"EL GRAN AMÉN"
Amén es una palabra hebrea, difícil
de traducir a nuestro idioma.
Amén equivale a sólido, duradero, seguro.
Amén es una bella exclamación que significa "Así
es", "estoy de acuerdo", "estoy cierto".
Amén es un grito de fortaleza y de seguridad. Es una expresión de fe, de
entusiasmo, de alegría.
Amén es la invocación que todos los creyentes dirigen a Dios: los cristianos,
los judíos, los musulmanes.
El amén, dicho en la misa, ratifica la unión de quienes configuran la Asamblea
litúrgica:
Obispos,
presbíteros, diáconos y laicos.
Amén es algo más que un "así sea", resignado y conformista. Amén es un
compromiso que se ratifica. Amén es el plebiscito de toda la asamblea que clama
a Dios a pleno pulmón para aceptar su palabra y para urgirle que cumpla sus
promesas
(Ap. 1,7;
22, 10)
Amén el la palabra que Dios se aplica a sí mismo, para garantizar lo que promete
(Is. 3,14; 65, 16), y la que sirve al mismo Jesús para definirse como el "Sí",
como el "Amén" de Dios para nosotros (Ap. 3, 14).
Amén es la palabra que usa Jesús, y que emplean con frecuencia los evangelios
(30 veces
en Mateo, 15 en Marcos, 16 en Lucas,
25 en
Juan)
Amén es la voz que resonaba en la liturgia de los apóstoles (Rom. 1,25; 1Cor.
14, 16; 1 Ped. 5, 11; Ap. 5, 14).
Amén, decían en el siglo II los cristianos, como cuenta el mártir San Justino:
"se presenta pan, vino y agua, y el que preside eleva oraciones y acciones de
gracias, y el pueblo aclama, diciendo: "Amén" (1 Ap. 67)
Para Dionisio de Alejandría, en el siglo III, los tres actos del culto
eucarístico eran:
"escuchar
la acción de gracias, responder el Amén y comulgar" (Hist. Ecl. VII, 9, 4).
Tertuliano, en África, protestaba contra los que gritaban en favor de los
gladiadores, con los mismos labios que habían dicho "amén a lo Santo.
San Jerónimo habla de que las basílicas romanas retumbaban cuando se cantaba el
Amén, como si en ellas hubiese estallado una tempestad (Ad. Gal. II).
Agustín de Hipona pensaba que en el idioma del cielo sólo había dos palabras
importantes: Amén y Aleluya. Aquella para admirar al Dios que se nos revelará, y
ésta para alabarlo.
Jesucristo es el "Sí" absoluto y universal; el
sí de las promesas divinas,
el sí de
las aspiraciones humanas, el
sí de los oráculos proféticos,
de las
esperanzas de Israel, de los suspiros de todas las naciones.
El es, el sí de la verdad,
plenitud
desbordante de la vida.
No hay en
Jesucristo un No desesperante; en El todo es sí.
José María Bover.