Autor: P. Paulo 
Dierckx y P. Miguel Jordá 
Fuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe 
 
La Cruz en el pecho
Jesús murió crucificado, y su cruz, juntamente con su sufrimiento, su sangre y su muerte, fueron el instrumento de salvación para todos nosotros. La cruz no es una vergüenza, sino un símbolo de gloria
Tengo 
  la costumbre de andar con una pequeña cruz de madera en el pecho. Amo esta 
  cruz porque Jesucristo salvó al mundo por este signo. Además, como 
  hermano-religioso y ministro de la Iglesia Católica, quiero mostrar así mi 
  entrega total a Jesús, mi Maestro. 
  Pero pasa, a veces, que cuando me ven los hermanos evangélicos con esta cruz 
  en el pecho, comienzan a criticarme y me echan en cara que así estoy 
  crucificando a Cristo; otros me dicen que soy idólatra, y que soy un condenado 
  con el patíbulo pegado en el pecho; y por último no faltan los que hasta me 
  quieren prohibir hacer la señal de la cruz o persignarme. 
  
  No entiendo por qué algunos se ponen tan fanáticos, o por qué se escandalizan 
  frente a una cruz colgada en el pecho... 
  Bueno, no importa lo que piensan ellos de mí, pero sigo llevando esta cruz en 
  el pecho porque es para mí un símbolo de la fe que llevo en mi corazón, esta 
  fe en Cristo crucificado y resucitado. 
  A los que piensan q ue soy idólatra les recomiendo que lean atentamente la 
  carta que escribí acerca de los verdaderos ídolos de este mundo moderno. 
  Ahora, queridos hermanos, les voy a hablar sobre la grandeza de la cruz de 
  Cristo, y cómo el Señor invitó a sus verdaderos discípulos a cargar su cruz y 
  seguir sus pasos. Ojalá que tengan la paciencia de consultar todos los pasajes 
  bíblicos que les voy a citar. Creo sinceramente que nuestros hermanos 
  evangélicos, al no leer toda la Biblia, sólo por ignorancia llegan a prohibir 
  estas cosas.
  
  La cruz de Jesucristo 
  
  Jesús murió crucificado, y su cruz, juntamente con su sufrimiento, su sangre y 
  su muerte, fueron el instrumento de salvación para todos nosotros. La cruz no 
  es una vergüenza, sino un símbolo de gloria, primero para Cristo, y luego para 
  los cristianos. 
  
  El escándalo de la Cruz
  
  «Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura 
  para los paganos» (1Cor. 1, 23). Co n estas palabras, el apóstol Pablo expresa 
  el rechazo espontáneo de todo hombre frente a la cruz. 
  
  En verdad uno se pregunta: «¿Cómo podía venir la salvación al mundo por una 
  crucifixión? ¿Cómo puede salvarnos aquel suplicio reservado a los esclavos? 
  ¿Cómo podría venir la redención por un cadáver, por un condenado colgado en el 
  patíbulo, por una muerte tan cruel como la de un malhechor?... ( Deut. 21, 22; 
  Gal. 3,1). 
  Cuando Jesús anunciaba su muerte trágica en la cruz a sus discípulos, ellos se 
  horrorizaban y se escandalizaban. No podían tolerar el anuncio de su 
  sufrimiento y de su muerte en la cruz (Mt. 16, 21; Mt. 17, 22). 
  Así, la víspera de su pasión, Jesús les dijo que todos se escandalizarían a 
  causa de El. (Mt. 26, 31). Y en verdad, a raíz de una condena injusta, Jesús 
  fue crucificado y murió en forma escandalosa.
  
  El misterio de la Cruz 
  
  Jesús nunca dulcificó el escándalo de la cruz, pero sí nos mostró que su 
  crucifixión oculta ba un profundo misterio de vida nueva. El camino de la 
  salvación pasó por la obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre: «Jesús 
  fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil. 2, 8). Pero esta muerte 
  fue «una muerte al pecado». A través de la debilidad de Jesús crucificado se 
  manifestó la fuerza de Dios (1Cor. 1, 25). Si Jesús fue colgado del árbol como 
  un maldito, era para rescatarnos de la maldición del pecado (Gál. 3, 13). Su 
  cadáver expuesto sobre la cruz permitió a Dios «condenar la ley del pecado en 
  la carne» (Rom. 8, 3). 
  Además, «por la sangre de la cruz» Dios ha reconciliado a todos los hombres 
  (Col. 1, 20), y ha suprimido las antiguas divisiones ente los pueblos causadas 
  por el pecado (Ef. 2, 14-18). En efecto Cristo murió «por todos» (1Tes. 5, 10) 
  cuando nosotros aún éramos pecadores (Rom. 5, 6), dándonos así la prueba 
  suprema de amor. (Jn. 15, 13 y 1Jn. 4, 10). Muriendo «por nuestros pecados» (1 
  Cor. 15,3 y 1 Ped. 3,18), nos reconcilió con Dios por su muerte (Rom. 5, 10), 
  de modo que podemos ya recibir la herencia prometida (Heb. 9, 15). 
  
  La cruz, elevación a la gloria 
  
  La cruz se ha convertido en un verdadero triunfo por la Resurrección de 
  Cristo. Solamente después de Pentecostés, los discípulos, iluminados por el 
  Espíritu Santo, quedaron maravillados por la gloria de Cristo resucitado y 
  luego ellos proclamaron por todo el mundo el triunfo y gloria de la cruz. 
  La cruz de Cristo, su muerte y resurrección han destruido para siempre el 
  pecado y la muerte. El apóstol Pablo nos canta en un himno triunfal: 
  
  «La muerte ha sido destruida en esta victoria.
  Muerte ¿dónde está ahora tu victoria?
  ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
  El aguijón de la muerte es el pecado.
  Pero, gracias sean dadas a Dios,
  que nos da la Victoria
  por Cristo Jesús
  Nuestro Señor»
  (1 Cor. 15, 55-57)
  
  Escribe también el apóstol San Juan: 
  
  «Así como Moisés levant ó la serpiente de bronce en el desierto (signo de 
  salvación en el Antiguo Testamento), así también es necesario que el Hijo del 
  hombre sea levantado en alto, para que todo aquel que crea, tenga por El vida 
  eterna» (Jn. 3, 14-32). 
  Y dijo Jesús: «Cuando Yo haya sido levantado de la tierra, atraeré a todos a 
  mí» (Jn. 12, 32). 
  La suerte de Cristo crucificado y resucitado será, entonces, la suerte de los 
  verdaderos discípulos del Maestro.
  
  La cruz de Cristo y nosotros 
  
  En aquel tiempo Jesús dijo: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a 
  sí mismo, cargue con su cruz y sígame» (Mt. 16, 24). Eso quiere decir que el 
  verdadero discípulo no sólo debe morir a sí mismo, sino que la cruz que lleva 
  es signo de que muere al mundo y a todas sus vanidades (Mt. 10, 33-39). Además 
  el discípulo debe aceptar la condición de perseguido, perdonando, incluso, al 
  que quizá le quite la vida (Mt. 23, 34). Así para el cristiano llevar su cruz 
  y seguir a Jesús es s igno de su gloria anticipada: «El que quiere servirme, 
  que me siga, y donde Yo esté, allá estará el que me sirve. Si alguien me 
  sirve, mi Padre le dará honor» (Jn. 12,26). 
  
  El cristiano lleva una vida de crucificado
  
  La cruz de Cristo, según el apóstol Pablo, viene a ser el corazón del 
  cristiano. Por su fe en el Crucificado, el cristiano ha sido crucificado con 
  Cristo en el bautismo, y además ha muerto a la ley del Antiguo Testamento para 
  vivir para Dios. 
  «Por mi parte, siguiendo la ley, llegué a ser muerto para la ley a fin de 
  vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo, sino que 
  Cristo vive en mí» (Gál. 2,19-20). 
  Así el cristiano pone su confianza en la sola fuerza de Cristo, pues de lo 
  contrario se mostraría «enemigo de la cruz». «Porque muchos viven como 
  enemigos de la cruz de Cristo» (Fil. 3, 18). 
  
  La Cruz, título de gloria del cristiano
  
  En la vida cotidiana del cristiano, «el hombre viejo es crucificado» (Rom. 6, 
  6) hasta tal punto, que quede plenamente liberado del pecado. El cristiano 
  diariamente asumirá la sabiduría de la cruz, se convertirá, a ejemplo de 
  Jesús, en humilde y «obediente hasta la muerte y muerte de cruz». 
  No debemos temer llevar una cruz en el pecho ni menos colocar un crucifijo en 
  la cabecera de nuestra pieza. Sí debemos temer «la apostasía» o la traición a 
  la verdadera religión que sería lo mismo que crucificar de nuevo al Hijo de 
  Dios (Heb. 6, 6). 
  El verdadero cristiano con la cruz en la mano debe exclamar: «En cuanto a mí, 
  quiera Dios que me gloríe sólo en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por 
  quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gál. 6, 14). 
  
  Consideraciones finales
  
  1. En la cruz de Cristo encontramos como un compendio de la verdadera fe 
  cristiana y por eso el pueblo cristiano con profunda fe ha encontrado miles y 
  miles de formas para expresar su amor a Cristo crucificado. Espo ntáneamente 
  la religión del pueblo ha reproducido por doquier, en pinturas y esculturas, 
  cruces de distintas formas. El creyente ha colocado cruces sobre los cerros, 
  en el techo de sus casas, etc. el cristiano se persigna para proclamar su fe 
  en la gloria de Cristo; el discípulo fiel se coloca la cruz en el pecho para 
  anunciar la fe que lleva en el corazón... 
  
  2. Estas expresiones populares no son de ninguna manera idolatría como 
  pretenden algunos hermanos evangélicos. Es realmente una auténtica expresión 
  de fe y de amor a Cristo que murió por nosotros. ¡Qué hermoso cuando uno entra 
  en una familia cristiana y ve cómo la cruz de Cristo tiene un lugar 
  privilegiado en el hogar! ¡Qué profunda fe se expresa cuando un cristiano 
  hace, con sentimientos de reverencia, la señal de la cruz! Es muy fácil y 
  barato burlarse de estas expresiones populares de fe. Pero tales ironías son 
  faltas graves al respeto y al amor al prójimo, tales burlas son simplemente 
  signos de una atrevida ignor ancia. 
  
  3. Y ¿qué decir de la cruz en el pecho? Si alguien -sacerdote, religiosa o 
  laico- lleva una cruz en el pecho con fe y amor, con sentimientos de 
  reverencia, nadie tiene el derecho de reírse de esta persona. ¿Quién eres tú 
  para juzgar y criticar los auténticos sentimientos religiosos del pueblo? Sólo 
  Dios sabe escudriñar lo más íntimo de nuestros corazones. 
  
  4. Por último, una palabra acerca del crucifijo. Cuando sobre la cruz se 
  coloca la imagen de Cristo, llamamos al conjunto «crucifijo». No se adora el 
  madero, sino que el cristiano ve a Cristo muerto en ella. Tener un crucifijo 
  no es ninguna idolatría. Es un signo de amor a Cristo. 
  Nunca la Iglesia ha enseñado a adorar cruces, sino a adorar a Cristo que en 
  ella murió. Sí, la Iglesia nos invita a venerar estos signos de fe. También 
  nos enseña la Iglesia que nadie debe llevar una cruz en el pecho si no tiene 
  al menos la intención sincera de seguir las huellas de Jesucristo. Menos 
  debemos llevar una cruz como un simple amuleto o como un adorno para lucirse.
  
  El amor al Señor que murió en la cruz hace que frecuentemente se hayan hecho 
  crucifijos de materiales preciosos, pero en nuestros días la Iglesia vuelve a 
  preferir un crucifijo simple y rústico, más realista y expresivo. 
  
  Queridos hermanos, éstas son las razones por las que nosotros los católicos 
  veneramos y honramos la santa Cruz con sumo respeto. Y cuando nosotros 
  llevamos una cruz en el pecho, siempre debemos acordarnos de las palabras del 
  apóstol San Juan:
  
  «En cuanto a mí,
  no quiere Dios que me gloríe
  sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo,
  por quien el mundo está crucificado para mí
  y yo para el mundo». (Gál. 6, 14).
  «Que nadie, pues, me venga a molestar.
  Yo, por mi parte, llevo en mi cuerpo
  las señales de Jesús»
  (Gál. 6, 17).
  
  Cuestionario
  
  ¿Es la cruz para el cristiano signo de vergüenza o de gloria? ¿Qué simboliz 
  aba la serpiente de bronce del desierto? ¿Cuándo se cumplió aquella profecía? 
  ¿Podemos llevar la cruz en el pecho? ¿Podemos colocar la cruz en un cerro o en 
  un templo? ¿Qué estamos manifestando con esto? ¿Podemos, entonces, llevar la 
  cruz colgada al cuello? ¿Podemos hacer la señal de la cruz?