¿Cómo escuchar la voz del Espíritu Santo?

Para ser dóciles al Espíritu Santo, es preciso oír primero su voz. Y para oírla es necesario el recogimiento, el desasimiento de sí propio, la guarda de corazón, la mortificación de la voluntad y la del juicio propio. Si no guardamos silencio en nuestra alma y las voces de las afecciones humanas la turban, no han de llegar a nosotros las voces del Maestro interior. Por eso el Señor somete a veces nuestra sensibilidad a tan duras pruebas y en cierto modo la crucifica: es con el fin de que acabe por someterse totalmente a la voluntad animada por la caridad. Es cosa cierta que, si ordinariamente vivimos con la preocupación de nosotros mismos, nos escucharemos a nosotros o tal vez daremos oídos a una voz más pérfida y peligrosa, que busca nuestra perdición, la del demonio. Por eso N. S. Jesucristo nos invita a morir a nosotros como el grano de trigo en la tierra. Para poder, pues, oír las divinas inspiraciones, preciso es permanecer callado en sí mismo; mas, a un en este caso, la voz del Espíritu Santo sigue siendo misteriosa. Como dijo Nuestro Señor: «El viento sopla cuando quiere; oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni dónde va; así acontece a quienquiera que hubiere nacido del Espíritu» (Jn 3, 8). Palabras misteriosas, que han de hacernos prudentes y reservados en nuestros juicios sobre el prójimo, a la vez que dóciles a las inclinaciones que el Señor ha depositado en nosotros.

¿Cómo disponernos a esta docilidad?
Sometiéndonos plenamente a la voluntad de Dios que conocemos por los preceptos y consejos conformes con nuestra vocación.
Renovando con frecuencia la resolución de seguir en todo la voluntad de Dios. Este propósito hace llover nuevas gracias sobre nuestra alma. Repitamos frecuentemente las palabras de Jesús: « Mi alimento es cumplir la voluntad de mi Padre» (Jn IV, 34).
Pidiendo sin cesar al Divino Espíritu luz y fuerza para cumplir la voluntad de Dios.
Tengamos un director espiritual santo que recibirá una luz especial para guardar nuestra alma en la santa voluntad de Dios.
Es muy conveniente consagrarse al Espíritu Santo cuando uno se siente inclinado a ello, a fin de poner nuestra alma bajo su guía y dirección.
Santa Catalina de Siena solía orar: «Espíritu Santo, venid a mi corazón; atraedlo a Vos con vuestro poder, D ios mío, y concédeme la caridad y el temor filial. Guardadme, oh Amor inefable, de todo mal pensamiento, inflamadme en vuestro dulcísimo amor, y toda pena me parecerá ligera. ¡Padre mío, dulce Señor mío asistidme en todas mis acciones! Jesús amor, Jesús amor».

Los efectos de tal consagración, si se hace con espíritu de fe profunda pueden ser muy provechosos. Si un pacto hecho deliberadamente con el demonio lleva consigo efectos tan desastrosos en el mal, la consagración al Espíritu Santo habrá de producirlos aun mayores en orden al bien, porque es mayor la bondad y poder de Dios que la malicia del enemigo. Hemos de observar, en fin, los diversos movimientos del alma, para ver claro los que son de Dios de los que no lo son. Los autores de espiritualidad enseñan que todo lo que viene, de Dios, en un alma fiel a la gracia, es ordinariamente tranquilo y sosegado; lo que viene del demonio, es violento y produce turbación y ansiedades.

Que la Virgen María, Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, nos alcance la gracia de ser santos. Amén.

P. Pedro Pablo Silva