Amar la castidad
Mediante la virtud de la castidad,
o pureza, la facultad generativa es gobernada por la razón y dirigida a la
procreación y unión de los cónyuges en el matrimonio. La virtud de la castidad
lleva también a vivir una limpieza de mente y de corazón: a evitar aquellos
pensamientos, afectos y deseos que apartan del amor de Dios, según la propia
vocación (4). Sin la castidad es imposible el amor humano y el amor a Dios. Si
la persona no se empeña por mantener esta limpieza de cuerpo y de alma, se
abandona a la tiranía de los sentidos y se rebaja a un nivel infrahumano, como
si el "espíritu se fuera reduciendo, empequeñeciendo hasta quedar en un
puntito. Y el cuerpo se agranda, se agiganta hasta dominar "(5) y, el hombre
se hace incapaz de entender la amistad con el Señor. En cambio, la pureza
dispone el alma para el amor divino, para el apostolado.
La castidad no consiste sólo en la renuncia al pecado. No es algo
negativo: "no mirar", "no hacer", "no desear". Es entrega del corazón a Dios,
delicadeza y ternura con el Señor, "afirmación gozosa" (7). Virtud para
todos, que se ha de vivir según el propio estado. En el matrimonio, la
castidad enseña a los casados a respetarse mutuamente y a quererse con un amor
más firme, más delicado y más duradero. La castidad no es la primera ni la más
importante virtud, ni la vida cristiana se puede reducir a la pureza, sero sin
ella no hay caridad, y ésta sí es la primera de las virtudes y la que da su
plenitud a todas las demás. Quienes han recibido la llamada a servir a Dios en
el matrimonio, se santifican precisamente en el cumplimiento abnegado y fiel
de los deberes conyugales, que para ellos se hace camino cierto de unión con
Dios. Quienes han recibido la vocación al celibato apostólico, encuentran en
la entrega total al Señor y a los demás por Dios, indiviso corde (9), sin
la mediación del amor conyugal, la gracia para vivir felices y alcanzar una
íntima y profunda amistad con Dios.
La castidad vivda en el propio estado, en la especial vocación recibida por
Dios, es una de las mayores riquezas en el mundo; nace del amor y al amor se
ordena. Es un signo de Dios en la tierra. Quizá en el momento actual a muchos
les puede resultar incomprensible la castidad. También los primeros cristianos
tuvieron que enfrentarse a un ambiente hostil a esta virtud. Por eso, parte
importante del apostolado que hemos de llevar a cabo es el de valorar la
castidad y el cortejo de virtudes que la acompañn: hacerla atractiva con un
comportamiento ejemplar, y dar la doctrina de siempre de la iglesia sobre esta
materia que abre las puertas a la amistad de Dios. Es posible vivirla si se
ponen los medios que la Iglesia ha recomendado durante siglos: el recogimiento
de los sentidos, el pudor, la templanza, la oración, los sacramentos, y un
gran amor a la Virgen. A Ella, Madre del amor hermoso, acudimos al terminar
nuestra oración.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal,
Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre