JUICIO
VocTEO
 

La intervención de Dios en la historia humana, para cambiar substancialmente la orientación del hombre después del pecado hacia la elevación sobrenatural, fue realizada pro Jesucristo en los acontecimientos de su pasión, muerte y resurrección Y camina hacia su extensión universal en la adjudicación de los méritos de Cristo a todos los hombres por medio del Espíritu Santo y de la Iglesia. Esta dinámica extensiva implica que en la culminación de los esfuerzos salvíficos de Dios, cuando se verifique la parusía de Cristo y la resurrección universal, entonces Dios y Cristo pronunciarán su juicio sobre el estado de la historia. Así pues, el juicio es el tema escatológico que indica cómo la acción divina concluye la dimensión creadora y redentora sobre el universo creado. Como tal, es parte integrante de la fe cristiana, dogmáticamente sintetizada en la profesión de fe: «Vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos», que comparten todas las confesiones cristianas.

En el Antiguo Testamento el juicio es el dominio absoluto que tiene Yahveh sobre la historia humana por ser su artífice concreto. Sacando la categoría de juicio de los usos monárquicos orientales, a Yahveh Rey divino le corresponde el derecho de juzgar sobre la rectitud religiosa y moral de sus súbditos (1s 2: 41,1s; 43,8ss; Miq 4,1 ss). Dios ejerce sobre Israel un juicio para verificar su conformidad con su voluntad. Las invectivas de Yahveh contra la infidelidad de Israel y la parénesis a la conversión se convierten en un anuncio profético (cf. Am 5,18: 1s 65) de un juicio final y colectivo, que Dios realizará al final del eón histórico. La religiosidad popular y el nacionalismo de Israel darán a aquel día anunciado por los profetas (el yOm Yahveh, el día de Yahveh) la doble función de liberar a Israel de todos sus males y de introducirlo en el bienestar sin fin, llevando a cabo la destrucción de los enemigos históricos de Israel.

No pocos profetas (Amós, Isaías, Abdías, Sofonías, etc.) se oponen a esta instrumentalización optimista de las promesas, afirmando que también será aquel un día de juicio para Israel, en sentido colectivo. En los profetas del destierro y con los libros sapienciales y los últimos libros bíblicos, al acentuarse el carácter de la responsabilidad personal y de la consiguiente retribución individual que dará Dios al final de los tiempos, el juicio asume un carácter de valoración verdadera de la vida histórica del sujeto en relación con la alianza. En la apocalíptica el juicio es realidad trascendente, una irrupción imprevista de las fuerzas divinas en la historia humana, descrita en un marco fantástico, para verificar el bien y el mal del comportamiento humano.

El Nuevo Testamento, a pesar de que desmitifica fuertemente el tema del juicio, lo afirma categóricamente desde la violenta predicación del Bautista y luego, de manera decisiva, en el kerigma del mismo Jesús y de los apóstoles. Al tratarse de un juicio individual, la invitación urgente es una sola: convertirse; la metanoia significa el modo de vida del creyente, porque el Rey-Mesías ya ha venido y han comenzado ya los últimos tiempos: la opción del hombre debe hacerse ahora, aunque solamente al final de los tiempos se verificará la cosecha de la mies y la discriminación entre creyentes y no creyentes, entre el grano y la paja o la cizaña (cf. Mt 13,24ss; 25,lss). Ouien hava observado el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo y se haya adherido con fe a las palabras y a las obras de Jesús, no tendrá nada que temer en el juicio. El Nuevo Testamento emplea un lenguaje enérgico para dar a comprender la urgencia de la adhesión a Cristo (cf. Mt 10,25: Lc 17; Mt 25,11) y atribuye al mismo Cristo, en su parusía imprevisible y repentina, el juicio de los hombres; será un juicio decisivo y cristalizará al hombre en su situación definitiva, sin admitir cambios de ninguna clase (Lc 14,62ss; Mt 25,31ss). En las Iglesias paulinas el tema del juicio se convierte en doctrina sólida que hay que transmitir con fidelidad (2 Cor 5,10); pero esta catequesis sobre el juicio conservará siempre en el resto del Nuevo Testamento el carácter positivo del encuentro gozoso del creyente con el Señor de la gloria, que lo ha salvado y en cuya fe ha vivido en la tierra, sometiéndose a la acción santificadora del Espíritu (así 1 Tes, Gál, Ef, Rom 1 y 2 Pe). Los escritos joáneos harán ¿el juicio el tema cristológico de fondo, en cuanto que la venida del Logos en la encarnación hizo que se pronunciara ya el juicio divino sobre la historia humana (cf. Jn 3,9: 5,24: etc.). Con el Apocalipsis el juicio se representa en términos fuertemente simbólicos y alegóricos, pero se trata substancialmente de la acción triunfal definitiva de Dios sobre Satanás y los suyos, para dar a los creyentes que lo merezcan la bienaventuranza eterna en la Jerusalén celestial.

El juicio, tanto colectivo como individual, es un tema de reflexión para una gran parte de los Padres, pero habrá que esperar a la Edad Media para que el Magisterio se pronuncie (DS 856-859: 1000-1002) sobre la distinción real entre los dos juicios: el particular, de naturaleza psicológico-espiritual, en la muerte del sujeto humano, y el universal, en la parusía, de naturaleza cristológica, como reconocimiento universal de Cristo.

T Stancati

 

Bibl.: A, Winklhofer, Juicio, en CFT 11. 452-463; J Ratzinger, Escatologia, Herder Barcelona 1979; J, L. Ruiz de la Peña, La otra dimensión, Sal Terrae, Santander 1986, 177-181.