El amo del mundo

 

Augusto Del Noce *

 

 

Hace cerca de 100 años, Robert Hugh Benson publicaba El amo del mundo, una novela fantástica, cuya trama es político-religiosa. Todo católico, hoy, debería leerla y meditar sobre ella, así como todo el que está inmerso en la vida pública, debería leer este ensayo del gran pensador italiano Del Noce. La novela de Benson muestra una capacidad de previsión que linda con la profecía. Ilustra, por una parte, el necesario proceso por el cual el humanitarismo se ha convertido en el adversario más peligroso del cristianismo, y, a la vez, la causa de que la revuelta anticristiana de nuestro siglo halle en él su desembocadura. Y hoy comprobamos que en la lucha política y cultural, la lucha contra el catolicismo se hace desde la bandera del humanitarismo.

 

 

 

“El mundo le parecía una realidad de la que Dios había querido retirarse, después de haberla dejado en la más completa satisfacción de sí misma, privada de fe y de esperanza”. Así percibe el sacerdote Percy Franklin el mundo contemporáneo, reflexionando sobre su experiencia durante el viaje que, desde Londres lo lleva a Roma. En Roma, Percy confía en persuadir al Papa para que se modernice; por el contrario, abandonará la ciudad con una fe más viva y más profunda.

 

Digo “mundo contemporáneo”, pero la expresión, así como la figura del sacerdote, pertenecen a una novela fantástica, cuya trama es político-religiosa. Se trata de El amo del mundo, obra publicada hace más de 80 años, que la editorial Jaca Book presenta nuevamente en una esmerada traducción. Es cierto que no sólo entonces este libro no podía ser comprendido, sino tampoco durante el periodo de la ofensiva marxista. Sostener que para los católicos el hecho que mayor aprensión producía era “la inmensa fuerza que sabe ejercer el humanistarismo”, substituyendo la caridad por la filantropía y la esperanza con la satisfacción, y considerar al entero libro según esta idea, constituía, aun en años recientes, una especie de paradoja sin importancia. “Humanitarismo” era una palabra que evocaba la universidad popular de tipo arcaico.

 

Y sin embargo hoy, que el marxismo está declinando hasta tal punto que se corre el riesgo de ser injusto respecto a su real potencia filosófica, y que la revolución sexual y la combinación marxista-freudiana ya no progresan más, la lucha contra el catolicismo se cumple precisamente enarbolando la bandera del humanitarismo.

 

¿Pues acaso no se les pide a los católicos, en nuestros días y por doquier, la reducción del cristianismo a una moral, en sí misma separada de toda metafísica y toda teología, capaz en su autonomía y en su autosuficiencia de llegar a la universalidad y fundar una sociedad justa? Es más: esta moral poseería la capacidad de “poner fin a la secular división entre Occidente y Oriente”, tal cual como, de hecho, está intentándose. Esta moral universal es tolerante: admite que alguien (el católico) pueda llegar a concebir una esperanza ultramundana, específicamente religiosa en sentido trascendente; y si por medio de esta esperanza la persona vitaliza su acción práctica, humana, tanto mejor. Ser católico para los humanitarios representa sólo esto. Pero se les pone una condición a los católicos: reconocer que su fe y su esperanza son un “agregado”.

 

Así pues, la ética y la política prescinden de cualquier confesión religiosa. Ser consciente de esta realidad significa trabajar por la unión de los hombres de buena voluntad. La fe, en resumidas cuentas, pone en peligro la unidad, mientras que el amor, asociado con la ciencia, une. Esta communis opinio, recordada como tesis masónica esencial también en este libro (lugar común de los profesores de Filosofía moral del 1800), se presenta otra vez hoy.

 

Se afirma, de nuevo, la célebre distinción entre católicos integristas y progresistas. En tal distinción se había basado, hace diez años, los católico-comunistas con el propósito de constreñir al aislamiento a los integristas, y justificaban su hipócrita conducta afirmando que éstos se habían autoexcluido al rechazar el diálogo”. En la actualidad, los sostenedores del diálogo “ecuménico” católico-masónico comparten una idéntica actitud. Hay una moral unitaria, susceptible de ser recogida por distintos lenguajes, incluso por el católico; y la formulación católica es admitida con tal que... Ya se han establecido las condiciones. Resulta, entonces, que una de las partes que promueven el diálogo tiene el convencimiento de que, en los primeros años del tercer milenio, se verá el fin del catolicismo, fin que se producirá mediante la eutanasia. O mejor aún: el catolicismo debería ser abarcado por el ecumenismo masónico (en este sentido la masonería puede presentarse hoy, y lo hace, como el laicismo más moderado). El catolicismo no es perseguido, sino más bien, absorbido; pero si se cumplen ciertas condiciones, la sección de rito católico puede subsistir en el ecumenismo humanitario.

 

La lectura de este libro ha evocado en mí un ensayo que ejerció una atracción decisiva en los años de juventud y que nunca he olvidado: me refiero a El resentimiento en la génesis de las morales de Max Scheler, publicado en 1912, y refundido y ampliado en 1919. Scheler definió en él, con tal precisión que no puede agregarse nada más, la radical heterogeneidad de naturaleza entre el amor cristiano y el humanitarismo. El amor cristiano se funda en la idea de Dios, no sólo como creador, sino sobre todo como creador por amor. De aquí se sigue la armonía cristiana de los tres amores: de Dios, de sí mismo y del prójimo. En síntesis, el amor cristiano se centra en lo “divino” del hombre. El hecho de que la moral que nace de esta concepción esté indisolublemente unida a la visión religiosa del mundo y de Dios, explica porqué han sido infructuosos todos los esfuerzos por darle un sentido laico, distinto de su sentido religioso, y por descubrir en ella los fundamentos de una moral “humana” universal o de una moral “sin presupuestos religiosos”.

 

La polémica de Friedrich Nietzsche contra el cristianismo supone que éste es, ante todo, una moral sostenida desde el exterior mediante una justificación religiosa, y no, más bien, una religión. En efecto, confunde cristianismo con humanitarismo, corriente de pensamiento contra la cual, en vez, su polémica es válida. Por su parte, el humanitarismo, dado que prescinde de lo “divino” que se encuentra en el hombre, debe dirigirse no sólo hacia la personalidad en su singularidad, sino además hacia la humanidad como colectividad y hacia los aspectos genéricos que la definen. Cuando se refiere al amor, lo reduce a un mero factor que contribuye al aumento del bienestar sensible. Scheler, partiendo de esta clara distinción, realizaba observaciones que, por su pertenencia, se adaptan perfectamente a la sociedades presente. Puede citarse la observación según la cual el destino del humanitarismo se hallaría, de modo particular, en los aspectos más bajos y más animales de la naturaleza humana y no, por sobre todas las cosas, en la persona; así pues, dicho destino reflejaría los caracteres que todos los hombres tienen en común. Otra observación es la pretensión de enmascarar, con conceptos como “comprensión” y “humanidad”, un verdadero odio por todos aquellos valores que superan la esfera de lo vital y son, en consecuencia, relativos.

 

Confirma lo dicho la difundida mofa que se hace de los adjetivos “absoluto” y “externo” cuando son empleados en relación con los valores. Y la razón de todo esto, escondida, se la encuentra en la substitución de la religión por la moral “humanitaria”. Prestemos atención a esta estupenda consideración de Scheler: “... los santos de la historia que, conforme a la tradición cristiana, hacen que el reino de Dios llegue a ser sensible, ahora no constituyen más que aquellos grandes “ejemplos” mediante los cuales la “humanidad” se orienta y que, siendo integrantes del “género” humano, sirven para elevarlo; no son más que servidores del mayor goce sensible de las masas”. Lo que interesa sobremanera de esta cita es, por cierto, el doble y distinto sentido que reviste el término “servicio” en las dos concepciones: sentido noble, en la primera; plebeyo, en la segunda. El servicio, de acuerdo con el sentido políticamente prevaleciente en nuestros días, alude a lo que la masa (o, empleando un circunloquio, la gente) pide, y que, sin duda alguna, no contribuye a elevarla. (Por lo demás, conocemos sobradamente cuáles son los ídolos y los mitos que han reemplazado a los santos).

 

Los “servicios” no están orientados hacia lo “divino” que mora en el hombre, y así, en esta mínima afirmación, se refleja la situación de crisis que existe en la democracia.

 

Aseverar que el órgano del humanitarismo es la masonería, no comporta la expresión de un juicio negativo; es, sí, la mera comprobación de un hecho. Ni siquiera se intenta negar que en la primitiva masonería se pensara en el respeto de una ley moral única. Pero, hoy por hoy, esta idea de una única ley moral ha desaparecido, y su lugar lo ha tomado una pluralidad irreductible de criterios prácticos o de tipos de realización. Así que los mismos “valores comunes”, como “no matar” o “no robar”, son entendidos (ausente la referencia religiosa) no como imperativos morales, sino como condiciones necesarias de la funcionalidad social.

 

El humanitarismo se ha manifestado de nuevo en el ámbito del pacifismo (otro aspecto de la voluntad moral de la paz) en el preciso momento en que han desaparecido los ideales, que es lo que ha sucedido en los últimos decenios. Nos referimos, por un lado, al ideal de la revolución comunista, y, por otro, a la crisis de la conciencia religiosa. La idea de la revolución mundial, o, al contrario, de un despertar religioso (del que aún queda la esperanza), ha sido suplantada por la aceptación de la diarquía de las superpotencias; otro tanto ha acaecido con la idea de la moral, reemplazada por la de las técnicas de la racionalidad social. Dado que el humanitarismo, cualesquiera que sean sus intenciones, debe concluir en una técnica del bienestar que se expande ampliamente, ninguno puede maravillarse si la masonería se presenta como guardiana del actual estado de cosas. Estado que, si bien representa una necesidad (se espera que sea efímera), los católicos no pueden aceptar.

 

La novela de Benson muestra una capacidad de previsión que linda con la profecía. Si he deseado unir el comentario de su obra, y, de manera especial, de las páginas aquí mencionadas con el comentario de un texto de Scheler (de su mejor periodo), es porque me ha parecido que, si bien cuando redactado no ambicionaba prever acontecimientos, confirma filosóficamente el sentido de éstos. Ilustra, por una parte, el necesario proceso por el cual el humanitarismo se ha convertido en el adversario más peligroso del cristianismo, y, a la vez, la causa de que la revuelta anticristiana de nuestro siglo halle en él su desembocadura.

 

 

 

 

Fuente: Revista Internacional 30Días en la Iglesia y el mundo, Año II, No. 2, Febrero de 1988.


 


* Uno de los filósofos católicos más destacados de Italia contemporánea. Maestro de destacados pensadores como Rocco Butiglione, amigo y colega de Norberto Bobbio, ha sido reconocido por católicos y no católicos por sus lúcidos análisis. En sus últimos años, estuvo muy en contacto con el movimiento de Comunión y Liberación, movimiento en el cual veía una gran renovación para la Iglesia. Ofrecemos este ensayo de este gran pensador ya fallecido.