43 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
24-33

 

24.

Hablar de la bondad de las gentes y de su empeño por hacer de la convivencia de cada día una fiesta permanente de la paz suena a ingenuidad cuando no a incompetencia. Suponen, los listos, que el prestigio es premio que se concede a quien sabe destapar alcantarillas y hace que salgan a relucir los hondones de la miseria humana. El mal es noticia. Aunque nos agradaría que no lo fuera.

La bondad se ha empeñado en ir por otros caminos: los de la sencillez y de la humildad. La fiesta de la Inmaculada, y toda la riqueza de la fe profunda que en la historia de María se desvela, es como un callado e incontrovertible alegato en favor de la justicia y del bien. Porque justicia hay que hacer a los que trabajan por la paz, a los que saben perdonar, a los que dan sin que la otra mano se entere, a los que ayudan a construir esa ciudad siempre inacabada de un mundo mejor.

Me sedujiste, Señor, me has agarrado y me has podido. Así se lamenta el profeta. Pero la seducción de Dios siempre conduce a la bondad. Porque todas las cosas llevan al bien para aquellos que aman a Dios. El pecado siempre deja en el alma el vacío del mal. Por el contrario, la bondad y la justicia colman la vida, hasta rebosar, de gracia y de virtud. Por eso María, la Virgen Inmaculada, llena de gracia, purísima y santa, no tuvo en su vida mayor afán que estar pendiente de la voluntad de Dios. Dios se fijaba en la humildad de su esclava. Y María proclamaba la grandeza de su Señor.

El mal nos había seducido y el pecado se adueñó del corazón del hombre. El orgullo llevó a la prepotencia y al desprecio del desvalido. Y el corazón se llenó de resentimientos. El egoísmo hizo causa con la avaricia. Y la dureza del corazón anuló la capacidad para amar. Lo que de luz había sido colmado, quedó en manos de las tinieblas del pecado. Pero el Señor de la creación era rico en misericordia y, donde hubo pecado, quiso que sobreabundara la gracia redentora de Cristo. María, la Madre, había de ser la primera entre todos los redimidos, la más pura y la más santa. Pues, en virtud de los méritos de su Hijo Jesucristo, desde el primer instante de su concepción fue preservada de pecado y llena de toda gracia y del favor de Dios.

Por el pecado llega la muerte. Porque muerte es no querer, ni amar, ni servir, ni perdonar, ni llorar con el que llora, ni hacer fiesta con el que recibió alegría. Con Cristo llega la vida, que es misericordia y afanes de justicia, compartir el pan con el hambriento y servir al desvalido. También esto lo puede hacer el hombre sin fe. Y lo hará bien y tendremos para él homenaje y reconocimiento. Pero es que nosotros, no sólo servimos porque creemos, sino que demostramos tener fe porque vivimos en el amor fraterno. En esto conocemos que hemos pasado de la muerte a la vida: en que amamos a los hermanos. Es el atinado criterio que nos ofrece el evangelista Juan.

Cristo está siempre pendiente del hombre para redimir y levantar. Para salir al encuentro del hijo que, como pródigo, se aleja de la casa y del amor de su padre. Como buen pastor dispuesto a dejar las ovejas para buscar al que está lejos y desprotegido. Cristo es el único que redime y que salva.

Si Cristo se acerca al hombre es porque le ama. Pero el hombre es libre, igual que el hijo para alejarse de la casa de su padre. En esa libertad también se manifiesta el amor de Dios. Pues si libertad no nos hubiera dado, ni tendríamos responsabilidad en el pecado ni mérito en el amor. Buen regalo es éste de la libertad, pues de su brazo llega el poder para hacer el bien y para trabajar en hacer que todos los días lo sean de paz. En Cristo se nos han dado todas las bendiciones. Y entre esas gracias y favores, la de tener a María, la Madre de Dios, como Madre y Señora nuestra. Como abogada e intercesora, como modelo y servidora en la fe. Si a ella nos acercamos es porque como a Madre la reconocemos. Si devoción sincera queremos profesar, que no se piense en motivos de sentimentalismos, sino en leal coherencia con nuestra fe en el Hijo de Dios metido en nuestra carne y en nuestro mundo gracias a la aceptación de María. Si imitar queremos sus virtudes es que como modelo Dios nos la ha dado.

Por obra y gracia del Espíritu Santo, el Verbo de Dios se encarnó en las entrañas benditas de María. Maravillosa gracia del Espíritu, que hace de esta bienaventurada mujer la Madre de Dios. Gran poder es éste del Espíritu, pues a Dios le hace hombre sin dejar de que fuera Dios. De la Virgen hace Madre. Y de los hombres, hijos de Dios.

En nuestro peregrinar hacia la celebración del Gran Jubileo del año 2000, este año que iniciamos está particularmente dedicado al Espíritu Santo. Señor y dador de vida, el que manifiesta la profundidad del misterio de Dios y hace comprender el amor manifestado por el Padre en el Hijo. Dios-en-nosotros, presencia viva, íntima, escondida y eficaz en tal manera que transfigura al hombre en Cristo.

María, escribe Juan Pablo II, que concibió el Verbo encarnado por obra del Espíritu Santo y se dejó guiar después en toda su existencia por su acción interior, será contemplada e imitada a lo largo de este año como la mujer dócil a la voz del Espíritu, mujer del silencio y de la escucha, mujer de esperanza y modelo para quienes se fían con todo el corazón de las promesas de Dios.

Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Cumplió María la voluntad del Padre, aprendió como discípula y enseñó como madre. Llevó al hijo, antes en el corazón, para llevarlo también en su cuerpo. Primero vino la fe, después la encarnación del Verbo de Dios. ¡Salve, Santa Señora, porque has creído, y lo que Dios te ha dicho se cumplirá! Y de tanta promesa sacaremos colmado beneficio, pues el hijo de tan santas entrañas anunciará el año de gracia, dará libertad al cautivo y se cuidará de los pobres. Parabienes a cuantos andan por los caminos de la bondad. Hoy es vuestra fiesta y con vosotros la celebramos. En la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María bendecimos a Cristo, Redentor del hombre, que hizo de tan Santa Señora la primera entre todos los que habían de merecer la gracia de reconocidos como los hijos de Dios. Y que no quede en el olvido el buen consejo del apóstol: unos piden escándalos y cosas portentosas. Nuestra fuerza está en la debilidad del bien, pues es sabiduría de Dios. Y fortaleza para los limpios de corazón. Pues el camino del bien no lo es de blanduras y evasiones sino de compromisos y de responsabilidades.

Carlos AMIGO VALLEJO
Arzobispo de Sevilla
ABC/DIARIO 8-12-1997


25.

Gn 3, 9-15.20: De la estirpe de la Mujer surge quien vence el mal.

Salmo 97, 1.2-4: El Señor reveló a las naciones su justicia.

Ef 1, 2-6.11-12: Dios nos llama a ser santos e irreprochables por el amor.

Lc 1, 26-38: El Hijo de María es el Hijo de Dios.

La lectura del libro del Génesis trae hoy el texto que se conoce como el Protoevangelio, y que señala cómo una mujer extraordinaria vencerá el poder de la serpiente. Esto significó, con el desarrollo de la historia, que María nos da a Cristo quien destruye la muerte y el pecado.

Todas las lecturas apuntan a explicar que después del triste episodio del Paraíso, Dios no olvida su proyecto. Continúa llamándonos y ayudándonos en este proceso total que se llama salvación. Un día su poder vencerá del todo el pecado y la muerte.

La Iglesia nos enseña, basada en el Evangelio que en María no tuvo cabida el pecado, ni siquiera el pecado de origen, es decir, la limitación natural de todos los humanos para el bien, que luego puede llevarnos a pecados personales que nos apartan del Señor.

Por el cariño de Dios hacia quien sería su madre en la tierra, María tuvo la plenitud de la bondad: fue perfecta desde el comienzo de su existencia. Por toda esa bondad, podemos exclamar con el salmista: "El Señor ha hecho maravillas".

Si bien nosotros no recibimos este privilegio, la promesa de Dios nos alienta. Nosotros no estamos solos. Por la acción de Cristo en nuestras vidas podemos vencer el pecado; él nos llama a "ser santos e irreprochables ante Él por el amor" como nos lo dice la carta a los Efesios que hemos leído hoy. Después de la muerte seremos confirmados en gracia para siempre, es decir, luego de luchar aquí en la tierra, recibiremos esa plenitud que María obtuvo desde su nacimiento por especial privilegio del Señor.

En el relato de la Anunciación descubrimos el proyecto de Dios que quiere acercarse a nosotros, para que nuestra humanidad sea algo tan perfecto como nadie imaginó. Ahora es posible aquel sueño que la serpiente en el paraíso: Seréis como dioses. Dios se hizo persona humana para que los humanos pudiéramos llegar a ser divinos.

La actitud humilde y confiada de María, quien acepta ser la Madre de Dios, nos motiva a nosotros a entregarnos también al Señor llenos de esperanza. Hoy sería la ocasión para preguntarnos si con nuestras actitudes de la vida diaria buscamos, como María, avanzar hacia una identidad con Jesús. En otras palabras, si nuestra vocación a ser plenamente humanos, responde a la vocación de ser cristianos.

SERVICIO BIBLICO  LATINOAMERICANO


26.

Gn 3, 9-15.20: El hombre fugitivo

Ef 1, 3-6.11:Jesús, una herencia para todas las naciones

Lc 1, 26-38: Disponibles a la voluntad de Dios

La fiesta de la Inmaculada Concepción es una celebración muy significativa para el pueblo cristiano. En ella se conmemora la asunción de la humanidad a la presencia de Dios por medio de una mujer que entregó su vida al Señor.

Esta mujer, que con su pueblo aguardaba el día de la redención definitiva, supo recibir la esperanza de una humanidad oprimida en su seno. Su vida estaba totalmente volcada hacia Dios y, aunque tuvo que recorrer el camino con los discípulos, señaló el derrotero que la humanidad habría de reconocer como senda de salvación. Por eso, su canto (Lc 1, 46-55) es uno de los himnos más sorprendentes del Nuevo Testamento. Muchos han tratado de bajarle el tono, de hacerle explicaciones mitigantes. Pero, tiene tal fuerza en su contenido y en la boca de quien lo entona que los esfuerzos por atenuarlo resultan inútiles. Es como tapar el sol con un dedo.

El pasaje que hoy leemos y que muchos recitamos de memoria al rezar el "Ave María" está íntimamente conectado con el Magnificat . Forma parte del patrimonio popular y es fuente de esperanza para todo el pueblo cristiano. En él se condensa la historia del diálogo intenso y fecundo de Dios con la humanidad. Especialmente con la humanidad que está dispuesta a escuchar al Señor y a seguir su camino. Sorprende, pues, que algo tan grande y magnífico, sea expresado con tanta sencillez. Con un 'sí' definitivo y fructífero inicia una nueva etapa en la historia de la humanidad. Y empieza precisamente de un lugar de donde se cree que nada puede venir: de la periferia, la marginación y pobreza. De la humildad de una mujer ignorada por la historia oficial que anuncia la realización de la historia de Salvación en su Hijo, esperanza de la humanidad.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


27.

-Hacedor de maravillas

Nadie más sencillo, más humilde, que aquella jovencita de Nazaret llamada Marta. Eso lo sabían sus convecinos de entonces en aquel pequeño pueblo de Galilea y eso creemos nosotros. Y, sin embargo, aquella tan sencilla, tan humilde, tan discreta joven, va y se atreve a afirmar -nos lo dice el evangelio de Lucas- "que el Señor ha hecho maravillas en mi". Lo que decia el salmo, el salmo que hoy hemos cantado, refiriéndose a toda la obra de Dios y, especialmente, a su acción para con su pueblo, María no teme decirlo de sí misma. María no deja de ser humilde y sencilla al proclamar que Dios ha hecho maravillas en ella. Al contrario: lo es más que nunca. Porque la sencillez y la humildad -en el fondo, la verdad, porque como decía Teresa de Jesús "la humildad es la verdad"- no consiste en ocultar o negar que Dios sea un hacedor de maravillas y que es en nosotros en quien máximamente le gusta hacerlas.

Y eso es lo que sobre todo nos revela y enseña María de Nazaret, ella la sin pecado, es decir, la llena de gracia, ella la que dio un sí claro y absoluto a la iniciativa, a la voluntad del Padre. Nos enseña que lo primero, el paso inicial y decisivo, es darse cuenta y reconocer que es Dios quien actúa en nosotros, que es él quien tiene la iniciativa y nos bendice (es decir, nos llena) "con toda clase de bienes espirituales" -nos lo decía hoy la carta de Pablo-. En una palabra: Dios Padre es un hacedor de maravillas y quiere realizarlas en cada uno de nosotros.

-Vencer los temores

El problema suele ser que, quizá por temor a meternos en esa gran aventura que es decir sí al amor de Dios, nosotros solemos empequeñecer el maravilloso potencial de la gracia del Padre. Aquel santo aventurero -en el mejor sentido de la palabra- que fue el navarro Francisco Javier (su fiesta la celebramos la semana pasada), aquel que en el siglo XVI llegó a la India y al Japón para anunciar la buena noticia de Jesús, era también de esta opinión: lo decisivo es vencer el temor.

Lo escribía así: hay que "mucho trabajar para vencer y lanzar de si todos los temores que impiden a los hombres tener fe, esperanza y confianza en Dios". Es el intimo y tenaz temor a dejarnos seducir por el amor de Dios. Y es preciso reconocer que es un temor explicable. Superarlo y dar el sí al amor de Dios tiene consecuencias. El ejemplo de Javier y, sobre todo, de Maria, lo demuestran.

Tiene consecuencias, es arriesgado. Pero, al mismo tiempo y más, es el único y gran camino para abrirnos a la sorpresa de Dios, a su bendición, a sus maravillas en lo más sencillo y escondido de nosotros. Como escribía santa Teresa de Jesús a sus humildes monjas que empezaban a acogerse en sus pequeños conventos: "Mirad que os va mucho en tener entendida esta verdad: que está el Señor dentro de vosotras. Y que alié nos estemos con Él".

-La oración de Adviento, con Maria

En nuestro camino de Adviento, santa Maria es el gran ejemplo -y la gran ayuda, a nuestro lado, como madre atenta y solícita- para abrirnos a la venida del Señor. Ella, desde su sencillez y humildad, al dar su sí generoso, al creer sin límites en la gracia y la bendición del Padre, se convirtió en protagonista de la acción salvadora de Dios. Pero notémoslo: sin perder en absoluto su humildad y sencillez, su total discreción.

Esta es la opción que queda abierta para cada uno de nosotros. La que hemos de pedir, con sencillez, humildad y discreción. La oración de Adviento, con Maria y en camino hacia la Navidad, es creer en la fuerza del amor de Dios que quiere penetrar en nosotros. Dejemos de lado los temores. Y pedir, anhelar, que el Señor venga a nosotros es reconocer que ya está dentro de nosotros, dispuesto a actuar. Si le dejamos.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 15, 45-46


28.

LA MADRE DE CRISTO ES LA LLENA DE GRACIA Y LA PERSONA HUMANA REALIZADA CON MAYOR PLENITUD Y Y MAS SEMEJANTE A DIOS.

REVELACIÓN E HISTORIA.

1. El Génesis nos describe poéticamente el momento posterior al primer pecado de los hombres, que introduce la muerte en el mundo. Intervienen cuatro protagonistas. Dios, a quien se ofende; la serpiente que tienta, y Adán y Eva. Al desobedecer, pecan y pierden la gracia; de amigos de Dios, se han convertido en enemigos; han perdido también los dones preternaturales: la inmunidad de la concupiscencia, que les hace verse desnudos; la ciencia infusa, que les desprovee del don de sabiduría; la impasibilidad, o incapacidad de padecer y la inmortalidad, por la que no habrían pasado por la muerte. Se ven despojados, experimentan su creaturiedad, pobreza y desamparo.

2. Cuando Dios, como Señor supremo, pide cuentas, los culpables presentan excusas, en vez de reconocer su pecado y pedir perdón con humildad. Pero para ellos, es evidente su desnudez: "Se abrieron sus ojos y conocieron que estaban desnudos". "Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo porque estaba desnudo, y me escondí". La presencia de Dios les atemoriza porque han roto la amistad. Han cortado el diálogo con Dios, para el que habían sido creados (Vaticano II). El hombre y la mujer dialogaban con Dios, cuando "paseaba por el jardín a la brisa de la tarde". ¡Sería tan hermosa aquella conversación, y tan letificante, para Dios, que "tiene sus delicias en estar con los hombres" (Prv 8,31), y para los dos hijos de Dios que participan de su sabiduría, familiaridad y amor! El pecado ha destruido esa maravilla. Eva ha fracasado como madre, porque ha acarreado a toda la raza humana las consecuencias del pecado: la conflictividad con el Creador, y con sus criaturas. Vertical y horizontal.

3. Apenas han pecado, han sentido el aldabonazo de la conciencia, golpeando aceleradamente en su alma: Has ofendido a Dios, se va a cumplir la palabra que te dijo Yavé: "Morirás". Es un momento trágico de angustia insoportable; es una situación de descalabro, de bancarrota total. Nunca podremos saber la profundidad del dolor interno de nuestros primeros padres después del pecado. Podemos rastrear algo por lo que nosotros hemos sentido al pecar, pero teniendo en cuenta que nosotros conocemos la existencia de los Sacramentos y que no hemos experimentado el estado de excepción y de privilegio suyo. Ellos perdían dones sobrenaturales: gracia, virtudes infusas, dones del Espíritu Santo. Perdían los dones preternaturales; la inmunidad de la concupiscencia, sobre todo. Caían de muy alto a muy profundo. Se reconocen responsables. Externamente todo sigue igual, pero el pecado hace que en su conciencia lo vean todo en su carácter doloroso y penoso. Tenían motivos para desesperarse.

4. Pero Dios es bueno siempre, siempre es fiel (1 Tes 5,24). Y aquellas eran sus criaturas, eran hijos, aunque han perdido la filiación. No les va a ahorrar el sufrimiento necesario para la expiación, pero no les va a abandonar: ""Dios hizo al hombre y a la mujer, unas túnicas de piel y los vistió". Cubriendo la desnudez de su creaturiedad, descubre la ternura del Padre. "El Padre Eterno...decretó elevar a los hombres a la participación de su vida divina y,caidos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su ayuda en atención a Cristo Redentor" (Lumen Gentium, 2). Les anuncia un Redentor. "Y dijo a la serpiente: Establezco enemistades entre tí y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te aplastará la cabeza" Génesis 3,9.

5. Ya está aquí la nueva Mujer: Una mujer fracasa, pero a Dios no se le acaban los resortes: los hombres serán redimidos por el Hijo de la Mujer. La enemistad de María con la serpiente entre todos los humanos, la constituye en mujer libre del pecado original. "Tú no morirás. Esta ley es para los demás, no para tí" (Est 15,13). Una mujer libre del pecado, como Ester de la muerte decretada por el rey Asuero para todos los judíos. Una mujer en la que el enemigo no ha encontrado ni un solo resquicio por el que introducir el pecado. Ese es el sentido profundo de la fiesta que hoy celebramos: La Inmaculada Concepción: "Estoy llena del gozo de mi Señor, porque me ha vestido un traje de triunfo, me ha cubierto con túnica de victoria; me ha enjoyado como una novia para sus bodas" (Is 61,10).Sólo la sabiduría de Dios puede capacitar al hombre para comprender esta suprema gracia de la preservación del pecado, haciéndonos conocer el mismo pecado en su propia identidad como misterio de iniquidad, y que en nuestra sociedad ha llegado a perder la conciencia de su realidad.

6. San Pablo nos exhorta a imitar la santidad de María: "Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo,...nos eligió en Cristo, para que fuésemos santos e irreprochables ante El por el amor. El nos ha destinado a ser sus hijos" Efesios 1,3. Nuestro fin es ser santos.

7. San Lucas nos ha narrado el cumplimiento de la promesa: "No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios... Hágase en mí según tu Palabra" Lucas 1,26. Dios ha hecho INMACULADA a la Madre de su Hijo, porque había de ser su Madre y, por tanto había de transmitirle, en cuanto hombre, según las leyes mendelianas, sus cualidades físicas, biológicas, psíquicas y espirituales. Jesús, "imagen de Dios invisible" como Persona Divina Hijo de Dios, había de ser genéticamente, como Hombre, el puro retrato de su Madre, en lo ontológico, en lo físico ( sus mismas manos, el color de sus ojos, su aire al caminar, su finura y sencillez y majestad... un no sé qué que tienen las almas regias, sus mismos gestos característicos...)y en lo moral. Humanamente Jesús no tiene padre, y recibe los 45 cromosomas biológicos de su Madre Adorable. La maternidad divina de María es su participación en la humanidad de Cristo. El más pequeño pecado en María habría dejado en ella una disposición negativa, que hubiera contrariado su perfecta disposición para ser la Madre de Cristo. Si esta situación de María comporta una gran familiaridad con Dios por su semejanza mayor debida a la plenitud de su gracia, socialmente, será causa de una gran dificultad y dolor, teniendo que convivir con los pecadores a quienes, desde niña, ya con sus compañeras, le es difícil comprender. Veía que mentían, que eran coquetas, que desobedecían... y la llena de gracia, no lo podía entender... No había en ella concupiscencia, porque toda ella estaba sometida a Dios y todas sus fuerzas obedecían a su voluntad y razón ordenadas y rectas.

8. Los grandes teólogos no siempre estuvieron de acuerdo en el misterio de la concepción inmaculada de María. Hubo disidencias, por salvar la universalidad del pecado, y la universalidad de la redención. Pero Dios providente, fue revelando progresivamente la verdad: En 1830, a través de Santa Catalina Labouré al entregarle la Mealla Milagrosa: ¡Oh María sin pecado concebida! Y 24 años después, Pío IX definió el dogma, tal día como hoy, en 1854. Fué un Cardenal de la Iglesia: Lambruschini, quien viendo al papa Pío IX triste y abatido por los conflictos que azotaban a la Iglesia le aconsejó apresurar la definición. Cuatro años después, el 25 de marzo de 1858, la Virgen le dirá en Lourdes a Bernadette, "Soy la Inmaculada Concepción".

9. El pueblo cristiano ha dirigido siempre a María las alabanzas con que los hijos de Israel bendijeron a Judit, después de haber vencido a Holofernes: "Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la gloria de Israel, tú el orgullo de nuestra raza" (Jdt 15,25). Te damos gracias, Señor, porque preservaste a María de toda mancha de pecado original, para que fuese madre de tu Hijo, y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de hermosura. "Purísima había de ser, la Virgen de la que naciera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima, la que entre todos los hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad" (PE).

10 Estas son "las maravillas que ha hecho el Señor, la victoria alcanzada por su santo y poderoso brazo, acordándose de su fidelidad en favor de la casa de Israel. Por eso, "cantad al Señor un cántico nuevo" Salmo 97.

11. Pidamos a María Inmaculada, que participa en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo, que todos sus hijos deseen esa misma gloria y caminen hacia ella. Que interceda por la salud de los enfermos, el consuelo de los tristes y el perdón de los pecadores. A ella, que fue madre de familia, que interceda para que todas las madres de la tierra fomenten en su hogares el amor y la santidad. Y que todos los difuntos alcancen con todos los santos la felicidad del cielo.

12.Vamos a continuar el santo sacrificio. Haremos la profesión de nuestra fe con firmeza. Cantaremos la santidad del Dios tres veces santo, con alegría. Invocaremos al Espíritu Santo para que realice la maravilla grandiosa de la consagración, como fecundó a María para que naciera de ella Jesús, fruto bendito de su vientre, y comeremos su cuerpo, camino de santidad y prenda de vida eterna.

J. MARTI BALLESTER


29.

1. LECTURAS

Génesis 3, 9-15.20 : " Establezco hostilidades entre ti {serpiente-diablo} y la mujer.... Ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón".

Carta de Pablo a los Efesios 1, 3-6.11-12: "Él {Dios Padre} nos ha elegido en la persona de Cristo...para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor.."

Evangelio.Lucas 1, 26-38: "Alégrate {María}, llena de gracia, el Señor está contigo..... No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios.."

2. María, la mujer agraciada, esperanzada, primera redimida

Celebrar la fiesta de la Inmaculada en Adviento, cuando la liturgia se centra en la esperanza del Mesías, es un detalle convencional, y a más de uno puede resultarle extraño... Pero en realidad la celebración de éste y otros misterios de María siempre nos introduce en la meditación del plan salvífico, y eso resulta muy grato a cualquier alma sensible...

En cuanto al modo de honrar en este día a la Virgen, unos preferirán proclamarla poéticamente como la única mujer Inmaculada, sin mancha de pecado original, y recordarán la predileccion popular y española de esta fiesta; y otros se recrearán venerándola en la plenitud de gracia que recibió en ese día de la Concepción para ser digna madre y corredentora....

En este boceto de homilía vamos a sugerir la glosa a tres plenitudes que se dieron en María:

-la plenitud de vida en gracia que gratuitamente le fue otorgada, desde su concepción, sin mácula alguna. En ella subrayaríamos la intensidad de un amor divino que, si bien irradió bondad por todas partes y a todas sus criaturas, se desbordó en la predilección y preparación de MARÍA, convocándola para ser mediadora en la obra de la encarnación y salvación...

-la plenitud de vida en esperanza que la Virgen cultivó sin claudicación alguna en la confianza de que el Mesías había de llegar ... En ella subrayaríamos la intensidad de vida orante y confiada con la que se sumó a los mejores hijos de Israel, los pobres de Yavé, los espíritus y almas limpias, que estuvieron siempre atentos al susurro del Espíritu, a la fuerza y al consuelo de la Palabra, al advenimiento del Mesías, y a las lágrimas de los pecadores que confiaban en la misericordia de Dios ...

-y la plenitud de entrega a los planes de Dios como modelo de creyente que puso en el corazón o voluntad del Padre todo su ser .... En ella subrayaríamos su asociación a la obra redentora de Jesús, entre nieblas que le escondían el secreto de los misterios pero que no le impedían el ofrecimiento de una disponibilidad total, viviendo olvida de sí misma y al servicio de los demás en el dolor y el gozo, en la cruz y en la resurreccción ....

Nunca debemos olvidar que María, la primera entre los redimidos, realizó en la tierra la más subida experiencia de fe, esperanza, amor y fidelidad al Padre, en el Hijo, por el Espíritu .

Teniendo, pues, a MARÍA como la agraciada, la esperanzada, la más firme en la fe.., veamos cómo la liturgia nos la va presentando amorosamente en tres tiempos y tres gestos sucesivos que ya son clásicos.

3. Primero: María con la mujer y la serpiente (Gén.3)

Este primer tiempo y gesto es bíblico. Acontece en el ámbito mismo de la creación de los seres racionales y libres... Acontece allí donde el amor de Dios creador infundió el aliento de su espíritu para que el barro comenzara a pensar y a amar ... Adán y Eva en el jardín somos todos los hombres. Somos aquella obra genesíaca "meditada" por Dios creador, antes de realizarla, por cuanto trataba de conferir a unas criaturas el don de la palabra, del amor, de la libertad...

Quien nos creó era muy consciente de que ponía el pensamiento, la voluntad, las pasiones y la libertad en vasijas de barro muy frágil; pero no encontraba otra forma de darnos una participación de su vida íntima y misteriosa que no fuera frágil ... Y al vernos como "su obra", le gustamos; era "buena"... ¡Nosotros podíamos darle gloria como él nos dio vida ...!

Lo malo fue que en el juego de pasiones, libertad, voluntad y entendimiento (como obra finita, limitada, expuesta a pulsiones y contradicciones) , muy pronto se quebró la armonía interior de su ser, a causa, sobre todo, de que la soberbia imbécil quiso construir su imperio para dominar el campo de acción, y esto le llevó a enfrentarse con el Creador y su ley de vida y amor... ¡Qué necedad ! ¡Qué irresponsable el hombre! Perdido el equilibrio a golpe de pasiones, el corazón de los hombres se hizo prisionero de sus tendencias malsanas y donde había amor cultivó el odio, donde había generosidad germinó el egoísmo, y donde había paz estalló la guerra ... Por esa vía Dios y el hombre se distanciaron y comenzaron a ignorarse, y los hombres fabricaron las leyes de su interés egocéntrico....

El creador condenó esas acciones, llamadas pecados, simbolizadas en la desnudez que se hizo vergonzosa y provocativa, y en la serpiente que insuflaba pensamientos viles..., y privó a su criatura de experimentar su presencia por doquier.. ¡El hombre se hizo errante en el espíritu ...!

Pero Dios, que no abandona sus obras, que no las condena para siempre sino que las rectifica y sana, vino en su ayuda de la forma más delicada y bella. Pensó en formar una mujer nueva, de espíritu limpio, que pisoteara a la serpiente o pecado con su virtud y que abriera horizontes de esperanza para un mañana de amistad recuperada entre el hombre y su Dios... Esa mujer sería MARIA...

4. Segundo: el Padre nos elige a María y a todos en Cristo(Ef.1)

Quien nos creó por amor, por amor quiso perdonarnos...Y abrió en su mente un proyecto nuevo, restaurador, salvífico, en el que nos encerró a todos, sin que ninguno de los creados quedara fuera de su nueva creación en amistad y gracia ....Nos reeligió para salvarnos....

De ese proyecto formarían parte, ¡oh maravilla!, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, y una mujer, María .... El Padre enviaría a su Hijo al mundo, quien, por obra del Espíritu, tomaría una naturaleza humana en las entrañas de María, y esa naturaleza, al ser pensante, libre, pasional y corporal, le permitiría pisar el polvo de la tierra y clavarse sus espinas...

El Padre contempló este proyecto y lo amó ...El Verbo se haría carne, hombre.. Lo labraría delicadamente el Espíritu en las entrañas de una doncella, y todos serían salvos en él y por él ... ¿Cómo ocultar tal grandioso proyecto? ... Lo conocería muy nebulosamente Israel a quien el Espíritu se lo revelaría por los profetas ... El Verbo, el Mesías, vendría a salvarnos.. Y la primera salvada, redimida, sería la doncella elegida por madre, la Inmaculada....

5. Tercero: la nueva mujer, madre, es concebida sin pecado(Lc.1)

María es la mujer nueva; y su Concepción, una de las locuras del amor, del amor divino para con nosotros.... Veámosla bien: primero, como exenta y libre de pecado, es decir, de todo rastro de infidelidad, pues el Padre la amó y le aplicó anticipadamente toda la obra redentora que iba a realizar su Hijo, Jesús; después, como envuelta en el raudal de gracias con que el Padre la colmó, por ser su predilecta en el concierto de los hijos elegidos ....

Para hablar de esa "agraciada de Dios", el evangelio de hoy no tuvo página más bella que la del encuentro de un mensajero de Dios, el ángel, con la doncella amada, en su cocina, cámara o taller.... Es tan sublime lo que se le comunica a María en esa entrevista, y tan sorprendente la colaboración que se le pide, que cualquier forma literaria resulta insuficiente para describir la intimidad del misterio...Dios cuenta con María. María se ofrece a Él...

6.¿Qué podemos acentuar al final?

Señalemos la delicadeza femenina de nuestro Dios en su termura, y el realismo de una doncella de carne y hueso, cocinera y costurera, amable y piadosísima, que entra a formar parte del plan salvífico de toda la humanidad ...¡Qué hermoso es hacerlo presente en la conciencia de los creyentes cuando esperamos la venida del Hijo, Mesias y Salvador..!

Comisión de Predicación
Convento de San Gregorio. Valladolid
Orden de Predicadores - Familia Dominicana


30.

LA FIESTA DE HOY

La fiesta de la Inmaculada se encuentra en pleno tiempo de Adviento. Por lo tanto, necesitaremos saber situarla en el contexto de un tiempo litúrgico que marca toda la vida de la comunidad y toda la ambientación material y espiritual de estas semanas. Por un lado, una fiesta de la Virgen nunca puede distorsionar ni romper el ambiente del Adviento, porque María es precisamente uno de los personajes típicos de este tiempo de preparación de la Navidad. Por lo tanto, será lógico que se mantengan aquellos elementos que marcan el ritmo propio de estos días: la corona de Adviento (que seguirá con los dos cirios encendidos), algún cartel o póster que hayamos colocado, la imagen de María (que precisamente hoy adquiere un relieve especial), etc.

Con todo, la fiesta de la Inmaculada tiene una personalidad propia que debe quedar muy remarcada, sobre todo porque dentro de dos domingos, en el cuarto de Adviento, repetiremos el mismo evangelio, y entonces sí que llegará el momento de hablar de María como personaje típico del Adviento. Sin romper, pues, deberemos dar hoy un tono especial y más solemne a toda la celebración: el color blanco, las flores, el Gloria, los cantos de la Virgen, etc.

EL DESIGNIO AMOROSO DE DIOS

La fiesta de hoy debe insistir en el designio amoroso de Dios hacia todos los hombres. Al fin y al cabo, el privilegio de la concepción inmaculada de María es en último término un medio para la salvación de todos que vendrá por Jesucristo, su hijo. Este designio queda muy bien descrito en la segunda lectura, de san Pablo a los Efesios: él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.

Sin embargo la realidad es muy distinta. El conocido texto de Génesis, en la primera lectura, se ha encargado de recordarnos nuestra condición pecadora, igualmente desde el principio de la existencia humana. El hombre debe vivir con esta realidad; es el paraíso perdido. La celebración de hoy debería ayudar a reflexionar sobre esta experiencia, realmente bastante olvidada en nuestros días: debemos reconocernos débiles, limitados, pecadores. Si somos verdaderamente honestos, nos daremos cuenta de que estamos desnudos ante Dios.

MARÍA INAUGURA UN TIEMPO NUEVO

Sin embargo, el designio amoroso de Dios sigue, y encontrará su plenitud en Jesucristo, el único capaz de liberarnos del lastre del pecado: él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos (...). Por su medio hemos heredado también nosotros. María inaugura un tiempo nuevo, el tiempo de esta salvación obtenida por Jesucristo. Todos los textos eucológicos propios del día (oraciones, antífonas, prefacio) se encargan de recordarnos el núcleo del dogma que hoy celebramos: para preparar una mansión digna de su Hijo, Dios preservó a María de toda mancha, la concebió purísima, libre de pecado. Todo ella es digno de ser recordado, y con gran motivo la Iglesia celebra la pureza de María y el gran amor de Dios derramado sobre ella.

No obstante, no todo termina en la exaltación de la Virgen María. Tenemos mucho que aprender de ella: para nosotros es modelo y ejemplo. Ella, la llena de gracia, es una mujer humilde y sencilla, que al recibir el anuncio de Dios se turba, tiene miedo, y duda, no termina de entender. Pero es capaz de decir que sí a la acción de Dios: María acoge este Espíritu Santo que la convertirá en madre del salvador. Cierto que ella ya era llena de gracia, pero su acto de fe, su sí personal, también es necesario. Como nosotros, que hemos recibido tantas gracias y favores de Dios, y debemos saber reconocerlos, y agradecerlos, y colaborar activamente en la acción de Dios sobre nuestro.

CAMINO DE PURIFICACIÓN

Finalmente, el texto de las oraciones nos recuerda que en último término lo que deseamos es intentar vivir también nosotros libres del pecado: concédenos, por su intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas; guárdanos también a nosotros, por su poderosa intercesión, limpios de todo pecado; que el sacramento que hemos recibido repare en nosotros los efectos de aquel primer pecado. Sabemos que esto es completamente imposible en este mundo, que la plenitud sólo será en la vida eterna, pero sin embargo nuestra vida es un camino de búsqueda de la santidad, en el que tenemos el ejemplo y la intercesión de María, la Inmaculada.

XAVIER AYMERICH
MISA DOMINICAL 1999, 15, 47-48


31.COMENTARIO 1

JESUS, EL MESIAS ESPERADO


RUPTURA CON EL PASADO:

DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO

«En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María» (1,26-27). Trazado ya el eje horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes» (tiempo) y «Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial, «Galilea», al que seguirá más tarde el dato temporal («César Augusto, cf. 2,1).

El zoom de aproximación funciona esta vez con más preci­sión: «a un pueblo que se llamaba Nazaret». Aunque en el epi­sodio anterior se sobrentendía que se trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo, por razones teológicas Lucas omitió mencio­nar una y otro, limitándose a encuadrar el relato en «el santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.

El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado. Nazaret no es nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna; esta segun­da intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado.

Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una mujer «virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre (José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón, explicitándose la ascenden­cia a propósito de Isabel (lit. «una de las hijas de Aarón»); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea masculina, José («de la estirpe de David»). Isabel era «estéril» y «de edad avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no se menciona ascendencia alguna ni se habla de observancia. María representa a «los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios («virgen», subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret).

Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto mes» en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción de Jesús en el marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora «el día sexto», Dios va a completar la creación del Hombre.

El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no entró, sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y la saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo» (1,28). La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría (cf. Zac 9,9; Sof 3,14). El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que Dios te ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia ante Dios») son equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que «el favor / la gracia de Dios descansaba sobre él» (2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está contigo» es una fórmula usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje (Lc 1,66 [Juan B.]; Hch 7,9 [José, hijo de Jacob]; 10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y de Cirene]; 18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál sería el sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1,29b).



HIJO DEL ALTÍSIMO

Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID = REY UNIVERSAL


«No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.

A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo «virgen». La construcción lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emma­nuel» (Is 7,14). La anunciación es vista por Lucas como el cum­plimiento de dicha profecía (cf. Mt 1,22-23).

Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de «Juan», aquí es María, contra toda costum­bre, la que impondrá a su hijo el nombre de «Jesús» («Dios salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la paterni­dad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin» (1,32-33).

Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús serán «grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que será «el más grande de los nacidos de mujer» (cf. 7,28), por su talante ascético (cf 1,15b; 7,33) y su condición de profeta eximio, superior a los antiguos, por haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre» (cf. 1,15c); Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divi­na, por eso lo reconocerán como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender direc­tamente de él.


«Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento; no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento. La heren­cia de David le correspondería si fuera hijo de José («de la estirpe de David»), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de Dios («le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus, el Israel escatoló­gico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (2Sm 7,12), pero no será el hijo/sucesor de David (cf. Lc 20,41-44), sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14).



LA NUEVA TRADICION INICIADA POR EL ESPÍRITU SANTO

María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse: «¿Cómo su­cederá esto, si no vivo con un hombre?» (lit. «no estoy conocien­do varón», 1,34): el Israel fiel a las promesas no espera vida/fe­cundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea davídica (José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa.

Son muy variadas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina «desposada» ya, pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un pro­cedimiento literario destinado a preparar el camino para el anun­cio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente.

La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer, lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios"» (1,35). María va a tener un hijo sin concurso humano.

A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los após­toles (cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea de «la gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la asamblea israelita (Ex 40,38), de­signando la presencia activa de Dios sobre su pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María, de tal modo que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una palabra: el Mesías (= el Ungido).

Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.

La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador/ Salvador, la que no le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el hom­bre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestra­les del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.

Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo (cf 11,13). María ha resultado ser la primera gran «favorecida/agraciada»; Jesús será «el Mesías/Un­gido» o «Cristo»; nosotros seremos los «cristianos», no de nom­bre, sino de hecho, siempre que, como María, nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatis­mos del pasado (familiar, religioso, nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose espontáneamente bajo for­ma de frutos abundantes para los demás.



LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS

La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por con­siderar que tanto su senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba (cf 1,18), se tradujo en «sordomudez». A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible» (1,36).

La repetición, por tercera vez (cf 1,7.18.36), del tema de la «vejez/esterilidad» sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los «seis meses» constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato) el nacimiento del Hom­bre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha de­vuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era «virgen», sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en pe­ligro la realización del proyecto más querido de Dios.



EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO

Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO


Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su pro­yecto (lo estaba «esperando» el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a). María no es «una sierva», sino «la sierva del Señor», en representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.

El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamen­te: «Y el ángel la dejó» (1,38b). La presencia del mismo mensa­jero, Gabriel, que, estando «a las órdenes inmediatas de Dios» (1,19a), «ha sido enviado» a Zacarías (1,19b), primero, apare­ciéndosele «de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11), y luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26), presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión, se comprue­ba su partida.

La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol genealógico del pueblo escogido: Judea/ Jerusalén, región profundamente religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley; servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia; ante el anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobre­cogido de espanto, replicó, se mostró incrédulo, pues no tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido.

La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región paganiza­da; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecun­dada por varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.

No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo huma­namente viable, cree de veras que para Dios no hay nada impo­sible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María, dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-­Dios, el Hombre que no se entronca -por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.


COMENTARIO 2

En plena preparación para las celebraciones de la Navidad, nos presenta la liturgia la figura de María en el misterio de su Inmaculada Concepción.

La lectura del evangelio de san Lucas nos es muy conocida, es la anunciación del arcángel Gabriel a María de que será la madre del Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador del mundo. El relato nos es familiar porque en la Biblia leemos muchas anunciaciones, muchas vocaciones. Podemos decir que aquí no se trata solo de la anunciación a María, sino también de su vocación. Es llamada a colaborar decididamente en el plan de Dios. Se espera su consentimiento a los planes del Padre, su entera sumisión a su voluntad. Y se le revela que Dios la ha amado y dotado de una gracia sobreabundante en atención a la misión que se le confía: la de ser madre del Mesías. Leemos que María terminó manifestando total disponibilidad a esa misión. Sus palabras son ejemplares: "aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra".

Ahora María espera el nacimiento del hijo concebido en su seno con la gracia y el poder creador de Dios. Como esperamos nosotros que llegue la Navidad para adorarlo y bendecirlo. Se nos propone asumir en este Adviento las actitudes de María: humilde disponibilidad a la voluntad de Dios sobre nosotros, gozosa acogida de su palabra, fidelidad a nuestra vocación de cristianos y a la tarea que a cada uno nos ha asignado Dios en su Iglesia. Seguros de que participamos también de la gracia sobreabundante con que María fue dotada, y de que se espera de nosotros, de la iglesia, que, como María, hagamos nacer a Cristo en el corazón de tantos y tantos que no lo conocen, que no han escuchado su palabra de salvación.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


32. 2002

Según Gn 3, 9 ss, las relaciones entre la mujer original y el maligno están puestas en una permanente hostilidad. La razón que da el texto bíblico es que la mujer (tanto la original como todas las que le siguen) engendrará una descendencia que terminará derrotando -"aplastándole la cabeza"- al maligno. Aunque el texto se refiere directamente a la historia global de Israel, sin embargo, por la coincidencia de papeles entre la descendencia de la mujer y Jesús de Nazaret, el texto ha tenido siempre una gran resonancia en el corazón del cristianismo. No cuesta gran esfuerzo ver a María como la madre cuya descendencia -Jesús- derrotó definitivamente al maligno. La doctrina y las obras de Jesús, ratificadas con sus padecimientos, su muerte y su resurrección, son la prueba fehaciente. Todo esto nos debe colocar frente a la realidad bíblica, que nunca ha pretendido crear y ver en María una especie de diosa para el cristianismo, sino una mujer totalmente absorbida por la causa del Reino, a partir de su maternidad y sus relaciones con Jesús. La razón de ser de María es Jesús. Desde Jesús y en relación al mismo hay que ver el valor de su persona.

Las conceptos de San Pablo en Ef 1,3-6.11-12 nos deben quitar todo escrúpulo de ver en María a una mujer extraordinaria y, al mismo tiempo, deben llevarnos a una interpretación correcta del título que teológica y litúrgicamente hoy le damos de "inmaculada". San Pablo, refiriéndose a todo los cristianos, nos dice cosas tan bellas, que el único peligro es que no las creamos o que sólo se las apliquemos a personas privilegiadas. En primer lugar, nos dice que la elección de todo cristiano (por lo mismo la elección de María) sólo tiene sentido a partir de Cristo... Y después añade cosas tan preciosas como éstas: Que en Cristo quedamos llenos de bienes espirituales y celestiales... Que estos bienes nos convierten en santos e irreprochables ante Dios por el amor... Y que nuestra elección se da desde antes de la creación del mundo... Apliquémosle todo esto a María, y entenderemos perfectamente el misterio de la Inmaculada. Este misterio no es otra cosa que la elevación a mayor plenitud del ser cristiano. Y esta mayor plenitud se da en María en razón de su maternidad divina, ya que la plenitud total se encuentra en Cristo Jesús, el Señor.

Esta idea nos la amplía Lc 1, 26-38, en el llamado relato de la Anunciación. Cuando el Arcángel saluda a María, le dice: "Alégrate, tú, la llena del amor de Dios". Esta expresión "llena del amor de Dios" es la forma como traducimos a nuestro idioma el participio perfecto de la lengua griega. Un participio perfecto griego (lengua en que están escritos los evangelios) indica una acción plena, que empezó en el pasado, que sigue en el presente y continuará aún en el futuro, es decir, una acción que nunca ha sido interrumpida hasta el presente, ni lo será en el futuro. Por lo tanto, María es llamada por el mensajero divino "la que fue amada por Dios, lo sigue siendo y lo será para siempre". Es decir, María es "la plenamente amada", la persona que es objeto del amor más pleno de Dios. Todas las frases de alabanza que le damos a María deben ser entendidas como símbolos que tratan de expresar esta honda realidad de su ser de Madre de Jesús, Dios y "Ser Humano" verdadero.

Cuando los cristianos hablamos de María como "la Inmaculada", no podemos olvidarnos de que estamos hablando de una forma simbólica. El símbolo es la forma que tenemos los humanos para expresar de alguna manera inteligible las experiencias que tenemos de algún ser y que a veces nos queda casi imposible expresarlas por su inmensa riqueza. Lo que deberíamos hacer frente a cada palabra simbólica que tengamos delante (todos los títulos de María lo son) es ir a la fuente misma y tratar de entender la profundidad que nos quiere enseñar. Sólo así, yendo más allá de la literalidad exterior de las palabras y metiéndonos en la profundidad de sus contenidos y, sobre todo, del acontecimiento que quieren revelarnos, podremos acercarnos a la verdad honda de cada misterio religioso. Así nos daremos cuenta de que nuestro amor a María no debe ser solamente palabras o conceptos grandiosos de competencia con Jesús y los santos, sino realidad profunda e íntima que nos lleve a palpar exigencias de transformación personal y social.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


33. 2003

Gen 3, 9-15.20: Pondré enemistad entre ti y la mujer
Salmo responsorial: 97, 1-4
Ef 1, 3-6.11-12: Introducción de la carta
Lc 1, 26-38: Feliz porque has creído

Tanto María como José escuchan a los mensajeros de Dios. Hablan con ellos como si hablaran con Dios. Es esquema del “anuncio” a María es semejante a los anuncios del Antiguo Testamento relativos a Ismael, Isaac, Sansón y Samuel. Según Lucas, María es la “Hija de Sión”.

“Encarnarse” significa que algo espiritual toma carne en una realidad material, de ordinario frágil y aun pecaminosa. La encarnación cristiana indica que Dios asume la condición humana, a saber: Comparte nuestra pobreza y acepta nuestra miseria, para elevarnos a su propia vida. Dios se encarna silenciosamente en el seno de María, mujer sencilla, perteneciente a una aldea desconocida, al otro extremo de Jerusalén y del Templo judío. María es invitada por Dios a estar alegre “en el Salvador”; es la “privilegiada”, la favorecida, la bienaventurada, porque es creyente y está abierta a la voluntad de Dios.

En el evangelio de Lucas, el diálogo con María comienza con la exhortación a estar alegre (v.28). La alegría es, en la Biblia, una nota característica del cumplimiento de las promesas de Dios. Puesto que María recibe el favor de Dios, la expresión “llena de Gracia” reemplaza espontáneamente su nombre; así el alégrate, María se transforma en “alégrate, llena de gracia”. El Señor está de su lado: “ella ha encontrado su favor” (v.30). Todo sucede bajo el amor libre y gratuito de Dios. La fe es el don que inaugura el diálogo; Dios confía en María, y esto, a su vez, la hace confiar en El, la convierte en creyente. No hay razón para el temor, sino mas bien para la entrega (v.30). El miedo es precisamente lo que se opone a la confianza en Dios. La mirada que el Señor pone en María le pide la fe. Gracias a su respuesta, la joven judía participa en la obra de Dios.

Lo anunciado será obra del Espíritu Santo, la sombra del altísimo la cubrirá (vv. 32 y 35). El don de la encarnación ocurre en la historia, es la síntesis de la fuerza del Espíritu y de la debilidad de María. Su hijo será grande y será llamado “Hijo del Altísimo” (v. 32). La misión de Jesús está marcada por esta responsabilidad, en ella se cumple el gran proyecto salvador de Dios (Ef 1). María es como la nueva Eva (Gen 3,20), nombre que parece significar vida, vitalidad; De ahí la expresión “madre de los vivientes”. Por todo eso, la maternidad de María más que un don personal es un don a toda la humanidad en María. Se trata de un carisma, en el estricto sentido del término, un don que se da a una persona para beneficio de la comunidad. Todo don exige de nosotros una tarea y una responsabilidad. Somos cristianos, formamos una Iglesia en función de otros. De aquellos a los que debemos testimoniar el amor de Dios en toda circunstancia.

El texto de la carta a los efesios nos presenta el sentido profundo de la existencia humana. Hemos venido a este mundo para ser hijas e hijos de Dios (vv. 4 y 5). La filiación divina no se añade desde el exterior a la condición humana, ella es su razón de ser más íntima. La gratuidad del amor de Dios es la primera y la última palabra; pero no podemos aceptar el designio de amor y de paz de Dios si no lo hacemos carne en nuestro quehacer cotidiano, si no nos libramos de mezquinas comodidades, si no arriesgamos, como María.

Para nuestro pueblo María es la Madre ( con el niño) que concibe y fructifica; la Dolorosa (viuda a la que le matan el hijo), llena de dolores injustamente infligidos, y la Purísima (sin mancha), inmune a todo pecado por una gracia singular de Dios. Por el contrario, todos los seres humanos están dañados en su raíz. La contemplación de una mujer inmaculada, purísima, revela la decisión de Dios de hacer una nueva creación. La inmaculada es “el orgullo de nuestra naturaleza corrompida”, la creación nueva sin pecado.

Todas las festividades marianas tienen una connotación de fiesta popular dulce y entrañable. María, el polo femenino de un catolicismo “masculino”, lleva a cabo lo imposible: engendrar bajo la sombra del Espíritu de Dios. No vive en sueños, sino muy despierta, siempre receptiva al mensaje de Dios, escuchando y hablando lo justo, constantemente en movimiento “llevando” o “visitando”, y vive la entrega hasta el final al pie de la Cruz. Por ser la inmaculada, es asunta a los cielos.

El compromiso de la vida cristiana es dejarse fecundar por el Espíritu, escuchando la Palabra de Dios que llega por medio de mensajeros; teniendo en cuenta nuestra situación y nuestras fuerzas, pero respondiendo a Dios con confianza y entereza. El creyente debe dejarse encarnar por la Palabra de Dios. La Iglesia – con el Espíritu de Dios- debe encarnarse más y mejor en el pueblo. Así se recibe el anuncio y se anuncia el Evangelio.

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