ORDEN
VocTEO
 

Entre los siete sacramentos de la Iglesia, el orden es el que consagra Y capacita a un cristiano para desempeñar el ministerio de obispo, de presbítero o de diácono. La ordenación es el rito que confiere los diferentes órdenes. La palabra latina ordinatio, que usaban los romanos para indicar el nombramiento de los funcionarios civiles, pasó al latín cristiano para designar la elección para el ejercicio de una función eclesiástica. También el término ordo, para indicar los diferentes grados jerárquicos en el clero, entró en el lenguaje eclesiástico a partir de las instituciones de la antigua Roma, en las que, entre otras cosas, servía para designar a una categoría social privilegiada (por ejemplo, el orden de los senadores, de los caballeros, etc.).

Tertuliano habla de «orden sacerdotal» o de «orden eclesiástico» precisamente para designar a los que habían recibido la imposición de manos para el ministerio. Remitiéndonos a la descripción que hace san Pablo de la Iglesia como de un cuerpo, en el que cada uno tiene su propia función Y donde todos los órganos tienen que cooperar al bien común, podemos decir que al «ministro ordenado» le corresponde la misión de organizar, conducir, santificar a la comunidad: es signo-persona de Cristo cabeza en la guía del pueblo de Dios, y pone a los bautizados en disposición para desempeñar su ministerio específico. Es signo eficaz de Cristo en el sentido de que, cuando anuncia la palabra, bautiza, reconcilia, consagra el pan y el vino, es el mismo Cristo el que actúa y obra a través de él.

El sacramento del orden, que da a la Iglesia su estructura ministerial jerárquica, no puede ser, por consiguiente, una invención humana, sino que procede del mismo Cristo. En efecto, Jesús constituyó a los apóstoles llamándolos y enviándolos a anunciar el Evangelio. Les dio el mandato de realizar el gesto de la cena de la nueva Pascua en «memoria» suya; les confirió el poder de atar y desatar, de perdonar y de retener los pecados; les ordenó bautizar a los creyentes en el nombre de la Trinidad. Escogidos por Jesús para ser los testigos de su ministerio y de su muerte y resurrección, los apóstoles después de Pentecostés son los responsables de la nueva comunidad.

La Traditio apostolica, de Hipólito, es el testimonio más antiguo que se conserva sobre el rito de la ordenación El gesto central de la ordenación del obispo es la imposición de manos, hecha en silencio por parte de todos los obispos presentes, con la oración consecratoria recitada por un solo obispo ordenante. Al obispo se le atribuye el espíritu de «principalidad» o soberanía. También para la ordenación del presbítero los elementos esenciales son la imposición y la oración consecratoria. Todo el presbiterio se asocia al obispo que impone las manos para expresar la comunión ministerial y su asentimiento. Al presbítero se le atribuye el espíritu de gracia y de consejo para gobernar al pueblo y celebrar el sacrificio. A su vez, para la ordenación del diácono sólo el obispo impone las manos, ya que el diácono no es ordenado para el sacerdocio, sino para el servicio del obispo, para cumplir lo que éste le indica que haga para el bien del pueblo de Dios. Al diácono se le atribuye el espíritu de gracia, de solicitud y de diligencia.

Durante la Edad Media se introdujo el rito de la imposición del evangeliario sobre la cabeza del que era ordenado obispo durante toda la oración de ordenación, en la que se desarrollaba la idea del episcopado como sumo sacerdocio, más que como sucesión apostólica y servicio pastoral. A mediados del siglo IX adquirieron una importancia desproporcionada la unción de la cabeza y la entrega de las insignias (primero el anillo, luego el báculo pastoral: por analogía con la investidura de los grados jerárquicos no eclesiásticos). Con el Pontifical de Durando, que adoptó la Iglesia latina desde el siglo XII, los ritos aumentaron todavía más : la unción de las manos, la entrega de la mitra y de los guantes, la entronización del obispo. Para la ordenación de los presbíteros y de los diáconos se introdujeron la unción de manos del presbítero y la entrega de los instrumentos (el evangeliario para el diácono, el cáliz y la patena para el presbítero). La entrega de los instrumentos fue incluso considerada por el concilio de Florencia (Decreto para los armenios, 1439) como el elemento principal del sacramento del orden, es decir, la materia (DS 1326). Fue el papa Pío XII en 1947 el que estableció (en la Constitución Sacramentum ordinis) que el gesto esencial de la ordenación era la imposición de manos acompañada de la oración consecratoria.

Anteriormente, el concilio de Trento había contribuido a elaborar una teoría del orden sagrado que acentuaba fuertemente la dimensión sacerdotal Y sacrificial. También la función dél obispo se describía a partir de la del sacerdote, como aquel que ofrece el sacrificio de la misa. El concilio Vaticano II, libre de preocupaciones polémicas y atento a las implicaciones ecuménicas, puso el orden sagrado en su contexto cristológico Y eclesiológico (cf. LG 28-29): es un póder singularísimo conferido por el Espíritu Santo a algunos miembros de la Iglesia, en virtud del cual participan estrechamente del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, Cabeza del Cuerpo.

Los nuevos ritos de ordenación expresan esta doctrina de la Iglesia de manera evidente. Después de la imposición de manos y de la oración que la acompaña (momento central y fundamental del rito) vienen unos ritos complementarios y simbólicos. Para el obispo: la unción de la cabeza con el crisma Y la entrega del evangeliario, del anillo, de la mitra y del báculo. Para el presbítero: la unción de las manos con el crisma y la entrega de la estola y la casulla, la patena con el pan y el cáliz con el vino Y el agua para la celebración eucarística. Para el diácono: la entrega de la estola y la dalmática, y del libro de los evangelios.

R. Gerardi

Bibl.: M. Castillo, Sacerdocio en CFP 887-895: íd., Orden sacerdotal. en'CFC.913: 923; G. Ferraro, Orden/Ordenación, en NDL. 1474-1494; R. Tura, Orden, en DTI, 111, 680701; Y Congar, Sacerdocio y laicado, Estela, Barcelona 1964; E. Schillebeeckx, El ministerio eclesial Responsables en la comunidad cristiana, Cristiandad, Madrid 1983.