RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
VocTEO
 

La resurrección, entendida como resurrección de los muertos o de la carne, es el acontecimiento parusíaco en virtud del cual el hombre, bajo la acción poderosa del Espíritu, quedará reintegrado y transfigurado en la totalidad de sus elementos psicosomáticos y llegará a su perfección personal y social al final de los tiempos. La resurrección es la extensión para los elegidos de la misma resurrección de Jesucristo.

En el Antiguo Testamento, la revelación de la resurrección es progresiva, En los salmos se abre camino la confianza en Dios, que no abandonará al justo al poder de la muerte. Los textos de Os 6,1-2 y de Ez 37,1-4 introducen el lenguaje de la resurrección, referido metafóricamente a la restauración de Israel. La resurrección y la entrada en la vida eterna aparecen en dos textos de la literatura martirológica: Dn 12,2 y 2Mac 7 En el ámbito del judaísmo es distinta la posición de los saduceos y la de los fariseos. Los primeros niegan la resurrección los segundos la sostienen, pero de una forma demasiado terrena y primitiva. Para el pensamiento judío, la resurrección no deja de ser una prerrogativa del Dios vivo.

En el Nuevo Testamento se profundiza en el tema de la resurrección. En los sinópticos, el único trozo explícito es la disputa de Jesús con los saduceos (Mc 12,18-27), en la que, apelando al poder del Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, Jesús afirma la resurrección no sólo como recuperación de la corporeidad, sino como un nuevo estado de vida («serán como los ángeles»). Los sinópticos no hablan de la resurrección universal, pero la presuponen en las palabras de Jesús sobre el juicio final (Mt 25,31-46). En Juan la resurrección se considera como un paso de la muerte a la vida, que comienza va a través de la fe en Cristo (Jn 3,36; 5~24) y de la participación eucarística (Jn 6), como en relación con el futuro último (Jn 6,40). En Juan aparece también la resurrección de los justos para la vida y la resurrección de los impíos para la condenación eterna (Jn 5,28-29). Esta misma concepción es la que aparece en Hch 24,15 y en Ap 20,13-15. En Pablo es donde se encuentra una teología más elaborada de la resurrección, centrada en Cristo (2 Tes 4,141 Rom 8,1 129; 1 Cor 15,12-49).

El bautismo en Cristo Jesús implica la participación en su misterio de muerte y resurrección (Rom 6,5). En 1 Cor 15 la resurrección es una promesa para el futuro del hombre y la esperanza en la resurrección es una verdad central de la fe. "Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó» ( 1 Cor 15,14). La resurrección de Cristo y la de los cristianos es una única realidad, de la que Cristo es primicia (1 Cor 15,20). El cuerpo resucitado será inmortal e incorruptible. La resurrección es un acontecimiento escatológico, vinculado a la parusía; el juicio universal es el fin del tiempo presente ( 1 Tes 6,16; 1 Cor 15,51ss). Aunque Pablo habla solamente de la resurrección de los justos, su teología del juicio universal presupone la resurrección de los impíos (1 Cor6,2; 2 Cor 5,10; Rom 2,1.12.16).

En el ámbito de la tradición eclesial, casi todos los apologetas de los primeros siglos se entretuvieron en la doctrina de la resurrección para defenderla contra los ataques que procedían sobre todo del mundo pagano y gnóstico.

Atenágoras escribe el primer tratado De resurrectione carnis. La postura de Orígenes y sobre todo la simplificación posterior de sus ideas, que identificó el cuerpo resucitado con un cuerpo ideal (la esfera), suscitó la reacción de la conciencia eclesial.

Santo Tomás dio una aportación decisiva para poner de relieve la resurrección como un postulado del ser hombre y la identidad del cuerpo como derivada de la pertenencia del mismo a la persona, en cuanto que considera al alma espiritual como forma del cuerpo, esencialmente ordenado al mismo.

El Magisterio expresó la fe de la Iglesia en la resurrección de los muertos en numerosos símbolos y fórmulas dogmáticas, ya desde los primeros siglos (DS 2, 5, 10-64). Encierran importancia especial los Símbolos Niceno-constantinopolitano (DS 150) y Atanasiano Quicumque (DS 76). Posteriormente, la Iglesia afirmó la identidad entre el cuerpo terreno y el cuerpo resucitado (DS 540; 684. 801). La bula de Benedicto XII, Benedictus Deus ( 1336), supera las incertidumbres sobre la espera del cielo hasta la resurrección de los muertos y declara que la visión beatífica tendrá lugar para los justos «antes incluso de la unión con sus cuerpos» (DS 1000).

El concilio Vaticano II se refiere a la resurrección como ya acontecida sacramentalmente (UR 22; LG 7) y como meta de la existencia vinculada a la parusía gloriosa de Cristo (LG 5 1; GS 22), La resurrección para el que ha obrado mal se menciona en el contexto del juicio universal (Jn 5,29. LG 48). La escatología contemporánea se desarrolla en la óptica de lo definitivo y pone de relieve una perspectiva personalizante cristocéntrica y comunitaria de la resurrección como cumplimiento definitivo del hombre en todas las dimensiones de su existencia.

A propósito de los diversos problemas planteados por la escatología contemporánea, la Congregación para la doctrina de la fe intervino con un Documento sobre algunas cuestiones relativas a la escatología ( 17 de mayo de 1979), donde se afirma: la extensión de la resurrección de Cristo a los elegidos, la resurrección del "hombre todo entero», la supervivencia y la subsistencia después de la muerte de un y o humano "aun faltándole entre tanto el complemento del cuerpo», la parusía "como distinta y diferida respecto a la situación que es propia de los hombres después de la muerte", y la glorificación corporal de María cómo anticipación de la que se reserva a los elegidos.

E. C Rava

Bibl.: G, Barbaglio. Resurrección e inmortalidad, en DTl, 1V, 140-165; R. Martin Achard, De la muerte a la resurrección según el Antiguo Testamento, Madrid 1967, AA, VV , Concilium 60 (1970), número monográfico; L. Boff, La resurrección de Cristo. Nuestra resurrección en la muerte, Sal Terrae, Santander 1981; J L. Ruiz de la Peña, otra dimensión, Sal Terrae, Santander 1986.