EDAD MEDIA

A) Caracteristicas generales. B) Primitiva edad media. C) Iglesia imperial del medievo. D) Baja edad media.

 

A) CARACTERÍSTICAS GENERALES

I. Concepto

El concepto de e. m. en su significación más general es el período medio de un proceso histórico concebido como una sucesión de tres o más etapas de progreso y decadencia o como un movimiento cíclico. La tradición histórica del cristianismo lleva ya implícita la idea de una época «media» por el esquema de las tres edades del apóstol Pablo (ante legem, sub lege, sub gratia), que repercute en posteriores intentos de dividir en períodos la historia sagrada (Joaquín de Fiore: era del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo). La moderna filosofía de la historia une luego la división en tres edades con la idea general, tomada de la antigüedad, del ciclo cultural; así G. Vico (Scienza Nuova 1725 ) interpreta la historia de los pueblos, estados y ciudades particulares como un transcurso cíclico de tres estadios bajo la dirección de leyes divinas; él considera el período medio como edad de los héroes y de las repúblicas aristocráticas. El estudio comparativo de la historia, orientado hacia la morfología de la cultura, ve en la «edad media» un grado determinado de evolución de la convivencia humana, con característicos puntos comunes que se encuentran en distintas culturas superiores, p. ej., Egipto, Grecia, China, Japón, América. Entre las notas peculiares de la cultura «medieval» se cuentan: la uniformidad de la sensibilidad, la transición de la primitiva organización tribal a la sociedad política, la incipiente formación de estamentos, los comienzos de las ciudades. Este concepto tipológico de la e.m. es aprovechable para la interpretación de ciertos nexos en la historia universal; pero hemos de notar cómo la e.m. occidental ostenta numerosos rasgos propios que le confieren su peculiaridad inconfundible.

II. La edad media occidental

1. Concepto e investigación

En la era del humanismo y del renacimiento se fue desarrollando lentamente la idea de que el período que siguió a la grandeza del imperio romano, del siglo v hasta los siglos xiii-xiv aproximadamente, constituye una época «intermedia» caracterizada por la decadencia de la vida espiritual (Flavio Biondo), un «tiempo mediocre» (G.A. Bussi). Sin embargo, desde mediados del siglo xvii, historiadores eclesiásticos y profanos proponen una triple división de la evolución occidental y así hablan de historia antigua, media y moderna (G. VoirTius 1644, CH. CELLARIUS 1688); esa división se ha impuesto en gran parte. En la época siguiente, el espíritu empírico y racionalista de la ilustración aspira a una «religión racional» y traza a la vez, por falta de inteligencia histórica, un falso cuadro de la (sombría, oscura) e.m.; pero, simultáneamente, las ediciones hagiográficas de los benedictinos franceses (maurinos) impulsaron las discusiones metódicas, la crítica serena de textos (sobre todo documentos) y la publicación de amplias series de fuentes nacionales. Con el advenimiento del romanticismo, el cual, en su ansia de recuperar la perdida unidad europea, ayudó a que se abriera paso una nueva valoración positiva de los siglos medios, se inicia también la moderna investigación científica de la e.m., que se ha ido especializando cada vez más hasta la mitad del siglo xx. Ensayos novísimos de sustituir el concepto de e.m. en virtud de otros esquemas de división, merecen atención, pero suscitan también contradicción. Tradicionalmente se la divide en primera e.m., alta y baja e.m.; sin embargo, las tradiciones de la ciencia históricas en algunos países (p. ej., en Inglaterra) muestran considerables divergencias de este principio.

2. Espacio y tiempo

El occidente medieval abarca por de pronto, espacialmente, los territorios que forman el núcleo de la Europa occidental y central; posteriormente se añaden Italia del sur y España, así como amplios países germánicos y eslavos del Norte, Este y Sudeste, y, en los siglos xi-xiii, también los Estados de los cruzados y los territorios occidentales del imperio bizantino (-> cruzadas). La delimitación temporal de la e.m. se realiza en formas muy diversas. Se toma, p. ej., como comienzo la crisis del imperio romano a fines del siglo iii, o la época de Constantino el Grande (306-337), o la invasión de los hunos (375), o la caída del imperio de occidente (476), o las conquistas árabes (desde 634); el fin de la e.m. está en relación causal con el espíritu del renacimiento (idea del microcosmos), con la época de los descubrimientos, que abre nuevas perspectivas, con la escisión confesional por la -> reforma protestante y con el racionalismo, que condujo a la -> revolución francesa de 1789. Sin embargo, todos los intentos de dividir los períodos a partir de una fecha determinada son problemáticos, pues toman ciertos fenómenos particulares como criterio de la evolución general. La e.m. nace más bien de la simbiosis histórica de las tres fuerzas culturales, antigüedad, cristianismo y germanismo, en un espacio de tiempo que va del siglo iv al vIII; y se desenvuelve en un proceso secular de encuentro y fusión a diversos niveles de las tres fuerzas mencionadas. Con intensidad variable opera también en ella la potencia cultural de Bizancio, del judaísmo y del islam, de forma que Europa viene a ser sujeto de la historia universal. La e.m. acaba al aparecer la conciencia de que se ha roto la unidad y armonía occidental.

3. Bases y líneas principales de evolución

La e.m. no se entiende como época propia. Divide el curso de la historia cristiana de la salvación desde el comienzo del mundo generalmente en seis edades (Agustín) o en cuatro imperios (jerónimo), y concibe el último período, que se inicia con la encarnación de Cristo o con la formación del imperio romano, como una unidad interna que durará hasta el fin del mundo. Sobre este modo de entenderse a sí misma se funda la manera medieval de concebir y considerar el mundo, para la cual todo progreso consiste en una exégesis creadora, en un movimiento pluridimensional hacia el fin de la existencia, que no está sometido a la evolución (J. Spórl). La estructura del mundo se presenta en una jerarquía de valores determinada por Dios, la cual delimita lo particular en su función y a la vez ordena a Dios todas las cosas. La idea medieval del orden es raíz teórica de una amplia uniformidad en la actitud vital y en la situación de los estamentos sociales. La obligatoriedad, que se da por supuesta, de la visión cristiana del mundo, se refleja en la división del sistema de formación según la tarea que conviene a las ciencias particulares para llevar al conocimiento de Dios; desde el siglo iv al xIII, el latín posee validez casi exclusiva como lengua universal de la Iglesia y del Estado. Sin embargo, no hemos de ignorar que el mundo medieval, junto a su tendencia a la unidad, oculta también desde el principio tendencias a la variedad, que hallan expresión en las distintas formas de realizar las fuerzas fundamentales.

Como para la e.m. política y derecho son en gran parte lo mismo, ella ofrece durante mucho tiempo un cuadro de perfecta unidad entre la Iglesia y el Estado, el cual, según la concepción germánica, es responsable del mantenimiento de la paz. A1 principio (era de -> Constantino) se da la idea de gobierno teocrático, que aspira a la realización del reino de Dios sobre la tierra. Tanto la Iglesia como los señores temporales aceptan este fin y lo persiguen en armónica coordinación. Así, lógicamente, los reyes germánicos de los reinos nacidos de las invasiones en suelo romano son tenidos por vicarios de Cristo. El reino de los francos del siglo vii marca el camino por su nueva organización a par política y misional, llevada a cabo por la monarquía merovingia en unión con el episcopado y monacato, de origen noble. Hacia 750 se dan los presupuestos para aquel paso decisivo por el que el papado se separa de Bizancio y se vuelve al reino franco. Tras la restauración de la dignidad imperial de occidente en el año 800, por obra del papa León iii y del rey franco Carlomagno, ambos poderes supremos, papado e imperio, operan como representantes y garantes de la comunidad cultural de occidente que se está formando. En lo sucesivo el imperio franco, sintiéndose heredero de Bizancio, ejerce una función protectora respecto del papado y aspira a una posición universal según el modelo romano o bizantino. Así nace una teocracia espiritual y temporal de doble cabeza, que abarca casi todo el occidente cristiano. Cierto que ella pronto vuelve a disolverse; pero el poder imperial se renueva por obra de los señores germano-sajones del siglo x, sobre la base de la tradición carolingia (evangelización de los paganos). La cristianización interna y los movimientos de reforma (-> reforma cluniacense) conducen a la crisis de las --> investiduras, en que, por la lucha entre el papa y el emperador, se rompe la unidad de Iglesia y Estado. De este modo, el señorío temporal se ve obligado cada vez más a fundar su posición por el derecho natural y romano, y llega a postular la autonomía de la autoridad civil. El papado organiza el orden jurídico de la Iglesia e intenta deducir del poder espiritual el origen y modo de obrar de la autoridad secular (derecho canónico); al mismo tiempo, por su progresiva organización de los oficios, se convierte en maestro del Estado en el terreno administrativo. Desde el siglo xiit los papas desgastan sus fuerzas afanándose por un monismo hierocrático en el terreno político, y así entran cada vez más en conflicto con el deseo de soberanía -signo de los tiempos futuros - por parte de los Estados de reyes y príncipes, sobre todo en la Europa occidental. Con ello la curia romana va perdiendo cada vez más la posibilidad de imponer su autoridad en el campo de los intereses estatales, que ahora se configuran por su propio derecho. La respublica christiana medieval se convierte en un sistema secular de Estados, que abarca toda Europa; las autoridades seculares se conciben como guardianes del bien común y esgrimen en propio provecho el principio imperante de la razón de Estado. Se logra un punto final cuanto todos los ciudadanos quedan referidos en igual forma a la autoridad central.

En el orden de la economía social la e.m. se caracteriza primeramente por el predominio de la propiedad limitada y la economía natural. De raíces germánicas y de la antigüedad tardía nace el sistema del dominio aristocrático o eclesiástico del suelo, cuyo objeto es, a par del fin agrario, sobre todo mantener los derechos de soberanía política. El feudalismo, que se funda principalmente en la entrega de tierras (más raras veces de dinero), da origen a una jerarquía de derechos en la posesión del suelo y en las relaciones personales de dependencia. A partir del siglo xi se renueva la vida urbana a consecuencia del florecimiento de la economía industrial; producciones artesanas especiales sustituyen el trabajo para la propia necesidad, penetra cada vez más la economía del dinero, que en su ulterior desarrollo lleva al primer capitalismo. La ascensión de la burguesía debilita la posición social de la nobleza feudal. En las administraciones de los Estados, territorios y ciudades aparecen, desde el siglo xiri, empleados con formación jurídica; los consejos a la antigua usanza, que procedían del feudalismo y constaban de grandes, eclesiásticos y seglares, se transforman en ministerios modernos. Los estamentos (nobleza, dero, burguesía) ejercen por medio de sus asambleas una especie de corregencia (parlamentos, dietas) y logran particularmente el derecho de aprobar los tributos, que garantiza su influencia. Lentamente, la organización medieval basada en un sistema de valores, va cediendo el paso a un orden profesional, centrado en el rendimiento. En el orden de la educación, la e.m. toma de la antigüedad el sistema de las siete artes liberales pensado como propedéutica de la filosofía («trivium»: gramática, retórica y diálectica; y «quadrivium»: aritmética, geometría, música, astronomía), y lo pone a servicio de los estudios dirigidos al conocimiento de Dios. La tardía antigüedad cristiana pone en obras teológicas y enciclopédicas (jerónimo, Agustín, Boecio, Casiodoro, Isidoro de Sevilla y otros) la base para la unión de la tradición grecorromana con el fin genuinamente cristiano de la educación. Desde el siglo vi el monacato se hace en gran parte representante de la espiritualidad y cultura de occidente; los monasterios se consagran - de manera ejemplar en la era carolingia - a la conservación y transmisión del legado cultural venido de la antigüedad. Un sistema de enseñanza organizado sobre base más amplia, que en ciertos tiempos incluye también a los laicos, surge con las escuelas catedralicias, monásticas y parroquiales del siglo ix, favorecidas por los reyes francos. A partir de entonces se multiplican las disciplinas y se amplían los métodos de conocimiento, hasta que en el siglo xit de la dialéctica nace el método escolástico (--> escolástica). En la cultura caballeresca de la alta edad media y en las escuelas urbanas que florecen desde los siglos xII-xIII, se renueva e intensifica la formación de los laicos, que se abren campos propios en la ciencia y en el arte, aunque estos campos todavía no sean concebidos autónomamente. De las escuelas catedralicias y urbanas nacen espontáneamente, hacia el 1200, las primeras universidades occidentales (Bolonia, París, Oxford, Salamanca), a las que siguen pronto fundaciones de escuelas superiores por papas y príncipes, más los estudios generales de las órdenes mendicantes (-> religiosos). El pensamiento teológico y filosófico alcanza su máxima perfección en las sumas escolásticas, mientras, a la vez, la progresiva diferenciación del saber ofrece ya indicios de la futura secularización, no menos que de la formación de las ciencias empíricas acerca de la naturaleza.

4. Repercusión e importancia para la actualidad

A los intereses espirituales de la e.m.; señaladamente al florecimiento cultural de la era carolingia, debemos en gran parte la conservación y transmisión de la herencia literaria de la antigüedad. Además, la producción original de los siglos medios en el campo estatal y social, en el de la teología y filosofía, en el del derecho eclesiástico y civil, en el de la literatura y del arte, fue la base para todo el desarrollo moderno de los pueblos europeos. En las formas de vida de la e.m. late la concepción de que el occidente constituye una unidad y de que, a la vez, cada nación tiene su propia historia. Algunos países, p.ej., Inglaterra, han conservado hasta hoy gran número de instituciones medievales. Podemos decir que la moderna cultura occidental, la cual en el siglo xx ha pasado también a otras partes de la tierra (África, Asia), sólo puede entenderse adecuadamente por su radicación en la espiritualidad de la antigua e.m. europea. A la e.m. pertenecen, según palabras del suizo Jacob Burckhardt, historiador de la cultura, todos nuestros fundamentos y comienzos. La evolución desde fines de la antigüedad hasta el renacimiento puede interpretarse como un asir y levantar la naturaleza, la realidad no espiritual, a las alturas del espíritu (Ph. Funk). La indiferencia respecto de la e.m., por desgracia muy difundida en la actualidad, es signo de crisis y alarma, pues ella indica también que se ha producido un alejamiento con relación al fundamento y al desarrollo de la comunidad cultural europea. Para lograr criterios firmes de cara a la actualidad, la moderna conciencia histórica de Europa occidental necesita de un encuentro creador con los caminos del pensamiento medieval.

Karl Schnith

 

B) PRIMITIVA EDAD MEDIA

I. El encuentro de los germanos con la antigüedad

La p.e.m. occidental es un concepto acuñado por la moderna investigación. Como parte de la edad media se distingue de la precedente antigüedad tardía y de la siguiente alta edad media. El principio de esta época se halla entre el siglo m (era constantiniana) y el vil (invasión de los árabes); y su final ha de buscarse entre el siglo lx (fin del imperio carolingio) y el xl (tiempo de los Hohenstaufen). La determinación más precisa del principio y del final, depende de la definición que se dé acerca de la p.e.m. y de la fisonomía peculiar de esta época en cada región.

En lo relativo al comienzo de dicha época todos están de acuerdo en que éste ha de buscarse en el proceso de disolución y transformación del mundo antiguo por obra de los germanos. Este largo proceso, sin fechas precisas, se caracteriza en su transcurso externo por el hecho de que oficiales germanos pasan a ocupar altos cargos del imperio romano, por la crisis de éste a causa de las luchas relacionadas con la trasmigración de los pueblos, por la fundación de Estados germánicos orientales en territorio del imperio, por el tránsito del poder gubernamental en occidente a manos de los germanos, una vez depuesto el último emperador romano, y por el desplazamiento del centro de gravedad de la política desde los países del Mediterráneo al espacio que se encuentra al norte de los Alpes. Como, en cambio, el imperio oriental empezó muy pronto a reprimir con energía el influjo germánico en su área de dominio, esa diferencia de posturas contribuyó a profundizar el alejamiento anteriormente iniciado y finalmente a la separación total entre la mitad occidental y la oriental del imperio romano; y así se produjeron dos evoluciones históricas diferentes: por un lado la era bizantina y, por otro, la p.e.m. de occidente. Más importante que el proceso por el que los germanos tomaron posesión del imperio romano de occidente fue su confrontación con los poderes del mundo antiguo, que ellos hallaron en el terreno del Estado, de la religión, de la ciencia y de la cultura. Este encuentro no condujo ni a una completa destrucción de lo existente (teoría de la catástrofe), ni favoreció su transmisión ininterrumpida (teoría de la continuidad); lo esencial fue más bien la compenetración que resultó de este encuentro, con una transformación parcial de ambas potencias, en la p.e.m. de occidente.

II. Emperador y Estado

Ciertamente, con la eliminación del imperio romano de occidente los germanos cortaron un vínculo importante de unidad, que de momento no pudo reanudarse; pero el imperio romano, con todas sus instituciones, siguió siendo para ellos el prototipo admirable; y el emperador oriental de Constantinopla era respetado como una autoridad moral. Esto se fue modificando lentamente cuando, por la conquista árabe, iniciada en el siglo vii, se perdieron amplios sectores del antiguo imperio romano y, en consecuencia, se aflojó todavía más la unión entre oriente y occidente; y por otra parte cuando, con la coronación de Carlomagno y la idea de un imperio cristiano, volvieron a crearse valores adecuados en occidente. En todo caso, los germanos substituyeron el concepto abstracto de Estado reinante en el imperio romano por una concepción más personal del dominio y las instituciones estatales por una «asociación de personas». Más importante que la conservación de determinadas instituciones romanas fue para los germanos el habituarse a estructuras estatales con carácter estable, en lugar de las comunidades errantes y libres que habían existido hasta entonces, así como la sustitución de las anteriores contiendas y venganzas sanguinarias por un orden escrito de la vida comunitaria y la creación de una gran tarea política por la incorporación al amplio marco de un imperio cristiano.

III. Idioma y cultura

Fue un hecho importante el que los germanos asumieran la lengua latina del imperio romano y con ello sus documentos culturales escritos. Este proceso de apropiación del acervo literario de la antigüedad se convirtió en una nota esencial de la p.e.m. A este respecto se trataba de la transmisión escrita de la antigua literatura eclesiástica y profana, que en gran parte sólo se nos ha conservado por copias procedentes de la p.e.m., y, por otra parte, de fijar el acervo de la formación antigua en los grandes compendios de jerónimo, Isidoro, Casiodoro, etc. Esta labor primordialmente receptiva y el hecho de que las siete artes liberales, concebidas como propedéutica, se convirtieran en base general de la formación, condujeron a una amplia unidad y uniformidad de la misma durante la p.e.m., y otra característica de la formación fue el que ella tuviera como base la actitud cristiana del tiempo y se impartiera en centros eclesiásticos.

IV. La Iglesia cristiana

Para este mundo que se estaba desarrollando en lo cultural y político por la síntesis de lo germánico y lo romano, revistió mayor importancia todavía el encuentro de los germanos con la fe cristiana durante la p.e.m. Dentro del imperio romano los germanos conocieron el cristianismo como religión estatal. Desde Constantino y Teodosio la religión cristiana era el credo obligatorio para todos los ciudadanos del imperio romano; y la Iglesia cristiana, apoyándose muy directamente en las instituciones del Estado, se había convertido en iglesia imperial, dentro de la cual el emperador ocupaba una posición dominante (era de --> Constantino). E igualmente, a causa de la función providencial que la teología cristiana atribuía al imperio romano, éste siguió teniendo gran importancia para la Iglesia cristiana. En relación con esto, la substitución progresiva del gobierno imperial por autoridades germanas en la parte occidental del antiguo imperio y, de otro lado, la prolongación de la figura del emperador en el oriente, fueron hechos que repercutieron en la separación entre la Iglesia occidental y la oriental; y la separación se hizo más profunda por las diferencias dogmáticas (-> monofisismo), litúrgicas (disputas sobre el día de la pascua) y cultuales (lucha de las imágenes). Además de aquí resultó para los Estados germanos cristianos del occidente, que no tenían ninguna vinculación con el imperio o la tenían muy escasa, un vacío que debía llenarse necesariamente con nuevas formas de autoridad y de organización. Y en esta situación era lógico que las miradas se dirigieran a la sobresaliente posición del obispo de Roma como sucesor de Pedro. Su supremacía en el ámbito espiritual, que inicialmente le fue reconocida también por la Iglesia del oriente y que tuvo su expresión visible en los grandes concilios imperiales, hizo que él fuera la suprema autoridad moral y jurídica para el occidente cristiano.

V. La fe cristiana

Los pueblos germánicos tuvieron otra posibilidad de encuentro con el cristianismo gracias a las misiones, que se extendían más allá de las fronteras del imperio. En virtud de las misiones, el marco externo de la Iglesia cristiana, determinado esencialmente por los límites del imperio romano, se amplió hasta alcanzar unas dimensiones verdaderamente ecuménicas. El arrianismo primitivo de las razas germanas orientales, que debía su origen a la circunstancia de que esa doctrina predominaba en el imperio oriental cuando se emprendió la evangelización de los godos, contribuyó ciertamente al aislamiento de los Estados germánicos del oriente, pero no tuvo larga duración ni gran importancia. Por la conversión de los francos, que llevaban la dirección política, a la confesión católica, a la que paulatinamente se adhirieron también los demás germanos, ya en el siglo v se inició una evolución importante para el -j occidente. Pero además revistió suma importancia el que se encontraran formas permanentes de organización eclesiástica, en inmediata connexión con el obispo de Roma, para los pueblos que nunca habían vivido en el organismo del imperio romano: A esta evolución, que recibió un impulso decisivo de los papas Gregorio Magno y Bonifacio y que llegó a su consumación en el pacto entre el papado y los soberanos francos, pudo haber contribuido la especial veneración que los germanos sentían por Pedro. Dentro de esta estrecha unión, no cabe duda que también la peculiaridad germánica influyó en el cristianismo; y al producirse la apropiación de la teología cristiana, que los germanos aprendieron fundamentalmente en su configuración latina, bajo la modalidad transmitida por Agustín, el problema de la Trinidad cedió el primer puesto al de la cristología. Sin embargo es falsa la tesis de que por esta germanización el cristianismo se transformó fundamentalmente. Más importante todavía que todas las disputas teológicas fue el hecho de que, con la total aceptación de la religión católica, se creó una patria espiritual para el occidente, la cual impidió la caída en un caos total al derrumbarse el mundo antiguo y dio una estructura unitaria en el terreno religioso a la p.e.m. (--> escolástica, en su época preparatoria y su período primitivo).

VI. El imperio cristiano

Una expresión del pleno alejamiento del emperador bizantino y una confirmación de la preponderancia política de los francos fue la coronación del emperador en el año 800. Con esto nació el otro poder universal de la p.e.m. occidental, el cual roboró la unidad de occidente y heredó de los postreros emperadores romanos la preocupación por consolidar y proteger la fe cristiana. Durante la p.e.m. la relación de esta suprema autoridad profana con el primer jerarca espiritual de occidente no se rigió tanto por reflexiones teóricas, aun cuando éstas ya estuvieran formuladas en la teoría gelasiana de los dos poderes, cuanto por el juego del poderío real. Además esta relación se basaba en la convicción de que el sacerdocio y el imperio dependían entre sí en la Iglesia universal y de que en muchos sectores eran una unidad que se completaba.

Se puede considerar como la nota característica de la p.e.m. occidental la unidad religiosa, política y cultural que se produjo mediante la síntesis paulatina entre los antiguos elementos cristianos y los germánicos. Esa unidad promovió también la fusión del mundo germánico, que antes era heterogéneo. Su base fue el orden feudal de una aristocracia poseedora de latifundios, con formas económicas y de gobierno fundadas en una economía natural. Su estricta gradación por estamentos quedó expresada en un ramificado sistema de feudos y se justificó mediante la idea de orden querido por Dios y referido a él. En este orden de rangos acuñado por el espíritu aristocrático, también la Iglesia ocupó la alta posición que le correspondía. Además, en virtud del principio de la Iglesia propia, que ha de explicarse sobre todo por el pensamiento germánico, ella fue incorporada a la constitución del Estado y dentro del imperio germánico concretamente por el llamado «sistema otónico-sálico de las iglesias del reino». Para los prelados, que mayormente procedían de la nobleza, era un deber obvio la participación activa en la vida política; y la convicción de que era posible unir las tareas eclesiásticas con las estatales, constituía una expresión de la compenetración total entre la esfera espiritual y la profana durante la p.e.m.

VII. Fin de la primitiva edad media

Se puede fijar el fin de la p.e.m. en el siglo xl, cuando la unidad existente hasta entonces se resquebrajó en casi todos los ámbitos. Los deseos de una transformación y reforma de las circunstancias existentes, que se fueron consolidando y manifestando por diversas partes, más allá de la meta fijada en primer plano eran expresión de una modificación profunda en el pensar y sentir de los hombres occidentales. En este estado de cosas, la -> reforma cluniacense, orientada hacia el mundo monástico, desempeñó un papel importante, aunque no decisivo; finalmente, bajo la experta y poderosa dirección de los papas reformadores, todos esos esfuerzos desembocaron en el torrente controlado de la -> reforma gregoriana. La exigencia de eliminar la investidura de clérigos por los laicos (lucha de las --> investiduras) y la prohibición de obtener ministerios espirituales a base de dinero (simonía), dieron lugar a una reflexión de la Iglesia sobre sus propias bases, independientes del Estado, y despertaron un clamor por la libertad de la Iglesia. La separación entre Iglesia y Estado así iniciada, que después de decenios de lucha llegó en el concordato de Worms (1122) a un provisional punto final, ciertamente trajo a la Iglesia la libertad con relación al poder temporal, pero le arrebató por otra parte su protección mediante la institución supranacional del imperio. Con esto se había puesto la base para una evolución que finalmente debía convertir los Estados nacionales de Europa, con sus Iglesias territoriales, en socios o incluso en contrincantes del papado. Por otra parte, con esto se inició un proceso que despojaba a los soberanos temporales de su dignidad anclada en el ámbito sacro, de manera que en adelante el Estado hubo de esforzarse por lograr una fundamentación de su existencia a base del derecho natural. Esta ruptura de la unidad reinante durante la p.e.m., que se hizo sentir particularmente en el terreno de la Iglesia y del Estado, también se extendió a otros ámbitos en el curso del siglo xl. La fuerte agitación de movimientos heréticos en este tiempo, las discusiones nuevamente desatadas por Berengario de Tours en torno al sacramento de la eucaristía, los intentos de dar una nueva base al derecho de la Iglesia y de lograr así una mejor fundamentación jurídica del primado romano, son signos evidentes de esa ruptura, como lo es también la aparición de una actitud racionalista con relación a las verdades de fe y a las doctrinas de los padres, la cual hizo sentir con dolor la tensión entre autoridad y razón. El individuo comenzó a desligarse de las antiguas órdenes y tradiciones, se rompió la unidad armónica de la imagen del mundo, propia de la p.e.m., y en algunas esferas comenzó un proceso de secularización para el occidente, albergado hasta entonces en la unidad obvia de un imperio cristiano.

La evolución que dio comienzo entonces puso las bases esenciales para los tiempos modernos y ha influido hasta nuestros días. De un lado, esa evolución puede parecer lamentable por la pérdida de un orden homogéneo, que abarcaba todas las esferas de la vida y estaba anclado en lo trascendente; pero por otra parte, ella despertó nuevas fuerzas que condujeron a una diferenciación del mundo de occidente, el cual hasta entonces había sido profundamente uniforme en lo político, teológico y filosófico. Así la Iglesia y el Estado se vieron obligados a reflexionar de nuevo y con mayor intensidad sobre las propias posiciones; lo cual en adelante les descubrió nuevas dimensiones de pensamiento y de acción.

Kurt Reindel

 

C) IGLESIA IMPERIAL DEL MEDIEVO

I.i. del m. es primariamente una designación de la Iglesia del imperio franco-germánico, construida sobre bases romanocristianas y germánicas, en el tiempo que va desde su fundación por Carlomagno hasta la guerra de las investiduras. Esta Iglesia, incorparada a la organización señorial del imperio, estaba bajo la protección y soberanía del sacro imperio romano-germánico, era generalmente tenida por elemento constitutivo del mismo imperio y reconocida como única legítima; ella continuaba conscientemente la tradición universal de la Iglesia del bajo imperio romano. Con el nombre de Iglesias imperiales del medievo se designan también las que, dentro de un círculo más limitado, están en una relación semejante con el poder civil de los otros reinos de la alta edad media europea, sobre todo la Iglesia de Francia (ecclesia gallicana), desprendida del imperio desde fines de la época carolingia, y la Iglesia anglonormanda de Inglaterra (ecclesia anglicana), que en la segunda mitad del siglo xl nació de la Iglesia regional anglosajona. Las Iglesias imperiales de la edad media encarnan el orden mundial del primitivo occidente, en que el imperio y el sacerdocio (regnum et sacerdotium) estaban unidos entre sí de la forma más íntima como componentes de la Ecclesia.

I. Antecedentes en el bajo imperio romano

La formación de una Iglesia imperial francogermánica fue una consecuencia mediata de la política del emperador Constantino 1 el Grande (t 337), que concedió a los cristianos la libertad religiosa y la capacidad jurídica de sus comunidades. Constantino fue tenido en la edad media por modelo de emperadores; pues, movido por la conciencia de su misión como soberano, aspiró a la armonía entre el imperio romano y la Iglesia (era de --> Constantino). La colaboración entre estas dos sociedades correspondía a la idea, vigente desde siempre en el mundo romano, de la relación esencial entre la religión y el Estado, así como a las necesidades políticas del siglo iv. Cuando Teodosio i proclamó el principio de la unidad religiosa y prohibió definitivamente (391) todos los cultos paganos, se acabó de poner el fundamento de la Iglesia imperial romana, con la plena armonía de imperio e Iglesia; no obstante, a la vez subsistieron Iglesias particulares, con límites territoriales o étnicos, p. ej., las Iglesias orientales y las de los reinos germánicos sobre suelo romano (inicialmente arrianas en su mayoría). Sin embargo, con la aceptación de funciones políticas por parte de los obispos, pronto se dibujó la problemática de una relación demasiado estrecha con el señor temporal, la cual ponía a la Iglesia al borde de la servidumbre. La división del imperio romano (desde 395) en la parte oriental y la occidental abrió nuevas vías a la evolución. En oriente se mantuvo la unión estrecha entre la autoridad civil y la espiritual; pero la Iglesia de occidente, consciente de su independencia y libertad, trató de trazar en adelante límites claros entre la potestad civil y la eclesiástica. Así, ya Ambrosio de Milán (374-397) pretendió que, en materias de fe, compete a los obispos juzgar a los emperadores cristianos, y Agustín marcó una línea clara, aunque muchas veces tergiversada en lo sucesivo, al establecer el principio de la independencia de la Iglesia en el orden espiritual. El año 492 el papa Gelasio 1 formuló la doctrina de los dos poderes, que lleva su nombre y tuvo honda repercusión durante toda la edad media, y a la vez expuso con claridad hasta entonces no conocida la relación entre realeza y sacerdocio. Así quedaron establecidos los fundamentos teóricos para la evolución peculiar de las Iglesias imperiales de occidente. En oriente, por el contrario, se siguió manteniendo la ya antigua fusión entre Iglesia y Estado en el sistema (falsamente designado como cesaropapismo) de la Iglesia imperial bizantina, sometida a la autocracia imperial (-> Bizancio) hasta fines de la edad media.

II. La Iglesia territorial del imperio franco

La organización de la Iglesia territorial merovingia estaba caracterizada por la institución, de origen germánico, de las iglesias propias, en virtud de la cual la iglesia particular estaba de tal forma sometida a la familia de los fundadores, que éstos no sólo disponían de los asuntos financieros, sino que tenían también un poder pleno en lo espiritual (U. Stutz). En lo sucesivo, la idea de iglesia propia influyó también en el señorío eclesiástico practicado por los reyes merovingios, que, sin embargo, decayó abiertamente en el siglo vii junto con la constitución metropolitana de los francos y el sistema tradicional de los sínodos imperiales y provinciales. A mediados del siglo vitt se inició con Bonifacio, en cooperación con los mayordomos carolingios que asumieron entonces el poder, un movimiento de renovación eclesiástica, que fortaleció la realeza, pero produjo a par una vinculación más estrecha de la Iglesia franca al papado. Carlomagno (768-814) prosiguió ambas tendencias y, con la recepción del título de emperador universal (800), levantó a su punto culminante la teocracia carolingia. Sobre la base del poder franco, por él dilatado y que ahora abarcaba casi toda la Europa continental, fundó una nueva Iglesia imperial, que estaba bajo la rígida dirección del soberano. Se mantuvieron las formas tradicionales de derecho eclesiástico; pero además, llevado de su conciencia de tener una misión regia y sacerdotal, Carlomagno aspiró a una más estrecha fusión de la esfera espiritual y temporal, convocando y dirigiendo concilios él mismo, interviniendo en la forma de la liturgia y tomando decisiones en materias de fe. Las iglesias recibieron muchas donaciones y privilegios; mas, por otra parte, el alto clero quedó fuertemente cargado de funciones ad-. ministrativas y militares. El emperador tenía influjo decisivo en la provisión de las sedes episcopales, si bien, por lo general, se mantuvo la institución de la elección de los obispos.

Carlomagno consideró misión suya proteger a la Iglesia con las armas de cara al exterior y de fortalecerla en el interior por la dilatación de la fe y el fomento de la cultura (-a reforma carolingia); al papa le atribuía el papel de un sumo sacerdote orante. La relación entre los dos poderes universales estaba caracterizada por el predominio de la potestad secular y entrañaba, por ende, el germen de pugnas futuras. Sin embargo, a la Iglesia imperial franca le cabe el mérito histórico de haber afianzado la comunión cultural de occidente y haberla asegurado así para el futuro. En tiempo de Ludovico Pío (814-840) la soberanía imperial acrecentó su influencia en Roma misma; pero luego, por causa de las discordias internas, perdió la libertad de acción, de suerte que, en el siglo ix, la Iglesia careció en muchos casos de protección. Un partido eclesiástico reformista, interesado por la unidad imperial, ahondó la concepción universal del cristianismo e inició la reacción contra la estrecha fusión de Iglesia y Estado en tiempos de Carlomagno. La doctrina dualista de Gelasio i cobró ahora nueva fuerza; sin embargo, en la época carolingia no se habían puesto todavía las bases para propugnar un gobierno de la Iglesia por encima del Estado, si bien muchos indicios apuntaban en esta dirección. Finalmente se vio que, por motivos políticos, era imposible la realización de la unión entre Iglesia e imperio en todo el occidente. Con la división del imperio de los francos (tratado de Verdún, 843 ), los grupos que representaban la unidad del imperio hubieron de ceder definitivamente a la presión de poderes particulares. En los posteriores siglos tx y x, la Iglesia de la parte occidental del imperio fue transformándose poco a poco en la Iglesia franca, y la de la parte oriental originó la Iglesia germánica.

III. La Iglesia imperial de Alemania durante los siglos X-XII

Prosiguiendo e intensificando la tradición franca, Otón i el Grande (936-973) fundó el llamado sistema otónico-sálico de la Iglesia imperial, el cual era una combinación de soberanía temporal con ideas derivadas del régimen de las iglesias propias, y cuadraba con la concepción germánica del derecho; ese sistema tenía además el fin político de asegurar la monarquía germánica contra los poderes de los duques particulares. Ahora la Iglesia fue incorporada más estrechamente todavía a la organización estatal, pues los obispos y abades del imperio investidos por laicos, amén de los derechos del ministerio espiritual, recibían también en medida creciente bienes y poderes de orden temporal, a cambio de lo cual las Iglesias estaban obligadas a servicios y prestaciones materiales (espolios, derechos de regalía). De hecho, en el sistema otónico-sálico se disponía de las posesiones de la Iglesia como bienes del imperio y se ejercía un influjo decisivo en la provisión de altos cargos eclesiásticos, que frecuentemente se conferían a miembros de la capilla cortesana, estrechamente ligada con la Iglesia imperial. Ya Otón i se aseguró además una cooperación decisiva en la provisión de la sede apostólica (Pactum Ottonianum, 962). Otón iii (983-1002) sostuvo la idea de un imperio universal, dirigido desde Roma, según el modelo antiguo, en estrecha colaboración entre el emperador y el papa. Su sucesor Enrique ti (1002-1024) trasladó de nuevo el centro de gravedad de la política imperial a Alemania, y desarrolló en forma consecuente el sistema otónico-sálico, de modo que decreció la importancia de la elección canónica. Según una difundida idea del tiempo (Thietmar de Merseburgo), al soberano coronado, como vicario de Cristo, le correspondía un puesto más alto en la jerarquía que a los obispos. Así, Enrique ti dirigió concilios imperiales, e influyó también sobre sus decretos en materia litúrgica; sus reformas monásticas (->reforma cluniacense) fueron expresión de su piedad personal, y a la vez redundaban en provecho del imperio. Con Enrique in (1039-1056), también el papado quedó más fuertemente incorporado al sistema de la Iglesia imperial (historia de los -a papas); el emperador era considerado como cabeza laica (aunque por la gracia de Dios) del orbe terrestre; le incumbía el derecho de intervenir de manera decisiva en la provisión de la sede de Pedro y, por su soberanía sobre la Iglesia imperial, el de impulsar eventualmente su reforma. Cuando en el curso de la contienda de las -> investiduras se rompió la sacra armonía entre la Iglesia y el imperio y se acabó prohibiendo la investidura por mano de laicos, el sistema otónico-sálico perdió sus presupuestos. Tras el concordato de Worms (1192), al monarca le quedó el derecho de consejo o propuesta en la provisión de los cargos espirituales sólo en Alemania, pero n.o en los otros dominios que ahora formaban parte del imperio. Se acababa el régimen, con cuño germánico de las iglesias propias. Con ello desaparecían también para la monarquía germánica las posibilidades de inmiscuirse en la elección papal. El papado, en cambio, tomó rasgos imperiales y hasta pretendió más adelante el derecho de aprobar la elección imperial germánica. En el imperio, la investidura por anillo y báculo se cambió por el espaldarazo con el cetro; los obispados germánicos y las abadías imperiales quedaron integrados en el sistema feudal del imperio, sistema plenamente organizado por los soberanos estaúficos, de suerte que, en adelante, los altos dignatarios eclesiásticos en posesión de cargos imperiales y derechos de soberanía, que eran investidos por el rey, fueron considerados como príncipes del imperio. Las tentativas de los Hohenstaufen en orden a renovar el carácter sagrado del imperio (Sacrum Imperium), no tuvieron éxito duradero.

Así en los comienzos del siglo xiii, la monarquía hubo de renunciar a los pocos derechos que aún le quedaban de intervenir en la elección de los obispos. Por el mismo tiempo, los príncipes eclesiásticos que aspiraban a completar y redondear sus territorios, alcanzaron el derecho de libre disposición de los bienes de la Iglesia; de su círculo salieron los príncipes electores (arzobispos de Maguncia, Colonia y Tréveris) que, a lo largo de la edad media, fueron uno de los más firmes soportes de la constitución imperial germánica y luego se pusieron a la cabeza de la Iglesia imperial de los tiempos modernos.

IV. La Iglesia nacional franca

Durante la alta edad media pervivieron en Francia las dos tradiciones que operaron ya en la época carolingia: la del señorío real sobre la Iglesia y la de la libertad eclesiástica. Sin embargo, a diferencia de Alemania, no se formó una soberanía general de los capetos sobre la Iglesia, pues sólo una parte de los obispados -sobre todo las archidiócesis de Reims y Sens con sus sufragáneas - estaban de hecho sometidos a la monarquía (obispados de la corona), mientras los otros estaban bajo la total influencia de la alta nobleza (episcopados señoriales). Ya a fines del siglo ix había enmudecido en el occidente de Francia toda protesta contra el poder real sobre la Iglesia, y los señores de los siglos x y xi reclamaron como derecho indiscutible el nombramiento y la investidura de los obispos en forma muy parecida al feudalismo. El episcopado francés apoyó a la corona en la imposición del principio de sucesión dinástica, y trató de aprovechar para los intereses de la Iglesia las tendencias a la unidad nacional y eclesiástica de Francia. En la lucha de las investiduras la idea de la vinculación feudal entre monarquía y episcopado (prohibición del juramento feudal), fue vencida en el ámbito interno, pero la soberanía real sobre la Iglesia se mantuvo e incluso se extendió considerablemente a territorios que al principio no estaban inmediatamente sometidos a la corona. Desde que, a comienzos del siglo xii, se logró una amplia concordia entre la casa real capeta y el papado, los obispos franceses se fueron considerando cada vez más como representantes de la idea monárquica. Los obispados continuaron incorporados a la soberanía regia sobre la Iglesia, de forma que en Francia no pudo desarrollarse ninguna forma permanente de soberanía territorial eclesiástica. Luego, en la actitud autónoma de la Iglesia francesa en el siglo xiir, la cual tendía a desentenderse del centralismo papal, se dibujaron ya los comienzos del llamado --> galicanismo, que más tarde combinó ideas nacionalistas, conciliaristas y episcopalistas, y concedió grandes derechos al poder civil en asuntos eclesiásticos (--> conciliarismo, baja --> edad media).

V. La Iglesia nacional anglonormanda de Inglaterra

Después de la conquista del reino anglosajón por el duque normando Guillermo el Conquistador (1027/28-1087), esta Iglesia nació mediante la unión de la tradición anglosajona de la Iglesia regional con el espíritu y práctica de la Iglesia señorial normanda, rígidamente organizada. Guillermo, basándose en los principios del régimen de iglesias propias, dispuso libremente sobre la provisión de los obispados ingleses, incorporó la Iglesia inglesa al sistema feudal de cuño normando, el cual era básico para el Estado, y trató de transformar la constitución eclesiástica de las islas británicas en una especie de patriarcado independiente en gran parte y sustraído a las directrices papales. Mas, por otra parte, abrió también la Iglesia de Inglaterra a las corrientes reformistas de su época, y ajustó su organización a las exigencias canónicas, así como a la situación continental (traslado de las sedes episcopales a las ciudades, erección de cabildos catedralicios, separación entre la jurisdicción judicial civil y la eclesiástica). Bajo los sucesores de Guillermo surgieron violentos conflictos entre el poder de la corona, que aspiraba a la explotación financiera de las iglesias, y el clero capitaneado por Anselmo, arzobispo de Canterbury; con el concordato de Westminster (1107, lucha de las -> investiduras), que regulaba de nuevo las relaciones entre la Iglesia y el Estado a base de un compromiso, se puso provisionalmente término a la contienda. La institución de las iglesias propias quedó debilitada, pero todavía siguió influyendo durante mucho tiempo en la política de los reyes ingleses. Todo el siglo xii estuvo lleno de discusiones en torno a la esencia y al contenido de la libertad de la Iglesia. De momento la Iglesia pudo extender el ámbito de su jurisdicción, pero el rey Enrique n (1154-1189) trataba de recuperar, en lucha tenaz, los derechos perdidos, y particularmente de renovar el foro civil para el clero (constituciones de Clarendon, 1164). Luego el papado fue logrando influjo cada vez más fuerte sobre la Iglesia de Inglaterra. Después de un período de abierta lucha, el rey Juan Sin Tierra hubo de reconocer (1214-15) la libertad de las elecciones canónicas (Magna Charta).

Inglaterra se convirtió desde aquel entonces, por. más de un siglo, en feudo papal. Estos acontecimientos acabaron con la anterior posición peculiar de la Iglesia de Inglaterra. Sin embargo, el centralismo papal del siglo xiii provocó en el país exacerbada resistencia y obligó a la Iglesia de Inglaterra a mantener una actitud de prudente y delicada reserva entre la monarquía y el pontificado.

En el curso del s. xiv surgió, por cooperación entre el parlamento y la realeza, una legislación estatal sobre la Iglesia que seria norma para lo sucesivo. La Iglesia nacional anglonormanda se fue convirtiendo lentamente, a través de un proceso que duró tres siglos, en la Iglesia estatal inglesa; algunas de sus instituciones han sobrevivido a la reforma protestante.

VI. Unidad y diferencias

Las Iglesias imperiales del imperio francogermánico y las Iglesias nacionales de los otros Estados de occidente se distinguen en el modo como nacen y en su posterior desenvolvimiento; pero ostentan rasgos característicos semejantes que dan unidad interna al concepto de «Iglesia imperial» (en cuanto se refiere a la edad media) y lo diferencian de la noción más general de «Iglesia estatal». Todas las Iglesias imperiales estaban radicadas en la actitud fundamental que fue propia de la edad media hasta la lucha de las investiduras, en la sagrada unidad de imperio e Iglesia que abarcaba todos los órdenes de la vida. El fin que Carlomagno y sus consejeros pusieron como norma para las Iglesias imperiales de la edad media fue lograr, con una coordinación razonable de fuerzas, el mejor cumplimiento posible del mandato evangélico. Si bien es cierto que ese fin a menudo no estaba dentro de lo posible, sin embargo se perseguía ahí un ideal que épocas posteriores, con intereses de otra especie, ya no comprendieron en su verdadera naturaleza. La estrecha unión entre la esfera temporal y la espiritual todavía era evidente para la mentalidad del bajo imperio romano y de la primera edad media, que desconocían la idea moderna de la Índependencia de la cultura profana (->Iglesia y Estado). Así, la relación que la Iglesia imperial del medioevo establecía entre el orden espiritual y el temporal se ajustaba de todo punto a las necesidades de aquella época de occidente, la cual veía en los oficios de rey y de obispo una indisoluble unidad espiritual y temporal, de forma que la acción de los diversos dignatarios no se diferenciaba por los fines, sino por las formas. Las Iglesias imperiales sólo pueden estimarse adecuadamente por la situación general de su tiempo, y resulta inadecuado el juicio emitido a base del criterio moderno que presupone la separación entre la Iglesia y el Estado. Ellas significaron un factor muy valioso de estabilidad para el mundo medieval y, a pesar de su vinculación política y administrativa, no dejaron que cayera en olvido la idea de la libertad eclesiástica, pues, por lo general, no se cerraron a las aspiraciones reformistas. Cuando en la lucha de las investiduras el papado estableció e impuso la tesis de la superioridad de la Iglesia, identificada con el Sacerdotium, sobre el Estado o Imperium, éste fue sacudido en sus cimientos y se vio forzado a buscar en adelante la idea de sí mismo en el derecho romano y a fundarse cada vez más sobre el territorio y la nación. Así, una línea recta va desde la disolución del orden eclesiástico imperial a las iglesias estatales o regionales de la edad moderna. Al carácter no mundano del ámbito espiritual siguió en la baja edad media una secularización de la vida civil no prevista por los papas reformistas del siglo xi, secularización que preparaba el principio de la razón de Estado.

Karl Schnlth

 

D) BAJA EDAD MEDIA

No hay unanimidad entre los historiadores acerca de la delimitación temporal de la b.e.m., que, como la edad media en general, es una época referida exclusivamente a la Iglesia occidental. Seguramente no se puede fijar el comienzo de este período con el derrumbamiento del imperio de los Hohenstaufen a la muerte de Federico ii. Un tiempo en el que Tomás de Aquino y Buenaventura se hallaban en el punto culminante de su actividad, pertenece todavía al apogeo de la edad medía, y ni siquiera la obra de Duns Escoto podrá incluirse sin reservas en la b.e.m. El considerar que este período comienza al cesar el empeño eficaz de una reforma eclesiástica, denotaría un enfoque totalmente restringido a lo más interno de la historia de la Iglesia. En la historia de la Iglesia, normalmente, se entiende por b.e.m. el período que se extiende desde el comienzo del pontificado de Bonifacio viii hasta la entrada en escena de Lutero. El que se deje al margen el humanismo se debe a determinados presupuestos que índucen a tomar como término de la b.e.m. únicamente la -->reforma protestante, olvidando que la transición de la Iglesia universal desde la -->edad media a la ->edad moderna no se realizó en todas partes de manera revolucionaria, sino que, en general, se produjo en forma más orgánica y se extendió hasta fechas más tardías, lo cual se observa sobre todo en la historia de la -> escolástica, del arte eclesiástico y de la vida religiosa del pueblo.

La situación externa al comienzo de la b.e.m. parecía catastrófica. Se había hundido el imperio al que, tras la confusión del interregno, sucedió en Alemania un débil rey romano, mientras surgía una fuerte monarquía en Inglaterra y sobre todo en Francia, dominada por la pura idea del Estado. Acabó por derrumbarse el reino de los Anjou, en el que últimamente se habían apoyado los papas. La unión con la Iglesia oriental, realizada en un momento de euforia, había vuelto a disolverse. El entusiasmo religioso de la época de las --> cruzadas se había consumido en luchas de competencia entre naciones. Había caído el último símbolo de la presencia cristiana en Tierra Santa, San Juan de Acre; el imperio bizantino estaba reducido a unas piltrafas de territorio alrededor de la capital, quedando abierto a los turcos el camino hacia Europa. Las corrientes espiritualistas y apocalípticas habían llevado a la más extraña elección en la historia de los papas.

Contra este deslizamiento hacia el puro espiritualismo se alzaron los papas siguientes, sobre todo Bonifacio viii y Juan xxii, pero resaltaron excesivamente la importancia de la autoridad y del derecho, reivindicando un extremado absolutismo papal (Unam sanctam), que por sus excesivas pretensiones provocó la oposición literaria y política de Francia y de Luis el Bávaro, en unión con los espirituales. La humillación y derrota de Bonifacio viii por el rey de Francia, cuya gravedad sólo se reveló plenamente después de su muerte en el proceso contra los templarios en Vienne, y el carácter transitorio de los triunfos de Juan xxii, pusieron de manifiesto cómo había cambiado la posición del pontificado en el mundo. A la afirmación contemporánea de la potestas directa del papa y a su equiparación con la Iglesia, se oponían la exigencia de una separación entre el poder espiritual y el temporal, así como la afirmación de que el papa es un servidor de la Iglesia. La permanencia del papa en Francia, debida en un principio a la presión ejercida por ésta, y su establecimiento duradero en Aviñón, inicialmente supusieron un aumento del poderío papal, pero condujeron también a un incremento del aparato jurídico y a un fuerte centralismo. Sobre todo para atender a la organización de la corte y de la curia, los papas se vieron obligados a elaborar un sistema fiscal cada vez más gravoso, tanto más por el hecho de que ellos, fuera de los Estados pontificios, apenas contaban con ingresos regulares. El desarrollo del derecho papal a la provisión de cargos y las sistemáticas intervenciones mediante reservaciones y provisiones aportaron, ciertamente, los necesarios medios económicos, pero al mismo tiempo suscitaron la resistencia de los Estados y de los obispos, y despertaron sentimientos anticuriales y antipapales en toda la cristiandad, sobre todo una vez que el movimiento apocalíptico y espiritualista en los horrores de la peste (hacia 1348) hubo provocado una nueva excitación religiosa, en parte de carácter exaltado y excéntrico.

El papa, vuelto a Roma en medio de una situación tirante, no pudo mantenerse firme frente a las crecientes facciones nacionales y privadas de los cardenales. Bajo el pretexto de falta de libertad en la elección del italiano Urbano vi, se procedió en 1378 a la designación de un francés como antipapa. El -->cisma de occidente, en el que los países germánicos eran los principales apoyos del pontificado romano, no tardó en parecer insuperable. La confusión arrastró a campos diferentes incluso a los santos de la época. Tras fallidas tentativas políticas de solución, se volvieron a desenterrar viejas ideas canónicas acerca de la superioridad del concilio sobre el papa en caso de situación excepcional. La «teoría conciliar», modificada por las universidades, fue adoptada por los cardenales en 1409. Tras un primer golpe fallido en Pisa, un -> conciliarismo reforzado acabó por dar resultado cuando el concilio de Constanza estaba amenazado de dispersión. En Martín v la Iglesia volvió a hallar su única cabeza suprema. Mientras que en un principio él y sus sucesores dejaron prudentemente en suspenso la cuestión de la superioridad del concilio y con la práctica dieron su aprobación a la incorporación de concilios regulares en la constitución de la Iglesia, en la cuestión de la unión con los griegos ellos lograron asumir la dirección frente al concilio extremista de Basilea, y en el concilio papal de Ferrara - Florencia, no sólo se alcanzó una unión, aunque utópica, con el oriente, sino que también se logró restablecer la dirección papal en el concilio. Sin embargo, el conciliarismo siguió influyendo bajo la forma de apelación al concilio contra el papa hasta la época de la reforma.

Roma hubo de pagar su precio en los concordatos con el emperador y los príncipes por la eliminación del cisma de Basilea. Así comenzó con consentimiento del papa un marcado desarrollo de la soberanía eclesiástica de lós príncipes, que dejó ampliamente en manos de éstos la suerte de la Iglesia. En lo sucesivo también el papa se sintió cada vez más como un príncipe italiano del ->renacimiento. Entre los grandes quehaceres de la Iglesia, se descuidó radicalmente la reforma eclesiástica, detenida después del concilio de Basilea. Sólo el peligro turco forzó a los papas a emplear enérgicamente todos los medios. Sin embargo, debido a la indiferencia de occidente, tras la caída de Bizancio no les fue posible salvar los Balcanes y el sur de Hungría, ni arrojar a los turcos del Mediterráneo. La combinación de intrigas diplomáticas, de ostentoso mecenazgo artístico y de un libre y refinado disfrute de la vida, hizo que el pontificado, en la segunda mitad del último siglo de la b.e.m. descendiera al más bajo nivel desde el saeculum obscurum, dando así lugar a escándalos y a tendencias antipapales.

La aspiración a la descentralización en la esfera política y jurídica es también una nota característica para la situación de la Iglesia en los diferentes países, especialmente en Alemania. Los arcedianos y los cabildos catedralicios se entremetían en los derechos del obispo. El obispo, que con raras excepciones seguía siendo de la nobleza, ya no era más que un príncipe reinante, sin tiempo para dedicarse a sus quehaceres religiosos y sin influencia en el clero y en el pueblo, del que lo mantenían alejado los arcedianos, los funcionarios y los patronos. Así la Iglesia apenas aparece ya, incluso en este plano, como institución salvífica, y menos todavía como pueblo de Dios; se presenta únicamente como institución jurídica, en la que se lucha por posiciones y competencias y sobre todo por prebendas.

También la dimensión interna de la b.e.m. está determinada por el predominio de lo jurídico en la Iglesia y por la disolución de ésta. El endiosamiento del papado como fuente de toda potestad, que por lo menos teoréticamente dominó todo el siglo xiv, tropezó con la negación de su origen divino y con la defensa radical del principio de una «Iglesia sin clases» formulada en el Defensor pacis. Los hombres que seguían una línea media, incluso Dante en su De monarchia, eran incapaces de imponerse. La disolución de los conceptos universales por el -->nominalismo condujo a la atomización de toda sociedad. La Iglesia no se ve ya sino como reunión de los creyentes; no es nada propio, orgánico, no tiene ya auténtico sentido; esas tesis quedaron confirmadas, por así decir, en crisis del cisma, y en el desarrollo del concilio de Basilea demostraron su poderío histórico. En vano buscaríamos en la b.e.m. un tratado teológico sobre la naturaleza de la Iglesia. La doctrina de Ockham, como expresión de una nueva percepción del mundo, halló gran aceptación al norte de los Alpes. Y sobre todo en las universidades, que se habían hecho numerosas en el siglo xv, se impuso en forma casi general como vía moderna frente al antiguo realismo. Fue significativa su acentuación de la potencia absoluta de Dios, de la falta de relación entre la razón humana y Dios, y la motivación de la ley moral exclusivamente por la voluntad de Dios. Que así resultaba en principio imposible toda teología del mérito, no llegó a ser formulado por los nominalistas con tanta claridad como después lo haría Lutero. Entre los partidarios del nominalismo se hallaron teólogos muy religiosos, que sobre todo tenían un interés práctico por la cura de almas, p. ej., Juan Gerson y Gabriel Biel. El nominalismo favoreció una vieja tendencia hacia la interioridad, que había producido sus más bellas flores en la profundidad de sentimiento de la --> mística alemana en el siglo xiv. Su teología, intrínsecamente sana, no obstante todos los ataques de que ha sido objeto, fue reducida a palabrería huera por la «segunda generación», que la rebajó al nivel de almas pequeñas o la falseó. Los hombres de Dios procuraban constantemente contrarrestar la trivialidad y la indisciplina del tiempo. Nicolás de Cusa, figura que da una sensación de modernidad, todavía a mediados del siglo xv indica -frente a la docta ignorancia de todo el conocimiento humano- el camino hacia Dios por la contemplación y el amor.

En la b.e.m. no existen herejías universalmente difundidas, como las había habido en la alta edad media. Los extravíos que ahora se acusan (Wiclef, Hus), más que de cuestiones teoréticas proceden de la necesidad que se siente de una reforma de la Iglesia feudal y de su clero. La agresividad de estos movimientos (guerras husitas, cf. -> husismo), frente a la cual la Iglesia, a diferencia de lo que sucedió en el caso de los -->cátaros, se vio forzada a mantenerse a la defensiva, muestra la virulencia de la idea de reforma, que, tras los intentos del concilio de Basilea, nunca halló una realización plena. La b.e.m. tampoco registra grandes santos que dieran una nueva fisonomía a la Iglesia de su tiempo. Sus santos sólo tienen quehaceres parciales, como predicadores de penitencia o de cruzada, o bien aparecen como encarnación individual del ideal de una determinada profesión.

El nuevo movimiento cultural del ->humanismo recalcó todavía más marcadamente lo individual. El humanismo, que en Italia llegó a ser adversario de la revelación y de la vida cristiana, allende los Alpes, gracias también al descubrimiento revolucionario de la tipografía dio nuevo impulso a los estudios de la Biblia y a la publicación de las obras de los padres de la Iglesia, todo lo cual creó los presupuestos materiales para una vida religiosa más profunda, aunque a la vez también trajo consigo el peligro de una crítica demasiado escéptica de todo lo tradicional. En la b.e.m. no se fundan órdenes religiosas de gran importancia. Las órdenes antiguas pasaron por un movimiento de reforma que quería restaurar la fidelidad a la regla primitiva y el celo por una auténtica religiosidad, pero ese movímiento vino a parar en una rígida renovación de usos externos. La auténtica renovación, basada en el espíritu (Nicolás de Cusa, Savonarola), fue meramente episódica. La separación entre teología y religiosidad (Imitación de Cristo), la actividad sencilla, sin aparato, y orientada hacia el mundo de la asociación secular de los «Hermanos de la vida común», dieron gran expansión a dicho movimiento y a la devotio moderna en los Países Bajos y en el norte de Alemania.

El pueblo sencillo experimentaba la Iglesia en sus párrocos y en sus vicarios, en su predicación y en su administración de los sacramentos, así como en las prácticas del año litúrgico. No obstante la ignorancia, a veces crasa, de los sacerdotes y su frecuente infidelidad al celibato, debida en parte a las condiciones económicas y a la falta de formación ascética, las fundaciones de altares y de beneficios de misas alcanzaron su punto culminante en vísperas de la aparición de Lutero. Se multiplicaron los sufragios por las almas del purgatorio. Las muchas cofradías y peregrinaciones, las fundaciones caritativas en favor de los pobres y de los enfermos, el florecimiento del arte religioso, la intensa vitalidad de la devoción a la pasión y a la eucaristía y del culto a la virgen María, a pesar de todas las críticas contra los abusos, mostraban un grado nada común de fidelidad del pueblo a la Iglesia. Sin embargo, la religiosidad obedecía a normas subjetivas. El sentido final de la misa era el provecho espiritual de cada uno; y el mismo fin perseguían la interpretación alegórica de las diferentes partes de la misa, referidas a diversas escenas de la pasión, y la obtención de los frutos del sacrificio eucarístico. El centro de gravedad se desplaza a la superficie, a lo visible y cuantitativo. El misterio de Cristo se convierte cada vez más en la devoción al Jesús histórico, en una descripción imaginativa del mismo, en un intento de compenetrarse con su vida y sobre todo con su muerte. El realismo visual cree lograr la participación de lo divino y lo santo mediante la visión corporal (de la hostia consagrada, de imágenes, etc.). La confianza en el número se manifiesta en la acumulación de --> reliquias o de -> indulgencias, todavía no definidas exactamente por la teología. Todo esto secundaba excesivamente el ansia subjetiva de salvación de los fieles y daba lugar a burdas deformaciones y a peligrosos abusos. Como contrapartida del ansia de milagros, fomentada por tal o cual peregrinación, asomó también en los últimos decenios la manía de las brujas, que sólo en la edad moderna desplegó todos sus horrores.

La b.e.m. tiene una doble fisonomía. Es el otoño de la edad media, pues en ella desaparece la casi inconsciente serenidad de la clásica edad media. Y, por otro lado, la añoranza de la era áurea de la Iglesia primitiva da al mundo de humanistas y reformadores un rasgo de ansia de lo venidero. Los presupuestos de lo nuevo se dan ya en la b.e.m.

Hermann Tüehle