PROFECÍA
VocTEO
 

Forma peculiar de revelación que, manteniendo unidas las palabras signo, permite captar la dialéctica entre el desvelar y el velar del contenido revelado. Con esta definición se intenta recuperar los datos de la Escritura, superando la concepción común que la identifica como anuncio del futuro. Concebir la profecía con lo pre-videncia no deja de ser una herencia de una comprensión falsa y no coherente con los textos sagrados; se basaba en la concepción de que la profecía era un milagro de orden psicológico que manifestaba la omnisciencia de Dios. Puesto que Dios lo conoce todo, incluso el futuro y los futuribles, puede realizar el milagro de hacer que participe el hombre de este conocimiento suyo: en el momento en que esto sucede, estamos en presencia de una profecía. Esta perspectiva, consolidada durante varios siglos en toda la teología. ha quedado superada por los nuevos análisis bíblicos y teológicos. El profeta, en el Antiguo Testamento, debe considerarse a la luz de una llamada particular que Dios hace de una persona para confiarle una misión: el hombre se siente sometido a ella y obedece hasta dar su vida en el empeño. La profecía constituye el signo de Dios, que habla con su pueblo que le escucha: se construye entonces una especie de dialéctica entre el hablar del profeta en nombre de Yahveh y el escuchar de Israel. De la acogida o del rechazo de la palabra del profeta depende la suerte de felicidad o de desventura del pueblo. El profeta recurre también a los signos para imprimir más valor significativo a sus palabras : sin embargo, muchas veces no se le comprende. El profeta entonces pone el oráculo como una palabra que acompaña y explica el signo que ha puesto.

En tiempos de Jesús había desaparecido la profecía tal como había existido en tiempos del destierro; lo atestiguan los diversos textos rabínicos que afirman: ',Se ha apagado el espíritu de profecía y se ha consumado en Israel con Ageo, Zacarías y Malaquías». De todas formas, se habra mantenido una presencia profética a través de la lectura de los textos sagrados y de su comentario; además, se le reconoce una dote profética al sumo sacerdote, en virtud de su oficio. La persona de Juan Bautista y su predicación son capaces, en algunos aspectos, de suscitar en 1srael la esperanza de que Dios envíe de nuevo sus profetas. Su estilo de vida, los contenidos de su predicación y su misma muerte deben leerse en ésta perspectiva.

También Jesús de Nazaret, a pesar de que no se definió como profeta -hay tan sólo dos textos en que él habla explícitamente de sí mismo en este sentido: Mt 13,5 y Lc 13,33- fue comprendido por sus contemporáneos como un profeta. Los textos neotestamentarios muestran un doble modo de referirse a él: un profeta y el profeta: con el primero se hace referencia a uno de tantos profetas que habían aparecido en Israel; con el segundo, se piensa en el cumplimiento de la profecía de Dt 18,15-18. Se puede explicar esta impresión suscitada en la gente y en sus mismos discípulos si se piensa en algunos hechos que no podían ser interpretados de otra manera: 1) Jesús interpretaba las Escrituras: esta actividad era considerada como una forma profética peculiar. además, pensemos en que Jesús "actualizaba» en su propia persona algunas imágenes proféticas, como por ejemplo la del Siervo de Yahveh. 2) Jesús hacía profecías: su lenguaje era un lenguaje profético típico, hecho de " bendiciones» y " maldiciones", de anuncios de desgracia y de provocaciones contra el templo; dentro de este estilo, no se puede negar que habló también de acontecimientos futuros, como por ejemplo la destrucción del templo (Mc 13,]-2).3) Jesús realizaba gestos proféticos: pensemos en algunos de sus milagros como la curación del ciego y la multiplicación del pan, pero sobre todo en la maldición de la higuera (Mt 21,18) o cuando se puso a escribir por tierra ante las acusaciones contra la mujer adúltera (Jn 8,1-11). 4) Jesús anunciaba su muerte y su resurrección; también esto debe considerarse a la luz de un destino que veía delante de sí como fidelidad a la misión recibida. 5) Jesús tenía visiones; entre las más importantes, pensemos en la que se narra en Lc 10,18.

Estos cinco elementos permiten justificar la impresión del pueblo ante la persona de Jesús; la cristología neotestamentaria debió tenerlo en cuenta, pero comprendió también que el título de "profeta" era reductivo y no expresaba totalmente el misterio de su persona. Por eso son de gran importancia los textos en los que se dice que Jesús "es más que Jonás» (Mt 12,41); efectivamente, Jesús es el Hijo y sólo analógicamente puede ser llamado también profeta.

La Iglesia primitiva conoció también profetas. Eran hombres y mujeres (Hch 13,1; 21,3.11) que desempeñaban en la comunidad un papel fundamental: el de proponer de nuevo las palabras del Señor, movidos por la acción del Espíritu, durante la acción litúrgica. Son muchos los textos que hacen referencia a la presencia de los profetas y a su función en la comunidad cristiana (cf. 1 Cor 12-14); vale la pena recordar especialmente dos: 1 Cor 12,28-30 y Ef 4,1 1. En estos textos se pone a los profetas al lado de los apóstoles, como aquellos que desempeñan un ministerio institucional en la comunidad; se les considera como los fundamentos de la Iglesia, ya que estimulan ~ y dan enseñanzas concretas a la comunidad para que viva coherentemente la fe.

La profecía, al surgir los textos sagrados, asumió otras expresiones: se llama también profetas a los confesores y a los mártires. De todas formas, la Iglesia ha tenido siempre en el curso de su historia diversos ejemplos de profetas que propusieron a la comunidad la actualización de la palabra del señor: Julián de Norwich, Catalina de Sena, Juan Bosco, Adrienn von Speyr... son sólo un pálido ejemplo de la lista innumerable de nombres que podríamos citar. La profecía, más que mirar al futuro, habla al presente; es una palabra que, basándose en la del Señor conduce a la comunidad a lo largo de la historia frente a los gozos y preocupaciones que experimenta, La profecía debe considerarse como una forma permanente de memoria que obliga a no asumir nunca en la vida ninguna realidad creada como absoluta, sino más bien a relativizar todas las cosas ante lo único necesario. Es la expresión que garantiza que la revelación se ha dado va a la humanidad para que se convierta y crea en el amor del Padre.

A la luz de la profecía neotestamentaria, y con sus características, deben leerse las eventuales profecías ulteriores que acompañan a las visiones. Este género de profecías requieren un discernimiento particular con una criteriología severa que la Iglesia no ha tenido nunca miedo de aplicar con tal de defender al pueblo de Dios de eventuales falsos profetas y sobre todo, para garantizar la única profecía verdadera: la Palabra de Dios que se le ha confiado a la Iglesia.

R. Fisichella

Bibl.: R. Fisichella, Profecía, en DTF, 10681081. R. Latourelle, Teologia de la revelación,' Sígueme, Salamanca 1982; AA, vv,. Profetas verdaderos, profetas falsos, Salamanca 1976; L, Monloubou, Profetismo y profetas. Profeta. ¿quién eres tú?, FAX, Madrid 1971; E. Hernando, La contestación profética, Edicabi, Madrid 1979; J, L. Sicre, Profetismo en Israel, Verbo Divino, Estella 1992.