Algunos sacerdotes tienen un problema de relación... con Dios

Raphael Bonelli habla en entrevista sobre el celibato sacerdotal  

20/05/2010

En el contexto del debate sobre abusos sexuales de menores cometidos por clérigos, el psiquiatra vienés Raphael Bonelli habla en una entrevista con Stephan Baier para el diario Die Tagespost (8-05-2010) –que recoge “Aciprensa”- sobre el celibato sacerdotal, las tendencias sexuales desviadas, y la necesidad de que todo hombre o mujer se esfuerce por educar su sexualidad.

– Existe la tesis de que “hacer de la sexualidad un tabú”, como parte de la opinión pública reprocha a la Iglesia, conduce a una mala canalización de lo sexual. ¿Hay algo de verdad en eso?

–R.B
Hoy sabemos que la sexualidad debe controlarse para poder vivirla de forma sana y feliz. La violencia sexual y la pedofilia nos muestran que la sexualidad no puede vivirse sin contenciones, porque puede hacer daño. Sin embargo, sorprendentemente todavía muchos sueñan con que puede vivirse sin límites, y creen que ahí tenemos el par aíso terrenal. Esto proviene particularmente de la ideología del movimiento del 68. Esa imagen de la represión de la sexualidad se corresponde con una interpretación freudiana del hombre muy grosera y mecanicista, que permanece todavía en muchas cabezas, aunque hace mucho que fue superada. Desde la revolución sexual, sobre todo, hay varones que son de la opinión de que deben realizarse sexualmente, porque si no, podrían enfermar. La sexualidad se experimenta aquí como una necesidad imperiosa, y no ya como algo dirigido y controlado por la razón.

– ¿Sería menor la indignación ante los casos de abusos, si los sacerdotes católicos no estuvieran obligados al celibato?

–R.B
Puede ser que las emociones no se dispararan tanto si no estuviera de por medio el celibato, que resulta molesto para la mentalidad de hoy, porque muestra que un hombre puede contener sus apetitos sexuales por causa de un gran amor. Esto es algo que molesta a la ‘sociedad de la diversión’, que por eso arremete contra este bastión. Si los sacerdotes se casaran, no destacarían tanto, sino que serían como ‘uno de nosotros’. Es interesante ver que, en las Iglesias orientales, donde hay sacerdotes casados, se estima más a los célibes. También en las culturas monacales budistas se entiende que una vida consagrada a lo espiritual va unida al celibato.

El celibato como apertura a lo trascendente

– ¿El celibato puede dar lugar a una patología?

–R.B
El celibato puede hacer enfermar, si se vive incorrectamente. El celibato nunca es una forma de vida en sí mismo, sino que, desde una perspectiva psicodinámica, es humanamente un déficit, un desequilibrio, una herida. Pero este déficit hace posible una inmensa apertura a lo trascendente; por eso hay formas de vida célibe en todas las culturas. El celibato no puede explicarse sin el fenómeno de la fe y de la relación de amor con Dios. Cuando un hombre célibe no cultiva una intensa relación con s u amor, esto es, con Dios, entonces se marchita humanamente o no aguanta.
También es importante que un hombre célibe sepa qué es una mujer y cómo relacionarse correctamente con ella. Demasiada intimidad y apertura puede conducir fácilmente a una situación de bloqueo. Por motivos profesionales, he conocido a varios sacerdotes que se han deslizado hacia relaciones amorosas que, de hecho, no querían en absoluto. Casi siempre, en un principio, el afectado no había sido sincero consigo mismo. Con frecuencia, afirmaba un anhelo pastoral, hasta que la creciente intensidad de la relación se transformó en corporal. En el origen está el déficit emocional de la soledad, que, en una relación sana con Dios, se llena con la oración. Cuando se descuida la oración por el estrés o el activismo, o se la vacía de contenido, el sacerdote se hace propenso a tales naturales deseos humanos.

¿El celibato puede ser un “yugo ligero” para algunas personas, y en cambio, muy pesado o incluso insoportable para otros?

–R.B
Naturalmente, el impulso natural se acentúa de modos distintos, pero eso tiene mucho que ver también con experiencias previas, con fantasías y recuerdos. La capacidad de moderar el instinto sexual y de humanizarlo se denomina virtud de la templanza, que también ha sido redescubierta por psicólogos ateos como Martin Seligman. El objetivo es, como dice Tomás de Aquino, la armonía de la paz interior. Templanza significa conseguir un orden interno, en el que las propias fantasías y deseos se valoran correctamente y se cultivan o se reducen. Esto no sólo es válido para la sexualidad. Viktor Frankl dijo, con respecto a la auto-observación hipocondríaca: “Sólo el ojo enfermo se ve a sí mismo”. De modo similar, uno podría decir: “Sólo el sacerdote enfermo se mira a sí mismo; el sano tiene su confianza y sus ojos dirigidos hacia Dios”. Alguien que ha entregado completamente su vida empieza a patinar cuando comienza a buscarse a sí mismo o a realiza rse egocéntricamente.

Seleccionar a los seminaristas

– Algunos opinan que quien opta por el celibato debe al menos tener, en lo sexual, conocimiento de aquello a lo que renuncia.

–R.B
Sí, por supuesto, deben saber a qué renuncian, pero no necesitan haberlo experimentado. Un psiquiatra no debe haber probado la heroína para ser un buen terapeuta en drogodependencias. La experiencia sexual no lo es todo. Un seminarista debe sobre todo tener experiencia espiritual.

– Hemos hablado sobre si el celibato puede hacer enfermar. Pregunto de otro modo: ¿Puede esta forma de vida atraer a personas inseguras o perturbadas en su sexualidad?

–R.B
No se puede descartar que atraiga también a personas de estas patologías. Personas que no se pueden relacionar con el otro sexo encuentran aquí una forma de vida en la que pueden pasar desapercibidas. Esto es especialmente problemático cuando hay personas que quieren vivir otra forma, enfer ma, de sexualidad, que daña a otras personas. Hay que tener mucho cuidado con quién entra a los seminarios, porque solo un hombre psíquicamente sano y estable es apto para la vocación sacerdotal.

– ¿Es posible que haya habido hombres con tendencias pederastas que se escondieran tras una sotana para pasar desapercibidos, o para protegerse de sus propias inclinaciones?

–R.B
Muchas personas con tendencias pedófilas van a parar al matrimonio; otras, al sacerdocio. De algún modo, uno piensa que debe hacer su vida cuando descubre en sí ese tipo de inclinaciones. Quizá piense que las tiene bajo control, o que la consagración sacerdotal le ha curado. Sigmund Freud afirma que la sexualidad es polimorfa y que tiene un lado perverso, y ahí algo tiene de razón. En una relación sexual normal, la mujer suele ser el correctivo. Pero si la sexualidad es vivida en soledad, por ejemplo, en términos de autoerotismo y pornografía, entonces no existen ya límites. La represió n de la sexualidad es generalmente beneficiosa, cuando existen inclinaciones degeneradas. Me refiero al control de los pensamientos, de las fantasías; a no mirar indiscriminadamente la televisión. Así desaparecen la mayoría de las fantasías desviadas, que siempre están relacionada con una hipersexualidad, y permanecen las inclinaciones sexuales sanas.

Detectar trastornos de personalidad

– La relativización social de la pederastia proviene de ámbitos muy distintos.

–R.B
La psicología de la década de los 70 pretendió hacer creer que no existía nada intrínsecamente malo, o incluso que todo estaba bien, si la relación era consentida. En la década de los 70 y de los 80, hubo movimientos de liberación sexual que asumieron la defensa de la pedofilia. Un conocido político del Partido Verde alemán, aún en 1988, pidió la despenalización de la pedofilia consentida, una tesis de la que poco después se distanciaría. En aquel momento, era partidario de un m ovimiento por la despenalización y “despatologización” de las formas alternativas de sexualidad.

– ¿A qué se debe prestar más atención en la formación de sacerdotes? ¿Es posible detectar tendencias sexuales desviadas para descartar a los candidatos afectados?

–R.B
Por lo general, a lo largo de años de convivencia con los candidatos se ve si son o no apropiados. Los pedófilos suelen tener otros trastornos de personalidad que pueden detectarse. Uno ve, por ejemplo, cómo una persona se relaciona con los demás, y si es apto para servir y es capaz de obedecer. Ésas son virtudes que no están de moda, pero que muestran si alguien es psíquicamente sano, porque es capaz de no ponerse a sí mismo en primer plano, y ponerse al servicio de los demás. Cuando alguien debe ponerse siempre a sí mismo en primer plano, y necesita brillar, demuestra que se preocupa más del propio ego que de los demás. Eso es peligroso.

– ¿Es posible una educación para la castid ad y el celibato en el seminario?

–R.B
Sí, y es absolutamente necesaria. El seminario está para enseñar la castidad sacerdotal. La aceptación de la propia sexualidad plena y de su hombría capacita al sacerdote para ser pastor paternal de otros. Eso incluye también enseñar a los hombres jóvenes a desarrollar su sexualidad desde la perspectiva del amor, como suelen integrarla naturalmente.

– ¿Qué puede aconsejar el psiquiatra a un sacerdote que flaquea en estos terrenos?

–R.B
Debe apartar la mirada de sí mismo y dirigirla a los otros, a su relación con Dios y a su ministerio sacerdotal. Normalmente los problemas sobre la castidad son problemas de personas que dedican demasiado tiempo a sí mismas. Cuando uno navega durante horas en Internet no puede sorprenderle que le asalten ideas estúpidas. La soledad y la sensación de que la propia vida carece de sentido son consecuencia de una falta de relación con Dios. Yo trato a personas adictas al sex o en Internet y casi todas ellas tienen problemas de relación con los demás. Por eso digo que los sacerdotes con este problema tienen un problema de pareja… con Dios. Y el yo es polimórficamente perverso. Cuando hay un problema, en todo caso hay que reconocer la dimensión patológica, y buscar ayuda profesional, sin avergonzarse por ello.