PASIÓN Y MUERTE DE CRISTO
VocTEO
 

El término griego páscho (y el sustantivo derivado páthema) con el significado de experimentar, soportar, padecer, aparece en el Nuevo Testamento 42 veces, referido ordinariamente al sufrimiento de Cristo y del cristiano.

Históricamente está comprobado que a Jesús le infligieron sufrimientos y tormentos que culminaron en la crucifixión. No obstante, lo que más resalta en los escritos neotestamentarios son las frecuentes afirmaciones según las cuales su pasión y muerte tienen un valor de salvación para todos los hombres. Una visión semejante se encuentra va en las capas más antiguas de la formación del pensamiento neotestamentario (cf., por ejemplo, 1 Cor 15,13: Rom 4,24; 1 Tes 4,14: 1 Pe 3,18, etc.). Un buen número de autores ha avanzado la hipótesis de que semejante valoración de la pasión/muerte de Jesús debe considerarse como el fruto de la relectura del acontecimiento a la luz de la nueva comprensión que adquirieron los discípulos de la función y persona de Jesús después de su resurrección. No obstante, algunos estudios recientes han demostrado que esta idea debe remontarse al propio Jesús de la historia. Su "servicio» sin límites, su entrega incondicionada al Dios del Reino y al Reino de Dios como presencia y soberanía de Dios entre los hombres, encontró su cumplimiento y su sello en el don de sí mismo al Padre por la salvación como " rescate» de la "multitud» (cf. Mc 10,45 y par.), en el sufrimiento hasta la muerte que le infligieron los hermanos amados por él hasta el extremo (cf. Jn 1 3,1 ). Esta intención aparece con claridad en el gesto realizado por Jesús en la última cena acompañado de palabras que, aunque en su formulación actual son explicitaciones teológicas y fórmulas litúrgicas estilizadas pospascuales (cf. Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; 22,14-18; 1 Cor 11,23-25), permiten captar con fundada certeza su intención de dar su vida por la salvación de los hombres.

Los autores de los escritos del Nuevo Testamento que consideran ya la pasión/muerte de Jesús a la luz de su resurrección y relacionan siempre los dos momentos/aspectos, narran ese acontecimiento proclamando su valor salvífico en fórmulas litúrgicas (cf. los pasajes antes citados) y en historias de la pasión (en los cuatro evangelios). El contenido común de estos pasajes neotestamentarios es que la pasión/muerte de Jesús es el acontecimiento en el cual y con el cual Dios, el Padre, entregó a la muerte a su propio Hijo (cf. Rom 8,3) para reconciliar consigo al mundo, y Jesucristo aceptó con libre obediencia de amor este designio del Padre por amor a sus hermanos (cf. 2 Cor 5,17ss; Gál 2,20; etc.).

Los datos del Nuevo Testamento sólo pueden comprenderse debidamente si se tienen presentes: la intención del Jesús histórico, que acabamos de señalar; el acontecimiento de la resurrección en el que la pasión/muerte de Jesús aparece superada, pero "dispuesta» por Dios por un fin positivo para la humanidad; la relectura de la pasión-muerte a la luz del valor expiatorio purificador-salvífico de la pasión/muerte del Siervo de Yahveh de 1s 53; la visión del valor salvífico del sufrimiento de los justos martirizados difundida ampliamente en el judaísmo tardío (2 Mac; 4 Mac; 4 Esdr, etc.). Además, las afirmaciones neotestamentarias sobre la pasión, a menudo sintetizadas en la preposición hypér por y otras equivalentes, no deben aislarse nunca del compromiso del Jesús histórico por el Reino, como nos enseñan claramente los evangelios; esta conexión hace comprender mejor las motivaciones históricas de la pasión de Jesús y al mismo tiempo la dirección que sus discípulos de todos los tiempos tienen que tomar en su "seguimiento e imitación» del Jesús doliente y mártir: la de la construcción del Reino en la historia como compromiso por un mundo según el corazón de Dios, que lleva consigo la pasión, el sufrimiento y a veces la muerte como consecuencias de la lucha contra el mal, pero que tienen una promesa de victoria por parte de Dios.

La época patrística prestó gran atención a este acontecimiento cristológico fundamental tanto por su importancia objetiva como por motivos apologéticos. Al contexto cultural helenista en que los Padres tuvieron que inculturar el mensaje neotestamentario le resultaba difícil aceptar un mensaje que anunciaba la pasibilidad, la pasión e incluso la muerte del Hijo de Dios. Un buen número de errores (herejías) elaborados por los mismos cristianos tenía precisamente como base esta precomprensión cultural. Los Padres tuvieron que remachar constantemente que el Hijo de Dios se encarnó y padeció realmente por la salvación del hombre (cf DS 6; 62; 325; 423. 442; 502: etc.). En este contexto los monjes escitas acuñaron también la expresión "Unus de Trinitate passus est in carne" ("Uno de la Trinidad padeció en la carne»), considerada ortodoxa por el papa Juan II (cf. DS 401; en esta línea se colocó también el concilio de Constantinopla II: cf DS 432). Entre los Padres griegos y latinos hubo una sensible diferencia en la valoración teológica de la pasión/muerte de Jesús. Los primeros prefirieron ver la pasión de Jesús como el momento más profundo de la inserción del Verbo/Hijo eterno de Dios en nuestro mundo de corrupción, de pasibilidad y de mortalidad, para redimirlo desde; dentro y llevarlo a la forma de vida inmortal, incorruptible, bienaventurada, divina (divinización): los segundo situaron la pasión eminentemente sobre el trasfondo del pecado como caída moral responsable del hombre, de la que es levantado mediante la restitución del honor debido a Dios y por tanto en el orden de la justicia (Tertuliano, Cipriano, Agustín, Gregorio Magno). Esta visión encontró su forma más completa en la doctrina anselmiana de la satisfacción (satisfactio): la pasión/muerte de Jesús tiene valor salvífico en cuanto que constituye el acto supremo de libre obediencia al Padre del Hijo hecho hombre, capaz de reintegrar a la humanidad en la amistad salvífica de Dios (cf Cur Deus homo?).

La teología medieval se movió en la línea trazada por san Anselmo, aunque subrayando más la libertad de Dios al decidir este orden de salvación. La piedad popular y la espiritualidad medieval y de la época moderna dieron un gran relieve a la pasión de Cristo como modelo que representar y que imitar.

La Reforma (especialmente en M. Lutero y en Calvino) privilegió la reflexión sobre la pasión/muerte en la cruz de Jesús (theologia crucis), haciendo de ella no solamente el argumento central de su espiritualidad y de su teología, sino también el principio interpretativo de la revelación y de las intenciones salvíficas de Dios en la historia, así como de la autenticidad de la vida de la Iglesia y del cristiano.

La teología contemporánea por su parte ha integrado adecuadamente en su reflexión el alcance salvífico de la pasión/muerte de Jesús. Esta teología se distingue del pasado por algunas operaciones de recuperación y de reelaboración del significado . de este acontecimiento; pone más atención en las causas de su concreción histórica, la inserta con mayor claridad en la trama histórica de la vida de Jesús y la ilumina a la luz de su resurrección: en particular prefiere verla, a la luz del Nuevo Testamento, como consecuencia del servicio (pro-existencia) que Jesús prestó al hombre hasta el don de su vida para gloria de Dios/Padre. Algunos teólogos (especialmente Moltmann, H. U. von Balthasar, E. Jüngel) han intentado señalar las raíces últimas de la pasión/muerte de Cristo en la misma realidad divina de Dios como amor radical, que se manifiesta así precisamente al asumir y compartir con el hombre el sufrimiento del mundo. La teología del Tercer/Cuarto Mundo prefiere ver en la pasión/muerte de Jesús el fruto de la violencia y del pecado del hombre y basar en ella (a la luz de la resurrección de Cristo) el compromiso de lucha contra las causas de la violencia y del sufrimiento de los pobres por el establecimiento del Reino como mundo de auténtica fraternidad en Cristo y en Dios.

G. Iammarrone

Bibl.: Moltmann, El Dios crucificado, Sígueme, Salamanca 1977; AA, VV Teologia de la cruz, Sígueme, Salamanca'-1979, D, Wiederkehr, El acontecimiento de la salvación a la luz de la experiencia de salvación, en K, H. Neufeld (ed,), Problemas y perspectivas de teologia dogmática, Sígueme, Salamanca 1987 166-194; Sobrino, Jesús en América Latina, Sal Terrae, Santander 1982.

LECTURA ESPIRITUAL

El acontecimiento de la pasión constituye el punto central y fontal de la tradición evangélica, tanto en relación con la experiencia personal de Jesús como con la de los cristianos. No se trata, evidentemente, de canonizar el dolorismo como ideal de vida, sino del hecho de que la pasión, como parte integrante del misterio pascual de Cristo (muerte y resurrección) es la suprema revelación y comunicación del amor salvífico de Dios (Rom 5,8; Gál 2,20; Jn 3,16; 5,12-13; 1 Jn 4,9-10; Ap 1,5-6). En esta perspectiva el evangelio de Marcos, como prototipo del género literario evangélico, fue definido justamente como "un relato de la pasión, dotado de una detallada introducción » (M. Kahler). Efectivamente, el relato de la pasión en los evangelios, a pesar de que parece prevalecer el interés por los datos históricos que recoge, esconde profundas y eminentes intenciones teológicas. En los límites obligados de este artículo nos detendremos en la presentación de estas intenciones, dejando al margen los problemas de crítica histórica y literaria, que pueden fácilmente encontrarse expuestos en otros lugares.

1. La pasión, suprema realización de Cristo, Hijo del Padre y salvador de los hombres.- La pasión no sólo se narra, sino que fue anunciada de antemano varias veces por Jesús (Mc 8,31-33; 9,30-32; 10,32-34 y par.). Este hecho subraya que se trata del acontecimiento salvífico central de la historia de la salvación, en cuanto que representa el momento culminante de la vida y de la obra mesiánica de Cristo, dato expresado por Juan con los motivos teológicos del momento de la muerte en la cruz como momento de su "exaltación» (Jn 3,14-15; S,ZS; 12,32-34) y del cumplimiento de su «hora» específica, es decir, la hora en que él se realiza plenamente a sí mismo como «Hijo» del Padre y redentor de los hombres (Jn 7 30; S,20; 12,23.27, 13,1; 17 1).

a} Amor obediente incondicionado al Padre. Este dato aparece desde el principio del ciclo de la pasión, y marca de forma decidida la orientación de todo su desarrollo sucesivo. Juan lo enuncia al final de la cena: « Es preciso que el mundo sepa que yo amo al Padre y hago lo que el Padre me ha mandado. Levantaos, ¡vámonos de aquí! » (Jn 14,31). Los sinópticos aluden a esta actitud interior de Jesús sobre todo con la oración de la agonía de Getsemaní: " ¡Abba, Padre! Todo es posible para ti; ¡aparta de mí este cáliz! Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mc 14,36 y par.). La pasión resume en este aspecto lo que fue característico de toda la existencia anterior de Jesús y lo lleva a su cima más alta (Jn 4,34; 5,30; 6,38; 17,4), por lo que la tradición cristiana primitiva leerá sintéticamente el significado de aquellas horas supremas de Jesús como la expresión principal de su obediencia al Padre (Rom 5,19; Flp 2,8; Heb 5,8; 10,5-10).

b} Amor solidario con y por los hombres. El horizonte de la voluntad del Padre para con el Hijo abarca también el destino de la humanidad: Jesús tuvo siempre conciencia de este hecho: «Yo no rechazaré nunca al que venga a mí. Porque yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y su voluntad es que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado» (Jn 6,37-39). Por eso la pasión es también el momento de su supremo amor solidario con y por los hombres. San Pablo lo subraya recordando el momento en que Cristo, con el gesto de la institución de la eucaristía, anticipa proféticamente en el cenáculo aquel ofrecimiento completo de sí mismo a los hombres, que habría de realiza al día siguiente en el plano efectivo en el Calvario: "Jesús, el Señor la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo entregado por vosotros"» (1 Cor 1 1,23-14). Cristo, fiel hasta el fondo al proyecto del Padre sobre él, se entrega completamente a los hombres precisamente en el momento en que éstos, en la persona de Judas y de los dirigentes del pueblo escogido, lo rechazan definitivamente, Este mismo dato es el que resalta el gesto del lavatorio de los pies a los discípulos al comienzo de la última cena (Jn 13,1-17): este gesto tiene la finalidad de indicar que todo lo que Cristo vive en las horas sucesivas constituye el acto decisivo por su parte de servir a los hombres, sus hermanos. Los evangelios habían recordado ya anteriormente que aquí es donde se resume todo el objetivo de su vida: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su propia vida en rescate de la muchedumbre» (Mc 10,45. Mt 20,2S). La función primordial de este servicio consistió precisamente en revelar a los hombres el amor del Padre (Jn 1,1 S) y ellos percibieron este misterio contemplando precisamente a Cristo crucificado : « En esto hemos reconocido el amor, en que él dio su vida por nosotros» (1 Jn 3,16), En el Crucificado vieron la plena manifestación del amor del Hijo unigénito: «Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él, El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados » ( 1 Jn 4,9-10). Por eso se ve la pasión como la expresión suprema del amor de Cristo a «los suyos»: "Era la víspera de la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre, Y él, que había amado a los suyos, que estaban en el mundo, llevó su amor hasta el fin » (Jn 13,1).

2. La experiencia de la pasión como dato específico del seguimiento de Cristo.- La reciente exégesis ha subrayado en varias ocasiones la dimensión y la función catequética de los relatos de la pasión. En este sentido constituyen, cada uno desde diferentes ángulos, diversos intentos de la Iglesia primitiva por acercarse al misterio de la persona de Cristo. En efecto, es en la pasión donde Cristo hizo la revelación más plena de sí mismo. Pero ésta no fue una revelación estática, conceptual, puramente anagráfica de Cristo, sino que se desarrolló en un plano intensamente dinámico, ya que reveló a Jesús a través de la trama palpitante de cómo vivió su existencia como proyecto del Padre. Por tanto, su pasión fue leída y propuesta a los creyentes para que tuvieran un criterio seguro y cualificado con que saber orientar su vida en sentido «cristiano», es decir, viviendo su llamada a la fe como «seguimiento de Cristo».

Este seguimiento se condensa esencialmente en compartir hasta el fondo no sólo el proyecto de vida vivido por Jesús, sino también su destino. A este propósito es elocuente la condición esencial para el «seguimiento»..." Si alguien quiere venir detrás de mi, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mc S,34), en donde «tomar la propia cruz» evoca el momento en que el condenado a muerte cargaba sobre sus espaldas el patibulum para dirigirse al lugar de la ejecución. Por eso, seguir a Jesús significa estar dispuestos a morir, como él, si lo exige la fidelidad a la voluntad del Padre (Mc 14,36 y par.). Lucas precisa que esta disponibilidad debe ser la de "cada día», sugiriendo que tiene que impregnar toda la vida del creyente. Esta conciencia se expresa claramente en la tradición sinóptica por el modo con que se dispone en ella el material catequético sobre el seguimiento. Sigue siempre a los tres anuncios de la pasión por parte de Jesús (Mc 8,31-33.34-38 y par.; 9,3032.33-37 y par.; 10,32-34.35-45 y par.).

La intención es palpable: se quiere dar a comprender de este modo que los verdaderos rasgos del seguimiento, con todo lo que éste implica, sólo pueden comprenderse a la luz del destino de Jesús, luz que es la única que nos presenta en toda su plenitud el verdadero rostro del maestro al que se desea seguir.

San Pablo ahonda en estas reflexiones con el principio de la imitación de Cristo, que lejos de identificarse con la reproducción de determinadas formas exteriores de comportamiento, supone más bien la asunción real de los sentimientos más específicos de Jesús, de las orientaciones de fondo de su ánimo. Así, al inculcar la caridad fraterna, apela al hecho primordial de la encarnación con todo lo que ésta supuso: el anonadamiento de Cristo que lo llevó a hacerse hombre y a vivir completamente para el Padre y para los hombres hasta la obediencia de la cruz (Flp 2,1-4.5-11; Ef 5,1-2). Vuelve a proponerse este mismo principio para el amor que perdona (Ef 4,32). Por lo demás, se trata de la línea directiva propuesta por el mismo Jesús: no sólo exige que «nos amemos mutuamente», sino que amemos «como yo os he amado», especificando que él dio su vida por nosotros, sus amigos (Jn 15,1213). Sólo así es como no se reniega del Maestro, siguiéndolo sólo «de lejos», como hizo Pedro en la pasión (Mc 14,54 y par.); y al contrario, así es cómo uno «mora en él», sin equívocos (Jn 1,39), y cómo lleva la cruz «detrás de Jesús», de la misma manera que Simón de Cirene (Lc 23,26; cf 9,23; 14,27. Gál 2,20).

A. Dalbesio

 

Bibl.: x, Léon-Dufour Jesús y Pablo ante la muerte, Cristiandad, Madrid í982; M. Gourgues, Jesús ante su pasión y su muerte, Verbo Divino, Estella 1987. H. Schurmann, ¿Cómo entendió y vivió Jesus su muerte?, Sígueme, Salamanca 1982; H, Cousin, Los textos evangélicos de la pasión, Verbo Divino. Estella 1981.