NUEVO TESTAMENTO
VocTEO
 

El término "nuevo testamento» o «nueva alianza» se deriva del sintagma griego kaine diatheke y se utiliza para indicar los 27 libros que forman, junto con el Antiguo Testamento, la Biblia cristiana. Esta doble posibilidad de traducir por «alianza» y por "testamento » se deriva de los diversos significados que encierra el término diatheke, en dependencia del contexto.

Por ejemplo, en Gál 3,15, diatheke corresponde a «testamento», mientras que en Heb 9,15 significa "alianza».

Esta expresión parece ser que se remonta al mismo Jesús que, durante la última cena, bendice el cáliz hablando de "nueva alianza» (cf. Lc 22,20; Mc 14,24; Mt26,2S; 1 Cor 11,25). Sin embargo, quizás convenga precisar que el «nuevo testamento» no viene a abolir el «antiguo», sino andarle cumplimiento». Por esto, para no caer en la concepción "marcionita» de la Escritura, conviene utilizar la expresión "antiguo testamento» o "primer testamento», en vez de "viejo testamento» y «veterotestamentario» .

La elección de este término, que corresponde a una perspectiva histórica y teológica sobre la formación del canon, queda confirmada por el hecho de que, durante el siglo 1 d.C., el texto normativo para la fe de la Iglesia sigue siendo el llamado Antiguo Testamento.

Además, el mismo Nuevo Testamento confirma la importancia que asume el Antiguo Testamento para la fe de la Iglesia. De hecho, sin el Antiguo Testamento resultan incomprensibles no solamente las argumentaciones « midrásicas» de san Pablo (cf. Gál 3,6-14; Rom 9-1 1), sino las mismas perspectivas teológicas de los evangelios que, a partir de él, transmiten su teología (cf. Mc 1,2-3; Mt 1,23; Lc 4,18-19).

Así pues, solamente en la segunda mitad del siglo 11 d.C. asistimos a una conformación bastante clara del Nuevo Testamento: en efecto, aunque ya en Justino y en Melitón de Sardes (siglo 11 d.C.) pueden verse algunas referencias implícitas, solamente con Tertuliano (siglo 111 d.C.) el término «nuevo testamento» designa claramente los escritos cristianos incluidos en la sagrada Escritura.

El canon del Nuevo Testamento se compone de 27 libros, escritos ciertamente antes del año 125 d.C., aunque las comunidades cristianas ponían a su lado, y a veces prescindiendo de algunos textos considerados luego como canónicos, algunos escritos fundamentales como las 2 Cartas de Clemente, el Pastor de Hermas, la Carta de Bemabé y la Didajé. La utilización de estos textos en las principales comunidades cristianas, su calidad de «regla de fe» y su apostolicidad más o menos directa constituyen los criterios definitivos para que estos 27 escritos se convirtieran en canónicos. Y al revés, esto fue lo que determinó la exclusión de las 2 Cartas de Clemente, a pesar de la gran consideración de que gozaban en la Iglesia de Alejandría.

Desde el punto de vista de su contenido, el Nuevo Testamento se compone ante todo de tres «cuerpos» o secciones: la sección paulina, la de Juan y la de Lucas. A Pablo se le atribuyen generalmente 13 cartas, que a su vez se pueden subdividir en «grandes cartas» en las que se reconoce generalmente la paternidad paulina (Rom, 1-2 Cor, Gál, Flp, Flm, 1 Tes y quizás 2 Tes), las «deuteropaulinas», es decir, las atribuidas a la escuela de Pablo, más que a él personalmente (Ef, Col), y las «pastorales», llamadas así porque van dirigidas a la atención pastoral de Timoteo y de Tito (1-2 Tim, Tit). Por conveniencia, junto al epistolario paulino suele colocarse la Carta a los Hebreos, que de hecho no es una carta, sino una discurso homilético, que no se dirige a los hebreos sino a los cristianos y que, finalmente, no es de Pablo, sino de un autor desconocido de la segunda parte del siglo 1.

Luego, la segunda sección más consistente de los escritos neotestamentarios está constituida por la sección de Juan, que comprende su evangelio, las 3 Cartas (1-3 Jn) y el Apocalipsis, aunque para este último muchos sostienen la paternidad, no directa de Juan, sino de su escuela.

Finalmente, está el díptico lucano, compuesto del Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, que por su material consistente ocupa un espacio fundamental en el Nuevo Testamento.

A estas secciones hay que añadir las otras Cartas católicas (Sant, 1 -2 Pe y Jds) y sobre todo el evangelio de Mateo y de Marcos, que a su vez componen junto con el de Lucas el grupo de evangelios «sinópticos».

Por lo que se refiere a la fecha de redacción de estos escritos, generalmente se opta por 1 Tes (50 d.C-) como «terminus a quo», y por el Apocalipsis como «tenninus ad quem» (90 d.C.), Sin embargo, muchos creen que estas fechas están destinadas a cambiar, sobre todo por las nuevas hipótesis papirológicas. Así, habría que adelantar el evangelio de Marcos, mientras que el último escrito del Nuevo Testamento no sería el Apocalipsis, sino la segunda Carta de Pedro, puesta entre finales del siglo 1 y comienzos del II.

Pero, prescindiendo de la fecha de redacción de los escritos del Nuevo Testamento, resulta cada vez más problemático trazar una teología de los mismos. Se puede señalar, en el mismo siglo xx, una multiplicación de ensayos sobre la teología del Nuevo Testamento. Así, la teología neotestamentaria de H. J. Holtzmann (1897-1911), trazada sobre la base de una aproximación inspirada en la historia de las religiones, dio paso a la teología de E. Stauffer (1948) y sobre todo a la de O. Cullmann (1948), que pone el acento en la dimensión histórico-salvífica de la teología neotestamentaria. Con R. Bultmann (1948-1953) se impuso una teología de tipo existencialista, que pone el acento en la interpelación existencial del «kerigma» presente en el Nuevo Testamento.

Luego se multiplicaron las diversas teologías para cada uno de los autores del Nuevo Testamento, que pusieron de manifiesto hasta qué punto la cristología de Pablo es diferente de la de Juan, o de la de Mateo. De una comparación entre los múltiples aspectos de la teología del Nuevo Testamento, como la cristología, la pneumatología, la eclesiología, la ética, se deduce que el criterio de la canonicidad basado en la regula fidei no significa una masificación de la teología neotestamentaria, sino el reconocimiento de una múltiple interrelación entre la unidad y la diversidad del mensaje. Si el acontecimiento Cristo, con su muerte y resurrección, constituye el centro cronológico y teológico del Nuevo Testamento, resulta igualmente cierto que éste representa la fuente primordial de la que nacieron y se desarrollaron los escritos del Nuevo Testamento. Si nos situamos en esta perspectiva, resulta innegable una teología del Nuevo Testamento; pero esto no significa todavía su explicitación. Al contrario, dicha teología se hace posible y creíble cuando se desentraña a partir de las diversas teologías que no necesariamente están llamadas a reducirse in unum para resultar reales, a costa de mutilar alguno de sus aspectos concretos. Por eso, la teología del Nuevo Testamento no puede significar la concreción de un «canon en el canon".

Resulta significativo observar cómo la teología de Santiago, sobre la relación entre «fe y obras», no ha obtenido de hecho en la exégesis contemporánea la misma fortuna que la teología paulina sobre la «justificación mediante la fe y no mediante las obras". En realidad, las diferentes teologías neotestamentarias parten del requisito fundamental de la única fe en Cristo y llegan a transmitir un mensaje unitario cuando se les respeta en su comprensión propia, original y fundamental, del acontecimiento Cristo en la fe de la Iglesia.

A. Pitta

 

Bibl.: G. Segalla, Teologia del Nuevo Testamento: orientaciones actuales, en NDTB, 1834-1840; Íd., Panoramas del Nuevo Testamento, Verbo Divino 21994, 359-457 («panorama teológico»); Íd., Teología de los sinópticos, en DTI, 1V 437-460; P. Myer Teología biblica y sistemática, Clíe, Tarrasa 1973; E. Charpentier, Para leer el Nuevo Testamento, Verbo Divino. Estella l995.