MÉRITO
VocTEO
 

En las culturas humanas la palabra «mérito» indica el aprecio que una persona se ha granjeado con sus acciones y que es igual o incluso superior al empeño que ha puesto en realizarlas.

En teología, el mérito es la réplica final de Dios, que consiste en un don sobreabundante de gracia y vida eterna, al esfuerzo del hombre en el plano de la praxis histórica de la fe. Dios reconoce los méritos del hombre en estado de gracia y les da una recompensa exuberante, desproporcionada e hiperbólica, a pesar de que el hombre nunca podrá alcanzar el nivel de igualdad con Dios ni corresponder perfectamente a las exigencias divinas. Nada le debe Dios al hombre: ni la creación (Gn 1-2), ni la elección (Dt 7 7), ni la redención (Ez 16,2ss), ni mucho menos la elevación al estado sobrenatural (Mt 20,lss). Pero todo se le da al hombre debido al misterio de salvación realizado por Cristo, que con el sacrificio de su vida ha liberado al hombre del pecado y de la culpa y le ha merecido, en sentido propio, su reconciliación con Dios. Esto capacita al hombre para recibir la redención por medio de la gracia del Espíritu Santo en la Iglesia, mediante la fe y la celebración de los sacramentos, y para poner en acto, con su libertad, un modo de existencia a medida de la existencia de Cristo y, por tanto, meritorio, aunque de modo distinto del de Cristo, es decir, en sentido subordinado y analógico. Por consiguiente, el mérito es algo que intenta rendir un homenaje libre y gratuito a la dimensión colaboradora del hombre, querida por Dios, aun cuando la praxis meritoria del hombre debe verse no como autonomía operativa del ser humano, sino como fruto de la presencia en él de la gracia de Dios y de la adhesión a ella. Así pues, es el hombre justificado el que se hace capaz de acciones sobrenaturales y de conseguir su mérito. En el Nuevo Testamento es sobre todo Pablo (Rom 3) el que niega enérgicamente que el hombre pueda autoconquistar el estado meritorio sobre la base del respeto o de la no transgresión del código escrito de la Ley del Antiguo Testamento, como pretendían el fariseísmo y cierto judeocristianismo de los orígenes. La Ley fracasó en este sentido, mostrando la necesidad extrema de la redención. En esta línea proseguirá la teología de los Padres, en sentido antipelagiano, hasta la gran sistematización teológica medieval, que, con Tomás de Aquino, construirá una notable teología de la gracia, en la que encuentra amplio espacio el concepto de mérito, atribuido a diversos motivos: como debido en plenitud a Cristo y al Espíritu; en sentido de generosidad excepcional de Dios, al hombre mismo. Por tanto, la teología del mérito compromete a Dios, principio y fin del hombre en sentido creativo y redentivo, y al hombre, lugar histórico en el que la gracia tiene sus efectos junto con la voluntad humana, y la escatología como objeto del mérito. A pesar de que Dios no tiene necesidad alguna de la obra humana ni obligación alguna de darle una recompensa, considera el esfuerzo del hombre en Cristo y en el Espíritu como merecedor de una recompensa que va más allá de toda previsión optimista. Y esto es más comprensible si se afirma que, cuando el hombre pone en práctica perfectamente la voluntad de Dios, no hace más que cumplir con su deber, sin poder pretender por ello absolutamente nada. Desde el punto de vista dogmático, el Magisterio de la Iglesia intervino ya en los primeros siglos (DS 248) para afirmar que Dios, en su generosidad sin medida, desea que sus dones de gracia se conviertan en verdaderos méritos de los creyentes por causa de sus obras (DS 388). La formulación madura de la teología del mérito no se hizo, sin embargo, hasta el decreto tridentino sobre la justificación. En diversos puntos (DS 1525; 1532; 1535: 1545; 1572; 1574. 1582; etc.) se afirma que, mientras que la justificación del hombre es fruto de la iniciativa única de Dios y mientras que la gracia, no debida al hombre, es previa a la acción humana, se admite sin embargo que los redimidos alcanzan el orden sobrenatural perfecto, la vida eterna, también con sus méritos. Debido a la gracia divina que actúa en ellos y por los méritos salvíficos de Cristo, los fieles reciben de Dios un verdadero progreso en la gracia y en la elevación perfecta a la vida sobrenatural de la gloria, auténtica meta de toda la condición histórico-eclesial de los creyentes.

T. Stancati

Bibl.: J Auer, El evangelio de la gracia, Herder, Barcelona 1975; p, Fransen, Desarrollo histórico de !a doctrina de !a gracia, en MS, IV1Z, 61 1-730; M, Flick - Z, Alszeghy Antropología teológica, Sígueme, Salamanca 1989, 527-549.