PRISCILIANISMO
VocTEO
 

La España cristiana del siglo IV demostró poseer una notable vitalidad teológica gracias a la obra de pensadores significativos como Potamio de Lisboa, Gregorio de Elvira, Paciano de Barcelona y Prudencio de Calahorra de esta misma vitalidad Expresión es también el priscilianismo, herejía que lleva el nombre de su fundador Prisciliano, laico culto educado en la universidad de Burdeos, de rígidas tendencias ascéticas. A la hora de divulgar su doctrina que, entre otras cosas, quería imponer a todo el clero el rigor de la vida monástica, Prisciliano chocó con los obispos Itacio de Ossonuba e Hidacio de Mérida, que lo acusaron de maniqueísmo. Por el contrario, encontró apoyo en otros dos obispos, Instancio y Salviano, que lo consagraron obispo de Ávila.

El concilio de Zaragoza (380) condenó las doctrinas de Prisciliano y de sus seguidores, pero no los excomulgó. El 381, Prisciliano buscó apoyo en el papa Dámaso y en Ambrosio de Milán, favorables al ascetismo, obteniendo además a través de ellos que el emperador Graciano abrogase el rescripto de condenación contra los maniqueos y los priscilianistas.

Con el asesinato del emperador Graciano, los encarnizados adversarios de Prisciliano, Hidacio e Itacio, insistieron tanto ante el usurpador Máximo, en la corte imperial de Tréveris, que obtuvieron la condenación de Prisciliano en un sínodo reunido en Burdeos (384), al que siguió la pena capital bajo la acusación de practicar maleficios. Era la primera vez que se castigaba con la pena de muerte a un presunto hereje.

Fue muy amplio el eco que obtuvo este episodio: el emperador Teodosio declaró nulas las actas de Máximo y fueron rehabilitados los seguidores de Prisciliano. Itacio de Ossonuba fue depuesto del episcopado, mientras que Hidacio se retiró espontáneamente.

Los despojos mortales de Prisciliano fueron devueltos a España y honrados como los de un mártir. Todo ello contribuyó a reforzar al grupo priscilianista, pero alimentó durante algunos años la polémica entre los seguidores y los adversarios del movimiento.

Desde un punto de vista doctrinal parece ser que el priscilianismo confundía las tres personas divinas, alineándose en posiciones sabelianas. Ésta fue realmente la acusación más grave y frecuente, tanto de los cánones conciliares de los siglos y como de los antiguos heresiólogo. Cristológicamente el priscilianismo, lo mismo que el apolinarismo, apreciaba la realidad divina del alma de Cristo. Más aún, parece ser que consideraba el alma humana como de substancia divina. En línea con esta concepción, encontró un puesto en este movimiento una tendencia encratita, expresada en un desprecio altanero del mundo material, en las reiteradas invitaciones al ayuno y en la abstinencia absoluta del matrimonio y de la generación.

En materia de sagradas Escrituras, la secta priscilianista afirmaba que Dios no limitó el Espíritu profético tan sólo a los libros canónicos; los libros considerados como apócrifos -a pesar de las posibles interpolaciones heterodoxas- merecían por consiguiente una atenta consideración.

Resulta difícil, sin embargo, definir el sentido exacto de la herejía priscilianista, tanto por la pérdida de los opúsculos de Prisciliano como debido al marcado esoterismo de la secta. El mismo corpus de escritos priscilianistas descubiertos en un manuscrito de Wurzburgo en 1889 y que son probablemente del mismo Prisciliano, si tenemos en cuenta su carácter apologético, no nos ofrece los aspectos doctrinalmente más característicos de esta secta, que se impuso por su empeño en la austeridad y por la búsqueda de una perfección no totalmente exenta de orgullo.

L. Padovese

 

Bibl.: M. Simonetti, Prisciliano - Priscilianismo, en DPAC, 11, 1834-1835; A. di Berardino (ed.), Patrologia, 111, BAC, Madrid 1981, 159-165; se dedican varios artículos al priscilianismo en Primera reunión gallega de estudios clásicos (Pontevedra, 2-4 de julio de 1979), Santiago de Compostela 1981, 185209, 210-236, 237-242.