JESUCRISTO
VocTEO
 

Es el nombre del personaje que está en el fundamento de la comunidad, de la fe y de la religión cristianas. En esta voz, más que los contenidos concretos sobre Jesucristo que se exponen en otras voces cristológicas, recordaremos la lógica teológica implícita en este nombre e impuesta por él y aludiremos a las tendencias de la reflexión teológica sobre su persona y su función que prevalecieron en el pasado y que dominan en la actualidad.

Jesucristo es un nombre compuesto de dos palabras: Jesús (yesua' Yahveh salva) y Christós (Cristo, ungido: traducción griega del hebreo maschiah, mesías). La conexión de los dos términos, realizada ya por los primeros cristianos del Nuevo Testamento, ha de comprenderse debidamente, pues de lo contrario se puede caer en el peligro de no captar la diversidad de valor epistemológico y veritativo de los mismos: en efecto, el primero es significativo en el plano de la constatación y del testimonio histórico; el segundo, en el de la confesión de fe y de la reflexión teológica. Hoy muchos teólogos sostienen justamente que la expresión teológicamente más exacta y aceptable (que aparece varias veces en el Nuevo Testamento) debería ser Jesús el Cristo, o bien Jesús de Nazaret, personaje histórico y objeto de investigación histórica, a quien la fe confiesa como el Cristo de Dios, el Ungido/Enviado definitivo de Dios al mundo. La revaloración de esta diferencia epistemológica obliga a decir con razón que Jesucristo es una expresión de valor teológico y que incluso constituye por sí misma el núcleo de toda la cristología y teología cristianas, que no son en substancia más que simples explicitaciones de todo lo que está contenido germinalmente en ella.

En la conexión exacta de los dos términos se respeta y se expresa igualmente la especificidad de la afirmación cristiana sobre Jesucristo: confesión de fe, pero anclada radical e indisolublemente en una figura histórica, en un momento concreto de la historia de los hombres, concretamente en la vida y en la muerte trágica de Jesús de Nazaret, narradas de forma históricamente plausible en los escritos de fe de la comunidad cristiana, tal como sostiene la investigación histórico-crítica de nuestros días y como confirman algunas fuentes extracristianas, tanto judías (cf. Flavio Josefo, Ant. XX, 200) como romanas (cf. Tácito, An17, XV, 4: Cristo fue condenado a muerle por el procurador Poncio Pilato; Suetonio, Claud. XXV, 4. Plinio el Joven, Ep. lO, 96).

Esto indica además las dos directrices a lo largo de las cuales hay que moverse para comprender y asimilar adecuadamente la realidad de Jesucristo: la historia y la fe, los contenidos de su vida histórica (resumidos en la designación "Jesús de Nazaret") y los de la confesión de fe sobre él (resumidos en la designación "Cristo"). Resulta instructivo recordar las vicisitudes alternas de la referencia de la teología y de la cultura a Jesucristo a lo largo de los siglos hasta hoy.

Ya dentro del Nuevo Testamento se pueden advertir dos tendencias: una que destaca la referencia a la vida histórica de Jesús (los evangelios), la otra que vive presente sobre todo al Señor Crucificado/Resucitado (Pablo). Las dos se integran mutuamente, aunque en medida distinta, en todos los escritos neotestamentarios, que anuncian todos ellos a Jesús de Nazaret confesado con el título de Cristo, o bien de Logos, Señor, Rey de los reyes, etc.

En la época patrística se da un desplazamiento gradual, aunque con acentuaciones diversas, desde la historia de Jesús hasta la identidad trascendente de Cristo, del Hijo encarnado en una naturaleza humana. Después del concilio antiarriano de Nicea (325), aunque sigue manteniéndose viva la atención a la dimensión humana de Jesús (pensemos en las afirmaciones del concilio de Calcedonia, en el 451 : Jesucristo es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre; en las del Concilio Constantinopolitano III, en el 681 : en Jesucristo se da una verdadera libertad humana junto con la divina), Jesucristo se va convirtiendo cada vez más en el Pantocrátor, el Soberano trascendente y eterno, dominador y juez del mundo entero. La atención a su divinidad y a su dignidad y poder divinos son predominantes. Lo atestigua igualmente el arte cristiano de este período.

A partir del siglo XII empieza a reavivarse el interés por la dimensión humana de Cristo. Es notable el influjo de los cistercienses, especialmente de san Bernardo, así como el de san Francisco de Asís y los franciscanos. Detrás de su testimonio y de su predicación, los misterios de la vida de Jesús y el drama de su existencia humana constituyen el objeto de la meditación, de la imaginación y de la reflexión del pueblo creyente, así como de gran parte de la teología (especialmente de san Buenaventura y de santo Tomás de Aquino). La espiritualidad medieval, la del renacimiento y la de la época moderna concede amplio espacio a los aspectos humanos de Jesús. Sin embargo, la reflexión teológica en su conjunto sigue otra orientación: en ella Jesucristo es objeto de reflexión en su constitución de Verbo hecho carne, de Dios-hombre, y se estudian las condiciones y las consecuencias de su ser y de su obrar divino-humano.

La cultura moderna europea, ordinariamente antidogmática y de orientación racionalista y laicista, rechazó o se desinteresó de la dimensión trascendente y divina de Jesucristo, que confesaban las Iglesias cristianas, desdeñándola como indemostrable y por tanto gratuita e inaceptable. Sin embargo, muchos de sus representantes miraron con simpatía, con admiración y con respeto al hombre Jesús de Nazaret, no sólo como personaje, sino como maestro de comportamiento ético (pensemos en 1. Kant, Voltaire, G .W F. Hegel, en pensadores de orientación y de compromiso socialista: F Engels- K. Kautsky E. Bloch, M. Machovec, etc.).

La reflexión teológica cristiana se esfuerza en valorar en su discurso sobre Jesucristo el interés de la cultura moderna por el Jesús de Nazaret histórico y en mostrar que las afirmaciones de fe teológicas sobre él se arraigan en su vida histórica. Consiguientemente ha recuperado su valor lo humano de Jesús en el plano antropológico, histórico, social y político. La participación de Jesús en la historia de los hombres, su praxis, su destino de muerte y el horizonte de esperanza que abre al hombre de todos los tiempos con su resurrección constituyen el punto de partida y de referencia constante de toda afirmación ulterior sobre él y sobre su función de salvación para el hombre.

Con esta opción la teología moderna se acerca a la perspectiva de los evangelios, tematiza expresamente la enseñanza y la praxis que condujeron a Jesús a la muerte y a la resurrección y, además de anclar de forma refleja las afirmaciones de fe en la historia, capta también en éste el modo de manifestarse del Hijo de Dios en el tiempo y la realización más plena, normativa, de lo humano: se señala al hombre concreto Jesucristo como verdadera y plena revelación del rostro de Dios y «arquetipo" y "modelo" de lo humano.

De esta manera se recuperan y reafirman con decisión las dos dimensiones del misterio de Jesucristo. De nuevo Jesucristo se acerca al hombre; pero al mismo tiempo es confesado y presentado como aquel que por su dimensión personal profunda, divina, está en disposición de decir la palabra definitiva y de dar los valores más profundos al - hombre que camina por los senderos del tiempo.

Con esta visión de Jesucristo la comunidad cristiana participa hoy en un diálogo interreligioso lleno de vida. La teología reciente es consciente del hecho de que este anuncio de Jesucristo constituye un punto difícilmente compatible y asimilable por los miembros de otras religiones; sin embargo, siente que no puede abdicar de él, so pena de perder la identidad cristiana.

G. Iammarrone

 

Bibl.: W. Kasper, Jesús, el Cristo, Sígueme, Salamanca 61986; E. Schillebeeckx, Jesús, La historia de un viviente, Crístiandad, Madrid 1981; Ch, Duquoc, Cristología, Sígueme. Salamanca 51985; Íd., Jesús, hombre libre, Sígueme, Salamanca 41978; O. González de Cardedal, Jesús de Nazaret. Aproximación a la cristología, Editorial Católica, Madrid 1975; p, M. Beaude, Jesús de Nazaret. Verbo Divino, Estella 21989,