (...) Esta Palabra puede, poco a poco, remplazar los antiguos fundamentos de la vida" (3). Al empezar a comprender los caminos de la enfermedad (4) nos damos cuenta de que existe una ruta que nos conduce a "la sombra", allí donde ya no penetra la "la luz de la verdad" (Sal.42,3). Es entonces cuando podemos permitir que la luz del Señor nos muestre la mentira sobre la que hemos construido la propia vida y que esta vaya dejando el paso a la verdad profunda del amor de su Creador (Sab. 7,21-23). El nos ha hecho sus hijos, imagen suya (Gen 1,27). La salud regresa desde la paz que produce esta experiencia. Una segunda vía, tan necesaria quizás como el encuentro silencioso con la Palabra de la Escritura, consiste en la "imposición de las manos con el aceite de la salud" (Sant 5,14). No es otra cosa que el contacto fraternal y profundo con un "hermano mayor" en la fe. Desde la experiencia de un lugar para la palabra auténtica, el camino más expedito para la salud es la posibilidad de un espacio en donde la palabra puede ser auténtica, el camino para pasar de nuestras verdades parciales a esa verdad profunda donde Dios llega a ser "Todo en todas las cosas" (1 Cor 15,28).

La enfermedad encierra al hombre en sí mismo. El doliente se oculta tras su propio sufrimiento. El temor a ser una carga para los otros lo arrincona, lo acobarda, le hace más difícil abrirse al gozo de la fraternidad que lo liberaría de sí mismo y lo conduciría a la recuperación de la salud. Si ya "la confesión de los pecados" es una vía a la salud total, con cuanta mayor razón la confesión de los propios complejos, inseguridades y temores que hacen que el enfermo se sienta "diferente", "menos válido" que sus semejantes. El diálogo con el hermano, con aquel con quien se comparten la misma fe y la misma esperanza, abre a la fe y a la confianza que harán más cercana la salud.


3. Los "actos" del yo
El asistir a sanaciones "milagrosas" a veces despista del camino necesario a la salud plena. El que ha llegado a hacer un tumor canceroso a fuerza de resentimientos asfixiados en el interior de la conciencia, con el don de la salud deber hacer el acto de perdonar. El que se ha sentido excluido injustamente de su vida de pareja y ha llegado a producir cualquier enfermedad a fuerza de dolor psíquico debe hacer el acto de renunciar a su condición de víctima. El que a fuerza de cultivar un complejo de inferioridad ha caído en la hipocondría deber hacer el acto de confiar, de superarse, de asumir los desafíos de la vida cotidiana. "El primer paso es el de nombrar lo que nos ha hecho mal" (5). Poco a poco la verdad se hace camino. Se va abriendo la puerta de acceso a aquello que más humillación, más temor, más dolor ha producido, y que poco a poco se ha convertido en nuestra sombra, hace parte de nuestra oscuridad, de nuestras tinieblas. Este momento es crítico. El dolor puede ser insoportable y aún conducir a propósitos de autodestrucción o de destrucción de aquellos lazos que más se aman. Las fantasías de muerte se alojan entonces en la subconciencia. El individuo se coloca, como Moisés "en la hendidura de la roca" (Ex 33,27-33), en donde es imposible dar un paso más en la travesía del propio desierto interior sin ver el "rostro de Dios", aunque ello conduzca definitivamente a la muerte. Es entonces el momento en que ese pequeño yo, "como un niño en brazos de su madre" (Sal 131), puede abrirse a la experiencia de un amor que hace posible el escuchar esas palabras fundadoras: "¿Puede una madre olvidar a su bebé?... Aunque ella te olvidara, yo no te olvidaré" (Is 49,15) "Así dice Yahveh, tu hacedor, tu formador, desde el vientre materno te llamé" (Is 44,2). La respuesta no puede ser otra que aquella, humildísima y confiadísima del Sal 139: "Señor, tu me sondeas y me conoces". Estos saltos son profundamente liberadores: Cuando se experimenta la vida como gratuidad pura, se "hacen nuevas todas las cosas" (Ap. 22,5). Se ha pasado la frontera de la muerte. Muchas personas experimentan que después de un gran sufrimiento su vida ha cambiado. Después de aquel accidente, de aquella enfermedad... ahora son "otros". El sufrimiento los alter-a, el sujeto nace de su sufrimiento diferente (6). Nuevos proyectos de vida surgen después de tal o cual enfermedad... La vida y la salud "cantan la gloria de Dios".


4. "Como un grano de mostaza..." No existen termómetros ni unidades de medida para controlar lo que la fe produce en la vida. Sería mejor aplicar la simple observación para ver, en el organismo de alguien que confía, el proceso de una curación. Los días de la convalecencia se acortan, el enfermo no se siente enfermo. Solamente pone las condiciones de reposo y de esperanza para que el proceso de la convalecencia termine felizmente. Quien confía en la fortaleza de su cuerpo lo somete con naturalidad a ejercicios fatigosos; la aventura y el riesgo se convierten en actividades normales de la vida. Si tales cosas hace la confianza en el plano humano, con cuanta mayor razón los "milagros" aparecen en la vida de fe del hombre que confía. Jesús pasó por nuestro mundo despertando esa fe y esa confianza y poniéndola en movimiento. Ya los profetas habían dicho "Palabras de Dios" asombrosas para un pueblo en desventura. Isaías fue el profeta de la fe. De una confianza (emunah) de origen divino. Jesús llevó a la plenitud la pedagogía de la fe. Por todas partes en el Evangelio la condición que Jesús pone al que solicita una curación es "si quieres". En efecto, hay personas que se apegan a sus males, sobre todo por los beneficios secundarios que ellos les traen. Es preciso querer la salud, desear la libertad con sus riesgos y no solamente buscarle paliativos a los males. Por esto Jesús pregunta: "¿Quieres ser curado?" Luego responsabiliza al enfermo de su fe y de su salud: "Tu fe te ha curado". Es porque la salud es una responsabilidad personal, tanto como la fe. El doliente debe hacerse cargo de aquello que le produce la enfermedad. Debe estar en disposición de confiar, si no en sí o en los otros, en Dios mismo, su Fundamento y su Piso, para salir de la situación nociva en que se sitúa en su condición de enfermo. Debe estar dispuesto a dejar las muletas, la camilla, todo lo que le ata o impide hacerse presto a que soltando sus amarras se decida a caminar, a ver, a hablar, a oír (Cf. Mt 9,28; Mc 5,36; Lc 8,48) No podemos entender estas palabras solo en sentido espiritual o simbólico. El psicoanálisis nos indica cuánto están unidos lo simbólico y lo real. Y situaciones que comprometen el mundo de la significación acaban por convertirse en productoras de efectos en lo real, en el cuerpo, en la salud. Esta confianza absoluta podría traducirse, más allá de la personal fragilidad, en "el grano de mostaza con que el Evangelio compara la dosis de fe necesaria para mover una "montaña" (Lc 17,5-6).

NOTAS:

1. Cf. Drewermann, E. La palabra de salvación y sanación. La fuerza liberadora de la fe. Herder, Barcelona 1996. 2. Pacot, S. L'evangelisation des profondeurs, Cerf. París 1998. 3. Ibid., 168. 4. Cf. Dethlefsen, Th. Y Dahlke R. La enfermedad como camino. Una interpretación distinta de la medicina, Plaza & Janés, Barcelona 1989. 5. PACOT, S. o.c., 69. 6. Cf. Vasse, D. Le poids du réel, la soufrance, Du Seuil, Paris 1983.

 

Marta Inés Restrepo o.d.n

(Doctora en Teología por la Universidad Pontificia Bolivariana. Religiosa de la Compañía de María. Entre sus publicaciones se encuentran: El relato de la Noche del Cister, UPB., Orden De La Compañía de María Nuestra Señora, Medellín 1997; Fundamentación teórica de la Formación religiosa y moral del niño entre los 3 y 6 años, U.P.B., Medellín 1986). (Artículo publicado en la Revista: "Cuestiones Teológicas y Filosóficas" Escuela de Ciencias Eclesiásticas, Facultades de Filosofía y Teología. Universidad Pontificia Bolivariana. Medellín, Colombia. Número 66)