SILENCIO
VocTEO
 

"No hay peor cháchara que la que se debe al discurrir o escribir sobre el silencio». Así escribía M. Heidegger en su El camino hacia el lenguaje; sin embargo, lo cierto es que hay que hablar del silencio, ya que sólo así podrá percibirse la grandeza de su ser. El silencio es lenguaje: más aún, constituye la fuente original de todo lenguaje verdadero y su fin último. El silencio no llega cuando la palabra se ha cansado de ser pronunciada o cuando no se encuentran ya palabras para continuar el discurso; al contrario, marca el comienzo de toda palabra verdadera y la posibilidad para alcanzar su profundo significado. Sin el silencio, la palabra quedaría huérfana, estaría privada de un lugar donde ponerse de manera significativa y sólo dejaría sitio al rumor, es decir, a la palabra interrumpida y privada de sentido; pero sin la palabra, también el silencio sería un simple sentimiento de vacío y de generalidades, al estar privado de un correspondiente preciso al que dirigirse. Todos sabemos por experiencia lo que es el silencio; sin embargo, hay que dar un paso de estos silencios al Silencio original, que es el que engloba y significa todo. Es éste el silencio que crea la reflexión y la sostiene, el silencio que existe sic et simpliciter como existe la vida, la muerte, el amor... Este silencio pertenece constitutivamente al hombre y lo caracteriza como ser en el mundo.

El hombre está determinado por el silencio; lo cualifica y condiciona y le permite expresarse a sí mismo en su intimidad y profundidad. El silencio, a su vez, se deja reconocer en un doble referente: la palabra y el hombre que lo realiza. Respecto a la palabra, el silencio es lo que confiere el sentido definitivo, ya que permite la pronunciación completa. Respecto al hombre, es lo que le consiente experimentar su libertad. El hombre parece estar casi suspendido en el silencio; en él cumple sus opciones fundamentales sobre el proyecto de su propia existencia; puede escoger salir del silencio, y por tanto decidir de sí mismo, o permanecer en el silencio y, en este caso, perderse por ser incapaz de decisión.

La Escritura pone el silencio como el escenario fundamental en que su contenido adquiere sentido. No existe una sola terminología para expresarlo; en el Antiguo Testamento hay por lo menos siete términos distintos para indicar las situaciones de silencio: desde el silencio de la noche hasta el del mudo, desde el silencio de la muerte hasta el del caos o del hombre perezoso; de todas formas, expresa el lugar privilegiado para la revelación, ya que indica el silencio que se debe mantener ante la Palabra. Cuando se habla de Dios, el silencio se toma como sinónimo de misterio y se pide a Yahveh que «no mantenga su rostro en silencio», es decir, que no se esconda dejando solo a su pueblo.

El Nuevo Testamento está escrito a la sombra de la palabra que habla y que revela el misterio de Dios; el silencio marca muchas de las etapas fundamentales de la vida de Jesús: cuando reza, cuando se retira «solo», a un "lugar solitario», cuando obedece al Padre... todos estos silencios encuentran su referente en la contemplación intratrinitaria. De todas formas, el silencio más expresivo es el de la cruz; el silencio que llega después del «grito» dirigido al Padre por su abandono. Este silencio revela la grandeza del amor y de la revelación, ya que introduce en la percepción del sentido profundo y original de la relación con Dios.

En la sociedad de nuestros días, que ha crecido a la sombra del ruido y de la multiplicación de las palabras, el silencio parece adquirir cada vez más valor hasta llegar a convertirse su búsqueda en uno de los signos de nuestro tiempo.

R. Fisichella

Bibl.: Silencio, en NDL, 1921-1930; R, Fisichella, Silencio, en DTF, 1368-1375; H, U von Balthasar. Palabra y silencio, en Ensayos teológicos, Verbum caro, Taurus, Madrid 1964, 167-190; F. Ulrich, El hombre y la palabra, en MS, II/2, 737-794; K Rahner Palabras al silencio, Verbo Divino, Estella "1992.