Buscad el Reino de Dios

Mi intención no es desarrollar qué es el reino de Dios, su naturaleza, sus exigencias... sino escuchar esta gran llamada de Jesús, que aparece en el Evangelio de Mateo: Vosotros buscad, antes que nada, el reinado de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura. Y yo me permito parafrasear esta llamada que Mateo pone en boca de Jesús, en estos términos: Vosotros y vosotras, buscad antes que nada que Dios reine en vuestra vida y todas las demás cosas que tanto os preocupan se irán ajustando a la verdadera voluntad de Dios. Por eso lo primero será:

Disponer nuestro corazón

Antes que nada quiero sugerir algunas condiciones para escuchar, con corazón limpio, esta llamada que podemos decir que es el corazón, el núcleo del mensaje de Jesús.

En primer lugar, admitir de verdad, no teóricamente, que podemos estar ciegos, que podemos estar sordos, y no escuchar, no ver, los signos de la cercanía de Dios, que se nos está descubriendo y que nos interpelan. De hecho, todos sabéis que Jesús anunció que Dios está cerca, que hay que cambiar, que hay que creer esta Buena Noticia y es un dato histórico, absolutamente indiscutible, que fueron precisamente los sectores más piadosos, los sectores más religiosos de Israel, quienes no lo supieron captar. Por eso Jesús se queja... vosotros sabéis discernir el aspecto del cielo, sabéis cuando viene la tormenta y el buen tiempo, y no sois capaces de discernir los signos de los tiempos, este tiempo en que está llegando el reino de Dios.

El término "reino de Dios" lo escuchamos mucho y puede ocurrir que para nosotros sea hoy como un cliché, algo sabido, gastado, que prácticamente no tiene ninguna fuerza de transformación. Incluso podemos pensar que, dado que somos creyentes y somos miembros vivos de la Iglesia, ya estamos buscando el reino de Dios, ya estamos abriendo nuestra vida al reino de Dios... y NO ES ASÍ. El reino de Dios no se confunde con cualquier modelo de vida, de vida cristiana, de Iglesia. Cuando Dios empieza a reinar en una persona, cuando Dios va penetrando con su fuerza en una vida o en una Iglesia, o en una comunidad cristiana, Dios, que es Dios, pone un signo de interrogación sobre muchas cosas nuestras, esquemas, hábitos, maneras de pensar... que nos pueden parecer muy venerables, pero que quizás no se ajustan a lo que Jesús pensaba cuando hablaba del reino de Dios.

Segundo aspecto: todos sabemos que esto del reino de Dios es el horizonte, el marco, que estructura siempre la experiencia de un cristiano, porque para Jesús, el reino de Dios era el núcleo central; lo único que quiso en su vida, su verdadera meta y también la razón por la que le mataron. Por tanto, si uno quiere ser seguidor de Jesús, lo más importante es tratar de entender y de vivir la vida en el horizonte del reino de Dios. Lo sorprendente es que Jesús nunca explica qué es el reino de Dios, pero sugiere con sus palabras y sus dichos cómo es Dios y cómo sería la vida si la gente se pareciera a Dios. Para Jesús, reino de Dios es la vida tal y como la quiere construir Dios; la vida, desde ahora, tal como la sueña Dios. La inquietud que llevaba Jesús en su corazón fue siempre ésta: Cómo cambiaría la vida si hubiera más gente que se pareciera a Dios, cómo cambiarían las cosas si hubiera hijos e hijas de Dios que actuaran como él, cómo cambiaría la Iglesia, el mundo, nuestra vida, si realmente nos pusiéramos a actuar como actúa Dios.

En tercer lugar si leéis en el Evangelio, veréis que Jesús no anuncia propiamente un mensaje, no anuncia una doctrina. Lo que Jesús anuncia es un inminente, está aquí, está entre vosotros... así que cambiad, cambiad de manera de pensar y creed en esta buena noticia.

Puede suceder que hoy nos esté llegando la invitación del reino de Dios como en aquella parábola en que un señor invita a una cena que ha organizado y nosotros estemos ocupados en otras cosas, tengamos otros centros de interés, pero no escuchar a Jesús lo único que él quería que escucháramos: la llegada del reino de Dios.

En el Padre Nuestro no pedimos ir al cielo, pedimos que venga ya su reino a esta tierra, pero probablemente se reduce a una petición más entre las otras del Padre Nuestro.

Finalmente, esta llamada es una llamada a mirar el mundo y la vida entera de manera diferente, se trata de mirar a las personas, mirar los acontecimientos, mirar la vida entera superando nuestros modos habituales de mirar y de enjuiciar la realidad. Y es que Dios tiene su lógica que no coincide con la nuestra. Como veremos al final, se trata de mirar la vida y mirarlo todo desde la ternura y la compasión de Dios. Al final, ser cristiano es creer que se nos está llamando a un proceso de cambio, y quien no esté cambiando y no esté trabajando para que cambie el mundo, podrá vivir correctamente una religión, pero no está en la dinámica del reino de Dios que quería Jesús de Nazaret.

No seguir caminos equivocados

Cuando Jesús hace la invitación en aquella sociedad de los años 30 en Galilea, y dice: Buscad el reino de Dios y su justicia, él sabe bien que hay otros planteamientos, otras alternativas, otra manera de entender la religión, otra manera de pensar cómo puede Dios reinar en nuestra vida. Para esclarecer e iluminar esto, podemos ver otras maneras de entender las cosas, caminos equivocados con los que Jesús no estuvo de acuerdo.

El culto del Templo: En tiempos de Jesús, las clases sacerdotales de Jerusalén y los sectores saduceos, que eran laicos pero pertenecían al grupo de la nobleza de Jerusalén, entienden que Dios reina fundamentalmente desde el culto, desde la liturgia y desde el cumplimiento de la ley. Precisamente el Templo es el único lugar de la tierra donde se da culto y se adora como rey al Dios verdadero. Allí se alaba a Yahvé, allí se da gracias a su Santo Nombre, allí se canta como rey de Sión de edad en edad. Y todos están convencidos de que desde ese culto, desde esa liturgia del Templo, Dios está reinando sobre Israel y lo está protegiendo contra los enemigos. Cuando Jesús habla del reino de Dios, en ningún momento está pensando en el reino de Dios como algo vinculado a la liturgia del templo.

Hoy no es fácil reconstruir en qué consistió ese gesto profético que hizo Jesús en el templo de Jerusalén. Ese gesto, que se ha llamado "la purificación del Templo", es mucho más que un gesto amenazador; sin duda es el gesto que desencadenó su ejecución y sobre el que sí se puede decir algo: La primera fuente cristiana, Marcos, recuerda cómo en Israel está escrito: Mi casa –dice Yahvé- será llamada Casa de Oración para todos ,para todas las naciones, es decir, en este Templo todas las naciones, no sólo el pueblo elegido, podrán invocar a Dios. Sin embargo, Jesús dice que la han convertido en una cueva de ladrones... Lo normal en aquella época era que los ladrones, una vez que se habían hecho con el botín, se ocultaran para repartírselo. Jesús, que conoce el Templo, que conoce sus grandes almacenes que ocupaban la parte más importante, donde se iban almacenando el grano, el trigo, el aceite, lo que se recogía de los diezmos y las primicias, dice que eso no tiene nada que ver, con la Casa del Padre.

Para Jesús, Dios, no está llegando al mundo a través de la liturgia, sino en los gestos de misericordia que Él hace con toda clase de gente, incluso con los pecadores y ritualmente impuros, que son excluidos del recinto sagrado. Jesús ofrece a todos, gratuitamente, el amor compasivo y el perdón de Dios, incluso aunque no suban a ese Templo a ofrecer sacrificios a Yahvé. A esa liturgia del Templo le falta algo esencial para abrirse al reino de Dios, esa liturgia no crea justicia, no crea fraternidad y Jesús dirá que, si no se está creando una comunidad reconciliada, hay que interrumpir la liturgia del Templo... Dejad todas las ofrendas ante el altar, porque no tiene ningún sentido, e id primero a reconciliaros unos con otros; haced una sociedad reconciliada, porque sólo en una sociedad de hermanos y hermanas, sin injusticias, sin abusos, sin ofensas, puede reinar Dios como Padre.

Y los sacerdotes y los levitas tienen que aprender a caminar por la vida acercándose a los heridos que encuentren en la cuneta. En la Parábola del Buen Samaritano, Jesús dice que al pobre que está en la cuneta, al herido, le va a llegar la compasión, no a través de los canales oficiales del Templo, no de los representantes de Yahvé, sino que le va a llegar incluso del que menos se esperaba, de un odiado enemigo samaritano. Podemos equivocarnos. La liturgia es muy importante, pero si la liturgia no crea sociedad justa y fraterna, no es camino para que Dios reine en la vida. Dios no reina desde los templos, Dios reina desde el amor y cuando nuestra celebración y nuestra liturgia no nos llevan a construir una sociedad más fraterna, se convierte en algo que tendrá su valor -Jesús tampoco discute- pero es un culto vacío que puede tranquilizarnos, que puede darnos seguridad, pero que en realidad nos está protegiendo contra el reino de Dios. Nosotros seguimos nuestro culto y ahí queda el reino de Dios sin penetrar en una sociedad más justa más fraterna.

Por tanto, primer camino equivocado: una liturgia que no crea sociedad mas humana.

La vida monástica de Qumrán. Jesús sabía muy bien que un grupo de esenios, gente muy radical, había ido en un camino muy opuesto a los sacerdotes del Templo. Estos monjes de Qumrán veían claramente que Israel estaba corrompido y no estaban de acuerdo con la situación del Templo, por lo que abandonaron el Templo de Jerusalén y se retiraron a la soledad del desierto para construir allí una comunidad santa separada. Ellos consideraban que en aquella sociedad no se podía vivir la vida como Dios quiere y consecuentemente se retiraron al desierto donde crearon una comunidad sorprendente: vivían un estilo de vida monástica fuertemente disciplinada, estructurada en torno a una Regla, bajo la autoridad de un Presidente, al que llamaban el Maestro de la Justicia. Su verdadera obsesión era la pureza, la santidad; vestían de lino blanco de arriba abajo, se llamaban "los hijos de la luz", en contraposición a los gentiles y a los pecadores que son "hijos de las tinieblas".Se pasaban el día en continuas purificaciones.

Hay autores que lo califican como un fenómeno sorprendente que causaba admiración y seducía. Doscientos cincuenta monjes -en tiempos de Jesús- en silencio total, vestidos de blanco, en pleno desierto, los que se llamaban "varones de santidad", "hijos de la luz", creando la mejor comunidad, la más santa, se consideraban como el germen de una sociedad nueva, el reino de Dios. Sin embargo, Jesús anda por Galilea entre pecadores, prostitutas, recaudadores, diciendo que el reino de Dios ya está irrumpiendo, pero no en esa comunidad de Qumrán, porque Jesús tiene otra experiencia: para él, Dios, ese Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos, hace llover sobre justos e injustos...es pura bondad y no discrimina a nadie. Y si ese Dios es de todos, no puede reinar en una comunidad elitista, de selectos, en unos elegidos de Israel.

En la Regla de estos que se llamaban a sí mismos "hijos de la verdad", "hijos de la santidad" -porque se creían en la verdad, poseedores de santidad – se decía que los dementes, los ciegos, los parallíticos, los cojos, los sordos, los mudos y los niños, no podrían entrar nunca en esta Asamblea de la Comunidad, precisamente los mismos con los que andaba Jesús.

Lo que falta en esta comunidad tan estricta, fiel, es la acogida universal hacia todos y de manera especial a los que más sufren. En esta comunidad falta el espíritu de Jesús que vivía abierto a los niños, a los enfermos, y sobra conciencia elitista, sobra superioridad sobre el resto del pueblo; los novicios, después del noviciado, al entrar en la comunidad, juraban tener odio eterno a los enemigos de Dios; por lo que algún autor dice que allí se cultivaba "la teología del odio", y es cierto. También en nuestros días, cuando una comunidad, una parroquia, se encierra en sí misma y busca su santidad cerrada al amor y a la acogida a todos, se convierte en una manera "muy santa" de cerrarse al reino de Dios.

Es un camino equivocado hacer comunidad, hacer parroquia, hacer Iglesia, pensando sólo en nosotros mismos y en nuestra propia santidad, quizás incluso creyéndonos internamente mejor que otros, pero sin haber captado que Dios sólo puede reinar abierto a todos, y de manera especial a los que más sufren y son más despreciados.

La obediencia a la ley de los círculos fariseos. Hoy sabemos que en los ambientes fariseos había un gran pluralismo, había muchas Escuelas. Pero sobre todo en los sectores más radicales -los que se llaman haberim- se pensaba que la verdadera manera de que Dios reine en el mundo es que se cumpla su ley; todo rey tiene sus leyes, por lo tanto, el reino de Dios se dará allí donde se cumplan las leyes de Dios. Precisamente por eso, estos grupos, en medio de Israel, sin ir al desierto, se dedicaban a estudiar y a cumplir con todo rigor, con toda perfección, la Torah. Para ellos la fidelidad a la ley es la que puede crear una esfera donde Dios puede reinar; de alguna manera, allí donde se observe escrupulosamente la Torah, se puede decir que Dios ya está reinando.

Por eso no sólo daban importancia a la ley escrita en los libros sagrados, sino que además, añadían toda una serie de tradiciones religiosas que los grandes maestros fariseos se iban trasmitiendo de generación en generación. Incluso se enorgullecían de que ellos, además de la Torah, tenían todas las tradiciones, por ejemplo, en la ley se dice que el sábado hay que cumplirlo, que no hay que trabajar, pero luego los fariseos van a ir elaborando decenas y decenas de leyes para saber cómo tiene que ser ese cumplimiento. Para el pueblo, estas comunidades fariseas, separadas de las demás para no contaminarse, eran verdadero ejemplo; si alguien admiraba a los fariseos, era precisamente el pueblo. Ellos eran los que conocían la ley, cosa que el pueblo ignorante no conocía, y los que la observaban.

Jesús no piensa así; para Jesús, el reino de Dios no se identifica, sin más, con la obediencia a la ley, porque Dios, antes que la ley escrita en unas tablas de piedra, es amor. Esto es fundamental, y no hay que confundir nunca lo que está establecido por la ley con las exigencias profundas de Dios. Y el riesgo que Jesús desenmascaró en los grupos fariseos, es el de encontrar en las leyes un marco seguro que da seguridad por el cumplimiento, lo estoy formulando pero a lo mejor no estoy escuchando la interpelación, las exigencias del amor que es lo que hace Jesús.

Según Jesús hay una manera de observar la ley que no humaniza, que no hace a la persona mas humana, ni la libera, ni la dispone al amor. En la parábola del Padre bondadoso -que antes se llamaba del hijo pródigo- el hijo mayor es un hombre que sabe obedecer leyes, que le dice a su padre, con toda verdad, que jamás dejó de cumplir una orden suya, que no es como el hermano que se marchó de casa con su parte de herencia y la ha dilapidado. Esto es cierto, el día que llega el hermano él está en el campo trabajando y llega al atardecer... Es un hombre que, una vez más, ha cumplido ese día de trabajo, con esfuerzo, es un hombre que sabe cumplir las leyes, pero este hombre no sabe querer, esto es lo sorprendente, no sabe amar. Este hombre no entiende el amor del padre al hijo pequeño que llega, y no es capaz de acoger ni de perdonar, su corazón está lleno de resentimiento, de rechazo, de odio, la llegada del hermano a casa no le produce alegría, como al padre, sino que le produce rabia. Al final, este hombre que cumple todo, está incapacitado para hacer una fiesta humana, según Jesús, la fiesta del reino.

Lo mismo le sucede al fariseo del Templo: vive una vida religiosa más exigente que nadie, cumple la ley escrupulosamente, incluso la sobrepasa. No sólo hace ayuno el Yom Kipur, (nombre de la Guerra de los seis días de Israel contra los árabes) una vez al año, que era lo único obligatorio, sino que él ayuna dos días a la semana, los lunes y los jueves y ayunar no sólo es no comer, sino también no beber, no perfumarse, no tocar mujer, hacer penitencia por los pecados del pueblo. Este hombre es un "santo", pero no siente piedad por el publicano. En este hombre reina la ley, reina la observancia, pero no se le ve amor, no se le ve compasión, es un hombre encerrado en su propio mundo. Es un hombre que incluso da gracias a Dios, pero no se abandona a la compasión de Dios, sino que se apoya en su propia vida.

Por supuesto, Jesús nunca promueve una campaña contra la ley, contra el marco legal, pero para él lo decisivo es el amor al que sufre. Por ejemplo, en el cap. 3 de Marcos vemos cómo Jesús es el primero que va a la sinagoga, para cumplir con la ley sabática pero, cuando allí están preparando las lecturas etc., su mirada se fija en un hombre que tiene la mano derecha paralizada, es un hombre que no puede trabajar, que no puede valerse y Jesús, que antepone siempre, el sufrimiento de las personas al cumplimiento de la ley, le dice al hombre que se ponga en medio -pone en medio de toda la liturgia a un hombre sufriendo, pone en medio de la ley del sábado a un hombre- y entonces pregunta qué hay que hacer ¿Cumplir el sábado? ¿Seguir con la liturgia, no trabajar y dejar a aquel hombre así?

La idea de Jesús es que, cuando un hombre se va llenando de Dios, se va dejando penetrar por el amor de Dios a los que sufren, enseguida entiende que no es el hombre el que ha sido hecho para el sábado, lo que está hecha para los hombres. A Dios le dejamos reinar en nuestra vida, no sólo cuando observamos tranquilamente las leyes, sino cuando para nosotros lo absoluto no son las leyes sino el amor que sufre.

El ascetismo del Bautista. Es un camino que sedujo a Jesús en un principio cuando todavía no tenía maduro su propio proyecto. El Bautista propuso un camino nuevo para acoger la llegada de Dios; él era de origen sacerdotal, pero abandona Jerusalén, abandona la liturgia del Templo -tampoco le convence- y se retira al desierto a las orillas del Jordán. Su mensaje es valiente, provocador, según él, el Templo ya no sirve para la remisión de los pecados, son inútiles. Ahora hay que escuchar una llamada a la conversión mucho más profunda, y hay que sumergirse en las aguas del Jordán.

La originalidad del Bautista fue que bautizaba a la gente en la parte derecha del Jordán para que salieran por el otro lado, atravesaban así el Jordán en la misma región en la que, según la tradición, Josué había entrado en la tierra prometida atravesando el Jordán. Según Juan, el pueblo estaba ya tan corrompido por el pecado que había que partir de cero, había que comenzar de nuevo la historia de la salvación, había que arrepentirse, recibir el bautismo de conversión de perdón y salir hacia la tierra prometida a crear una sociedad nueva, el pueblo convertido, el pueblo que quería Dios.

Cuando Jesús se acercó al Bautista quedó seducido por aquel profeta, no había visto cosa igual. Habla siempre del Bautista diciendo de él que es profeta y, más que profeta, el mayor de los que ha nacido entre los hombres. Se le ve a Jesús impactado por el mensaje del Bautista. Él estaba de acuerdo con la idea de un pueblo entero -no una pequeña élite que vivía separada de la vida en el desierto- purificado, un pueblo convertido, un pueblo muy lejos de aquel Templo que se había convertido en una cueva de ladrones, un pueblo donde cabían todos.

Aunque a nosotros nos sorprenda hoy por otras teologías y otras razones, Jesús se unió a tantos y tantas que iban a bautizarse, y se dejó bautizar por Juan; se sentía solidario y, - según algunos autores- quizás colaboró y él mismo, al principio, se puso a bautizar. Pero pronto se distanció del Bautista; su experiencia de Dios era diferente. Como ya sabemos, cuando Antipas, ejecuta al Bautista, hay una crisis muy grande; el Bautista era el profeta que estaba convirtiendo al pueblo a la llegada del juicio de Dios, pero antes de que terminara su predicación cuando algunos ya se habían bautizado, se quedan sin el profeta de la conversión. ¿Y ahora, qué hará Dios? La reacción indudable de Jesús fue que Dios iba a llegar entonces más que nunca, pero no a juzgar a ese pobre pueblo al que no dejan ni convertirse. Dios no va a llegar blandiendo un hacha como decía el Bautista, sino que va a llegar como Padre, que quiere ver a todos sus hijos e hijas hermanados. La investigación más reciente destaca que Jesús no se dirige a ver quiénes se han bautizado o no con el Bautista, para continuar el bautismo, sino que empieza algo nuevo: su lenguaje se transforma, es el poeta de la misericordia de Dios. Deja el desierto, va donde vive la gente, que ya no tendrá que ir a hacer penitencia a ningún sitio, no hará falta ir al Templo, ni siquiera al Jordán.

La sorpresa de Jesús es que vive una transformación profunda y se acerca a la gente para hacer algo que nunca hizo el Bautista. Éste nunca curó a un enfermo, nunca tocó a un leproso, nunca bendijo a un niño, nunca se dejó acariciar por una prostituta; él veía pecado en todas partes y llamaba a penitencia y a conversión. Jesús veía el sufrimiento; para él el gran pecado es hacer sufrir o vivir indiferente al sufrimiento. Y se le ve por Galilea, no con el índice de la mano levantado, recordando la ley de Dios y amenazando, sino que se le va a ver curando, abrazando, bendiciendo, aliviando el dolor y sobre todo, haciendo un gran gesto: comer con pecadores.

Jesús ofrecía el perdón gratis, incluso antes de que la gente hiciera ayuno, como hacía el Bautista, o hiciera penitencia. Cuando, según una fuente que no es históricamente todo lo segura que quisiéramos, el Bautista, desconcertado por la actuación de Jesús porque la llegada del reino de Dios que Jesús anuncia no se ajusta a sus esquemas, envía a unos discípulos a preguntarle si es el Mesías o hay que seguir esperando; y entonces Jesús no habla ni de ascetismo ni de penitencia sino que dice: Decidle a Juan lo que está ocurriendo, los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan ,a los pobres se les anuncia una buena noticia. Dichoso aquel que no se escandalice de mí, dichoso el que entienda que el reino de Dios abre camino, no precisamente con el ascetismo y la penitencia, sino que el Dios amigo de la vida se abre camino allí donde despierta la vida, allí donde se cura, allí donde hay mas salud, allí donde hay liberación del mal, allí donde hay perdón, allí donde hay mas dignidad para los pobres.

Todo esto nos hace ver que, cuando Jesús habla del reino de Dios, no tenemos que seguir caminos equivocados como los que hemos relatado. Jesús no lo critica porque también en el culto, en la vida monástica, en la obediencia a la ley y en el ascetismo puede haber valores muy positivos, pero Jesús va a hablar de otra cosa, Jesús habla del reinado del amor compasivo de Dios.

 

Acoger el reinado del amor compasivo de Dios

Jesús supone un vuelco radical: Yo os digo, sed compasivos como vuestro Padre del cielo es compasivo. Por tanto, ya no va a ser la santidad de Dios, sino la compasión, lo que ha de orientar en adelante la vida dentro del reino de Dios.

La santidad que separa. Cada vez se conoce mejor que la sociedad judía estaba estructurada a partir del principio Sed Santos porque yo el Señor soy santo. Desde el año 325 o al menos desde la invasión de Alejandro Magno que supuso una invasión, la invasión de la cultura pagana helénica, las costumbres paganas, la filosofía pagana... el pueblo de Israel tomó conciencia de que eran un pueblo muy pequeño y de que si no reforzaban, conservaban y garantizaban su identidad, desaparecían como pueblo de Dios. Entonces les pareció que el gran principio era ser santos como Dios es santo, no mancharse como extranjeros, no casarse con mujeres gentiles, cumplir la ley del sábado; era la identidad del pueblo. Y se empezó a entender la "santidad de Dios" como separación de todo lo que es impuro, de todo lo que esté contaminado. Y para empezar, el pueblo elegido que en el AT aparece como que va a ser luz de las naciones, en los últimos tiempos, en la sociedad de Jesús, se siente llamado sobre todo a ser santo, a ser puro, en medio de gentiles que no son santos, sino que son impuros. El pueblo de Dios tiene un rango de santidad superior a todos los pueblos de la tierra. Y dentro del pueblo elegido, el clero, los sacerdotes y levitas, que tienen que servir a ese Dios santo en el Templo, tienen ya un rango de pureza y santidad muy superior al resto del pueblo; y los que cumplen y observan las leyes de pureza, son mucho más honorables que los pecadores y los impuros que no cumplan; los varones tienen un rango y un nivel de pureza superior a las mujeres, siempre sospechosas de estar en un estado de impureza ritual a causa de la menstruación y de los partos; y los sanos son más puros y más santos, que los enfermos, los lisiados, los leprosos, a todos los cuales no se les dejaba ni siquiera entrar en el templo, porque la salud es un signo de la bendición de Dios.

Todo esto como se ve, conduce a una sociedad discriminatoria, excluyente donde se endurecían las fronteras, donde se alimentaba el resentimiento, donde no se creaba mutua acogida, fraternidad, etc. Jesús se dio cuenta rápidamente de que esta sociedad excluyente no era reino de Dios. Entonces introdujo la compasión que crea comunión, introdujo una alternativa que lo transforma todo: Yo no os digo que seáis santos como Dios es santo, yo os digo, sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.

Para Jesús, Dios reina en una sociedad, en una cultura, en una comunidad, que se va configurando en torno al amor compasivo. Dios es alguien cuyo amor no excluye ni siquiera a los pecadores. Para Jesús, la compasión es la manera de ser de Dios. La compasión no es un sentimiento, no es una virtud, sino que es la manera de estar en la vida y la manera de ser y de vivir más parecida a la de Dios.

A partir de esta clave se puede leer todo el Evangelio y ver que Jesús actúa siempre movido por la compasión. En un claro desafío al sistema de pureza, toca a los que nadie ha tocado, cura a los enfermos que sufren, se deja tocar por la hemorroisa, no le importa por la pureza, libera a los que están poseídos por espíritus inmundos y se acerca a ellos. Pero el gesto que provocó más hostilidad y más escándalo fue que Jesús comía con todos, no excluía a nadie. Esto era pólvora en aquella sociedad en la que comer era un gesto de amistad y de confianza; no se come con cualquiera, no se come con desconocidos, los gentiles comen con los gentiles, los judíos con los judíos, los varones con los varones, etc. Y además Jesús anuncia que Dios celebrará la cena en su reino, rodeado precisamente de toda aquella gente a la que todos están excluyendo de diferentes maneras.

En la parábola del Samaritano, Jesús se atreve a poner como ejemplo, a un doctor de la ley, la actuación de un samaritano, un miembro de un pueblo impuro; la crítica es total. El sacerdote y el levita serán muy representantes de Yahvé, vendrán de la liturgia y del Templo, pero cuando se encuentran en la cuneta con un pobre herido, dan un rodeo y siguen su camino... La parábola no dice el porqué ¿tenían miedo a los ladrones? ¿temían contaminarse al tomar entre sus manos a un hombre ensangrentado o medio muerto? Quizás al sacerdote y al levita les preocupaba la obligación por mantenerse puros y cumplir las leyes sacerdotales, no sabemos la razón, lo que sí sabemos es que no tenían compasión. Entonces Jesús, que ve la vida siempre desde los que sufren, desde aquella vida inocente que está allí, en la cuneta, dice a todos que el samaritano, que era de un pueblo impuro, que no pertenecía al pueblo elegido, es un hombre que no siente ninguna obligación legal, pero es un hombre que siente pena, compasión, este hombre tiene corazón.

En contraposición a aquella sociedad discriminatoria y excluyente, Jesús, desde el principio de imitar a Dios en su amor compasivo, introduce en el mundo una sociedad absolutamente diferente, una sociedad incluyente, acogedora, donde todos nos miremos de manera compasiva, donde todos podamos acogernos, cuidarnos y vivir mas en comunión y más en fraternidad.

De la religión convencional al Reino de Dios

Cuando Jesús invita a "entrar" en el reino de Dios, es evidente que habrá que "salirse" de otras cosas; de una religión, de una cultura, de un modo de vivir, habrá que "salir" de toda una cultura convencional que no es el reino de Dios.

Religión convencional. No siempre somos conscientes de ello, pero todos nacemos, crecemos y vivimos dentro de una cultura convencional que se ha ido construyendo a lo largo de los siglos, y concretamente en una cultura religiosa convencional, que es aceptada por la mayoría. Hay una manera de ser católico que es la correcta, la normal, la convencional, y ésa es la cultura que respiramos, y que nos hace ver la realidad de una manera determinada.

El riesgo consiste en vivir excesivamente domesticados por esa cultura religiosa convencional, obedeciendo automáticamente sin más planteamientos a lo que está establecido; enriqueciéndonos con los valores que están ahí, pero también cayendo prisioneros de cegueras, errores, lagunas que también están ahí. Y muchas veces, interiorizando actitudes equivocadas sin contrastarlas ni criticarlas a la luz del profeta del reino de Dios.

A Jesús le pasó eso mismo; Jesús anunció el reino de Dios en el interior de una determinada religión, dentro de una cultura religiosa convencional que se había ido construyendo a lo largo de los siglos. La fuente principal de esa cultura era la Torah, la ley de Moisés, los diez mandamientos, tradiciones sagradas que se iban trasmitiendo de generación en generación. Era la cultura religiosa que se inculcaba todos los sábados en las sinagogas y que se reavivaba en las grandes fiestas de Jerusalén. Era la religión observada y vigilada constantemente por los grandes interpretes de la ley.

Y se puede decir que Jesús no vive de esa religión convencional, sino que vive de una experiencia nueva de Dios que es la que quiere comunicar a través de su mensaje y sobre todo de sus parábolas. Jesús llama a entrar en el reino de Dios. Cuando Jesús llama a entrar en el reino de Dios, está pidiendo a todos que hagan lo que él hizo: salir, pasar de una religión convencional a una vida centrada en la experiencia de la compasión de Dios. Ahora entendemos mejor la frase que Marcos pone en boca de Jesús: El reino de Dios está cerca, cambiad de mentalidad, cambiad y creed en esta buena noticia. El verbo que utiliza Marcos tiene dos matices: cambiad de mente, cambiad de manera de ver las cosas, pero siempre, para cambiar de conducta, de manera de actuar.

Jesús no echa por tierra la religión convencional, como algo arbitrario, sin sentido. Lo que Jesús hace es situarla de una manera radicalmente nueva. Nunca una religión es un absoluto; el único absoluto es el amor y concretamente el amor al que sufre. Y cuando esto se hace tan serio, una religión también se va convirtiendo al reino de Dios; y si de Jesús ha nacido una religión, tendrá que ser una religión completamente orientada a construir el reino de Dios en el mundo.

Voy a recordar de nuevo la parábola del Padre bondadoso. En esa parábola Dios no es el que legitima un determinado estilo de vida premiando a los buenos y castigando a sus hijos según lo establecido. El padre de esa parábola es un padre que ama y perdona de manera desbordante a todos: al hijo menor y al hijo mayor. En ese padre, no está hablando la religión convencional, se está rompiendo un determinado esquema de Yahvé, ahí está hablando de la compasión de un padre. En cambio, en la queja del hijo mayor, que ha cumplido las órdenes del padre y que exige que le trate de otra manera y que no reciba así al hijo menor, es donde está hablando la religión convencional.

Es sólo en la acogida del padre compadecido, que abraza al hijo perdido, que acoge también al hijo mayor y quiere verlos a los dos sentados a la misma mesa, como hacia Jesús, celebrando una fiesta como hermanos, donde está apareciendo una experiencia nueva de Dios que no responde a la religión convencional. El mismo mensaje va a resonar en otra parábola: la que antes llamábamos la parábola de los obreros de la viña y que hoy se llama la parábola del dueño bondadoso de la viña.

Este dueño de la viña quería para todos un denario, quería que todos tuvieran trabajo y cena, por eso pregunta, por qué ser envidiosos si él es bueno. Este dueño es un hombre bueno, al que no le importa cuánto trabajen, no le importan los méritos de un grupo u otro, lo único que le importa es que todos tengan esta noche algo para cenar con sus familias. Ahí está emergiendo una imagen de Dios que rompe la religión convencional, y ante esta parábola en la que Jesús compara a Dios y la llegada del reino de Dios con la actuación de este hombre, dueño de la viña, que a nadie hace injusticia, surgen las preguntas: ¿Será Dios así? ¿Será verdad que Dios, más que fijarse en los méritos de las personas, está pensando en qué necesitan las personas para tener vida eterna? ¿Qué podían decir los escribas de aquel tiempo? ¿Y qué pueden decir los moralistas de hoy? Jesús es verdaderamente sorprendente.

La conversión al reino de Dios. Hemos de entender bien esta llamada de Jesús. El reino de Dios no lo tenemos que ver como una exigencia nueva que otra vez podemos codificar con nuevas leyes, nuevas obligaciones a una religión determinada.

El desafío del reino de Dios es ver las cosas de otra manera, tal como son cuando se las mira desde el amor compasivo de Dios.

El reino de Dios pide un corazón nuevo, una manera nueva de ver y de vivir la vida, centrada totalmente en la experiencia del amor de Dios, y que se construya a partir de una vida compasiva. Los riesgos de cualquier religión, aunque haya nacido de Jesús, son bastantes. Voy a sugerir tres:

En primer lugar, el mayor riesgo es la ceguera, el no abrirnos al lenguaje generoso del reino de Dios. Es una resistencia a la luz de Dios... todos podemos seguir viviendo ciegos. Vosotros sois ciegos que quieren guiar a otros ciegos. Tenéis el riesgo de caer todos en un agujero, en una vida donde falta lo importante...es una imagen que sólo puede provenir de Jesús.

En segundo lugar, la rutina, el desgaste, la rutina disciplinada, donde queremos que todo vaya bien y esté seguro, donde se corta la imaginación evangélica y donde nos incapacitamos para abrirnos a la frescura misteriosa del amor. La Iglesia moldeada siempre por la ley, donde la mayor preocupación es cumplir lo establecido, vivir correctamente, los que sufren desaparecen, quedan invisibles, ya no preocupa tanto el sufrimiento, no preocupa que haya millones que mueren de hambre. Mientras nosotros vivimos nuestra religión en la sociedad del bienestar desaparece el sufrimiento que era lo que Jesús tenía, antes que nada, ante sus ojos.

Y en tercer lugar, cuando no se vive en este horizonte del reino de Dios, el horizonte se estrecha, los planteamientos se hacen miopes, cada vez preocupa más lo que menos importancia tiene, se centra la obsesión y la atención en lo insignificante, y se olvidan las grandes exigencias, que es la queja que resuena en el Evangelio: Pagáis el diezmo de la hierbabuena, del anís, y hasta el comino y descuidáis incluso lo mas importante de la ley, la justicia, la misericordia y la fe. El gran reto que tenemos hoy nosotros, los creyentes, es abrir nuestra religión al reino de Dios; abrir nuestras costumbres, nuestra vida, nuestro culto, nuestra liturgia al reino de Dios.

JOSÉ ANTONIO PAGOLA ELORZA

(Conferencia impartida en el curso 2005, en el Aula de Teología de la Universidad de Cantabria)

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