SENTIDO
VocTEO
 

Lo que permite ver realizada la genuina transparencia entre la esencia y la existencia. El sentido es la coherencia perfecta, la conformidad entre lo que se expresa y lo que se constituye su significado último; en una palabra, el sentido es lo que aparece y se impone con evidencia, es la evidencia misma que se da a conocer. El sujeto lo percibe en su "obviedad», en el momento en que se realiza como sujeto episémico, y a que el sentido es lo que le permite establecer que en su conocimiento se le da algo para que tenga un objeto que conocer.

Podemos poner como ejemplo dos expresiones de sentido: el de la revelación y la búsqueda incesante que hace el hombre para finalizar su existencia.

Por sentido de la revelación se entiende, esencialmente, la coherencia perfecta que existe entre la revelación y Jesús de Nazaret el revelador. Así constituye el sentido de la revelación, ya que en él se identifica el hecho de ser no sólo el revelador, sino el contenido de la revelación. El misterio de la encarnación indica el camino que hay que seguir para alcanzar este sentido: en efecto, con el misterio de Dios hecho hombre se asienta el criterio para el conocimiento adecuado y coherente que el hombre puede tener de Dios. Jesucristo revelador del misterio trinitario de Dios constituye, por tanto, la forma última de la comunicación real que se lleva a cabo. En él se tiene la transparencia entre lo que nosotros conocemos del misterio y lo que constituye el misterio mismo. Es verdad que su revelación no agota el misterio, pero para el conocimiento humano que lo percibe, en ella se da la forma definitiva de todo posible conocimiento, dado que lo que se conoce no procede de la reflexión personal, sino de la revelación divina.

Toda la existencia histórica de Jesús manifiesta su conciencia de estar revelando el misterio del Padre: su revelación es un "remitir" a él y a su misterio de amor. En él se encuentra una dialéctica necesaria para comprender la revelación, la de un desvelamiento y velamiento recíproco que permite conocer y comprender el misterio, pero al mismo tiempo dejarlo en aquel espacio que le es propio: su incomprensibilidad.

La muerte de Jesús de Nazaret expresa en lenguaje humano el acto supremo con que Dios ama a la humanidad. Constituye el signo último de un amor que sabe darse gratuitamente, sabiendo que la respuesta eventual nunca podrá ser conforme y correspondiente a ese amor. Sólo la muerte de Jesús logra corresponder al amor de Dios, ya que él mismo es el Dios que se da y el que lleva en sí el principio de resurrección. Aquí, el sentido que se da no puede recibir una forma ulterior; el hombre tiene que saber aceptar el carácter paradójico de esta muerte como el signo definitivo de sentido que choca contra todo sentido humano posible. El apóstol lo expresa claramente cuando afirma: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los paganos.

Porque lo que es necedad de Dios es más sabio que los hombres y lo que es debilidad de Dios es más fuerte que los hombres" (1 Cor 1,23-25).

Con búsqueda de sentido nos referimos a aquella incesante búsqueda fundamental sobre las cuestiones que constituyen la existencia personal: " ¿Quién soy?". A partir de aquí, el hombre problematiza su vida y la única pregunta se desmenuza en otras mil: "¿de dónde vengo?" "¿adónde voy?", "¿qué fin tiene mi vida?", "¿por que tengo que morir?", "¿qué será de mi vida después de la muerte?". No es posible soslayar ninguna de estas preguntas, si uno desea alcanzar una identidad personal que sea expresión de una opción libre por saber proyectar la propia existencia.

Desde que el hombre es hombre se ha situado ante su vida con estas preguntas; es interesante observar cómo surgen simultáneamente en él en varias regiones de la tierra. En torno al ario 500 a.C., en un proceso espiritual que transcurre entre el 800 y el 200 a,C., se encuentra la línea de demarcación del hombre tal como hoy lo conocemos: en China viven Confucio y LaoTze, en la India surgen los Upanishads y se vive el período de Buda, en Irán se escucha la predicación de Zaratustra, en Israel predican los grandes profetas Jeremías y Ezequiel, en Grecia es el período de Homero, Pitágoras, Parménides, Heráclito, Platón, Sófocles, Eurípides... Este período ve al hombre empeñado en dar respuesta a su innata búsqueda de sentido.

La búsqueda de sentido no se agota, ya que el hombre seguirá siendo siempre un enigma para él mismo y vivirá problematizando todas las realidades, a partir de sí mismo; es ésta la condición para que pueda seguir conociendo dinámicamente. La búsqueda de sentido ha encontrado diferentes respuestas en diversos niveles: la literatura, la filosofía, el arte y la religión intervienen, cada una por su lado, a diseñar una respuesta ante la persona.

Sólo en la medida en que la búsqueda se encuentre con el sentido verdadero y genuino, no producido por la reflexión personal, podrá pensarse que la búsqueda ha llegado a su fin; por consiguiente, este sentido tendrá que aparecer como gratuidad que se ofrece y como libertad más amplia que sale de la contradictoriedad personal. Se puede afirmar con toda justicia que el enigma "hombre" encuentra una solución a la luz de Cristo, ya que en él se resuelve la contradicción y la pregunta última, la muerte, queda derrotada por la victoria de la resurrección.

R. Fisichella

Bibl.: R. Fisichella. Sentido de la revelación, en DTF, 1351-1356; R. Latourelle, El hombre y sus problemas a la luz de Cristo, sígueme. Salamanca 1984; J. L. Ruiz de la Peña, El último sentido, Madrid 1980: P. Tillich, El coraje de vivir, Laia, Barcelona 1973: E, Lévinas, Totalidad e infinito, Sígueme, Salamanca 1977