Es sabido que no poseemos el
manuscrito original de los evangelios, como tampoco el de ningún libro de la
antigüedad. Los escritos se transmitían mediante copias manuscritas en papiro y
después en pergamino. Los evangelios y los primeros escritos cristianos no son
ajemos a este tipo de transmisión. El Nuevo Testamento deja ya percibir que
algunas cartas de San Pablo se han copiado y se trasmiten en un cuerpo de
escritos (2 Pe 3,15-16), y lo mismo ocurre con los evangelios: las expresiones
de San Justino, San Ireneo, Orígenes etc., anotadas en la pregunta anterior (¿Quiénes
fueron los evangelistas?)dan a entender que los evangelios canónicos se
copiaron enseguida y se transmitieron juntos.
El material utilizado en los primeros siglos de la era cristiana fue el papiro y
a partir del siglo III se empezó a usar el pergamino, más resistente y duradero.
Sólo desde el siglo XIV se comenzó a utilizar el papel. Los manuscritos que
conservamos de los evangelios, con un estudio atento de lo que se denomina
crítica textual, nos muestran que, frente a la mayoría de obras de la
antigüedad, la fiabilidad que podemos darle al texto que tenemos es muy grande.
En primer lugar, por la cantidad de manuscritos. De la Iliada, por
ejemplo, tenemos menos de 700 manuscritos, pero de otras obras, como los
Anales de Tácito, sólo tenemos unos pocos —y de sus primeros seis libros
sólo uno—. En cambio, del Nuevo Testamento tenemos unos 5.400 manuscritos
griegos, sin contar las versiones antiguas a otros idiomas y las citas del texto
en las obras de los escritores antiguos. Además, está la cuestión de la
distancia entre la fecha de composición del libro y la datación del manuscrito
más antiguo. En tanto que para muchísimas obras clásicas de la antigüedad es
casi de diez siglos, el manuscrito más antiguo del Nuevo Testamento (el Papiro
de Rylands) es treinta o cuarenta años posterior al momento de composición del
evangelio de San Juan; del siglo III tenemos papiros (los Papiros de Bodmer y
Chester Beatty) que muestran que los evangelios canónicos ya coleccionados se
transmitían en códices; y desde el siglo IV los testimonios son casi
interminables.
Obviamente, al comparar la multitud de manuscritos, se descubren errores, malas
lecturas, etc. La crítica textual de los evangelios —y de los manuscritos
antiguos— examina las variantes que son significativas, intentando descubrir su
origen —a veces, un copista intenta armonizar el texto de un evangelio con el de
otro, otro intenta explicar lo que le parece una expresión incoherente, etc.— y
buscando de esa manera establecer cuál pudo ser el texto original. Los
especialistas coinciden en afirmar que los evangelios son los textos que mejor
conocemos de la antigüedad. Se basan para ello en la evidencia de lo dicho en el
párrafo anterior y también en el hecho de que la comunidad que transmite los
textos es una comunidad crítica, unas personas que implican su vida en lo
afirmado en los textos y que, obviamente, no comprometerían su vida en unas
ideas creadas para la ocasión.