NICEA
VocTEO
 

El primer concilio ecuménico, promovido por el emperador Constantino y celebrado en Nicea (Asía Menor) en mayo del 325, en el que participaron 250 obispos, procedentes casi todos ellos de las Iglesias de Oriente, tomó posiciones contra la herejía propugnada por Arrio. Vista como un intento de helenización del cristianismo, minaba las raíces de la fe monoteístico-trinitaria, centrada en la identidad divino-filial de Jesús de Nazaret.

Condicionado por un rígido monoteísmo de cuño neoplatónico, Arrio, presbítero de Alejandría, hacía de Jesucristo una especie de semi-dios o de super-hombre: inferior a Dios, en cuanto engendrado por él en el tiempo, era, sin embargo, la primera de las criaturas y el mediador de las mismas.

Formulando una declaración que tiene todas las características y el valor de una confesión de fe, los Padres conciliares indican cuál tiene que ser la verdadera interpretación de la fe propuesta en las sagradas Escrituras y, en el caso específico, de todo lo que el Nuevo Testamento enseña sobre las relaciones entre Jesús y el Padre.

Los puntos neurálgicos del símbolo, cuya estructura recuerda de cerca el símbolo bautismal, están contenidos en estas afirmaciones: Jesucristo es el Hijo unigénito y pre-existente del Padre; nadie está como él en relación con Dios, ya que sólo él, al no ser creado, sino engendrado del Padre, es consubstancial (omoousios) a él.

Afirmar la identidad de substancia entre Jesús y el Padre significa reconocer que él es Dios como el Padre. En cuanto al nivel del ser no es en nada inferior a él: es "Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero». Posee, por tanto, todas las características de la divinidad, empezando por las de la eternidad y la inmutabilidad.

Existe "desde siempre» junto con el Padre, y es en todo igual a él, excepto en la diferencia personal determinada por la relación de generación. La relación entre Jesús y el Padre queda sustraída, por tanto, de toda interpretación que tienda al subordinacionismo. A fin de apreciar el valor de la confesión nicena, hay que destacar dos aspectos de la misma. El primero se refiere a la mediación revelativo-salvífica desarrollada por Jesús: si él no fuera el Hijo igual al Padre en la divinidad, unido desde siempre y para siempre a él en la plenitud del amor, no sería capaz ni de hacerlo conocer, de hacerlo "ver», por lo que realmente es, ni de conducir a los hombres hasta él, dándoles la gracia de llegar a ser sus hijos adoptivos. El segundo señala la ejemplaridad de un procedimiento dirigido a inculturar la fe sin comprometer su especificidad. Hay varios términos presentes en el texto que provienen del mundo filosófico griego, pero son utilizados después de un riguroso replanteamiento crítico que llevó a modificar su sentido hasta hacerlos aptos para recibir y traducir la verdad revelada transmitida por el lenguaje bíblico.

V Battaglia

Bibl.: J. Ortiz de Urbina, Nicea y Constantinopla, ESET Vitoria 1969; L. Perrone, Camino de Nicea. El concilio de Nicea, en G, Alberigo (ed.), Historia de los concilios ecuménicos, Sígueme, Salamanca 1993, 17-44.