Autor: Gustavo Daniel D´Apice
Fuente: Catholic.net
Las cualidades de los cuerpos resucitados
Cómo serán nuestros cuerpos después de la Resurrección Final.
A) Es el propio cuerpo:
Los muertos resucitarán con el mismo cuerpo que
tuvieron en la tierra (idéntica y numéricamente el mismo).
Tanto mi cuerpo como tu cuerpo, serán los mismos
cuerpos, aunque transfigurados, glorificados, inmortalizados, resucitados.
El concilio de Letrán (1215) declara: “Todos ellos
resucitarán con el propio cuerpo que ahora llevan” (Dz 429)
Referencias Bíblicas
La Sagrada Escritura da testimonio implícito de esa
identidad material por la palabra que emplea: “despertarse”.
Solamente habrá verdadero despertamiento cuando el
mismo cuerpo que muere y se descompone sea el que reviva de nuevo.
Citas:
a) 2Mac 7, 11: “De él [de Dios] espero yo volver a
recibirlas [la lengua y las manos]”
b) 1 Cor 15, 53: “Porque es preciso que lo corruptible
se revista de la incorrupción y que este ser mortal se revista de
inmortalidad”.
c) Flp. 3, 21: “ Él [Jesucristo] transformará nuestro
pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder
que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio.
d)Lc 24, 39, en la aparición de Jesús resucitado a los
Apóstoles, Él les dice que no es un espíritu, pues posee carne y huesos, y les
muestra sus manos y sus pies.
Los cuerpos resucitados estarán libres de
deformidades, mutilaciones y achaques.
Estarán en su máxima perfección natural (plenitud del
ser)
Con respecto a la edad: será una edad madura pero
joven, como la de Cristo, aproximadamente 36 o 37 años ( 6 a. C . - 30 d. C).
Tendrán diferencias sexuales y órganos de la vida
sensitiva, pero no se ejercerán las facultades biológicas y vegetativas, como
comer, beber, procrear.
Cfr. Mt. 22,30 “En la resurrección todos serán cómo
ángeles en el cielo”.
B) Cualidades de l Cuerporesucitado
Según el modelo de Jesús Resucitado que aparece en los
Evangelios.
Cfr. Mt 28 ss., Mc 16, Lc 24, Jn 20 ss., Flp. 3, 21:
Semejantes a Su cuerpo.
I. Impasibilidad es decir, la propiedad de que
no sea accesible a ellos mal físico de ninguna clase, es decir, el
sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Definiéndola con mayor precisión, es
“la imposibilidad de sufrir y morir”.
Ap. 21, 4 : “Él enjugará las lágrimas de sus ojos, y
la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo
esto es ya pasado”.
Lc 20, 36: “Ya no pueden morir”.
La razón intrínseca de la impasibilidad se encuentra
en el perfecto sometimiento del cuerpo al alma que es inmortal.
II. Sutilidad, sutileza o penetrabilidad:
Es la propiedad por la cual el cuerpo se hará
semejante a los espíritus en cuanto podrá penetrar los cuerpos sin lesionarse
ni lesionar, es decir, podrá atravesa r otros cuerpos.
No se debe creer que por ello el cuerpo se
transformará en sustancia espiritual o que la materia se enrarecerá hasta
convertirse en un cuerpo “etéreo”.
Veamos ejemplos conforme al cuerpo resucitado de
Cristo:
Jesús resucitado atravesó las sábanas (Jn 20, 5-7)
Salió del sepulcro sellado por la piedra (Mt 28,2).
(Un ángel movió la piedra, no para que Jesús saliera,
sino para que las mujeres que fueron a visitar el sepulcro pudieran entrar
allí y ver que el Señor ya no estaba).
Entra en el Cenáculo aún estando cerradas las puertas
–atrancadas, dice el original griego- (Jn 20, 19.26).
La razón intrínseca de esta espiritualización la
tenemos en el dominio completo del alma glorificada sobre el cuerpo ( en
cuanto es la forma substancial del mismo).
III. Agilidad Es la capacidad del cuerpo para
obedecer al espíritu en todos sus movimientos con suma facilidad y rapidez, es
d ecir, en forma instantánea.
Esta propiedad se contrapone a la gravedad y peso de
los cuerpos terrestres, de acuerdo a la ley de la gravitación.
El modelo de la agilidad lo tenemos en el cuerpo
resucitado de Cristo, que se presentó de repente en medio de sus apóstoles y
desapareció también repentinamente:
Lc 24, 31: “Entonces los ojos de los discípulos se
abrieron y lo reconocieron, pero Él había desaparecido de su vista”.
Lc 24, 34: “ Es verdad, ¡El Señor ha resucitado y se
apareció a Simón!”
Lc 24, 36: “Todavía estaban hablando de esto cuando
Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo <>”.
La razón intrínseca de la agilidad la hallamos en el
total dominio que el alma glorificada ejerce sobre el cuerpo, en cuanto es el
principio motor del mismo, por lo que este no le opone resistencia.
IV. Claridad es el estar libre de todo lo
ignominioso y rebosar hermosura y esplendor.
Jesús nos dice: “Los justos brillarán como el sol en
el reino de su Padre” (Mt 13, 43)
Un modelo de claridad lo tenemos en la glorificación
de Jesús en el monte Tabor (Mt 17, 2)
Y después de su resurrección (Cf. Hch. 9,3).
La razón intrínseca de la claridad la tenemos en el
gran caudal de hermosura y resplandor que desde el alma se desborda sobre el
cuerpo.
Es menester aclarar que el grado de claridad será
distinto – como se nos dice en 1 Cor 15, 41, haciendo referencia a la
condición de los cuerpos resucitados: “Cada cuerpo tiene su propio resplandor:
uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas, y
aun las estrellas difieren unas de otras por su resplandor”- y estará
proporcionado al grado de gloria con el que brille el alma; y la gloria
dependerá de la cuantía de los merecimientos.
Ahora, ¿Cuándo sucederá esto?: En el fin del mundo,
donde se realizará el Juicio Final, la Parusía o Nueva Venida de Cristo.
Recordemos que Jesús dejó incierto el momento en que
verificaría su Segunda Venida: Al final de su discurso sobre la Parusía,
declaró: “En cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles
del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mc 13,32).
Finalmente, siguiendo las recomendaciones del apóstol
Pablo: procuremos que nadie devuelva mal por mal. Por el contrario,
esforcémonos por hacer siempre el bien entre nosotros y con todo el mundo.
Estemos siempre alegres. Oremos sin cesar. Demos gracias a Dios en toda
ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos nosotros, en Cristo Jesús
(Cf. 1 Tes 5, 15-18).
Estemos preparados, vigilantes, en vela (despiertos,
alertas), pues el Señor esta cerca:
¡Amen, ven Señor Jesús! (Ap. 22, 20)