REINO DE DIOS
VocTEO
 

Esta expresión está ya presente en el Antiguo Testamento, inicialmente bajo la forma Yahveh malak (Yahveh reina) y más tarde también en la fórmula abstracta malkut Yahveh (reino de Yahveh). En la cultura de la época indica la soberanía de Dios que exige obediencia en el hombre y que le presta ayuda y protección. En el Nuevo Testamento esta expresión indica el núcleo central de la predicación de Jesús, resumido en las palabras: «El tiempo se ha cumplido y J el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el evangelio» (Mc 1,15). En Mateo aparece la variante «reino de los cielos», que traduce el hebreo malkut shamaim, utilizado en el judaísmo tardío por los rabinos para evitar la pronunciación del nombre sagrado de Yahveh. El lenguaje de Jesús era perfectamente comprensible por sus oyentes, a partir del uso veterotestamentario de esta palabra así como de las expectativas de sus contemporáneos. Sin embargo, ante el anuncio de Jesús esas expectativas eran totalmente inadecuadas, si se piensa en la novedad inherente a aquel «evangelio», que podía reducirse en pocas palabras a la identificación del Reino con la persona de Jesús. En efecto, Jesús manifiesta la pretensión inaudita de que la causa del Reino, que anunciaba con sus palabras y al que servía con sus obras, se identificaba precisamente con su propia causa, de manera que el Reino permanecía en pie o caía con su misma Persona. Éste es el motivo por el que, a pesar de anunciar siempre el Reino, Jesús no lo describe nunca, sino que alude siempre a él a través de semejanzas y de palabras. En efecto, descubrir el Reino significa descubrirlo a él; entrar en el Reino equivale a adherirse a su persona. Como decía Orígenes, Jesús es autobasileia, el Reino en persona. A este carácter cristológico del Reino, con el que va unido el carácter teológico por el que el anuncio del mismo es también el anuncio del señorío de Dios que es Padre, hay que añadir su carácter soteriológico. La venida del Reino es llegada de la gracia y de la salvación, el perdón gratuito de los pecados. De esto hablan esa «praxis del Reino» que son los milagros y los signos realizados por Jesús y su relación con los pecadores. «Entrar en el Reino» y «heredar el Reino» es lo mismo que «entrar en la vida» y heredarla. En el anuncio del Reino no falta el carácter de juicio, en cuanto que exige una respuesta inderogable. Las dos breves parábolas del tesoro y de la perla (cf Mt 13,44-46) expresan sus exigencias radicales.

El Reino de Dios anunciado por Jesús tiene también un carácter escatológico. Esta constatación ha sido precisamente la que dio paso al redescubrimiento de la escatología, que surgió como un correctivo del liberalismo teológico y que ha contribuido tanto al cambio del panorama cristológico y eclesiológico del siglo xx. Fue J Weis, a finales del XIX, el que subrayó con fuerza que el mensaje de Jesús no sólo había sido escatológico, sino que había sido «solamente» escatológico. Esta tesis dio origen a la formación de « sistemas» escatológicos sucesivos, opuestos unas veces y complementarios otras.

La cuestión, desde el punto de vista eclesiológico, era la de si, una vez establecido el carácter escatológico del Reino, quedaba sitio todavía para una «Iglesia». Recordemos la famosa frase de A. Loisy. «Jesús había anunciado el Reino..., y llegó la Iglesia». Se dirá más bien que, precisamente porque creía ya cercano el fin, Jesús no podía menos de intentar recoger al pueblo de Dios de los tiempos de la salvación. El único sentido de toda la actividad de Jesús, así como de su anuncio del Reino, es recoger al pueblo de Dios del final de los tiempos (J Jeremias, G. Lohfink).

La cuestión de la identidad o de la distinción entre Iglesia y Reino de Dios es bastante antigua. Muchos Padres de la Iglesia y teólogos medievales se expresaron en términos de identificación. Tampoco faltan defensores de esta tesis entre los teólogos contemporáneos (C. Journet), pero también hay quienes establecen entre estas dos realidades una mayor o menor distancia.

Esta tesis había sido sostenida sobre todo en la teología liberal y por los modernistas. La postura adoptada en este punto por el concilio Vaticano II es un tanto articulada. En primer lugar, respecto a la realidad futura del final de los tiempos, la Constitución Lumen gentium no parece indicar ninguna diferencia entre la Ecclesia consummata Y el Regnum consumnzatum. En la gloria del cielo la Iglesia tendrá su perfección y su cumplimiento glorioso (cf nn. 4§, 68). Por el contrario, en cuanto al tiempo presente, el Vaticano II relaciona el comienzo de la Iglesia con el anuncio de la llegada del Reino, de forma que habrá que decir que las dos realidades nacen simultáneamente (cf. LG 5). Más aún, habrá que añadir que precisamente en el crecimiento de la Iglesia está presente el crecimiento del Reino y que el desarrollo de ambos se realiza- únicamente en y por la conformación con Cristo que (la su vida por el mundo. De aquí se sigue que ser miembro del Reino supone una pertenencia, al menos implícita, a la Iglesia. Sin embargo, la Iglesia, aunque constituye en esta tierra el germen y el comienzo del Reino, lo es «in mysterio» (Ibíd.). Así pues, en el tiempo presente la Iglesia, aunque inseparable del Reino, es también diferente de él. Es su primicia y al mismo tiempo su «sacramento». El Reino no es solamente anunciado por la Iglesia, sino que hasta el final de los tiempos está contenido realmente en ella y es significado por ella.

Esta relación de unidad/diferencia entre la Iglesia y el Reino de Dios se convierte para la Iglesia en imperativo de invocación, de anuncio y de servicio. La Iglesia, enseñada por el Salvador, invoca continuamente: «¡Venga tu Reino!» (Lc 11,2; Mt 6,9). Al mismo tiempo lo anuncia a todas las gentes proclamando su fe en Jesús crucificado y resucitado, ya que el Reino es él mismo. Esta invocación y este anuncio se convierten en diakonía o servicio al Reino, de la misma manera que Jesús: con caridad, humildad y abnegación.

La Iglesia, finalmente, posee fuerzas que se derivan del actual señorío de Cristo y poderes que guardan una estrecha relación con el Reino de Dios. Jesús promete a Pedro «las llaves del reino de los cielos» (cf Mt 16,16-19). Jesús sigue ejerciendo su autoridad a través del servicio de la Iglesia, que se convierte de este modo en el lugar donde, después de marcharse Jesús, se reunirán todos los llamados al Reino de Dios. La ordenación de la Iglesia al Reino se revela de la forma más amplia en la celebración de la eucaristía. Aqui ella pasa ininterrumpidamente hacia aquel estado de cumplimiento en el que Dios será todo en todos y su Reino llegará a la perfección.

M. Semeraro

Bibl.: B. Klappert, Reino, en DTNT 1V 7082; J Fuellenbach, Reino de Dios, en DTF, 1115-1126; S. A. Panimolle, Reino de Dios en NDTB, 1609-1639; W Kasper Jesús, el Cristo. Sígueme, Salamanca 1978; W, Pannenberg, Teología y reino de Dios, Sigueme, Salamanca 1974; R, Schnackenburg, Reino y reinado de Dios, FAX, Madrid 1970