Entrevista con Roberto Esteban, autor de “La verdad del amor”

MADRID, jueves, 9 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Roberto Esteban Duque es sacerdote, téologo especializado en matrimonio y familia, y doctor en teología moral. Acaba de escribir un ensayo titulado La verdad del amor. En esta entrevista analiza la ideología dominante en el terreno de la manipulación de la vida y de los pilares fundantes de la identidad del ser humano.

Roberto Esteban Duque nació en Mira, España, en 1963. Fue ordenado por el obispo José Guerra Campos en 1991. Cursó el bachiller en teología en la universidad San Vicente Ferrer de Valencia y la licenciatura en teología, especialidad en matrimonio y familia, en la universidad pontificia lateranense de Roma. Es doctor en teología moral por la facultad de San Dámaso de Madrid.

--Usted habla en su libro de “bioideologías”. ¿Puede explicar en qué consisten y sus consecuencias para la persona humana?

--Roberto Esteban Duque: Las bioideologías son moralismos que persiguen el poder para hacer con otros hombres lo que les place. El adversario es la religión tradicional, que presupone la existencia de una naturaleza humana común, fija y universal; de ahí la necesidad de sustituir dicha religión por la educación. A eso apunta la ley de 2007 de Educación para la Ciudadanía, aprobada en España. Les interesa más la modificación de la conciencia a través de la cultura que el cambio de las estructuras. Son aparentemente residuos de las ideologías, pero se diferencian de ellas en que sostienen la inexistencia de una naturaleza humana o, por lo menos, su completa moldeabilidad, tanto en lo humano como en lo natural. Aquí ya puede advertirse una contradicción: mientras la naturaleza humana no es algo evidente para la opinión pública, se reclaman multitud de derechos apoyándose en los derechos humanos.

Lo que plantean las bioideologías es la construcción a la carta de la identidad humana. Aquí reside su éxito. El hombre es producto de la evolución, cambia según las circunstancias y es posible hacerle evolucionar en el sentido deseado. Sus medios preferidos son la reivindicación de derechos, la ingeniería educativa y la propaganda, apoyados por la ingeniería médica y genética. Las bioideologías adoptan el papel del victimismo, la “cultura de la queja”, muy útil para la propaganda, siendo la discriminación uno de sus conceptos clave. El odio y el resentimiento son sus sentimientos básicos, aunque cuentan también con mucho ánimo de lucro.

Otro denominador común es la eugenesia, que asimila la naturaleza humana a la naturaleza animal. Desde aquí se llega a solicitar la muerte por motivos humanitarios: aborto, eutanasia, contracepción artificial. Asimismo, se reivindica el “derecho” a la autodeterminación de quien se considera diferente, acentuando el igualitarismo hasta límites insospechados, como negar las diferencias naturales y biológicas (heterosexuales y homosexuales, edades naturales), exaltando la desviación natural y lo patológico, como la homosexualidad y la pedofilia. Su último fundamento es el emocional: los deseos y los caprichos, producto de la moral hedonista. Se niega la vida natural (deconstrucción de la naturaleza humana histórica) y se pretende, desde un notable sectarismo, que se acepten sus prejuicios como verdades irrefutables, asumiendo un carácter individualista en su pretensión de liberar al hombre de sus ataduras naturales y físicas.

Las consecuencias para la persona, como puede notarse, son múltiples. Socavan el consenso social y el êthos llevando a la dictadura del relativismo y a la indiferencia, exaltando el igualitarismo, aunque discriminando a los que nos son del grupo. Creen que se puede alterar no sólo las leyes humanas positivas, como las que rigen el matrimonio y la familia, sino las mismas leyes de la naturaleza, como la diferencia de sexos, así como las leyes que rigen el cambio climático. Son formas de la contracultura, reacciones intelectuales asténicas contra las normas culturales. Deben su fuerza a la persistencia del modo de pensamiento ideológico que impregna la cultura de los medios de comunicación, intelectuales y políticos. Apelan a la ciencia para justificar sus deseos. Son meros grupos de presión que actúan en los medios de comunicación y en la cultura, siendo parte del suculento negocio de la contracultura. Si no existe una naturaleza humana, todo depende finalmente de la voluntad de poder.

El ecologismo, la homosexualidad y el feminismo son algunas conocidas bioideologías. Pero sería bueno notar que las bioideologías de la salud tienen atemorizadas a las gentes, extendiendo el concepto de enfermedad a lo que impide la satisfacción del deseo. Consideran el embarazo como un mal --de ahí la distribución gratuita de anticonceptivos y la defensa del aborto--, pero consideran la imposibilidad de satisfacer el deseo de tener hijos como equivalente a enfermedad y, por tanto, debe ser satisfecho como un problema público, como el caso de la “reproducción asistida” artificial. La demagogia compasiva de los gobiernos intervencionistas, apoyándose en el humanitarismo, hace suya esta bioideología, justificando el genocidio del aborto o la eutanasia.