NATURALEZA
VocTEO
 

La teoría de la evolución y las capacidades técnicas de intervenciones genéticas, por un lado, y la necesidad del dominio técnico para permitir tanto la supervivencia como la calidad de vida de los hombres, por otro, plantean en nuestros días el problema de la relación hombre/naturaleza de forma inédita. Y esto hasta el punto de que el recurso a la Tradición (típico de la búsqueda de orientación ética en las nuevas situaciones) resulta problemático. Así pues, esta nueva relación de disponibilidad real de la naturaleza (humana biopsíquica, viviente subhumana y no-viviente del cosmos) parece inducir también a un desarraigo histórico-cultural de nuestras raíces. En efecto, una vez terminados los diez milenios de historia de la civilización agrícola (que culminó en la era industrial), estamos entrando en la época posindustrial y posmodema, caracterizada por la potencial artificialidad total del mundo cotidiano del hombre, tanto real como simbólico.

El hombre tiende hoy a definir tres tipos de naturaleza: a} el mundo físico y químico, que capta con los sentidos y cada vez más con los instrumentos), que ha modificado ya, bien con la introducción de productos sintéticos, bien con la producción de muchas radiaciones artificiales; b) el mundo de los vivientes; y finalmente c} su propia corporeidad (que se impone sobre todo en el dolor o en la experiencia del límite). Además se considera como natural el comportamiento del hombre que responde a una elevada frecuencia estadística, o bien el conjunto de modelos básicos neuro-fisiológicos en los niños o en los adolescentes.

En todo lo demás, parece ser que en nuestra cultura nada puede llamarse natural. El principal significado que atribuía Aristóteles al término « substancia» o "esencia» de las cosas parece ser que se ha venido totalmente abajo tanto en el nivel de lo pragmático cotidiano implícito como en el nivel de la reflexión cultural. Es evidente que no siempre ha sido así. El Ordo naturale (estructura bien ordenada de la naturaleza) de la que habla Agustín, como efecto de la continua fuerza constructiva de Dios; el systema mundi o la machina mundi (la organización de lo múltiple, la obra forjada con arte dentro del mundo), de la que hablan los autores medievales refiriéndose a los modelos de la antigüedad clásica, se ha convertido en el mechanismus cosmicus de los ilustrados, que puede explicarse totalmente por las leyes mecánico-materialistas. Aunque en la actualidad la filosofía de la ciencia está muy lejos de este modelo mecanicista, es cierto que las metodologías de las ciencias naturales consideran lo que designan con el nombre de naturaleza como objeto solamente de la ciencia empírica. Para los cristianos, esta visión es legítima sólo si es instrumental, metodológica, pero no cuando pretende ser la explicación total de sí misma. En efecto, el cristiano se siente solidario con el cosmos, físico y viviente; sustraerle del ámbito de la creación pondría al hombre mismo fuera de ella. La autonomía del hombre moderno en el estado de derecho, la crítica libre de las instituciones, no tiene su consecuencia lógica en una disponibilidad total del propio destino individual y social.

La teoría de la evolución, la etología, la biología molecular, nos han enseñado que cambia la estructura profunda de los seres vivos; pero nos han dicho también con cuánta lentitud y en qué condiciones se realiza este cámbio. La tendencia a la agresividad intra-específica, debida al amontonamiento de personas en un lugar cerrado o en un área urbana, no puede negarse en nombre de la libertad; tiene que asumirse y, precisamente porque somos seres libres y responsables, tenemos que quitarle su carga negativa con medios científicamente significativos.

La historia de las ciencias nos ha enseñado que conocemos solamente una parte mínima de la naturaleza, que progresamos por medio de un continuo trial-and-error, pero esto no significa que tengamos sólo un conocimiento incierto, vago, prácticamente irrelevante de la realidad natural. Para los creyentes, la evolución del mundo de los seres vivos y de las capacidades cognoscitivas y eficientes del hombre tienen que verse dentro del plan de la creación, que nunca se conoce de una vez por todas, a no ser en unas cuantas cosas esenciales.

El mundo, que Dios ha amado en la creación y ha vuelto a amar en la redención, vuelve a él a través del obrar del hombre. No se prescinde de la responsabilidad del hombre, sino que se la exalta más todavía. Pero el hombre está ligado en una parte de su propio obrar a las estructuras que Dios ha impreso en el mundo y en él mismo. La capacidad humana de amar desinteresadamente es la cima de su creaturalidad. Si el amor no es capricho, sino querer el bien real del otro, el bien que debe hacerse tiene que seguir la medida de la naturaleza, en cuanto estructura esencial del hombre mismo.

F. Compagnoni

Bibl.: R. Spaemann, Naturaleza, en CFF, 11, 619-633; U Galeazzi, Naturaleza, en DTI, 111, 630-635; A, N. Whitehead, El concepto de naturaleza, Gredos, Madrid 1968; A. Galindo, Ecologia y creación, Univ. Pont. de Salamanca, 1991; J Moltmann, Dios en la creaciób Sígueme, Salamanca 1987; J M, Aubert, Filosofía de la naturaleza, Herder Barcelona 41981,