VOTO
VocTEO
 

1. Promesa espontánea hecha a Dios de dar o de darle alguna cosa (Zorell, Lex. hebraicum, neder). El voto es un compromiso libre y personal. Su finalidad es glorificar a Dios, a quien se ofrece no sólo el simple acto, sino la voluntad libre de cumplirlo, reconociéndolo dueño absoluto de todo. El voto es algo profundamente arraigado en el ánimo del hombre religioso. En todas las religiones, desde el budismo hasta el islam, encontramos el voto, lo cual indica hasta qué punto es connatural al hombre religioso entablar relaciones especiales con Dios.

El voto constituye por sí mismo y de suyo un culto de adoración (latría). La cosa que se ofrece a Dios por voto se convierte en propiedad suya y adquiere una especie de consagración que la hace preciosa a sus ojos, pero incrementa la culpa en el caso de violación del compromiso tomado por medio del voto. La persona que hace el voto debe ser plenamente libre y consciente para hacerlo. Los votos que no se compaginan con las obligaciones del propio estado son todos ellos inválidos.

2. Los votos religiosos.- Los votos que se emiten sin una intervención directa de la Iglesia son considerados "privados" (aunque se hagan en público); son "públicos» los emitidos en manos de un superior legítimo, que los recibe en nombre de la Iglesia. El votante se obliga ante la Iglesia a mantener la castidad perfecta, a observar la pobreza evangélica, a obedecer a los superiores según las Constituciones de una sociedad religiosa aprobada por la Iglesia (CIC 308, 487 488). Los votos son un compromiso solemne y perpetuo de vivir de forma radical los consejos evangélicos. La castidad abrazada "por el Reino de los cielos" (Mt 19,12) tiene que ser apreciada como un don insigne de la gracia. En efecto, la castidad hace especialmente libre el corazón del hombre (cf 1 Cor 7 32-35), encendiéndolo en una caridad cada vez mayor por Dios y por todos los hombres (PC 12).

La pobreza voluntaria por seguimiento de Cristo "es sobre todo hoy un signo muy apreciado" (PC 13): es preciso que los religiosos sean pobres real y espiritualmente, participando así de la pobreza de Cristo.

Con la profesión de la obediencia los religiosos ofrecen a Dios la renuncia completa de su voluntad como sacrificio de ellos mismos, y por medio de ella se unen de manera más sólida y segura con la voluntad salvífica dé Dios (PC 14).

En efecto, la vida humana se resume en tres tendencias siempre en acción. La tendencia a poseer bienes materiales, que se manifiesta en el instinto de propiedad. La tendencia al placer sensible y carnal, que se expresa en la aspiración dominante al amor humano y a la constitución de una familia.

La tendencia a los bienes del espíritu, que se afirma en el uso autónomo de nuestra libertad. Los consejos evangélicos, consagrando positivamente al Padre en Jesucristo nuestras tres grandes aspiraciones vitales, significan de hecho la consagración de toda nuestra vida. Y puesto que con el pecado original la triple concupiscencia de que habla san Juan (1 Jn 2,6) tiende continuamente a desviar hacia el mal nuestras tendencias vitales, el voto representa también un remedio radical contra ella y un compromiso de purificación total (Carpentier).

La profesión religiosa se compara en la tradición monástica a un segundo bautismo. Esta doctrina es recogida por el Magisterio de la Iglesia y codificada en el concilio Vaticano II: "Toda la vida de los religiosos está puesta al servicio de Dios y esto constituye una cierta consagración peculiar, que se funda íntimamente en la consagración del bautismo y la expresa más plenamente" (PC 5).

La profesión de los votos religiosos hunde sus raíces en la consagración bautismal, haciendo que esa consagración sea aún más sólida y estable por los votos, con los que se representa a Cristo unido indisolublemente a su Esposa.

Los votos no son, por otra parte, una "renuncia". es éste un aspecto en el que se ha insistido demasiado haciéndolos aparecer como un " don'" que se hace a Dios y a veces como un desprecio de los otros valores; es más bien una "opción" que nos hace más libres de las preocupaciones terrenas, manifestando a todos los creyentes los bienes celestiales ya presentes en este mundo y la vida nueva que nos ha adquirido la redención de Cristo y preanunciando la futura resurrección y la gloria del Reino celestial.

Los consejos evangélicos son de un valor tan grande que han sido concedidos a la Iglesia (cf. LG 43) y manifiestan claramente la forma de vida que abrazó el Hijo de Dios, cuando vino al mundo a hacer la voluntad del Padre, y que él mismo propuso a los discípulos que le seguían.

A. A. Tozzi

Bibl.: AA. VV Votos religiosos, en DTVC, 1 887 - 1936; J Meyer, La vida consagrada por los consejos evangélicos: doctrina conciliar y desarrollos posteriores, R. Latourelle (ed.f, Vaticano II Balance y perspectivas, Sígueme, Salamanca 1989- 845-859; T Matura, El radicalismo evangélico, Publ, Claret, Madrid 1980; J de Sahagún Lucas, La vida sacerdotal y religiosa, Atenas, Madrid 1986.