Un periodista en la JMJ´Colonia 2005 (12):
El cenáculo de Colonia: la “hora” de la transformación
 

Escrito por Jesús de las Heras Muela - Enviado especial y director de la Revista ECCLESIA   

Domingo 21 de agosto de 2005

 

         El cenáculo de Colonia, de la JMJ´Colonia 2005, ha sido una colina verde, un Tabor del tercer milenio, una montaña donde habitan Dios y sus amigos y donde Él debe ser adorado en espíritu y verdad.

El cenáculo de Colonia ha sido un faro luminoso para toda la humanidad, una lámpara de fe, una antorcha de esperanza, una primicia de caridad, un adelantado de la misión y de la solidaridad.

 

         Y el cenáculo de Colonia ha sido participado por un millón de personas, allí presentes, en una suave mañana plomiza y preñada de lluvia de renovación. El cenáculo de Colonia ha marcado la "hora" de la transformación, el camino de vuelta y de regreso, que deberá ser, como aconteció en Belén con los Magos, "otro camino". El cenáculo de Colonia, el cenáculo de la JMJ´Colonia 2005, ha sido anuncio y pregón gozosos de la JMJ´Sidney 2008. Demos gracias a Dios.

 

"Esta es la generación que busca al Señor"

 

         Fueron palabras sentidas y vibrantes del arzobispo Stanislaw Rylko, en la finalización de esta Eucaristía del cenáculo de la JMJ´Colonia 2005. El arzobispo Rylko es polaco y preside el Pontificio Consejo para los Laicos. Esto es, ha sido el principal organizador, junto al cardenal arzobispo de Colonia, Joachim Meisner, y el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, cardenal Karl Lemman, de la JMJ´Colonia 2005.

 

         En sus palabras de agradecimiento y despedida, el arzobispo Rylko, presentó al Papa Benedicto XVI a sus jóvenes: "¡Ahí tiene a sus jóvenes, Santidad! ¡Jóvenes orgullosos de ser cristianos, de ser discípulos de Cristo Maestro! ¡Ahí tiene ante usted a la Iglesia joven, una Iglesia llena de esperanza y de entusiasmo misionero! «¡He aquí la generación que busca al Señor!».

 

         Su breve y encendida alocución, su también de felicitación para Colonia, para Europa, para la Iglesia porque "este es el día que el Señor ha hecho" y los creyentes debemos exultar y gozarnos de él. Es un gozo transido y desbordado de acción de gracias: a Dios, en primer lugar, y también a los hombres, como el Papa Juan Pablo II, "que ha regalado a la Iglesia las JMJ y cuya presencia hemos sentido estos días en forma tan palpable".

 

         Una nueva JMJ es un nuevo motivo de alegría, de esperanza, de acción de gracias y de misión: estos jóvenes "desean ardientemente ser enviados por Su Santidad al mundo entero para dar testimonio de Cristo Redentor del mundo. ¡Todos están listos para partir de Colonia como jóvenes apóstoles del tercer milenio!", concluyó monseñor Rylko, acompañado de un inmenso aplauso juvenil.

 

"Esta maravillosa celebración"

 

         También con sentida emoción y acción de gracias, despidió el Papa Benedicto XVI la Eucaristía de la XX JMJ´Colonia 2005, a la que calificó como "maravillosa celebración". En sus palabras finales, Benedicto XVI anunció la sede de la próxima celebración internacional de la JMJ: será, por fin, Sidney, como ya indicó días atrás este enviado especial.

 

         El anuncio llegó con estas palabras: "En este momento en que la presencia viva entre nosotros de Cristo resucitado alimenta la fe y la esperanza, tengo la dicha de anunciar que el próximo Encuentro Mundial de la Juventud tendrá lugar en Sidney, Australia, en el año 2008. Encomendemos a la guía materna y solícita de la Santísima Virgen María el camino futuro de los jóvenes del mundo entero".

 

         Por fin, el Santo Padre se despidió de los jóvenes en distintas lenguas: francés, inglés, español, italiano, polaco, filipino, swahili y alemán. En español dijo: "Queridos jóvenes de lengua española: habéis venido para adorar a Cristo. Ahora que lo habéis encontrado, continuad a adorarlo en vuestro corazón, siempre dispuestos dar razón de vuestra esperanza. ¡Feliz regreso a vuestros países".

 

La adoración debe llegar a ser unión

 

         Antes de estos ritos finales y los que precedieron con el reparto y entrega de las estrellas, se celebró la Eucaristía. Por fin, no llovió y Mariendfield -el campo de María- fue el campo de la Iglesia, fue el campo de los jóvenes, fue el campo de la Eucaristía y de la misión. Entre las 10,15 y las 12,45 horas se prolongó esta "maravillosa celebración".

 

         De la adoración de anoche, en la vigilia, se pasó a la unión, a la Eucaristía. "En la Eucaristía, la adoración debe llegar a ser unión". Unión, común unión y misión. Porque la Eucaristía marca la "hora", la hora definitiva de Jesucristo y, por ello, de la Iglesia.

 

La "hora" de la transformación

 

         La Eucaristía es la "hora" de la verdadera transformación, de la única transformación definitiva y plena, "capaz de renovar verdaderamente el mundo". Es la transformación de la muerte por la vida, de la pasión por la resurrección, del dolor por la pascua. Es la "hora" de la transformación del pan en Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre redentora, derramada por todos. Es la "hora" de la transformación y del triunfo del amor.

 

         Y esta "hora" señala también nuestras horas, nuestros tiempos. La primera de estas nuestras "horas", de estos nuestros "tiempos" es nuestra propia transformación interior, personal y existencial: "nosotros debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo, sus consanguíneos para vivir como El vivió: en adoración, cuyas etimologías griega y latina, significan sumisión y unión". "La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos liberad de lo más íntimo de nuestro ser". Y nos hacemos hombres nuevos y mejores.

 

La "hora" de la Misa dominical

 

         Jesús, mediante la Eucaristía, nos permite entrar en esta su "hora" definitiva, también nuestra "hora" definitiva". ¿Cómo entrar de verdad en ella, cómo aprovecharnos de ella? Benedicto XVI señaló en su bella y profunda homilías varios modos y caminos.

 

         El primero de ellos es participando asiduamente de la Eucaristía, recibiendo la Eucaristía, adorando la Eucaristía. Y, con una llamada especial a los jóvenes alertándoles sobre el sentido de sus fines de semana, entrar en "hora" de Jesús es necesariamente participar también de la Eucaristía dominical.

 

         A este respecto indicó Benedicto XVI que "es bonito que hoy, en muchas culturas, el domingo se un día «libre», o juntamente con el sábado constituya el llamado «fin de semana» libre. Pero este tiempo libre permanece vacío si en él no está Dios. Queridos amigos, a veces, en principio, puede resultar incómodo tener que programar en el domingo también la Misa. Pero si os empeñáis constataréis más tarde que es exactamente esto lo que da sentido al tiempo libre. No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a descubrirla".

 

"Hora" de reconciliación y de misión

 

         "Con el amor a la Eucaristía redescubriréis también -dijo el Papa a los jóvenes desde el Cenáculo de la JMJ´Colonia 2005- el sacramento de la Reconciliación, en el cual la bondad misericordiosa de Dios permitir siempre iniciar de nuevo nuestra vida".

 

         La "hora" de la Eucaristía es hora de misión, de anuncio, de testimonio, de apostolado. "Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia Él. Una gran alegría no se puede guardar para uno mismo. Es necesario transmitirla a un mundo que, en muchos lugares, vive en "extraño olvido de Dios" y, a la vez, en "sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos".

 

"Hora" de autenticidad y de formación

 

         La Eucaristía nos muestra y nos introduce en la verdad de Jesucristo, en la verdad de la religión. Nuestra Iglesia y nuestros jóvenes no pueden sucumbir a una religión a la carta, a la medida de cada uno. "Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera estrella que indica el camino: ¡Jesucristo!".

 

         La Eucaristía nos prevendrá de un cierto boom pseudo religioso que nos acosa y nos presenta la religión como nuevo producto del mercado y de consumo y a nuestra medida -"se escoge aquello que place"-.

 

         Para evitar este riesgo, es precisa la formación religiosa, la formación cristiana, cuya primera fuente es la Sagrada Escritura. Es necesario conocer la fe de la Iglesia y para ello "el Papa Juan Pablo II nos ha dejado una obra maravillosa, en la cual la fe secular se explica sintéticamente: el Catecismo de la Iglesia Católica", que desde hace meses cuenta además con un Compendio, preparado por el entonces cardenal Ratzinger y promulgado por el Papa Benedicto XVI. "Son dos libros fundamentales -dijo el Papa Ratzinger- que querría recomendaros a todos vosotros".

 

"Hora" de comunión y de fraternidad

 

         "Obviamente, los libros por sí solos no bastan. ¡Construid comunidades basadas en la fe!". A partir de esta frase, leída en español, el Papa Benedicto XVI se congratuló del don de las nuevas comunidades y movimientos y llamó a conservar la "comunión con el Papa y los obispos" pues "son ellos los que garantizan que no se están buscando senderos particulares, sino que a su vez se está viviendo en aquella gran familia de Dios que el Señor ha fundado con los doce apóstoles".

 

         La "hora" de la Eucaristía es comunión. Es también capacidad de perdón, de sensibilidad hacia las necesidades de los demás, de compromiso con el prójimo, de servicio solidario hacia los ancianos y los que sufren -"no debemos pasar de largo ante los que sufren"-.

 

         Viviendo así la Eucaristía y sus "horas", actuando de esta manera -finalizaba la homilía el Papa- "nos daremos cuenta bien pronto que es mucho más bello ser útiles y estar a disposición de los demás que preocuparse sólo de las comodidades que se nos ofrecen. Yo sé que vosotros como jóvenes aspiráis a cosas grandes, que queréis comprometeros por un mundo mejor. Demostrádselo a los hombres, demostrádselo al mundo, que espera exactamente este testimonio de los discípulos de Jesucristo y que, sobre todo, mediante vuestro amor, podrá descubrir la estrella que como creyentes seguimos. ¡Caminemos con Cristo y vivamos nuestra vida como verdaderos adoradores de Dios! Amén". (Jesús de las Heras Muela - ECCLESIA Digital)