KÉNOSIS
VocTEO
 

Concepto cristológico que tiene su raíz y su base bíblica en Flp 2,7. se dice de Jesucristo que «se vació a sí mismo» (heauton ekénosen), asumiendo la forma de vida humana que es propia de los demás hombres y haciéndose obediente al Padre hasta la muerte de cruz. Significa por tanto el «vaciamiento» de sí que realizó el Hijo de Dios insertándose en la historia de los hombres, hasta pasar por la experiencia de la muerte de cruz. Este acontecimiento ha sido interpretado en diversos sentidos por la tradición teológica.

En el Nuevo Testamento se dan también algunos otros pasajes además de Flp 2,7, en donde se hace referencia más o menos explícita a la abnegación, hasta su vaciamiento, del Hijo al entrar en nuestra historia: cf. Jn 1,14, donde el término sarx/carne indica a la humanidad en su fragilidad, transitoriedad Y mortalidad; Gál 4,4: el Hijo preexistente de Dios nació de una mujer y se sometió a la ley; Jn 17 5: el Hijo vive ahora en una situación, donde está privado de aquella gloria que poseía desde toda la eternidad; 2 Cor 8,9: el Hijo era rico, pero se ha hecho pobre (eptócheusen) para enriquecernos a nosotros.

Una lectura comparativa de estos  pasajes puede ayudarnos a leer con exactitud el contenido de Flp 2,7, que de hecho ha sido y sigue siendo interpretado de manera distinta por los exegetas. Algunos han visto el «vaciamiento» kenótico del Hijo eterno de Dios en su misma bajada en carne/naturaleza humana (como se verá, algunos Padres prefirieron esta interpretación); otros lo han visto en el hecho de que el Hijo de Dios preexistente ha entrado en el mundo y ha asumido la naturaleza humana renunciando a vivir en ella en la condición de gloria y de esplendor que habría de esperarse del Hijo divino y que de hecho se le dio en la resurrección (así piensan la mayor parte de los exegetas de nuestros días); otros finalmente han visto la kénosis en el hecho de que el hombre Jesucristo (no el hijo de Dios preexistente) recorrió un camino de humillación, de sufrimiento, de muerte, de cruz, que desembocó posteriormente con la resurrección en una situación de gloria.

Del contexto inmediato de Flp 2,7 y  del contexto remoto que nos ofrecen los otros pasajes bíblicos que hemos recordado se deduce que el concepto de «vaciamiento» más aceptable es el segundo: debe verse en la opción del Hijo eterno de Dios de hacerse hombre y de vivir como los demás hombres en la humildad de la condición humana, con su carga de limitaciones, sufrimientos y de muerte, antes de pasar a la situación gloriosa en que se encuentra con y después de su resurrección de la muerte. La kénosis del Hijo no consiste en la encarnación en sí misma, sino en su encarnación en la debilidad, hizo cercano a nosotros e mitable por nosotros (cf. Flp 2,5) Y fue esta kénosis la que el Padre sucesivamente en una situación de existencia humana gloriosa, premió su obediencia hasta la cruz. (Cf. Flp 2,8-11).

La época patrística advirtió aguda el problema de la kénosis del apriori cultural helenista del carácter absoluto y de la inmutabilidad de lo divino y de la suma entre la esfera del espíritu y la de la materia y la corporeidad le hacía difícil admitir el vaciamiento radical del Logos divino mediante la asunción de una realidad humana finita, temporal, pasible, mortal. Pero el instinto de la fe hizo superar a la Iglesia de los Padres las dificultades que procedían de su contexto cultural y le permitió permanecer fiel al dato bíblico  le imponía con todo su contenido desconcertante. Encontramos un eco del ánimo de la Iglesia patrística en la confesión de la verdad bíblica de kénosis de Cristo en un pasaje del concilio de Éfeso, inspirado en san Cirilo de Alejandría: «Afirmamos que el Logos/Hijo se hizo hombre de un modo inexplicable e incomprensible, uniendo a su hipóstasis la carne animada por un alma racional» (DS 250). San León Magno en el Tomus a Flaviano, patriarca de Constantinopla, habla expresamente de la exaninatio del Logos y la ve en su asunción de la «forma del siervo», de la «debilidad» de este mundo (cf. DS 293; 294). En este texto surge una perspectiva de la kénosis, característica de la reflexión de muchos Padres, pero que está ausente del dato bíblico: la bajada misma del Hijo divino asumiendo la naturaleza humana, en cuanto creada y finita, se ve como un rebajamiento, como un vaciamiento.

 La clarificación de la unión de lo divino con lo humano en Cristo en el plano de la hipóstasis/persona, que se realizó especialmente en el concilio Constantinopolitano II (553), y la consiguiente concreción de las normas de la «communicatio idiomatum» (es significativa la controversia sobre la afirmación de unos monjes escitas: «Unus de Trinitate passus est in carne», considerada como herética por los teólogos orientales, pero ortodoxa para el Constantinopolitano II: (cf. DS 432) condujo a una comprensión cada vez más exacta del vaciamiento del Hijo en su encarnación. Por no haber valorado esta conquista del pensamiento de los Padres, que hizo substancialmente suya la gran Escolástica, algunos teólogos, sobre todo del área de la Reforma, comenzaron a representar la kénosis de maneras y formas que constituyen de hecho, en diversas medidas, una eliminación del dogma cristológico.

 M. Lutero, con su exposición de la  communicatio idiomatum, había enseñado una comunicación real de las propiedades divinas a la naturaleza humana de Cristo. Algunos teólogos luteranos pensaron salvar la verdad plena de la humanidad de Cristo, interpretando Flp 2,7 como acontecimiento relativo al Sujeto encarnado, que en su vida terrena habría renunciado al uso de las propiedades divinas para su naturaleza humana (así los kenóticos de la escuela de Giessen) o las habría escondido en su uso (escuela de Tubinga). Otros teólogos luteranos del siglo XIX (E. W Sartorius, G. Thomasius, H. R. Frank, W Gess) interpretaron la kénosis de la manera siguiente: su sujeto es el Logos preexistente, que en su encarnación «se vacía» de algunas cualidades divinas relativas, referidas al mundo (omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia), pero no de otras arraigadas profundamente en su ser divino (la verdad, la santidad, el amor). Esta «renuncia» a sus prerrogativas del Hijo preexistente habría hecho posible en Jesucristo el desarrollo de una conciencia humana real (H. R. Frank).

La teología contemporánea, tanto  católica como protestante, ha prestado y presta una gran atención a la afirmación bíblica del «autovaciamiento» de Jesucristo, honrada por la tradición teológica, aunque con diversos acentos. Su orientación de fondo en la profundización teológica de su contenido, en consonancia con la enseñanza neotestamentaria, se muestra concreta y sumamente sensible a la dimensión escatológica del acontecimiento cristológico. No ignora la diferencia, el «desnivel» cualitativo entre Dios y lo humano, que advirtieron tan vivamente los Padres, ni tampoco la «dignación» de Dios de insertarse en lo humano; sin embargo, lee la realización verdadera de la kénosis en la asunción por parte del Hijo divino de lo humano concreto, tal como lo viven  los hombres en la caducidad y bajo el peso del pecado y de su maldición, así como en su compromiso de vivirlo en solidaridad plena con los hombres sus hermanos, en actitud de obediencia filial al Padre, Señor de la vida. Lee allí la condescendencia inefable del Hijo con sus hermanos (cf. Heb 5,1-10) y al mismo tiempo el enorme significado antropológico del acontecimiento Jesucristo. La teología actual de la cruz (en particular, K. Kitamori, J Moltmann, E. JUngel, H. U. von Balhasar anda empeñada en explorar las profundidades abismales de la «bajada» del Hijo divino, y con él en cierto sentido la de toda la Trinidad, en las dimensiones y experiencias más profundas y más tenebrosas de lo humano, viendo en ella la expresión más radical de la caridad divina «compasiva». Por otra parte, la teología actual, que reflexiona sobre los contenidos de la fe dentro del giro antropológico característico de la cultura moderna y contemporánea (especialmente K. Rahner), se siente autorizada a explorar las limitaciones, las estrecheces, las "fatalidades» más condicionantes y limitantes de la existencia humana, para verlas asumidas, compartidas, vividas en plenitud y profundidad por el Hijo de Dios y del hombre en su camino de solidaridad con sus hermanos, a fin de impregnarlas «desde dentro» de obediencia, de abandono, de amor al Padre, de «consagrarlas», de «ofrecérselas» a él, para poder redimirlas. Los análisis más profundos de la existencia humana se ponen entonces al servicio de la cristología, para que por un lado aparezca cada vez más claramente el abismo del «vaciamiento» del Hijo divino en su existencia kenótica y, por otro, resalten de forma más luminosa la profundidad y la amplitud de su solidaridad con los hombres, fuente de salvación y de esperanza para la familia humana. La Comisión Teológica Internacional publicó en 1983 un documento en el que dedicaba especial atención a la temática de la kénosis, haciendo algunas aclaraciones en orden a una interpretación más exacta de la misma.

 G. Iammarrone

 

 Bibl.: A. Ortíz García, La teología de la cruz  en la teología de hoy, en AA. VV., Teología de la cruz, Sígueme, Salamanca 1979 9-21: w  Kasper Jesús el Cristo, Sígueme, Salamanca 61986; J Moltmann El Dios crucificado Sígueme, Salamanca 21 977, H, U, von Balthasar, El misterio pascual, en MS, III/2, Madrid 1971, 143-330,