¿CÓMO SERÁN LOS LAICOS EN EL TERCER MILENIO?

        Hace 29 años Guzmán Carriquiry vino desde Uruguay a Roma con su mujer y su hijo para trabajar en el Vaticano. Con el tiempo se ha convertido en un fiel colaborador del Papa, quien le ha nombrado subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos. Aquí tienes el resumen de una charla que dio últimamente.

        -"Hablar del laicado arriesga una genérica abstracción. Somos, nada menos, que más del 95% del pueblo de Dios, innumerables y diversísimas personas bautizadas, que viven, bajo la guía de sus pastores, los más diversos grados de pertenencia y adhesión, de participación y de corresponsabilidad en la vida de la Iglesia.

         Desde hace sólo muy pocos años somos ya mil millones de bautizados católicos, el 17% de la población mundial. Cifra impresionante, pero que comienza a relativizarse si se piensa que los musulmanes han llegado a ser mil millones y que el número de los que aún no conocen a Cristo se ha duplicado desde los tiempos del Concilio hasta nuestros días.

        Para muchos el bautismo ha quedado sepultado por una capa de olvido e indiferencia. Cierto es que sólo Dios conoce y juzga nuestra fe y que su Espíritu opera más allá de los confines visibles de la Iglesia. En todo caso, la realidad nos indica que los laicos católicos formamos parte, como ya lo recordaba la Escritura, de una "pequeña grey". Lejos estamos de la vanagloria de incluirnos entre los "pocos pero buenos", los "puros y duros", los coherentes y comprometidos, que siempre termina siendo deriva farisaica y sectaria.

        Somos, sí, "ekklesia", la comunidad de los elegidos y llamados, convocados y reunidos por el Espíritu de Dios, pobres pecadores, sólo reconciliados por su gracia misericordiosa, enviados al mundo para celebrar, testimoniar y anunciar el acontecimiento inaudito de la Encarnación y de la Redención de un Dios que quiere que todos los hombres conozcan por qué han sido creados y lleguen a la vida eterna. Nuestro futuro no es el de una minoría insignificante, sino portadora de la sal y la luz del mundo en vasijas de barro.

        Sufrimos los influjos capilares de una cultura cada vez más alejada de la tradición católica y que tiende a reformular la confesión y experiencia cristianas según sus propios intereses. Tenemos que estar vigilantes ante tres modalidades de reducción del cristianismo que están en el futuro de nuestro presente.

        Una es la reducción del cristianismo a una preferencia religiosa irracional, expresada en un sentimentalismo "light", en un cierto pietismo o fundamentalismo. Otra es su reducción a algo moralista, como si el cristianismo fuese sólo símbolo de compasión por los semejantes, un edificante voluntariado social o algo meramente ético.

        ¿Cómo deben testimoniar el cristianismo los evangelizadores del tercer milenio? Ante todo es crucial vivir apasionadamente en el mundo sin ser del mundo, vivir en un mundo regido por un universalismo del poder, por un imperio que no parece tener una capital ni responsables visibles, pero que determina profundamente la vida de los pueblos. ¡Cuánta verdad experimentamos en aquello de somos peregrinos entre las tribulaciones y persecuciones del mundo y los consuelos de Dios! Demos por cierto que no nos serán ahorradas situaciones de exclusión, exilio y martirio.

         Es cierto que la sociedad del consumo y del espectáculo funciona como una gigantesca máquina de distracción atrofiando la conciencia y los verdaderos valores humanos. La realidad de las cosas y la aventura de la vida quedan sin significado. ¿Es nuestra felicidad un sueño, una fantasía pasajera, últimamente irrealizable? ¿Es la vida "una pasión inútil"? ¿Quedamos acaso condenados al poder de la muerte, a la nada? Eso sería la más absurda e inicua injusticia. No tenemos otro tesoro que vivir la vida como vocación, testigos del Dios que se ha hecho hombre, que es misericordioso y salva.

         En los albores del tercer milenio es crucial la incorporación de los fieles laicos a las comunidades cristianas para compartir con ellas la experiencia y la conciencia de ese "tremendo misterio" de unidad que tiene en la Eucaristía su fuente y vértice y se alimenta de la memoria viva de la Presencia del Señor.

         Es necesario que la fidelidad a Cristo y a su tradición sea sostenida en un ambiente conocedor de esa imprescindible fidelidad. Es fundamental el testimonio de comunidades que viven esa fidelidad y se definen más por el "ser" que por el "haber y el poder", reconciliadas entre sí y de una fraternidad que sorprenda a quienes las observen.

        Ése es milagro y don para la conversión del mundo. Se necesitan familias verdaderamente cristianas, movimientos parroquiales vivos, comunidades de consagrados enamorados de Dios, todos renovados y llamados a sostener la vida cristiana, a "rehacer el tejido cristiano" como reflejo y signo del misterio de comunión del hombre con Cristo para que así se rehaga el entramado cristiano de la sociedad humana".