¿Budismo?
Es necesario conocer primero el propio patrimonio espiritual, antes de aceptar
con entusiasmo ciertas propuestas de las tradiciones religiosas orientales, por
ejemplo, algunas técnicas y métodos de meditación.
PREGUNTA
Antes de pasar al monoteísmo, a las otras dos religiones (judaísmo e islamismo),
que adoran a un Dios único, quisiera pedirle que se detuviera aún un poco en el
budismo. Pues, como Usted bien sabe, es ésta una «doctrina salvífica» que parece
fascinar cada vez más a muchos occidentales, sea como «alternativa» al
cristianismo, sea como una especie de «complemento», al menos para ciertas
técnicas ascéticas y místicas.
RESPUESTA
Sí, tiene usted razón, y le agradezco la pregunta. Entre las religiones que se
indican en Nostra aetate, es necesario prestar una especial atención al budismo,
que según un cierto punto de vista es, como el cristianismo, una religión de
salvación. Sin embargo, hay que añadir de inmediato que la soteriología del
budismo y la del cristianismo son, por así decirlo, contrarias.
En Occidente es bien conocida la figura del Dalai-Lama, cabeza espiritual de los
tibetanos. También yo me he entrevistado con él algunas veces. Él presenta el
budismo a los hombres de Occidente cristiano y suscita interés tanto por la
espiritualidad budista como por sus métodos de oración. Tuve ocasión también de
entrevistarme con el «patriarca» budista de Bangkok en Tailandia, y entre los
monjes que lo rodeaban había algunas personas provenientes, por ejemplo, de los
Estados Unidos. Hoy podemos comprobar que se está dando una cierta difusión del
budismo en Occidente.
La soteriología del budismo constituye el punto central, más aún, el único de
este sistema. Sin embargo, tanto la tradición budista como los métodos que se
derivan de ella conocen casi exclusivamente una soteriología negativa.
La «iluminación» experimentada por Buda se reduce a la convicción de que el
mundo es malo, de que es fuente de mal y de sufrimiento para el hombre. Para
liberarse de este mal hay que liberarse del mundo; hay que romper los lazos que
nos unen con la realidad externa, por lo tanto, los lazos existentes en nuestra
misma constitución humana, en nuestra psique y en nuestro cuerpo. Cuanto más nos
liberamos de tales ligámenes, más indiferentes nos hacemos a cuanto es el mundo,
y más nos liberamos del sufrimiento, es decir, del mal que proviene del mundo.
¿Nos acercamos a Dios de este modo? En la «iluminación» transmitida por Buda no
se habla de eso. El budismo es en gran medida un sistema ..ateo». No nos
liberamos del mal a través del bien, que proviene de Dios; nos liberamos
solamente mediante el desapego del mundo, que es malo. La plenitud de tal
desapego no es la unión con Dios, sino el llamado nirvana, o sea, un estado de
perfecta indiferencia respecto al mundo. Salvarse quiere decir, antes que nada,
liberarse del mal haciéndose indiferente al mundo, que es fuente de mal. En eso
culmina el proceso espiritual.
A veces se ha intentado establecer a este propósito una conexión con los
místicos cristianos, sea con los del norte de Europa (Eckart, Taulero, Suso,
Ruysbroeck), sea con los posteriores del área española (santa Teresa de Jesús,
san Juan de la Cruz). Pero cuando san Juan de la Cruz, en su Subida del Monte
Carmelo y en la Noche oscura, habla de la necesidad de purificación, de
desprendimiento del mundo de los sentidos, no concibe un desprendimiento como
fin en sí mismo: «[...] Para venir a lo que no gustas, / has de ir por donde no
gustas. / Para venir a lo que no sabes, / has de ir por donde no sabes. / Para
venir a lo que no posees, / has de ir por donde no posees. [...]» (Subida del
Monte Carmelo, I,13,11). Estos textos clásicos de san Juan de la Cruz se
interpretan a veces en el este asiático como una confirmación de los métodos
ascéticos propios de Oriente. Pero el doctor de la Iglesia no propone solamente
el desprendimiento del mundo. Propone el desprendimiento del mundo para unirse a
lo que está fuera del mundo, y no se trata del nirvana, sino de un Dios
personal. La unión con Él no se realiza solamente en la vía de la purificación,
sino mediante el amor.
La mística carmelita se inicia en el punto en que acaban las reJlexiones de Buda
y sus indicaciones para la vida espiritual. En la purificación activa y pasiva
del alma humana, en aquellas específicas noches de los sentidos y del espiritu,
san Juan de la Cruz ve en primer lugar la preparación necesaria para que el alma
humana pueda ser penetrada por la llama de amor viva. Y éste es también el
título de su principal obra: Llama de amor viva.
Así pues, a pesar de los aspectos convergentes, hay una esencial divergencia. La
mzstica cristiana de cualquier tiempo -desde la época de los Padres de la
Iglesia de Oriente y de Occidente, pasando por los grandes teólogos de la
escolástica, como santo Tomás de Aquino, y los místicos noreuropeos, hasta los
carmelitas- no nace de una «iluminación» puramente negativa, que hace al hombre
consciente de que el mal está en el apego al mundo por medio de los sentidos, el
intelecto y el espíritu, sino por la Revelación del Dios vivo. Este Dios se abre
a la unión con el hombre, y hace surgir en el hombre la capacidad de unirse a
Él, especialmente por medio de las virtudes teologales: la fe, la esperanza y
sobre todo el amor.
La mística cristiana de todos los siglos hasta nuestro tiempo -y también la
mística de maravillosos hombres de acción como Vicente de Paul, Juan Bosco,
Maximiliano Kolbe- ha edificado y constantemente edifica el cristianismo en lo
que tiene de más esencial. Edifica también la Iglesia como comunidad de fe,
esperanza y caridad. Edifica la civilización, en particular, la «civilización
occidental», marcada por una positiva referencia al mundo y desarrollada gracias
a los resultados de la ciencia y de la técnica, dos ramas del saber enraizadas
tanto en la tradición filosófica de la antigua Grecia como en la Revelación
judeocristiana. La verdad sobre Dios Creador del mundo y sobre Cristo su
Redentor es una poderosa fuerza que inspira un comportamiento positivo hacia la
creación, y un constante impulso a comprometerse en su transformación y en su
perfeccionamiento.
El Concilio Vaticano II ha confirmado ampliamente esta verdad: abandonarse a una
actitud negativa hacia el mundo, con la convicción de que para el hombre el
mundo es sólo fuente de sufrimiento y de que por eso nos debemos distanciar de
él, no es negativa solamente porque sea unilateral, sino también porque
fundamentalmente es contraria al desarrollo del hombre y al desarrollo del
mundo, que el Creador ha dado y confiado al hombre como tarea.
Leemos en la Gaudium et Spes: «El mundo que [el Concilio] tiene presente es el
de los hombres, o sea, el de la entera familia humana en el conjunto de todas
las realidades entre las que vive; el mundo, que es teatro de la historia del
género humano, y lleva las señales de sus esfuerzos, de sus fracasos y
victorias; el mundo que los cristianos creen que ha sido creado y conservado en
la existencia por el amor del Creador, mundo ciertamente sometido bajo la
esclavitud del pecado pero, por Cristo crucificado y resucitado, con la derrota
del Maligno, liberado y destinado, según el propósito divino, a transformarse y
a alcanzar su cumplimiento» (n. 2).
Estas palabras nos muestran que entre las religiones del Extremo Oriente, en
particular el budismo, y el cristianismo hay una diferencia esencial en el modo
de entender el mundo. El mundo es para el cristiano criatura de Dios, no hay
necesidad por tanto de realizar un desprendimiento tan absoluto para encontrarse
a sí mismo en lo profundo de su íntimo misterio. Para el cristianismo no tiene
sentido hablar del mundo como de un mal «radical», ya que al comienzo de su
camino se encuentra el Dios Creador que ama la propia criatura, un Dios «que ha
entregado a su Hijo unigénito, para que quien crea en Él no muera, sino que
tenga la vida eterna» (Juan 3,16).
No está por eso fuera de lugar alertar a aquellos cristianos que con entusiasmo
se abren a ciertas propuestas provenientes de las tradiciones religiosas del
Extremo Oriente en materia, por ejemplo, de técnicas y métodos de meditación y
de ascesis. En algunos ambientes se han convertido en una especie de moda que se
acepta de manera más bien acrítica. Es necesario conocer primero el propio
patrimonio espiritual y reflexionar sobre si es justo arrinconarlo
tranquilamente. Es obligado hacer aquí referencia al importante aunque breve
documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe «sobre algunos aspectos
de la meditación cristiana» (15.X.1989). En él se responde precisamente a la
cuestión de «si y cómo» la oración cristiana «puede ser enriquecida con los
métodos de meditación nacidos en el contexto de religiones y culturas distintas»
(n. 3).
Cuestión aparte es el renacimiento de las antiguas ideas gnósticas en la forma
de la llamada New Age. No debemos engañarnos pensando que ese movimiento pueda
llevar a una renovación de la religión. Es solamente un nuevo modo de practicar
la gnosis, es decir, esa postura del espíritu que, en nombre de un profundo
conocimiento de Dios, acaba por tergiversar Su Palabra sustituyéndola por
palabras que son solamente humanas. La gnosis no ha desaparecido nunca del
ámbito del cristianismo, sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la
forma de corrientes filosóficas, más a menudo con modalidades religiosas o
pararreligiosas, con una decidida aunque a veces no declarada divergencia con lo
que es esencialmente cristiano.
CRUZANDO EL UMBRAL DE LA ESPERANZA