El debate de las relaciones entre la ciencia y la fe no deja nunca de sorprendernos y vuelve a estar de moda. Seguramente, a muchos de nuestros lectores les habrá llamado la atención el título del artículo. Neuro... que? Sí, tal como suena, neuroteología.
Dos
expertos de
Para sus investigaciones, d’Aquili y Andrew han utilizado un ingenio, el SPECT, que permite obtener imágenes de la actividad cerebral. Han analizado los datos de un estudio realizado con monjes tibetanos budistas y monjas franciscanas mientras meditaban y extraen una conclusión que impresiona: el impulso religioso arraiga en la biología del cerebro. Dicho de otro modo, Dios está —utilizando terminología electrónica— "cableado" (hard-wired) en el cerebro de la persona humana. El cerebro humano está, pues, según ellos, genéticamente estructurado, de tal manera que anima la fe religiosa.
Las investigaciones se iniciaron en torno a 1970. Se ha ido comprobando que la meditación y la plegaria provocan variaciones importantes en datos fisiológicos como las ondas cerebrales, los ritmos cardiaco y respiratorio, y el consumo de oxígeno. Se ha mostrado que la estructura del cerebro no es tan estática como se pensaba. El cerebro, así lo manifiestan los estudios recientes, cambia constantemente. Su estructura y función se modifican con relación al comportamiento humano, amoldándose. La meditación de un monje budista, o la plegaria de una religiosa católica, tienen unas repercusiones físicas en el cerebro, en concreto, en los lóbulos prefrontales, que provocan el sentido de unidad con el cosmos que experimenta el monje, o de proximidad a Dios que siente la monja franciscana. Estas experiencias —sensaciones que trascienden del mero plano individual— nacen de un hecho neurológico: la actividad de los lóbulos prefrontales del cerebro. Esta parte del cerebro corresponde a la capacidad de concentración, de perseverancia, de disfrutar, de pensar abstractamente, de fuerza de voluntad y del sentido del humor y, en último término, de la integración armónica del yo.
Los
autores de estos estudios, utilizando una palabra de Aldous Huxley, han
denominado Neuroteologia a la disciplina emergente dedicada a entender las
complejas relaciones entre la espiritualidad y la actividad del cerebro, con la
base experimental de las modificaciones cerebrales en el uso de prácticas
espirituales. Con los datos científicos ofrecen una reflexión teológica desde
una perspectiva neuropsicológica. Esta nueva ciencia se estudia en la actualidad
como una asignatura en áreas de especializació
D’Aquili y Andrew intentan responder a cuestiones como el origen de la elaboración de mitos, la conexión entre el éxtasis religioso y el orgasmo sexual, y los datos que aportan las experiencias próximas a la muerte sobre la naturaleza de los fenómenos espirituales.
¿De dónde proviene la necesidad humana de crear mitos? Muchos pensadores secularizados creen que la religión es una invención psicológica que nace de la necesidad de aliviar los miedos existenciales y encontrar, así, confort en esos anclajes en medio de un mundo confuso y peligroso. Newberg y d’Aquili defienden, por su parte, avalándose en los datos científicos mencionados, que el impulso religioso arraiga en la biología del cerebro humano. El sentimiento de unidad con el cosmos o de proximidad a Dios no es una mera ilusión o un puro fenómeno de psicología subjetiva, sino que resulta de una cadena de acontecimientos neurológicos que pueden ser observados, grabados y actualmente fotografiados. Obviamente, ambos investigadores no dicen que ven a Dios en las imágenes de sus estudios.
Con los datos obtenidos y la reflexión que emplean, muestran que el cerebro humano está configurado (set up) para alcanzar una vida lograda. La religión y las experiencias religiosas —afirman los científicos— y lo que el cerebro hace por nosotros se mueven en la misma dirección. Incluso certifican, como decíamos, que Dios está, en palabras de estos investigadores, cableado en el cerebro humano.
Otros
científicos avalado estos datos científicos y las correspondientes conclusiones.
En efecto, el Dr. Peter Van Houten, director médico de Sierra Family Medical
Clinic y residente, desde hace tiempo, en Ananda Village, comunidad que se
originó de las enseñanzas del maestro Paramhansa Yogaranda y ligada a la
tradición del Kriya yoga, titulaba así uno de sus artículos: «Engineered for
Divinity – The Brain» (El cerebro, diseñado por
Newberg
y d’Aquili pretenden argumentar contra un materialismo médico cerrado a cal y
canto a la trascendencia. La interpretació
Los
resultados que extraen d’Aquili y Newberg encajan con la reflexión teológica
católica del hombre creado como "capax Dei". "El deseo de Dios está inscrito en
el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y
Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre
la verdad y la dicha que no cesa de buscar" (CIC 27). Todos estos hallazgos
recuerdan la famosa frase de San Agustín: "El hombre, pequeña parte de tu
creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre
sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está
inquieto mientras no descansa en ti" (Conf. 1,1,1). Los "resultados"
Desde la reflexión filosófica, las pruebas de la existencia de Dios, si bien, desde su coherencia objetiva, invitan la libertad a la anuencia, no la sujetan a la coacción. La existencia del agnosticismo y del ateísmo son bastante determinantes para avalar este hecho. La tradición cristiana ha elaborado un conjunto de argumentaciones que demuestran la existencia del Creador. Hay dos caminos de aproximación: el mundo y el hombre. El mundo, a partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza, nos remite a Dios como origen y fin del universo. El hombre, por su apertura a la verdad y a la belleza, por su sentido del bien moral y de la libertad, por la voz de la conciencia y por la aspiración al infinito y a la felicidad, se pregunta sobre la existencia de Dios. A través de todo eso, percibe los signos de su alma espiritual que lleva en ella misma una semilla de eternidad irreductible a la sola materia (cf. CEC 31-35). Desde ahora, con los estudios neurológicos, podremos añadir otro: la estructura y el funcionamiento del cerebro humano.
Ahora bien, del hecho comprobado que se da una efectiva vinculación entre la meditación y la actividad cerebral no se deduce científicamente la existencia de Dios. No obstante, esta profunda sintonía de la estructura humana y de sus aspiraciones con las enseñanzas religiosas abre la puerta a algo más que una apología de no irracionalidad.
Esta
interpretació
Otros, que también reducen la explicación del ser humano a una visión meramente cientificista, aportan unos datos que son dignos de consideración. Estudios neurológicos –confirma el Dr. Jesús Pujol, investigador del CETIR– muestran que la repetición continuada de una palabra o de una frase corta, sea con contenido semántico religioso, sea sin ninguna significación, o la práctica frecuente del ejercicio de buscar palabras que empiezan con una determinada letra, o bien la estimulación externa mediante instrumentos magnéticos sobre dicha parte del cerebro tienen una verdadera influencia en los lóbulos prefrontales que originan efectos parecidos a los constatados por d’Aquili y Newberg.
Desde
otro punto de vista, y sin negar la conclusión de la intrínseca dimensión
religiosa de la persona humana, más bien al contrario, Wayne Proudfoot, profesor
de religión en
La íntima conexión entre las dimensiones anímicas y corporales del ser humano es bien conocida. La pérdida del conocimiento de sí mismo de algunos que han sufrido accidentes traumáticos evidencia que la noción del yo y la experiencia de quién soy están intrínsecamente unidas a las neuronas y a la química del propio cerebro. También productos químicos como el LSD u otras drogas provocan alucinaciones y experiencias sensibles importantes. Al mismo tiempo, encontramos fenómenos que muestran que la relación entre nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y la química cerebral no es unívocamente causada por los datos químicos. En efecto, cambios emocionales repentinos pueden producir verdaderas depresiones. Ambos casos reflejan la intrínseca unidad del ser humano, corporal y anímico, cuerpo animado y alma corporalizada, unidad que la filosofía personalista ha puesto en ulterior relevancia.
Los datos obtenidos en los experimentos sobre la actividad cerebral y las interacciones químicas revelan algo de lo que está pasando en el cerebro. Sin embargo, ¿es esta actividad química y eléctrica cerebral la causa del resultado final, similar a cómo un programa informático causa que el ordenador genere una respuesta programada? Si fuera así, conceptos como libertad, responsabilidad, bien y mal, amor y arte quedarían subsumidos en categorías bioquímicas y eléctricas.
Y si la responsabilidad reside en el ámbito de la química, las condenas judiciales serían discriminaciones por motivos químico- eléctricos cerebrales. ¿Es la poesía, el arte, la literatura, la cultura, mera cuestión de química? ¿Podríamos colegir que sólo provocando ciertas actividades neurológicas capacitáramos al hombre para la poesía? ¿O es más bien una actividad del alma que, como toda actividad humana, requiere un apoyo orgánico? ¿Es un amor profundamente personal –fiel, abnegado hasta el heroísmo, incondicionalmente generoso– pura química? ¿Hace la química por sí sola que amemos al uno y no al otro? Pienso que la respuesta convincente es: no negamos que la responsabilidad y el amor tengan repercusiones químicas e incluso fisiológicas, pero no podemos invertir siempre los papeles. Hay que mantener, pues, la realidad espiritual humana que trasciende la mera fisiología, sin negarla.
La
bivalencia interpretativa de todos estos fenómenos neurológicos está presente en
las réplicas y contrarréplicas. Hobson argumentaba contra d’Aquili y Newberg
mostrando los efectos análogos que provoca la ingestión de ciertas sustancias
químicas que desdibujan la frontera de lo que es real en las percepciones. Otros
constatan, avalándose también con estudios científicos, la diferencia en la
captación de la realidad bajo los efectos de las drogas. Es como sí fuera real
–dicen–, sin embargo se dan cuenta de la no realidad de lo que experimentan.
Stanislav Grof («Beyond the Brain. Birth, Death, and Transcendence in
Psychotherapy» [Suny Press, 1985]), aportando una tercera interpretació
Análogamente, en la hipnosis aparece difusa la frontera de la realidad en lo que se experimenta. En la práctica, el sistema judicial americano ha desacreditado a los testigos sometidos a hipnosis. No los acepta por su incapacidad a discernir entre la memoria actual y las impresiones experimentadas en el estado de hipnosis, que de hecho no sucedieron en realidad.
¿Es, pues, también, por motivos bioquímicos y eléctricos cerebrales, que se interpretan los mismos datos de forma tan diversa? ¿Se explica eso neurológicamente? Y si fuera así, ¿por qué es así? Toda pregunta científica, si es honrada hasta las últimas consecuencias, requiere una respuesta filosófica, metafísica y, finalmente, religiosa.
Algunas precisiones sobre la meditación y la plegaria
Como hemos visto, las conclusiones de d’Aquili y Newberg se fundamentaban en los datos obtenidos de la observación de monjes tibetanos budistas y religiosas franciscanas mientras meditaban. ¿Podemos, desde un punto de vista católico, poner en el mismo saco la meditación budista y la plegaria cristiana, entendida como diálogo con Dios?
La
meditación budista es algo peculiar. Según las escuelas, a veces es una técnica
de yoga, otras, un tipo de esfuerzo que prepara para el nirvana, entendido como
un estado místico en el sentido negativo a la manera de los gnósticos. La
plegaria, sin embargo, supone otra dinámica. Para Santa Teresa del Niño Jesús es
"un impulso del corazón, es una simple mirada dirigida al cielo, es un grito de
reconocimiento y de amor tanto en la prueba como en la alegría" (ms. autob. C 25
r). San Juan Damasceno la definía como "la elevación del alma a Dios o la
petición a Dios de bienes convenientes"
Se
requiere, pues, como señala la «Carta de
Poner al
mismo nivel la oración cristiana y la meditación budista significaría vaciarla
de la su dimensión dialogal, vivida por don del Espíritu Santo. La tentación,
sin embargo, no es una novedad. Ya el Nuevo Testamento señala algunos errores
parecidos (cfr. 1Jn4,3; 1Tm1, 3-7). Posteriormente, los Padres de
Frente a estos reduccionismos, no podemos degradar a nivel de la psicología natural lo que debe ser considerado como gracia de Dios. La unión con Dios radica en el misterio, y no se alcanza sólo por el ejercicio de una técnica de meditación. Esta unión puede realizarse también a través de experiencias de aflicción e incluso de desolación.