Predicador del Papa: La Eucaristía, encuentro regenerador y de amor con Jesús Resucitado
Primera predicación de Cuaresma a la Casa Pontificia
CIUDAD
DEL VATICANO, viernes, 25 febrero 2005 (ZENIT.org).-
Una comunión regeneradora, expresión de amor, con Jesús resucitado: así es la
Eucaristía, explicó en la mañana de este viernes el predicador de la Casa
Pontificia, haciendo un llamamiento a redescubrir en esta línea el domingo y a
evitar su «despersonalización».
La tercera estrofa «nos llevaba al Calvario para» revivir «la muerte de Cristo»;
ahora, la cuarta --«No veo las llagas como las vio Tomás / pero confieso que
eres mi Dios: / haz que yo crea más y más en Ti, / que en Ti espere y que te
ame»--, objeto de la meditación de este viernes, «nos lleva al cenáculo para
hacernos encontrar con el Resucitado», explicó el padre Cantalamessa.
Y es que fue allí donde ocurrió la primera aparición de Cristo, el mismo día de
la resurrección, y la segunda aparición --en la que se sitúa el episodio del
Apóstol Tomás-- volvió a suceder también el primer día después del sábado,
aclaró a Zenit el padre Cantalamessa, haciendo una síntesis de su predicación.
En el «Adoro te devote» se pone «en evidencia la profunda analogía que existe
entre la situación de Tomás y la del creyente» --subrayó--; «él pide tocar sus
llagas [las de Cristo. Ndr], pero también nosotros podemos pedirle [a Cristo]
que toque las nuestras... Llagas distintas de las suyas, producidas por el
pecado, no por el amor. Tocarlas para curarlas».
Añadió el predicador del Papa que «la insistencia en el dato cronológico de
estas apariciones muestra la intención el evangelista de presentar el encuentro
de Jesús con los suyos en el cenáculo como el prototipo de la asamblea dominical
de la Iglesia».
En esos momentos «Jesús se hace presente entre sus discípulos en la Eucaristía;
les da la paz y el Espíritu Santo; en la comunión ellos tocan, más aún, reciben
su cuerpo herido y resucitado y, como Tomás, proclaman su fe en Él. Están casi
todos los elementos de la Misa», constató.
La verdad teológica que subraya la cuarta estrofa meditada «es que en la
Eucaristía está presente no sólo el Crucificado, sino también el Resucitado»
--explicó--, que es «memorial tanto de la Pasión como de la Resurrección», que
«en toda Misa Jesús es a la vez víctima y sacerdote»: «como víctima Él hace
presente su muerte», «como sacerdote hace presente su resurrección».
Y «a través de la resurrección es Dios Padre quien entra como protagonista en el
misterio eucarístico. Si de hecho la muerte de Cristo es obra de los hombres, la
resurrección es obra del Padre», puntualizó.
Redescubrimiento del domingo: día de la Resurrección
«El profundo vínculo teológico entre la Eucaristía y la resurrección crea el
vínculo litúrgico entre la Eucaristía y el domingo». De hecho, es significativo
que el día por excelencia «de la celebración eucarística no sea el de la muerte
de Cristo, el viernes, sino el día de la resurrección, el domingo», observó el
padre Cantalamessa.
«Hay razones pastorales urgentes que impulsan a redescubrir el domingo como “día
de la resurrección”—alertó ante los presentes--. Hemos vuelto a estar más cerca
de la situación de los primeros siglos que de la del medioevo, cuando el aspecto
más importante del domingo era el precepto del descanso festivo».
«Ya no hay una legislación civil que “proteja”, por así decir, el día del
Señor»; incluso «la propia ley del descanso festivo está sujeta, en la
organización actual del trabajo, a muchos límites y excepciones», constató.
Es nuestra tarea «redescubrir lo que era el domingo en los primeros siglos
–exhortó el padre Cantalamessa— cuando era un día especial no por apoyos
externos, sino por su propia fuerza interna».
Advirtió que «ningún fiel debería regresar a casa de la Misa dominical sin
sentirse en alguna medida también él “regenerado a una esperanza viva por la
resurrección de Jesús de entre los muertos” (1P 1,3)»
Poco hace falta para lograr esto «y poner a toda la celebración dominical bajo
el signo pascual de la resurrección --sugirió--: pocas, vibrantes, palabras en
el momento del saludo inicial, la elección de una fórmula de despedida final
apropiada, como “El gozo del Señor sea nuestra fuerza: id en paz”, o bien “Id y
llevad a todos el gozo del Señor resucitado”».
Respuesta de amor
Del recuerdo de Tomás y de las palabras de Cristo --«Dichosos los que no han
visto y han creído» (Jn 20,29)-- una invocación orante cierra la estrofa
meditada: «Haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame».
«En la práctica –aclaró el predicador del Papa-- se pide un aumento de las tres
virtudes teologales de fe, esperanza y caridad», que «no pueden no reencenderse
al contacto con aquél que es su autor y su objeto, Jesús, Hijo de Dios y Él
mismo Dios».
La «reina» de estas virtudes es el amor --recalcó--; y el «Adoro te devote» «nos
habla de un aspecto particular del amor: el amor del alma por Jesús» --«Haz que
te ame»--.
«Es de este amor de respuesta del que se pide un aumento. Una llamada cuanto más
preciosa para nosotros hoy, para “no despersonalizar” la Eucaristía,
reduciéndola a la sola dimensión comunitaria y objetiva. Una verdadera comunión
entre dos personas libres no puede realizarse sino en el amor», concluyó el
padre Cantalamessa.
Segunda predicación de Cuaresma a la Casa Pontificia
CIUDAD
DEL VATICANO, viernes, 4 marzo 2005 (ZENIT.org).-
Cristo está en nosotros y nosotros en Él, un efecto eucarístico --«quien come el
cuerpo y bebe la sangre de Cristo se encuentra unido y mezclado con Él»-- que
lleva a una urgente exhortación a la comunión frecuente, recordó este viernes en
su reflexión el predicador de la Casa Pontificia.
Cardenales, arzobispos, obispos, prelados de la familia pontificia, de la Curia
romana y del Vicariato de Roma, superiores generales o procuradores de órdenes
religiosas parte de la capilla pontificia, fueron invitados a la Capilla «Redemtoris
Mater» del Palacio Apostólico del Vaticano, donde en el marco del Año de la
Eucaristía convocado por el Santo Padre, el padre Raniero Cantalamessa OFMcap
abordó la segunda de sus predicaciones cuaresmales, una continuación de la
reflexión del himno eucarístico «Adoro te devote» que propuso en Adviento (Cf.
Zenit 3,
10 y
17 de
diciembre de 2004) y que reanudó el viernes pasado (Cf. Zenit,
25 marzo 2005).
En la quinta estrofa –teológicamente «la más densa de todo el himno»--«¡Memorial
de la muerte del Señor! / Pan vivo que das vida al hombre: / concede a mi alma
que de Ti viva / y que siempre saboree tu dulzura»-- se resume la visión
eucarística paulina --«memorial de la muerte del Señor» (Cf. 1Co 11,24; Lc
22,19)-- y joánica –la Eucaristía como «pan vivo» (Cf. Jn 6,30 ss)--, aclara a
Zenit el padre Cantalamessa haciendo una síntesis de su predicación.
De tal forma que la Eucaristía es «presencia de la encarnación y memorial de la
Pascua», puntualiza.
«La perspectiva paulina acentúa la idea de sacrificio y de inmolación, haciendo
de la Eucaristía el anuncio de la muerte del Señor y el cumplimiento de la
Pascua --explica--: “Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis
la muerte del Señor” (1Co 11,26) y “Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado”
(1Co 5,7)».
Mientras que, siguiendo al predicador del Papa, «la perspectiva joánica acentúa
la idea de la Eucaristía como banquete y como comunión: “Mi carne es verdadera
comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55)».
«Una explica la Eucaristía a partir del misterio pascual, otra a partir de la
encarnación; si de hecho la carne de Cristo da la vida al mundo es porque “el
Verbo se hizo carne” (Jn 1,14) –prosigue el padre Cantalamessa--. Están
reconciliadas entre sí las dos dimensiones de la Eucaristía como sacrificio y
como sacramento, no siempre fáciles de tener juntas».
Las dos visiones de la Eucaristía, la paulina --«centrada en el misterio
pascual»-- y la joánica --«centrada en la encarnación del Verbo»--, «dieron
lugar desde la antigüedad a dos teologías y dos espiritualidades eucarísticas
distintas y complementarias: la alejandrina y la antioquena», recuerda.
«La visión alejandrina de la Eucaristía –continúa el predicador de la Casa
Pontificia-- está estrechamente ligada a un cierto modo de entender al
encarnación y es como su corolario: “Y el Verbo se hizo carne: no dijo que se ha
hecho en la carne, sino, repetidamente, que se ha hecho carne, para demostrar su
unión... Así que quien come la santa carne de Cristo tiene la vida eterna: la
carne tiene, de hecho, en sí misma el Verbo, que es Vida por naturaleza”».
«Todo aquí asume un carácter extremadamente concreto y realista –constata el
padre Cantalamessa--. Quien come el cuerpo y bebe la sangre de Cristo viene a
hallarse “unido y mezclado en Él, como cera unida a cera”. Como la levadura hace
fermentar toda la masa, así una pequeña porción de pan eucarístico llena todo
nuestro cuerpo de la energía divina. Él está en nosotros y nosotros en Él, como
la levadura en la masa y la masa en la levadura. Gracias a la Eucaristía nos
hacemos “corpóreos” de Cristo».
«La consecuencia práctica de todo ello es una urgente exhortación a la comunión
frecuente», alerta el predicador del Papa.
De la visión joánica podemos valorar «otros elementos que mientras tanto se han
hecho de gran actualidad» --propone--, como «la insistencia sobre el servicio
que impulsa al evangelista Juan a situar el lavatorio de los pies donde los
sinópticos ponen la institución de la Cena», o resaltar «el papel del Padre en
la Eucaristía»: «“No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el
que os da el verdadero pan del cielo”, dice Jesús a los judíos (Jn 6,32)».
En la perspectiva antioquena la Eucaristía es presentada «en su aspecto de
sacrificio»; es vista «como memorial de un evento, la muerte y resurrección de
Cristo». «Todo está centrado en el misterio pascual», apunta.
«Nosotros podemos hoy completar y actualizar también esta segunda visión
patrística de la Eucaristía a la luz de la doctrina del cuerpo místico y del
sacerdocio universal de todos los bautizados», invita el padre Cantalamessa.
«La doctrina del cuerpo místico –recuerda-- nos asegura que, en la Misa, la
Iglesia no es sólo la que ofrece el sacrificio, sino también la que se ofrece en
sacrificio junto a su cabeza»; «a su vez, la verdad del sacerdocio universal
permite extender esta participación a todos los fieles, no sólo a los
sacerdotes».
Finalmente, «tan sencilla como profunda», la conclusión orante de esta estrofa
--«concede a mi alma que de Ti viva»-- encierra por su parte un «valor causal y
final», tanto de «proveniencia como de destino», observa el padre Cantalamessa.
«Significa --dice-- que quien come el cuerpo de Cristo vive “desde” Él, esto es,
a causa de Él, en fuerza de la vida que proviene de Él», pero también vive «en
vista de Él, por su gloria, su amor y su Reino».
Mientras que el último verso nos hace pedir «saborear la dulzura» de Cristo. Y
es que «la Eucaristía ha sido siempre uno de los lugares privilegiados de la
experiencia mística», reconoce el padre Cantalamessa.
«El texto que mejor resume» «esta dulzura de la Eucaristía es la antífona al
Magnificat de las Vísperas de la fiesta del Corpus Domini: “O qual suavis est
Dominus espiritus tuus”: “¡Qué bueno es, Señor, tu espíritu! Para demostrar a
tus hijos tu ternura, les has dado un pan delicioso bajado del cielo, que colma
de bienes a los hambrientos y deja vacíos a los ricos hastiados”», concluye.
Tercera predicación de Cuaresma a la Casa Pontificia
CIUDAD
DEL VATICANO, viernes, 11 marzo 2005 (ZENIT.org).-
Gracias a la Eucaristía, «el “no” absoluto de Dios a la violencia, pronunciado
en la Cruz, se mantiene vivo en los siglos», recordó en la mañana de este
viernes el predicador de la Casa Pontificia.
Y es que con su sacrificio, «Cristo venció la violencia: no oponiendo a ella una
violencia mayor, sino sufriéndola y poniendo al desnudo toda la injusticia y la
inutilidad», constató al ofrecer su tercera meditación de Cuaresma a la Curia
Romana, una reflexión a la que se vio obligado a faltar Juan Pablo II, quien
recupera la salud en el Policlínico Gemelli.
En la Capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico del Vaticano, en su
meditación --otra de las que cada año, durante cuatro viernes de Cuaresma,
ayudan al Papa y a sus colaboradores a prepararse para la Pascua-- el padre
Raniero Cantalamessa OFMcap prosiguió la reflexión del himno eucarístico «Adoro
te devote» que propuso en Adviento (Cf. Zenit
3,
10 y
17 de
diciembre de 2004) y que ha reanudado estos últimos viernes (Cf. Zenit,
25 febrero
y 4 marzo 2005
2005).
En la época en que se compuso el «Adoro te devote» «muchos factores acabaron por
hacer tácitamente de la Eucaristía el sacramento del Cuerpo de Cristo y mucho
menos de su sangre», explica a Zenit el padre Cantalamesa haciendo una síntesis
de su predicación.
Pero un símbolo, el pelícano, introduce el tema de la Sangre de Cristo en la
sexta estrofa del himno eucarístico: «Señor Jesús, Pelícano bueno, / Límpiame a
mí, inmundo, con tu Sangre, / De la que una sola gota puede liberar / De todos
los crímenes al mundo entero».
Y es que «era creencia común en la antigüedad y en la Edad Media que el pelícano
se abriera, con el pico, una herida en el pecho para alimentar, con su propia
sangre, a sus pequeños hambrientos o incluso para despertarles a la vida si
estaban muertos», aclara.
Apunta el religioso que «el contenido teológico de esta estrofa es un solemne
acto de fe en el valor universal de la sangre de Cristo, de la que una sola gota
basta para salvar al mundo entero», pero la «dificultad más actual que plantea»
el himno «se refiere al medio elegido para realizar esta salvación universal».
«¿Por qué precisamente la sangre? ¿Hay que pensar tal vez que el sacrificio de
Cristo –y por lo tanto, la Eucaristía, que lo renueva sacramentalmente— no hace
sino confirmar la afirmación según la cual “la violencia es el corazón y el alma
secreta de lo sagrado”?», plantea.
Pero «nosotros tenemos hoy la posibilidad de arrojar una luz nueva y liberadora
sobre la Eucaristía, precisamente siguiendo el camino que llevó a René Girard de
la afirmación de que la violencia es intrínseca a lo sagrado, a la convicción de
que el misterio pascual de Cristo ha desenmascarado y roto para siempre la
alianza entre lo sagrado y violencia», asegura.
«Con su doctrina y su vida, Jesús, según este pensador, desenmascara y despedaza
el mecanismo del chivo expiatorio que sacraliza la violencia, haciéndose él
inocente, la víctima de toda violencia», recuerda el padre Cantalamessa.
En este sentido es «emblemático el hecho de que sobre su muerte se aliaron
“Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel” (Hch 4,27);
los enemigos de antes se hicieron amigos, exactamente como en cada crisis de
chivo expiatorio», constata.
«Cristo venció la violencia --expresa--: no oponiendo a ella una violencia
mayor, sino sufriéndola y poniendo al descubierto la injusticia y la inutilidad.
Inauguró un nuevo género de victoria que San Agustín condensó en tres palabras:
“Victor quia victima”: vencedor porque es víctima».
Y «resucitándolo de la muerte, el Padre declaró, de una vez por todas, de qué
parte está la verdad y la justicia y de qué parte el error y la mentira»,
puntualiza el predicador del Papa.
Incide en que «la novedad del sacrificio de Cristo se pone de relevancia desde
distintos puntos de vista en la Carta a los Hebreos: Cristo no tiene necesidad
de ofrecer víctimas primero por sus propios pecados, como cada sacerdote (7,27);
no tiene necesidad de repetir más veces el sacrifico, sino que “que se ha
manifestado ahora una sola vez, en la plenitud de los tiempos, para la
destrucción del pecado mediante el sacrificio de sí mismo” (9,26)».
Refiriéndose a los textos sobre el sacrificio de Cristo y la redención, para el
predicador de la Casa Pontificia «los sucesos y las experiencias del siglo XX,
nunca antes vividos en estas proporciones por la humanidad, plantearon a la
Escritura interrogantes nuevos, y la Escritura, como siempre, se reveló capaz de
respuestas a la medida de los interrogantes».
«También la abolición de la pena de muerte recibe una luz nueva del análisis
sobre la violencia y lo sagrado. Algo del mecanismo del chivo expiatorio está en
marcha en toda ejecución capital, incluso en las avaladas por la ley», alerta.
«“Uno murió por todos” (2Co 5, 14): el creyente tiene un motivo más,
eucarístico, para oponerse a la pena de muerte. ¿Cómo pueden los cristianos, en
ciertos países, aprobar y alegrarse de la noticia de que un criminal haya sido
condenado a muerte, cuando leemos en la Biblia: “Acaso me complazco yo en la
muerte del malvado –oráculo del Señor Yahveh-- y no más bien en que se convierta
de su conducta y viva”? (Ez 18,23)», interroga el padre Cantalamessa.
En su opinión, «el debate moderno sobre la violencia y lo sagrado nos ayuda así
a acoger una dimensión nueva de la Eucaristía», gracias a la cual «el “no”
absoluto de Dios a la violencia, pronunciado sobre la cruz, se mantiene vivo en
los siglos. ¡La Eucaristía es el sacramento de la no-violencia!».
Al mismo tiempo --añade--, la Eucaristía «aparece, positivamente, como el “sí”
de Dios a las víctimas inocentes, el lugar donde cada día la sangre derramada
sobre la tierra se une a la de Cristo que grita a Dios “con voz más poderosa que
la de Abel” (Hb 12,24)».
«De aquí se entiende también qué se quita a la Misa (¡y al mundo!) si se le
quita este carácter dramático, expresado desde siempre con el término de
sacrificio», concluye.
Con la Eucaristía «pre-saboreamos» ya
la vida eterna, recuerda el predicador del Papa
Cuarta predicación de Cuaresma a la Casa Pontificia
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 18 marzo 2005 (ZENIT.org).-
La Eucaristía permite saborear ya las primicias de la vida eterna y por ello es
la fuente donde se renueva constantemente «la esperanza y el gozo» del
cristiano, recordó en la mañana de este viernes el predicador de la Casa
Pontificia.
En la Capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico del Vaticano, en su
cuarta y última meditación de Cuaresma --que cada año, durante cuatro viernes,
ayudan al Papa y a sus colaboradores a prepararse para la Pascua-- el padre
Raniero Cantalamessa OFMcap prosiguió la reflexión del himno eucarístico «Adoro
te devote» que inició en Adviento (Cf. Zenit
3,
10 y
17 de
diciembre de 2004) y que ha reanudado estos últimos viernes (Cf. Zenit,
25 febrero,
4 y
11 marzo 2005).
La última estrofa --«Jesús, a quien ahora veo oculto, / te ruego que se cumpla
lo que tanto ansío: / que al mirar tu rostro cara a cara, / sea yo feliz viendo
tu gloria. Amén.»-- dio oportunidad al padre Cantalamessa de abordar la
dimensión escatológica de la Eucaristía.
«Es el modo mismo de presencia de Jesús en el sacramento lo que hace nacer en el
corazón la esperanza y el deseo de algo más», pero «la Eucaristía no se limita a
suscitar el deseo de la gloria futura, sino que es de ella la prenda», explica
el predicador del Papa a Zenit haciendo una síntesis de su meditación.
Es «el sacramento que a nosotros, peregrinos en la tierra, nos revela el sentido
cristiano de la vida» --prosigue-- y, «como el maná» --«alimento de los que
están en camino hacia la tierra prometida»--, «recuerda constantemente al
cristiano que él es “peregrino y forastero” en este mundo; que su vida es un
éxodo»; el pan eucarístico «sostiene durante todo el camino de esta vida».
Dos orientaciones «distintas y complementarias» ha tomado la escatología
cristiana a partir del Nuevo Testamento –aclara el padre Cantalamessa--: la
escatología «consiguiente» --de los sinópticos y de Pablo, «que sitúa el
cumplimiento en el futuro, en la segunda venida de Cristo, y acentúa fuertemente
la dimensión de la expectativa y de la esperanza»-- y la escatología «realizada»
--de Juan, «que sitúa el cumplimiento esencial en el pasado, en la venida de
Cristo de la encarnación y ve ya iniciada, en la fe y en los sacramentos, la
experiencia de la vida eterna»--.
«La Eucaristía refleja ambas perspectivas» --constata--: «la escatología
“consiguiente”, en cuanto que hace vivir “en la espera de su venida”, impulsa a
mirar constantemente adelante y a sentirse caminantes en este mundo», y también
«la escatología “realizada”», pues «permite saborear, ya ahora, las primicias de
la vida eterna; es como una ventana abierta a través de la cual el mundo futuro
hace irrupción en el presente, la eternidad entra en el tiempo y las criaturas
comienzan su “retorno a Dios”».
Al recordar «adónde nos dirigimos, el destino final de gloria que nos espera, y
haciéndonos ya “pre-saborear” algo de esta gloria futura», «la Eucaristía es,
por eso mismo, la fuente donde se renueva cada día la esperanza y la gloria del
cristiano», subraya el predicador de la Casa Pontificia.
«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de
nuestro tiempo, (...) son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de
los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en
su corazón», recuerda el padre Cantalamessa citando
«Gaudium et spes» (Cf. n.1).
Y propone: «Nada existe –podríamos añadir-- que no halle un eco en la
Eucaristía», pues en ella «es recogido y ofrecido a Dios, al mismo tiempo, todo
el dolor, pero también todo el gozo de la humanidad».
«Encontramos muy natural dirigirnos a Dios en el dolor», pero «las alegrías en
cambio preferimos disfrutarlas solos, a escondidas, casi a espaldas de Dios».
«Qué bello sería si aprendiéramos a vivir también los gozos de la vida
eucarísticamente, o sea, en acción de gracias a Dios», exhorta.
Y es que «la presencia y la mirada de Dios no ofuscan nuestras alegrías
honestas, al contrario, las amplifican. Con él, las pequeñas alegrías se
convierten en un incentivo para aspirar al gozo imperecedero cuando, como canta
nuestra estrofa, le contemplemos cara a cara y seamos felices por la eternidad»,
concluye.