JUSTIFICACIÓN
VocTEO
 

La justificación es el cambio global, realizado por la gracia divina, que lleva al hombre del estado de pecado-enemistad con Dios al de santidad y filiación adoptiva divina, en orden a su destino sobrenatural. Este convertirse en una nueva criatura comienza en la vida histórica, donde el hombre, en la Iglesia y por el Espíritu, recibe como don de Dios la fe y la esperanza necesarias para vivir nuevos dinamismos religiosos y morales. Los fundamentos bíblicos de la justificación se encuentran va en la idea de justicia y de alianza del Antiguo Testamento, que requieren la participación activa del hombre (cf. Gn 15,6: 1s 45,21s: 5l,5ss) y en el desarrollo que ve la justicia y  la salvación como sinónimos. El Nuevo Testamento ofrece la aportación más importante de toda la revelación bíblica a la idea de justificación, sobre todo en los escritos paulinos (cf. Rom 1 : 3: Flp 3. Gál 5; 1 y 2 Cor: etc.). El apóstol, en polémica con el residuo legalista de los judeocristianos, sostiene que Dios hace al hombre justo, con un acto sobrenatural y eficaz, partiendo de su condición pecadora y negativa. Ningún creyente puede contar con sus obras ético-religiosas como si fueran un crédito delante de Dios. Es la gracia de Dios la que, en Jesucristo, saca de su ineficacia a la vieja condición humana y produce la inauguración de hombre nuevo que tiene una fe no sólo interior, sino activa en el plano histórico. La producción eclesial del hombre justo es consecuencia única del obrar gratuito de Dios en Jesucristo. La justificación no produce, por tanto, inercia y pasividad, sino que se despliega en una forma vital de encarnación de la fe. El ser creado y destructible del hombre queda de este modo transformado en sobrenatural, increado e indestructible: Dios le atribuye la misma forma antropológica de Cristo (nuevo Adán, nuevo Hombre) dentro del organismo divino-humano de la Iglesia, forma histórica inicial del reino de Dios, terreno de cultivo ideal para que se desarrollen todas las energías divinas insertas por la justificación en el hombre a través del anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos y el contacto continuo con el Espíritu Santo. Así pues, la justificación es el resultado objetivo del obrar salvífico de Dios a través de las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo. Pero esto no excluye que en el hombre siga estando presente la posibilidad contraria de ir por el sendero opuesto a la voluntad de Dios. De aquí la actitud de vigilancia y de humildad del justificado. La justificación es entonces una acción trinitaria de Dios, caridad de Dios Padre, expiación salvífica del Hijo y obra santificadora del Espíritu Santo respecto al hombre. Por consiguiente, la justificación como tal es una realidad divina que el hombre no puede explicar ni reivindicar como algo que le es debido, por causa de su situación objetiva de injusticia. Teológicamente, la capacidad del hombre de condescender con la acción justificadora de Dios es ;. va un impulso previo (gracia preveniente) que Dios mismo provoca en el hombre para que se verifique la forma idónea de respuesta humana: el hombre no tiene ninguna oportunidad de poder entrar él solo en el ámbito de la justificación, ni puede ser el aliado paritario que acoja la propuesta divina.

El tema de la justificación recibió su forma dogmática en el concilio de Trento. Pero hasta la teología medieval y hasta la misma aparición del protestantismo, en la Iglesia latina había prevalecido la explicación teológica de Agustín, basada en la teología de Pablo y dirigida contra el optimismo extremo de la herejía pelagiana, bastante difundida en su época (DS 222-230; 238-249; 370-397). Lutero, por motivos opuestos al pelagianismo, pero igualmente extremistas, es decir por un pesimismo antropológico radical, por una interpretación subjetiva de Agustín y por una exégesis unilateral de Pablo, elaboró una doctrina de la justificación fuertemente antitética a la de la Tradición. En ella el hombre es justificado por la misericordia de Dios: Cristo con su acción salvífica declara al hombre justo, atribuyéndole la justificación. La vida nueva que vive el hombre como fruto de la justificación no se deriva tampoco de la respuesta del hombre y por tanto no produce ningún mérito. El hombre es sólo el gran perdonado a quien se le imputa la justicia de Cristo.

El dogma formulado en Trento (DS 1510-1583) afirma, por el contrario, que la acción de Dios produce en el hombre la justificación como liberación del pecado (de origen y personal) para producir en él una verdadera reconciliación con Dios y consigo mismo. El pecado no ha destruido todas las capacidades del hombre; éstas pueden rehacerse y sobrepotenciarse por un acto re-creador de Dios, sobre la base de la identidad fundamental del hombre. Así pues, a una obra destructiva y negativa del hombre corresponde, por parte de Dios, una acción de edificación del hombre, que tiene su matriz activa en la Pascua de Cristo. Se le comunica al hombre con el bautismo y los demás sacramentos. Pero la justificación no es sólo el perdón del pecado; es don de un nuevo principio vital de la existencia: la presencia del Espíritu de Dios en la vida del hombre, que le hace nacer a una nueva existencia, como hijo de Dios, predestinado a la vida eterna con Dios, encargado de actividades apostólicas, etc. La fe, a pesar de ser el elemento base para obtener la justificación, no es lo mismo que ésta. El estado del justificado es idóneo para recibir de Dios la comunicación infusa de las virtudes teologales y de otros carismas eclesiales. Por consiguiente, a pesar de que la condición humana ha quedado gravemente mutilada por el pecado y la libertad está fuertemente condicionada por él, la gracia divina es capaz de explotar este mínimo de realidad positiva que hay en el hombre. Las obras que haga, en el desarrollo de su estado de justificación, al no ser individuales y autónomas, sino eclesiales, es decir fruto de la asimilación que hace Cristo con su cuerpo místico, que es la Iglesia, se hacen capaces de obtener méritos, aun cuando la medida de la retribución divina por los méritos de los creyentes supera infinitamente dichos méritos.

T . Stancati

 

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